Esta noche, al abrir la ventana que da a mi angosto valle, invadió la habitación una masa de copos de nieve que me azotaron la mejilla mientras el viento henchía los pliegues de mi bata larga. Corrí al lecho y me subí hasta los hombros las confortantes mantas. No quiero recordar lo sola que tengo que vivir. Sólo pensaré en la comodidad que me procuran mis mantas.

Están hechas con la lana que en junio me procuran mis ovejas. Mis ovejas, pues, me dan calor, como mis vacas me agasajan con leche, manteca y queso. Mis tierras me proporcionan los demás alimentos necesarios, además de muy bellos paisajes que contemplar.

Cuando envié los sacos de lana a la fábrica, pedí que me hiciesen las mantas dobles y que las tiñeran de un rosado intenso, con lo que tienen el color de las rosas maceradas. Me acurruco placenteramente entre ellas, satisfecha de su vista y calor. Todos mis placeres radican ahora en esas menudencias. Pero sólo las cosas menudas son eternas de verdad.