A Lucio Mad,

mi toubab,

cuya amistad se me presentó

cual una revelación hace treinta y tres años.

A Malick, Seynabou, Abdourahmane y Abdoulaye,

mis nietos,

que llegaron para ampliar el círculo familiar

durante la redacción de esta obra.

El deseo y el amor espontáneo que experimentó

la privaron de aplomo y del control de sus actos;

se olvidó de los favores de Douga,

se olvidó de que era primera reina

de un Estado famoso por la valentía de sus guerreros

y la riqueza de su población;

solamente mantenía una idea fija:

poseer a Da, estrecharlo en sus brazos,

entregarse por entero a él;

se olvidó del resto del mundo,

tenía que conseguir a Da a toda costa.

—Amadou Hampaté Bâ, Da Monzon de Segou