III

Yessughei había reunido bajo su mando muchas tribus. Estas se preguntaban si deberían obedecer a un muchacho por el mero hecho de estar a

Las órdenes de su padre. La tribu de los tai-eschuto se consideraba con tuerzas suficientes para cuidar sola de sus rebaños y conducirlos a los pastos. Targutai, su jefe, fue el primero en dejar el campamento en compañía de los suyos. Poco a poco, el resto de tribus y familias le imitaron.

Oelon-Eke mandó enarbolar las insignias del difunto jefe, montó su caballo y fue con los suyos en busca de los desertores. Pero le dijeron: «Hasta el lago más profundo llega a secarse, y aun las rocas más duras se desmoronan. ¿Qué tenemos que ver nosotros, los hombres, con una mujer y sus hijos?». Estas palabras sembraron la duda en la mente y en el corazón de los que todavía vacilaban. ¡Los demás tenían razón: una mujer no puede mandar a los hombres! Y, una tribu tras otra, abandonaron a la familia de Yessughei, y cada deserción iba acompañada de una merma en los caballos y ovejas pertenecientes a los diezmos del difunto jefe.

¿Cómo era posible luchar contra los que la abandonaban, cuando hasta Munlik, al que Yessughei confió el cuidado de su familia, hacía defección?

Muda e impotente, contemplaba Oelon-Eke cómo se desbarataba su propiedad, hasta que, por último, del inmenso y poderoso ordu de Yessughei quedaron tan sólo su propia tienda y la de su segunda mujer. Para salvar aquel último vestigio, Oelon-Eke, Temudschin, su hermano Kassar y sus medio hermanos Bektar y Belgutei se vieron obligados a reunir día y noche el mermado rebaño, buscar los animales extraviados, pescar con anzuelo y red, cosechar bayas y raíces comestibles. Los otros dos hermanos de Temudschin y la hermana eran apenas unos niños.

Para la abandonada familia, el invierno fue excepcionalmente difícil. Los animales adelgazaban, pues faltaban piensos. La situación empeoró a finales de la estación fría, ya que, para salvar el rebaño, no se podía matar ningún animal. Temudschin y los suyos sólo comían puerros, raíces y mijo hervido, alimentos que el mongol solía despreciar.

Durante aquella época de penuria, un tejón o una marmota se consideraban presas de valor. Pero, aunque Temudschin sabía sorprender y descubrir mejor que nadie aquellos animales, y a pesar de que su hermano Kassar era un excelente tirador, pues su flecha era infalible, con frecuencia, sus dos medio hermanos, por ser los más fuertes, le quitaban las piezas cobradas.

Temudschin era el mayor, el sucesor legítimo de Yessughei. Pero ¿cómo podía, en medio de tantas dificultades y querellas, hacer valer sus derechos? Tendría que esperar a que sus dos hermanos fuesen suficientemente mayores para ayudarle. Pero aún faltaba demasiado. Él y Kassar tenían que habérselas con los otros dos, y éstos eran los más fuertes.

Cierto día, Belgutei se fue solo a pescar. Temudschin llamó a Kassar. La discusión fue breve. Ambos buscaron a Bektar y lo acribillaron a flechazos.

Oelon-Eke se enfureció. Jamás se había enfadado así con sus hijos: «Sois como lobos, como perros rabiosos que se muerden entre sí; como camellos enfurecidos que atacan a su madre por la espalda; como buitres que, en su rapacidad, se arrojan contra las rocas y se estrellan. ¿Qué acabáis de hacer? ¡No tenemos más amigos que nuestra propia sombra, ni más armas que nuestros brazos y, sin embargo, habéis destruido a dos de éstos! ¿Qué será de la raza de Yessughei cuando ni siquiera sus propios hijos pueden vivir pacíficamente entre sí? ¿Acaso estamos condenados a llevar por siempre esta vida indigna? ¿Cómo vamos a poder vengarnos de los tai-eschutos que nos abandonaron y de los tártaros traidores?».

Temudschin sufrió en silencio la ira y los reproches de su madre. Pero, a partir de aquel momento, cuidaba de que todos viviesen en paz y armonía. Bektar había muerto, y cualquier lucha que entablase Belgutei sería uno contra dos. Sin embargo, no obedecía por miedo. Tras la muerte de Bektar, Temudschin trató a Belgutei como a un amigo, le hizo regalos, le entregaba de vez en cuando alguna que otra pieza cobrada y, a fuerza de atenciones, consiguió atraerse a su medio hermano y hacer de él un compañero fiel que no le abandonó jamás en trance o peligro alguno.

Y los peligros no se hicieron esperar.

Pronto corrió por las estepas la noticia de que Targutai, el jefe de los tai-eschutos, se había declarado jefe supremo de los burtschigins.