III

Antes de morir, Mohamed había nombrado como sucesor a Uslag-Sha, el preferido de su madre, hombre de carácter débil, en lugar del enérgico y valiente Dschelal-ud-Din. Mas éste se presentó en Choresm y, aclamado por el pueblo, se dispuso a emprender la lucha contra los mongoles.

Ciertos generales de Choresm, a quienes interesaba más la libertad de que gozaban con Uslag-Sha que los mongoles, tan alejados, se conjuraron contra Dschelal-ud-Din. Este tuvo que huir hacia Chorassan y, durante el camino, batió a una sección que Gengis Kan había enviado contra él. Nadie sabía dónde se encontraba en realidad y por eso empezaron a circular disparatados rumores; se exageraba la importancia de su victoria sobre los mongoles, el valor del ejército oponente…

Uslag-Sha y los príncipes de Choresm que habían huido de los mongoles fueron perseguidos y murieron en combate. Luego, el ejército mongol marchó a lo largo de la estrecha faja de terreno, densamente poblada con muchas ciudades y pueblos, que bordea la orilla del Amu-Daria, penetrando en las estepas arenosas. Saqueaban y devastaban por doquier. Un lugar tras otro caía en sus manos, pero, de pronto, tuvieron que detener la marcha. Gurgendsch, la capital, en el delta del Amu, era inexpugnable.

Las nuevas máquinas de asedio fueron de muy poca utilidad en aquella baja llanura sin piedras. Abatieron y serraron los árboles, metiéndolos en el agua hasta que adquirían el peso necesario, pero eran unos sustitutos muy defectuosos. Los mongoles intentaron asaltar las murallas, pero fueron rechazados con grandes pérdidas.

Cuando la cacería de Termeds tocaba a su fin, un mensajero del fiel Boghurtschi se presentó ante Gengis Kan. Grandes disputas habían estallado entre los príncipes Dschutschi y Tschagatai. El primero consideraba a la capital como perteneciente a su uluss y pretendía asumir el mando. Tschagatai, por el contrario, aseguraba que toda la región, hasta el lago Aral, le pertenecía como dominio que el gran kan le prometiera, y dio contraórdenes a sus guerreros.

El gran kan se disgustó y, tras reflexionar, envió dos «flechas».

Uno partió hacia Choresm, para notificar que el mando supremo de las fuerzas sería puesto en manos de Ugedei, y que los otros dos hermanos deberían someterse a sus decisiones.

Nadie desobedecía las órdenes de Gengis Kan.

Por mucho que esta humillación irritase a Dschutschi y Tschagatai, obedecieron. Y como Ugedei era bastante inteligente para no abusar de su poder y actuaba como mediador entre sus dos hermanos, pronto llegaron a ponerse los tres de acuerdo y emprendieron la empresa de desviar el Amu-Daria más arriba de Gurgendsch.

El segundo «flecha» galopó hacia el mar Caspio para llevar a Subutai la orden de presentarse inmediatamente al gran kan.

Subutai hizo como los «flechas»: se vendó la cabeza y el cuerpo y cabalgó noche y día. A cada 40 o 50 kilómetros, el mejor caballo del puesto de guardia mongol estaba preparado para él; en un relevo comía unos bocados, en otro se dejaba caer en un lecho para levantarse unas horas más tarde y reanudar la fantástica carrera. Durante más de una semana cabalgó noche y día, recorriendo los dos mil kilómetros que le separaban de su señor.

Gengis Kan esperaba ya impacientemente a su oerlok; pues mientras los príncipes mongoles, ebrios de gloria, se querellaban por la posesión de las provincias aún por conquistar, él veía el grave aspecto de la situación.

Había penetrado en el país con 250 000 hombres. En aquellos momentos, 30 000 mongoles se encontraban en el oeste, con Subutai y Dschebe; sus hijos mayores se llevaron consigo, hacia el norte, 50 000 guerreros; el rey de los ujguros y el kan de Almalik deseaban regresar a sus respectivos países con todas sus tropas, y Gengis les autorizó a hacerlo para no tener hombres descontentos, con los que no podría contar, entre sus tropas selectas. A todas estas mermas debían añadirse las grandes pérdidas sufridas en tantas encarnizadas batallas. El ejército que le acompañaba se componía tan sólo de 100 000 hombres. Y aunque podía engrosarlo considerablemente con los indígenas, en los momentos decisivos no podría contar, en realidad, más que con sus 100 000 mongoles… Y ante ellos se erguía un reino cuyos límites ni siquiera conocía.

A partir del momento en que, por primera vez, hacía dos años, Dschutschi franqueó el paso de Terek-Dawan y entró en el valle de Fergana, los mongoles habían desestabilizado el mundo islámico con una serie de victorias. En realidad, no habían conquistado más que la Transoxiana, el extremo oriental del reino chorésmico. Ugedei intentaba someter el Choresm del norte. En el sur se hallaba la región montañosa de Afganistán, que todavía no había visto a ningún jinete mongol; y en el cercano Oriente no conocían Chorassan más que por las correrías de Subutai.

La mayoría de las ciudades de Persia habían reconocido su dominación. Pero ¿se trataba de una auténtica sumisión o de una treta para escapar del pillaje y poderse arrojar después, juntos y con todas sus fuerzas, contra él? Si el valiente y decidido Dschelal-ud-Din hacía un llamamiento a la lucha, ¿no sería la señal para un levantamiento general que pondría en pie de guerra contra ellos a millones de soldados? Una sola derrota decisiva anularía la serie ininterrumpida de veinte años de victorias, destruyendo su reino. No poseía reservas ni estaba apoyado por un fuerte, tradicional derecho de posesión. Llevaba consigo todas las fuerzas de que podía disponer, y la derrota de ese ejército podía suponer la desunión de todos los pueblos y tribus.

Llamó a Subutai para conocer las posibilidades de su enemigo, pues en compañía de Dschebe había recorrido el reino persiguiendo al sha de Choresm.

Subutai le describió, primero, la rica Chorassan, con sus poderosas fortalezas, gigantescas ciudades y enormes murallas. Se extendía desde Herat hasta Merw, y de éste a Nischapur. Luego, la región se convertía en una estepa salobreña apenas transitable, a cuyo límite, entre dos montañas peladas, era necesario cabalgar durante muchos días antes de alcanzar el segundo país rico, con muchos habitantes, el Irak persa, Irak Adschemi…

—¿Cuánto tiempo necesita un ejército islámico para venir desde allí hasta Chorassan? —preguntó Gengis Kan.

—En verano es imposible que puedan llegar a Chorassan —contestó Subutai—, porque el sol quema la hierba y seca las flores. Y en invierno sus monturas no saben buscar alimento bajo la nieve. Tan sólo ahora, en primavera, o en otoño, puede un ejército del sha emprender esa cabalgata y, aun así, tendría que llevar consigo demasiados rebaños e impedimenta. Además, en Irak Adschemi no hay ningún ejército semejante.

Este informe decidió la guerra.

Si Occidente y Oriente no podían ayudarse y Subutai desconocía la existencia de un ejército en Occidente, significaba que Dschelal-ud-Din debía de encontrarse en Oriente y, en caso de rebelión, tan sólo Afganistán y Chorassan se opondrían a Gengis Kan. Por muy poderosos que fueran estos países, sus fronteras trazaban una circunferencia de mil kilómetros y ésta era una distancia en la que los mongoles sabían operar de tal manera que, en caso de necesidad, podían ayudarse mutuamente. No importaba, pues, que sólo le acompañaran 100 000 hombres.

Y esto decidió el destino de Rusia por varios siglos, llevando la devastación al sur de Europa y provocando el pánico en todo el continente europeo.

Durante el invierno, Subutai había estudiado a los países occidentales, emprendiendo incursiones en Azerbaiyán, Kurdistán y Georgia. Allende el mar, en una isla donde murió el viejo Mohamed, se elevaban nuevas montañas, y tras esta cintura rocosa se llegaba al país de los hombres con cara alargada, cabellos claros y ojos azules. Debían de ser los mismos de quienes hablaban los habitantes de Kiptschak, describiéndolos como sus vecinos occidentales. Así pues, podía rodear dicho mar y regresar a Mongolia atravesando la estepa de Kiptschak.

Subutai y Dschebe ardían en deseos de emprender la marcha. Gengis Kan no se opuso. Dio a Dschutschi el mundo del oeste del Irtysch, «toda la extensión que pudiera recorrer un caballo mongol». Así pues, aquel país, más allá del mar, tocaba los límites del uluss de Dschutschi… Siempre es conveniente conocer a los vecinos.

Subutai obtuvo la autorización de pasar las montañas, más allá del mar Caspio, para determinar qué pueblo vivía allí, cómo era de grande el reino y de qué ejércitos disponía.

El gran kan le concedió tres años de tiempo, pasados los cuales debía regresar a Mongolia por el norte del mar Caspio.

Subutai saltó de nuevo a su caballo y, durante otra semana, cabalgó sin cesar para reunirse con sus tropas.