Según cuenta el cronista chino Yuan-chao-pi-chi, Gengis Kan exigía que cada día se le dijese, por la tarde y por la noche, que el reino tanguta Hsi-Hsia no había dejado de existir. Deseaba que se le recordase de este modo el juramento que hiciera antes de marchar contra el sha de Choresm: contestar, incluso a la hora de su muerte, al soberano de los tangutas por su traición.
El rey contra el cual había jurado Gengis Kan sangrienta venganza por haberse negado a cumplir con su obligación de vasallo había muerto; falleció el mismo año que Muchuli y Hsuan-tsung. Pero su hijo y sucesor al trono de Hsi-Hsia recibía a los chinos levantados contra los mongoles y se negaba a enviar al príncipe heredero al ordu del gran kan. Reunió a los fugitivos chinos y karachitanos y constituyó un poderoso ejército, que los espías del Yurt-Dschi afirmaban que se componía de medio millón de hombres.
Al mismo tiempo, al reforzarse el reino de Hsi-Hsia, resurgió en Chin, a la muerte de Muchuli, el antiguo y olvidado espíritu combativo. Cubierto por los flancos por el Hoang-ho, protegido al oeste por las fortalezas de las montañas construidas en cimas inaccesibles, reunió a todas las fuerzas para llevar a cabo la última lucha definitiva. Según los informes chinos, durante quince años de guerra exterior y civil, dieciocho millones de personas, casi un tercio de la población, pereció en Chin y en Hsi-Hsia y, a pesar de todo, Chin aún era capaz de organizar no sólo una nueva resistencia, sino, incluso, de atacar. Sus ejércitos penetraron nuevamente en las provincias perdidas, derrotando a las divisiones mongolas y a las tropas que se habían pasado a ellas, guarneciendo las ciudades que Muchuli reconquistara.
Todavía existía el peligro de una coalición entre Chin y Hsi-Hsia. Así pues, el viejo gran kan levantó de nuevo el campamento para una nueva expedición guerrera hacia el sur y hacia el este. Emprendió la marcha en pleno invierno, con 180 000 hombres, a quienes acompañaban su hijos y nietos y los aleccionó para su actuación futura.
—¡Cuando se empieza algo, es absolutamente necesario concluirlo, cualesquiera que sean las circunstancias! —Debían evitar el error que él cometió al abandonar demasiado pronto la guerra contra Chin—: Nunca debéis acabar una guerra antes de haber vencido por completo al enemigo.
Como si supiese que aquélla sería su última expedición, de la que ya no volvería, había dispuesto su reino, distribuido los ordus y tumanes, y determinado los uluss de sus hijos.
Batu recibió el uluss de su padre Dschutschi: los dominios al norte y al oeste del Altai, «hasta donde podía llegar un caballo mongol». Tschagatai obtuvo el país de los ujguros y las tierras del oeste y del sur: Kara-Chitan y el reino de Choresm, al sur del lago Aral. A Ugedei le dio Hsi-Hsia, Chin y el resto de países de Asia oriental. A Tuli, su hijo menor, guardián del hogar, según la antigua costumbre mongola, le legó su país de origen, Mongolia y la mayor parte de su ejército mongol.
Pero su reino no podía ser dividido. Para toda la eternidad quedó estipulado en la Yassa que todos los descendientes de Gengis Kan, allí donde se encontraran, debían, tras la muerte del soberano, reunirse en Mongolia, en un gran kuriltai, para elegir entre ellos un gran kan a quien todos debían someterse. Quien eligiese un soberano sin la intervención del gran kuriltai se hacía reo de pena de muerte. De esta manera, Gengis Kan esperaba proteger y asegurar la unidad de su reino, evitando la elección de un rey rival, así como que se produjera una guerra civil. Y siempre debía heredar el trono el más digno.