Me entrego a la rutina de los días. He destruido la carta. No tengo medio de contestarla. Cuando tenga ánimos para ello, informaré a Rennie de la muerte de su padre. Lo hago al fin. Escribo:
Parece que se proponía volver con nosotros. Eso cree al menos su mujer china. Quiso vivir por su cuenta y no pudo. Al fin el amor se sobrepuso en él a la patria y a la Historia. Sírvanos eso de consuelo. Tal es el mensaje que nos envía a través de su muerte. Baste que lo sepamos para que le perdones, Rennie. Te lo ruego. Yo me sentiré mucho más feliz y más tranquila si sé que has perdonado a tu padre.
Me detuve a considerar si debía decir a Rennie que había visto claramente a su padre en el momento de su muerte. Sin duda su espíritu, evadiéndose a su cuerpo por un instante, vino a mí para que le recordase siempre.
Mas decidí no hablar a Rennie de ello. No lo creería. O acaso no deseo yo misma poner a prueba mi propia fe. No es necesario. Puedo esperar hasta que me llegue la hora de conocer la verdad.
Rennie contestó en seguida.
Le perdono, mamá. Le perdono espontáneamente y le recuerdo con cariño. Lo hago porque lo siento, y si te satisface así tanto mejor. Ya se lo he dicho a Mary.
No necesito seguir escribiendo en las cuartillas que me quedan en blanco. Está dicho cuanto tenía que decir. Ha pasado la primavera y llegado el verano. Dedico el día a cosas de poca monta, siempre pensando en la boda de Rennie. Hoy es la víspera del casamiento. Y se me ocurre que no quedará completo este librito si no incluyo la historia de la boda, la historia que comenzó el día lejano en que yo, alegre y atolondrada muchacha rebosante de amor, hice a mi corazón concentrarse en un joven alto y estudioso, atento a sus libros, reservado, en quien adivinaba un profundo y fiel amador. Y añadiré, para ser sincera, que, cuando conocí a Gerard, me pareció tan guapo que me enamoré de él sin remisión.
Esta noche dije a Mary, mientras las dos lavábamos los platos de la cena, y Rennie fumaba su pipa en la terraza, como hace desde que ha tomado aires de hombre hecho y derecho:
—Espero, querida Mary, que Rennie sea para ti un marido bueno y afectuoso. Su padre lo era mucho, y si las cualidades se heredan… Pero de eso no puedo estar segura.
La muchacha sonrió despaciosamente.
—Seguramente Rennie ha heredado las cualidades de su padre —dijo.
—No obstante, alguna vez tuve que hacer alguna observación a mi marido.
—Lo tendré en cuenta, mamá.
Me llamaba mamá por primera vez. Me acometió un impulso de loca alegría y permanecí, como una pazguata, con un plato en el aire, en una mano, y el paño con que lo secaba suspendido en la otra. La muchacha rió, me tendió los brazos y me besó en la cabeza. Es mucho más alta que yo. Olí el fresco aroma de su cutis y celebré que mi hijo pensara casarse con una mujer que huele bien y que tiene un aliento puro, como el de esas flores que no exhalan perfume.