Gengis Kan ya no tenía motivo para apresurarse. El cómodo viaje del ejército duró un año y le precedían numerosas filas de prisioneros e incalculables caravanas cargadas de un magnífico botín.
Los campamentos de descanso parecían más un ordu en emigración que un vivac militar, porque a cada guerrero le seguían varias mujeres, a menudo niños, carromatos-vivienda pesadamente cargados con el botín requisado en el oeste, y numerosos rebaños. Esclavos de ambos sexos cuidaban los rebaños, montaban las tiendas y desmontaban el campamento. Aquella marcha hacia Oriente era una emigración, pero tranquila, agradable…
Dos «flechas» llegaron a la vez del lejano Chin. Uno llevaba una triste noticia: el fiel Muchuli, que había trabajado tenaz e infatigablemente, durante ocho años, en la subyugación de Chin, había muerto. Las últimas palabras que el oerlok de cincuenta y cuatro años de edad dirigió a su hijo Buru, antes de morir, fueron:
—Durante cuarenta años he guerreado, ayudando a mi emperador a realizar grandes hazañas. Nunca me aburrí. Tan sólo lamento una cosa: no haber conseguido tomar la residencia del sur. Hazlo tú.
El otro mensajero anunció la muerte del emperador Chin Hsuan-tsung y la ascensión de su hijo Schu-Bsu al trono.
El cambio en el trono de Chin sería precedido por las acostumbradas hazañas guerreras, pero esto no era suficiente para que Gengis Kan se apresurara. Nombró a Buru sucesor de Muchuli y continuó su camino lentamente, yendo de un campamento de descanso a otro, porque aún esperaba que su hijo Dschutschi le visitara desde el norte y que sus dos oerlok, Subutai y Dschebe, en el camino de regreso de su expedición a las orillas del mar Caspio, le alcanzaran por el camino. Ya habían pasado los tres años concedidos.
Dschutschi no se presentó; de sus oerlok, tan sólo llegó Subutai; Dschebe-Noion (Príncipe Flecha), su fiel amigo y compañero, el conquistador de Kara-Chitan y dominador del Pamir, enfermó cerca del Turkestán, mientras regresaba de Occidente, y, a los pocos días, murió. Las filas del ejército de Subutai habían mermado, pero los numerosos carros cargados de botín, los cautivos, de razas y pueblos desconocidos, demostraban sus elevadas hazañas y su campaña victoriosa. Aquella expedición de reconocimiento efectuado por 30 000 guerreros, a través de docenas de países enemigos, abrieron a los mongoles las puertas del mundo europeo.