3

¿Qué sabemos nosotros?

Bruce Friedrich, de PETA (la voz que habéis leído a continuación de la de Nicolette hace unas páginas), por un lado, y los Niman por otro, representan las dos actitudes institucionales dominantes opuestas a la actual ganadería industrial. Sus dos visiones suponen también dos estrategias. Bruce aboga por los derechos de los animales. Bill y Nicolette, por el bienestar animal.

Desde cierta perspectiva, ambas respuestas parecen afines: las dos persiguen una menor violencia. (Cuando los defensores de los derechos de los animales afirman que «los animales no están para que nosotros los utilicemos», están reclamando una minimización del daño que les infligimos). Desde este punto de vista, la mayor diferencia entre ambas posturas —la que nos hace decantarnos por una en lugar de por la otra— es la apuesta sobre qué formas de vida posibilitan esa menor violencia.

Los defensores de los derechos de los animales que he encontrado a lo largo de mi investigación no dedican mucho tiempo a criticar (ni tampoco a hacer campaña en su contra) un escenario donde generaciones tras generaciones de animales son criados por buenos pastores como Frank, Paul, Bill y Nicolette. Dichos activistas por los derechos animales no consideran este escenario —la idea de una explotación animal fuertemente humanizada— como algo cuestionable, sino más bien como desesperadamente romántico. No creen en él. Desde el punto de vista de los derechos de los animales, la propuesta que aboga simplemente por su bienestar es como proponer que deroguemos los derechos legales básicos de los niños, que ofrezcamos enormes incentivos financieros por hacer que los niños trabajen hasta la muerte, que no estigmaticemos los bienes hechos con mano de obra infantil y que esperemos, de alguna manera, que unas leyes laxas que abogan por el bienestar del niño aseguren que estos reciben un buen trato. Con esta analogía no pretendo poner a los niños al mismo nivel que los animales, sino expresar que ambos colectivos son vulnerables y susceptibles de ser explotados hasta la saciedad si no se produce una intervención ajena.

Por supuesto, aquellos que «creen en la carne» y quieren que prosiga el consumo de esta sin la existencia de explotaciones industriales creen que los que pecan de ingenuos son los vegetarianos. Siempre habrá un grupo pequeño de personas (o incluso grande) que adoptará el vegetarianismo, pero en términos generales la gente quiere carne, siempre la ha querido, siempre la querrá, y no hay más que decir. En el mejor de los casos los vegetarianos son amables pero poco realistas. En el peor, son unos sentimentales que viven engañados.

Sin duda son conclusiones distintas sobre el mundo en que vivimos y sobre las comidas que deberían estar en nuestros platos, pero ¿hasta qué punto implican una diferencia esas diferencias previas? La idea de un sistema agrícola basado en la mejor tradición del bienestar animal y la idea de un sistema agrícola vegetariano basado en la ética de los derechos de los animales son dos estrategias para reducir (nunca eliminar) la violencia inherente a estar vivo. No son valores opuestos, como a menudo se pretende decir. Representan modos distintos de cumplir con un trabajo que ambos coinciden en que es necesario. Reflejan distintas intuiciones sobre la naturaleza humana, pero ambas apelan a la compasión y a la prudencia.

Ambas propuestas implican una significativa cantidad de fe y ambas esperan bastante de nosotros, tanto a nivel individual como colectivo. Ambas implican el proselitismo: no se trata de tomar una decisión y guardársela para uno mismo. Ambas estrategias, si quieren lograr sus objetivos, proponen hacer algo más que cambiar de dieta: debemos pedir a los demás que se unan a nosotros. Y aunque importen las diferencias que subyacen en ambas posturas, son definitivamente menores en comparación con lo que tienen en común, y totalmente desdeñables si se las compara con las posturas que defienden el sistema agrícola industrial.

Mucho después de que hubiera tomado la decisión personal de volverme vegetariano, siguió sin estar claro para mí hasta qué punto podía respetar de verdad una decisión distinta. ¿Las otras estrategias son simplemente erróneas?