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Soy una criadora de ganado vegetariana

Unos seis meses después de que me instalara en el rancho de Bolinas le dije a Bill: «No quiero limitarme a vivir aquí. Quiero saber cómo funciona este rancho de verdad y quiero ser capaz de manejarlo». De manera que me involucré mucho en el trabajo real. En un principio me agobiaba la posibilidad de ir sintiéndome cada vez más incómoda por el hecho de vivir en un rancho de ganado, pero en realidad sucedió todo lo contrario. Cuanto más tiempo pasaba aquí, cuanto más tiempo pasaba en compañía de los animales y veía lo bien que vivían, fui percatándome de que se trataba de una tarea honorable.

No creo que la responsabilidad de un ranchero se limite a librar a los animales del sufrimiento o la crueldad. Creo que a nuestros animales les debemos el nivel más elevado de vida. Dado que los utilizamos para que nos sirvan de comida, creo que tienen derecho a experimentar los placeres básicos de la vida: cosas como tumbarse al sol, aparearse y cuidar de sus crías. Creo que merecen experimentar la alegría. ¡Y nuestros animales lo hacen! Uno de los problemas que tengo con la mayoría de las técnicas estandarizadas para la producción de carne, desde una perspectiva «humanitaria», es que suelen centrarse en eliminar el sufrimiento. Para mí eso no habría ni que decirlo. Ningún sufrimiento innecesario por parte de un animal debería tolerarse en granja alguna. Pero si vas a criar a un animal con el propósito de quitarle la vida, tu responsabilidad con él va mucho más allá.

No es que esta sea una idea original ni una filosofía personal. A lo largo de la historia de la crianza de ganado la mayoría de los granjeros han sentido una poderosa obligación de tratar bien a sus animales. El problema de hoy es que esa crianza está siendo sustituida, o lo ha sido ya, por métodos industriales que salen de lo que ahora se ha dado en llamar departamentos de «ciencias animales». La familiaridad individualizada que tiene un granjero con cada uno de los animales de su granja ha sido abandonada en favor de unos sistemas grandes e impersonales: es literalmente imposible conocer a todos los animales de una granja porcina o un rancho industrial que albergue a decenas de miles de animales. Los operadores lidian con problemas que tienen poco que ver con los animales y mucho más con los aparatos automáticos. Los animales se convierten en algo casi incidental. El cambio ha producido una alteración total de la perspectiva: el énfasis se pone en otro punto. Se ha olvidado esa responsabilidad de un ranchero con sus animales… y, en el peor de los casos, no sólo se olvida sino que se niega de plano.

Tal como yo lo veo, los animales han llegado a un acuerdo con los humanos, una especie de intercambio. Cuando la cría de animales se hace como es debido, los humanos podemos proporcionarles una vida mejor de la que podrían esperar en estado natural, y casi con toda certeza una muerte más digna. Eso es muy significativo. Alguna vez he dejado la verja abierta por accidente. Ni uno solo de los animales ha salido. No se van porque aquí cuentan con la seguridad que les da el rebaño, con buenos pastos, agua, paja y una vida previsible. Y aquí tienen a sus amigos. Hasta cierto punto puede decirse que escogen quedarse. No es un contrato totalmente voluntario, desde luego. No eligieron dónde nacer… pero no nos engañemos, nosotros tampoco.

Creo que es algo noble criar animales para transformarlos en comida, proporcionar a un animal una vida feliz y libre de sufrimiento. Sus vidas no se toman en vano. Y creo que en esencia es lo que todos esperamos: una buena vida y una muerte digna.

La idea de que los humanos formamos parte de la naturaleza también juega un papel en este tema. Siempre he mirado hacia la naturaleza en busca de modelos. La naturaleza lo aprovecha todo. Aunque un animal no sea cazado, se le consume poco después de su muerte. En estado natural los animales son invariablemente devorados por otros, ya sean depredadores o carroñeros. A lo largo de los años incluso hemos pillado a nuestro ganado mascando unos huesos de ciervo, a pesar de que siempre hemos considerado a las reses como estrictos herbívoros. Hace unos años, un estudio del US Geological Survey descubrió que los ciervos comían muchos huevos de nidos hechos en el suelo. ¡Los investigadores alucinaron! La naturaleza es mucho más fluida de lo que pensamos. Pero está claro que es normal que unos animales coman a otros, y dado que nosotros, los humanos, somos también parte de la naturaleza, es normal que comamos animales.

Ojo, eso no significa que tengamos que hacerlo. Yo puedo escoger personalmente no consumir carne por razones propias e individuales. En mi caso, se debe a la conexión especial que he sentido siempre con los animales. Creo que me molestaría comer carne. Me haría sentir incómoda. Para mí, las granjas industriales son un error no porque produzcan carne, sino porque roban a los animales el menor atisbo de felicidad. Por ponerlo de otro modo, si yo robara algo, eso me pesaría en la conciencia porque el acto estaría mal en sí mismo. La carne no es mala. Y si comiera carne, mi reacción se limitaría probablemente a un sentimiento de arrepentimiento. Solía decirme que ser vegetariana me eximía de dedicar mi tiempo a intentar cambiar el trato que reciben los animales en esas granjas. Creía que ya cumplía al abstenerme de comer carne. Ahora eso me parece una bobada. La industria de la carne nos afecta a todos, en el sentido de que todos vivimos en una sociedad en que la producción de comida se basa en el modelo de las granjas industriales. Ser vegetariana no me redime de la responsabilidad ante la manera en que nuestra nación cría a los animales, sobre todo en un momento que el consumo total de carne está aumentando, tanto a nivel nacional como global.

Tengo muchos amigos y conocidos que son veganos, algunos de los cuales forman parte de PETA o de la Farm Sanctuary; muchos de ellos están convencidos de que, al final, la humanidad resolverá el problema de las granjas industriales consiguiendo que la gente deje de comer carne. Yo no estoy de acuerdo. Al menos, no en un futuro próximo. En el caso de que fuera posible, creo que sería dentro de varias generaciones. De manera que, mientras tanto, algo más tiene que suceder para resolver el intenso sufrimiento que causan las granjas industriales. Hay que abogar por las alternativas y apoyarlas.

Por suerte, se atisban destellos de esperanza para el futuro. Se está produciendo una regresión hacia métodos ganaderos más sensatos. Surge una voluntad colectiva: una voluntad política, y también procedente de los consumidores, de los minoristas y de los restaurantes. Se están juntando varios imperativos. Uno de ellos es tratar mejor a los animales. Nos estamos dando cuenta de la ironía de buscar un champú que no ha sido testado con animales mientras que al mismo tiempo (y muchas veces al día) compramos carne que se produce en sistemas de gran crueldad.

Existen también varios imperativos económicos cambiantes, como el aumento del coste del combustible, de los productos químicos agrícolas y del precio del grano. Y los subsidios agrícolas, que han promovido el funcionamiento de granjas industriales durante décadas, se están volviendo cada vez más insostenibles, sobre todo a la luz de la actual crisis financiera. Las cosas empiezan a ponerse en su justo lugar.

Y el mundo tampoco necesita producir tantos animales como está haciendo ahora. Las granjas industriales no nacieron ni progresaron debido a la necesidad de producir más comida (para «dar de comer al hambriento»), sino de producirla de una forma que sea provechosa para el negocio agrícola. Lo único que les importa es el dinero. Esa es la razón de su naciente declive y la razón de que su estilo no funcione a largo plazo: han creado una industria alimenticia cuya preocupación principal no es alimentar a la gente. ¿Acaso duda alguien de que las corporaciones que controlan la mayor parte de la cría de ganado en Norteamérica están en ello por el dinero? En la mayoría de las industrias, ese objetivo es plenamente legítimo. Pero cuando los bienes son animales, las fábricas son la misma tierra, y los productos se consumen a nivel físico, lo que está en juego no es lo mismo y el razonamiento que lo sostiene tampoco puede serlo.

Por ejemplo, desarrollar animales que son físicamente incapaces de reproducirse no tiene el menor sentido si tu objetivo es alimentar a la gente, pero es lógico si la preocupación principal es ganar dinero. Bill y yo tenemos pavos en el rancho, y son aves de la raza tradicional: las mismas que se criaban a principios del siglo XX. Tuvimos que remontarnos hasta ellas porque las razas actuales apenas pueden andar, y ya no digamos aparearse de manera natural o criar a sus retoños. Eso es lo que se consigue en un sistema que sólo está interesado colateralmente en alimentar a la gente y muestra a la vez un absoluto desinterés por los animales en sí mismos. Las granjas industriales son el último sistema que uno crearía si le preocupara alimentar a la gente de forma sostenible a largo plazo.

La ironía es que aunque las granjas industriales no benefician al público, confían en él no sólo para apoyarlas sino para pagar por sus errores. Pasan todos los costes de eliminación de residuos al entorno y a las comunidades donde operan. Sus precios son artificialmente bajos: lo que no se muestra en los libros de cuentas se paga durante años y lo pagamos todos nosotros.

Lo que se impone ahora es una vuelta a la cría de animales en pastos. No se trata de un concepto utópico: existen precedentes históricos. Hasta el auge de las granjas industriales a mediados del siglo XX, las granjas norteamericanas estaban íntimamente relacionadas con el pasto y dependían mucho menos del grano, los productos químicos y la maquinaria. Los animales criados de manera tradicional llevan una vida mejor y son más sostenibles desde un punto de vista ecológico. El pasto también va ganando sentido por razones puramente económicas. El incremento de precio del maíz cambiará nuestra forma de comer. El ganado podrá pastar más, comer hierba de forma natural. Y cuando la industria agrícola se vea obligada a lidiar con el problema del estiércol concentrado en lugar de desviar el problema hacia afuera, las granjas tradicionales basadas en el consumo de hierba se volverán más atractivas desde un punto de vista económico. Y ese es el futuro: granjas verdaderamente sostenibles y humanas.

Ella sabrá

Gracias por compartir conmigo la transcripción de las reflexiones de Nicolette. Yo trabajo en PETA y ella es productora de carne, pero la considero una aliada contra las granjas industriales y una amiga. Coincido con ella en la importancia de tratar bien a los animales y en la artificialidad de los bajos precios de la carne procedente de esas granjas. Estoy plenamente de acuerdo en que si alguien va a comer animales, debería recurrir sólo a animales criados en pastos, al estilo tradicional, sobre todo cuando hablamos de ganado. Pero ahí está el quid de la cuestión: ¿por qué comer animales?

En primer lugar consideremos la crisis ambiental y de alimentos: no existe la menor diferencia ética entre comer carne y arrojar grandes cantidades de comida a la basura, ya que los animales que comemos sólo pueden convertir en carne una pequeña parte de la comida que se les da: hacen falta de seis a veintiséis calorías[463] para que un animal produzca una sola caloría de carne. La gran mayoría de lo que se cultiva en Estados Unidos va a parar al consumo animal (tierra y comida que podríamos usar para alimentar a los humanos o preservar la naturaleza), y lo mismo sucede en todo el mundo con consecuencias devastadoras.

El enviado especial de Naciones Unidas[464] calificó de «crimen contra la humanidad» convertir 100 millones de toneladas de grano y maíz en etanol mientras casi mil millones de personas mueren de hambre. Así pues, ¿qué clase de crimen comete la ganadería industrial, que usa 756 millones de toneladas[465] de grano y maíz al año, mucho más de lo que sería necesario para alimentar[466] a los 1,4 mil millones de seres humanos que actualmente viven en condiciones de extrema pobreza? Y esos 756 millones de toneladas[467] no incluyen el hecho de que casi el 98 por ciento de la cosecha de soja global, 225 millones de toneladas, también se usa para dar de comer a animales de granja. Se apoya una enorme ineficacia y se sube el precio de la comida para los más pobres del mundo, incluso si uno come sólo carne procedente de Niman Ranch. Fue esta ineficacia, no el precio medioambiental ni tampoco el bienestar animal, lo que me inspiró en primera instancia para dejar de comer carne.

Algunos rancheros señalan que existen hábitats marginales donde no se puede cultivar comida pero sí criar ganado, o que el ganado puede proporcionar nutrientes en momentos en que fallen las cosechas. Sin embargo, dichos argumentos sólo se aplican seriamente en los países en vías de desarrollo. El científico más importante que ha abordado este tema, R. K. Pachauri, dirige el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático. Ganó el premio Nobel de la Paz[468] por su trabajo sobre el clima, y afirma que el vegetarianismo es la dieta que deberían adoptar todos los seres del mundo desarrollado, aunque fuera sólo por criterios medioambientales.

Por supuesto los derechos de los animales explican por qué formo parte de PETA, y la ciencia básica también nos dice que los demás animales están hechos, como nosotros, de carne, huesos y sangre. Un granjero que tenía una explotación de cerdos en Canadá mató a docenas de mujeres colgándolas de los ganchos donde suelen colgar los cadáveres de los cerdos. Cuando fue sometido a juicio, la revelación de que la carne de alguna de esas mujeres fue vendida al público como si se tratara de carne de cerdo despertó un horror visceral y generalizado. Los consumidores no habían notado la diferencia entre una clase de carne y otra. Lo cierto es que no podían hacerlo: las diferencias anatómicas entre humanos y cerdos (o pollos, o ganado, etc.) son insignificantes si las comparamos con las similitudes: un cadáver es un cadáver, la carne es carne.

Otros animales tienen los mismos cinco sentidos que nosotros. Y cada vez más aprendemos que tienen necesidades conductuales, psicológicas y emocionales que la evolución ha ido creando en ellos, igual que en nosotros. No somos los únicos animales en sentir placer y dolor, alegría y tristeza[469] . El hecho de que los animales se exciten[470] por las mismas emociones que nosotros está totalmente aceptado. Llamar «instinto» a todas esas complejas emociones y conductas es una estupidez, tal como señala también Nicolette. Pasar por alto las obvias implicaciones morales de estas similitudes es algo fácil en el mundo de hoy: es conveniente, político y común. También está mal. Pero no basta con saber lo que está bien y lo que no; la acción es la otra mitad del entendimiento moral, y la más importante.

¿Es noble el amor de Nicolette por sus animales? Lo es cuando la lleva a verlos como individuos y a no querer hacerles daño. Pero cuando la convierte en cómplice de actos como marcar al ganado, separar a las crías de sus madres y rebanarles el pescuezo a las reses, a mí me cuesta más entenderlo. Os diré por qué: aplicad su argumento para comer carne a animales como perros y gatos (o incluso seres humanos), y la mayoría de nosotros dejaríamos de simpatizar con su punto de vista. De hecho, sus argumentos suenan extrañamente parecidos (y son estructuralmente idénticos) a los argumentos con que los propietarios de esclavos defendían la continuación de la esclavitud basándose en un trato mejor de los esclavos. ¿Podría someterse a alguien a la esclavitud y proporcionarle «una buena vida y una muerte digna», como dice Nicolette cuando habla de animales de granja? ¿Es eso preferible a tratarlo como a un esclavo? Por supuesto. Pero eso no lo convierte en deseable.

O si no probad con este razonamiento: ¿castraríais animales sin analgésicos?, ¿los marcaríais?, ¿les rebanaríais la garganta? Por favor, intentad ver esas prácticas (el vídeo Meet Your Meat se encuentra sin problemas en internet y puede ser un buen principio). La mayoría de la gente nunca haría esas cosas. La mayoría de nosotros ni siquiera quiere verlas. Así que, ¿dónde está nuestra integridad básica cuando pagamos a otros para que las hagan por nosotros? Contratamos a otros para que sean crueles con los animales y para que los maten, ¿y para qué? Para conseguir un producto que nadie necesita: carne.

Comer carne puede que sea algo «natural», y la mayoría de los humanos pueden considerarlo aceptable (desde luego llevan mucho tiempo haciéndolo), pero esos no son argumentos morales. De hecho, el progreso aplicado a la historia de la sociedad humana desvirtúa por completo el término «natural», igual que el hecho de que la gente del sur del país apoyara a la esclavitud no dice nada sobre su moralidad. La ley de la jungla no es un estándar moral, aunque contribuya en gran medida a que los consumidores de carne se sientan mejor.

Tras huir de la Polonia ocupada por los nazis, el premio Nobel Isaac Bashevis Singer comparó la discriminación de las especies a las «teorías racistas más extremas». Singer defendía que abogar por los derechos de los animales era la forma más pura de justicia social, ya que los animales son los más vulnerables de entre todos los oprimidos. Opinaba que maltratar a los animales[471] era el arquetipo del paradigma moral de «el poder tiene la razón». Cambiamos sus intereses más básicos e importantes por los efímeros intereses humanos sólo porque podemos hacerlo. No cabe duda de que el ser humano es un animal distinto a todos los demás. Los humanos somos únicos, aunque eso no implica que el dolor de los animales sea algo irrelevante. Pensad en ello: ¿coméis pollo porque estáis familiarizados con la literatura sobre ese tema y habéis decidido que su sufrimiento no importa, o porque os gusta el sabor?

Lo habitual es que una decisión ética implique escoger entre unos conflictos de intereses inevitables y graves. En este caso los intereses que entran en conflicto son los siguientes: el deseo del ser humano hacia algo que tiene buen sabor y el del animal de que nadie le rebane el pescuezo. Nicolette os dirá que ellos conceden al animal «una vida fácil y una muerte digna». Pero las vidas que ofrecen a esos animales no son ni la mitad de buenas de las que nosotros proporcionamos a nuestros perros y gatos. (Tal vez les den una vida mejor de la que llevarían en Smithfield, pero ¿eso la convierte en buena?). Y en cualquier caso, ¿qué clase de vida termina a los doce años, la conversión en años humanos de los animales más viejos que son sacrificados en granjas como la de Bill y Nicolette?

Nicolette y yo coincidimos en la importancia de la influencia que tienen sobre los otros las decisiones que tomamos sobre la comida. Si eres vegetariano, hay una unidad de vegetarianismo en tu vida. Si influyes en otro, has doblado tu compromiso vital con esa causa. Y no sólo puedes influir sobre uno, claro está. Los aspectos públicos de la comida son críticos cualquiera que sea la dieta que escojas.

La decisión de comer cualquier tipo de carne (incluso la que procede de productores menos abusivos) hace que otros conocidos tuyos consuman carne salida de granjas industriales que, en otro caso, quizá no hubieran tomado. ¿Qué significa que los líderes del movimiento[472] de la «carne ética», como mis amigos Eric Schlosser, Michael Pollan e incluso los granjeros de Niman Ranch, saquen dinero de sus bolsillos para dárselo a las granjas industriales? Para mí, eso significa que la figura del «carnívoro ético» es un fracaso; ni siquiera sus representantes más visibles lo hacen a tiempo completo. He conocido a mucha gente que se conmovió gracias a los argumentos de Eric y Michael, pero a nadie que se alimente únicamente de carne procedente de Niman Ranch o empresas similares. O bien son vegetarianos o bien siguen comiendo al menos algunos animales criados en granjas industriales.

Afirmar que ser carnívoro puede ser ético a la vez suena «agradable» y «tolerante» sólo porque a la mayoría de la gente le gusta pensar que hacer lo que quiere es moralmente bueno. Siempre alcanza mucha popularidad que un vegetariano como Nicolette conceda a los consumidores de carne la coartada que necesitan para olvidar el desafío moral que les presenta el tema. Pero los que hoy son socialmente conservadores eran los «radicales» de ayer en asuntos como los derechos de las mujeres y de los niños, de los derechos civiles, etc., etc. (¿Quién abogaría por las medias tintas en el tema de la esclavitud?). ¿Por qué, cuando se llega al tema de comer animales, resulta súbitamente problemático señalar lo que es obvio e irrefutable desde un punto de vista científico: que los demás animales se parecen a nosotros más de lo que se diferencian? Como dice Richard Dawkins, son «nuestros primos». Incluso decir algo como «estás comiendo un cadáver», que es irrefutable, suena exagerado. Pues no, es la pura verdad. De hecho, no hay nada duro ni intolerante en proponer que no deberíamos pagar a nadie (y hacerlo diariamente) por infligir quemaduras de tercer grado a los animales, arrancarles los testículos o degollarlos. Describamos la realidad: cada trozo de carne procede de un animal que, en el mejor de los casos (y son pocos los que pasan sólo por esto) fue quemado, mutilado y sacrificado en aras de unos pocos minutos de placer humano. ¿El placer justifica los medios?

Él sabrá

Respeto los puntos de vista de la gente que decide dejar de comer carne por las razones que sean. De hecho, eso fue lo que le contesté a Nicolette en nuestra primera cita cuando ella me dijo que era vegetariana. «Genial. Lo respeto», le dije.

He pasado la mayor parte de mi vida adulta intentando construir una alternativa a las granjas industriales, sobre todo a través de mi trabajo en Niman Ranch. Coincido de todo corazón en que muchos de los métodos modernos que se usan para la producción de carne, y que sólo empezaron a usarse en la segunda mitad del siglo XX, violan los valores básicos que se han asociado desde siempre a la cría y el sacrificio de ganado. En muchas culturas tradicionales se reconocía sin ambages que los animales merecen respeto y que debía quitárseles la vida con profundo respeto. Debido a este reconocimiento, las antiguas tradiciones del judaísmo, el islam, la cultura de los nativos norteamericanos y muchas otras a lo largo y ancho del mundo incluían rituales y prácticas específicos que dictaban la manera de tratar y sacrificar a los animales que les servían de comida. Por desgracia, el sistema industrializado ha abandonado la idea de que los animales, como seres individuales, tienen derecho a una buena vida y a que se los trate siempre con respeto. Por eso me he opuesto de viva voz a gran parte de lo que sucede hoy en día en el sistema industrializado de la producción de carne.

Dicho esto, explicaré por qué me siento tranquilo criando animales para que su carne sirva de alimento siguiendo métodos tradicionales y naturales. Como te conté hace unos meses, crecí en Minneapolis, en una familia de inmigrantes ruso judía que abrió el colmado Niman, una tienda de barrio, de esas donde el servicio es lo primordial; conocíamos a los clientes por su nombre y recibíamos muchos pedidos por teléfono que entregábamos a las puertas de sus casas. Cuando era niño me encargué de muchas de esas entregas. También acompañaba a mi padre a los mercados de los granjeros, reponía los estantes, metía verduras en bolsas y me ocupaba de un sinfín de tareas como esas. Mi madre, que también trabajaba en la tienda, era una buena cocinera, capaz de preparar cualquier plato a base de restos, usando, ¿cómo no?, ingredientes que comprábamos para el negocio familiar. Siempre tratamos la comida como algo único y valioso: no era algo que se diera por supuesto, ni que se tirara. El aprovisionamiento de ingredientes, la preparación y el consumo de la comida en nuestra familia implicaba tiempo, esmero y ritual.

Con veinte años me dirigí a Bolinas a comprar una propiedad. Mi difunta esposa y yo labramos todo un pedazo de tierra para convertirla en un huerto; plantamos árboles frutales; y adquirimos cabras, pollos y cerdos. Por primera vez en mi vida, la mayor parte de mi comida procedía de mi propio trabajo. Era algo increíblemente satisfactorio.

Fue en esa época cuando me enfrenté directamente al hecho de comer carne. Vivíamos literalmente al lado de los animales y los conocía a todos. De manera que quitarles la vida era algo muy real, en absoluto fácil. Recuerdo perfectamente que no pude dormir la noche después de que matáramos a nuestro primer cerdo. Me debatí sobre si había hecho o no lo correcto. Pero en las siguientes semanas, a medida que nosotros, y nuestros amigos y parientes, comíamos la carne de ese cerdo, me percaté de que el cerdo había muerto por un propósito importante: proveernos de una comida sana, deliciosa y muy nutritiva. Decidí que mientras me esforzara por dar a los animales una vida buena y natural, y una muerte que estuviera libre de dolor o miedo, criar ganado para comida era algo que me resultaba moralmente aceptable.

Por supuesto, la mayoría de la gente nunca tiene que enfrentarse al desagradable hecho de que consumir productos procedentes de los animales (incluyendo la leche y los huevos) implica matarlos. Permanecen ajenos a esta realidad, compran la carne, el pescado y los quesos en supermercados o los piden en restaurantes, ya cocinados o presentados a trozos, haciendo que sea fácil olvidar que esta comida fue un día un animal. Esto es un problema. Ha permitido que la ganadería industrial cambie hacia un modelo insano e inhumano sin que la opinión pública se meta demasiado en ello. Pocos han visto el interior de una granja de lácteos o una granja de pollos o gallinas, y la mayoría de consumidores no tienen ni idea de lo que sucede en esos lugares. Estoy seguro de que la gran mayoría de gente se quedaría asombrada si supiera lo que pasa allí.

En el pasado, los norteamericanos estaban muy vinculados a los modos en que producían sus alimentos y a los lugares. Esta estrecha relación y familiaridad aseguraba que dicha producción no se realizaba de una forma que fuera en contra de los valores de los ciudadanos. Pero la industrialización de las granjas rompió este vínculo y nos catapultó a la era moderna de la desconexión. El sistema de producción de comida actual, sobre todo la forma en que se crían los animales en centros cerrados, viola los preceptos éticos básicos de la mayoría de los norteamericanos, que opinan que la cría de animales es moralmente aceptable pero al mismo tiempo creen que todo animal tiene derecho a una vida decente y a una muerte digna. Esto ha formado parte del sistema de valores norteamericano desde siempre. Cuando en 1958 el presidente Eisenhower firmó la Ley de Métodos Humanitarios de Sacrificio, señaló que a juzgar por la cantidad de correo sobre la ley que había recibido, cabría pensar que los norteamericanos sólo estaban interesados en mataderos dignos.

Al mismo tiempo, la inmensa mayoría de norteamericanos y de gente de otros países siempre ha considerado que comer carne era algo moralmente aceptable. Es algo cultural y natural. Es cultural que personas criadas en un entorno donde se consumían carne y lácteos adopten por regla general los mismos modelos. La esclavitud es una analogía pobre. La esclavitud, aunque muy extendida en ciertas épocas y ciertos lugares, nunca fue una práctica universal y cotidiana que se diera en todas las casas, como sí lo es el consumo de carne, pescado y lácteos en todas las sociedades humanas repartidas por el mundo entero.

Afirmo que comer carne es natural porque un gran número de animales que viven en la naturaleza se alimentan de la carne de otros animales. Esto incluye, por supuesto, a los humanos y a sus antepasados primitivos, que empezaron a comer carne hace 1,5 millones de años. En la mayoría de partes del mundo y durante la mayor parte de la historia humana y animal, comer carne no ha sido simplemente una cuestión de placer. Ha sido la base de la supervivencia.

La nutrición humana a base de carne, además de la extendida ingesta de carne en la naturaleza, me parecen unos indicadores poderosos que apuntan a que dicho acto es apropiado. Algunos intentan aducir que está mal dirigir la mirada a los sistemas naturales para decidir lo que es moralmente aceptable, ya que en estado salvaje se han descubierto conductas como la violación o el infanticidio. Pero este argumento no se sostiene ya que señala unas conductas aberrantes. Tales hechos no suceden de manera habitual en poblaciones animales. Me parece un craso error fijarse en conductas aberrantes para decidir lo que es normal y aceptable. Pero las normas de los ecosistemas naturales aportan una sabiduría ilimitada sobre economía, orden y estabilidad. Y en la naturaleza comer carne es (y ha sido siempre) la norma, no la excepción.

¿Qué hay de los argumentos que afirman que los humanos no deberíamos comer carne, independientemente de las normas naturales, porque la carne es de manera inherente un desperdicio de recursos? Dicha opinión tampoco se sostiene. Esas cifras asumen que el ganado se cría en lugares cerrados y alimentado a base de grano y soja de campos fertilizados. Tales datos resultan inaplicables a los animales que crecen en pastos, como las vacas, toros, cerdos, cabras, ovejas y ciervos, que comen hierba.

El investigador más importante en el uso de energía para la producción de comida ha sido desde hace tiempo David Pimentel, de la Universidad de Cornwall. Pimentel no es un defensor a ultranza del vegetarianismo. Incluso señala que «todas las pruebas disponibles[473] apuntan a que los humanos somos omnívoros». A menudo escribe sobre el importante papel del ganado en la cadena mundial de producción alimentaria. Por ejemplo, en su trabajo Comida, energía y sociedad señala que la cría de ganado juega «un papel trascendente… en proporcionar comida a los humanos». Prosigue diciendo: «En primer lugar[474] , la cría de ganado convierte de manera eficaz el forraje que crece en un hábitat marginal en comida apropiada para el ser humano. En segundo lugar, los rebaños sirven como recursos alimenticios almacenados. En tercer lugar, el ganado puede ser cambiado por… grano durante los años de lluvias inadecuadas y cosechas escasas».

Es más, afirmar que la cría de animales es intrínsecamente mala para el medio ambiente implica no comprender la producción de comida nacional y global desde una perspectiva holística. Arar y sembrar tierras[475] para obtener cosechas es algo intrínsecamente dañino para el medio ambiente. De hecho, muchos ecosistemas han evolucionado con animales de pasto como componentes integrales durante decenas de miles de años. Los animales de pasto suponen la forma más ecológicamente sensata de mantener la integridad de esas praderas y tierras sin cultivar.

Como ha explicado con gran elocuencia Wendell Berry en sus escritos, las granjas más ecológicamente sensatas son las que crían animales y cultivan plantas a la vez. Siguen el modelo de los ecosistemas naturales, y la compleja interdependencia que se mantiene entre la flora y la fauna. Gran parte de los granjeros que cultivan fruta y verdura orgánica (probablemente la mayoría) dependen del estiércol del ganado y las aves para abonar las tierras.

La realidad es que toda producción de comida implica en cierto sentido una alteración del entorno. El objetivo de la agricultura sostenible es minimizar ese trastorno. La ganadería basada en los pastos, sobre todo cuando forma parte de una operación agrícola diversificada, es el medio de producir comida que menos impacto ambiental supone, minimiza la contaminación de aguas y aire, la erosión y los efectos sobre la vida natural. También permite que los animales prosperen. Fomentar ese sistema es la obra de mi vida y estoy orgulloso de ello.