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Animales comedores

Las decisiones que tomamos sobre la comida se complican por el hecho de que no comemos solos. Los restos arqueológicos nos informan de que compartir la mesa ha forjado lazos sociales desde el principio de los tiempos. Comida, familia y memoria están intrínsecamente unidos. No somos meros animales que comen, sino animales comedores.

Algunos de mis mejores recuerdos tienen como escenario las cenas semanales de sushi con mi mejor amigo, o las hamburguesas de pavo con mostaza y cebollas asadas que preparaba mi padre en el patio trasero para las ocasiones especiales, o degustar las albóndigas de pescado que hacía mi abuela para la cena de Pascua. Esas ocasiones simplemente serían distintas sin esas comidas… y eso importa.

Renunciar al sabor del sushi o del pollo asado es una pérdida que va más allá de la experiencia gastronómica. Cambiar lo que comemos y dejar que los sabores se desvanezcan de la memoria crea una especie de pérdida cultural, una clase de olvido. Pero quizá merezca la pena aceptar esta clase de olvido, incluso puede que merezca la pena cultivarla (el olvido, como la memoria, puede cultivarse). Para recordar a los animales y mi preocupación por su bienestar, tal vez tenga que perder ciertos sabores y hallar otros asideros para los recuerdos que estos me ayudaban a mantener.

Recordar y olvidar forman parte del mismo proceso mental. Dejar constancia escrita de un acontecimiento con todo detalle es no dejar constancia escrita de otro (a menos que queráis pasaros la vida escribiendo). Recordar una cosa es dejar que otra se difumine en la memoria (a menos que os paséis la vida recordando). Existe un olvido ético, además de violento. No podemos aferrarnos a todo lo que sabemos. De manera que la pregunta no es qué, o a quién, olvidamos. No si cambian nuestras dietas, sino cómo.

Hace poco mi amigo y yo hemos empezado a comer sushi vegetariano y a ir al restaurante italiano de la esquina. En lugar de las hamburguesas de pavo que hacía mi padre, mis hijos me recordarán chamuscando hamburguesas vegetales en el patio. En nuestra última Pascua, las albóndigas de pescado no fueron el plato principal, pero sí contamos varias historias sobre ellas (al parecer, yo sigo haciéndolo). Junto con la historia del Éxodo (la mayor historia sobre la prevalencia de los débiles frente a los fuertes de la manera más inesperada), se añadieron otras historias sobre los débiles y los fuertes.

El sentido de comer esos alimentos especiales con esas personas especiales en esos momentos especiales era separar deliberadamente esas comidas de las otras. Añadir otra capa de decisión deliberada ha sido enriquecedor. Estoy a favor de comprometer la tradición por una buena causa, pero quizás en esas situaciones no estábamos comprometiendo la tradición, sino que la estábamos cumpliendo.

Me parece simplemente mal comer carne de cerdo procedente de granjas industriales o dársela a mi familia. Seguramente está mal incluso sentarse en silencio con unos amigos que comen ese cerdo, por difícil que resulte decirles algo. Está claro que los cerdos tienen mentes complejas e igual de claro que se ven condenados a una vida miserable en esas granjas. La analogía con tener a un perro en un armario pequeño es bastante acertada, aunque peque de generosa. Los argumentos ambientales en contra de comer carne de cerdo criado en granjas industriales son irrefutables y condenatorios.

Por razones similares, yo no comería aves ni pescado criados bajo esos métodos industriales. Mirarlos a los ojos no genera la misma empatía que cruzar la mirada con la de un cerdo, pero los ojos que tenemos en la mente nos indican otra cosa. Todo lo que he aprendido sobre la inteligencia y el sofisticado nivel social de aves y peces gracias a mi investigación exige que me tome la agudeza de su sufrimiento tan seriamente como la de los cerdos, que resulta más fácil de ver.

Con la ternera la industria me ofende menos (si hablamos de ternera criada en pastos y dejamos de lado por un momento el tema del matadero es probable que nos hallemos ante la carne menos discutible, como abordaré en el capítulo siguiente). Aun así, decir que algo es menos ofensivo que una granja industrial avícola o porcina no es decir mucho.

Para mí la cuestión se reduce a esto: dado que comer animales no es algo en absoluto necesario para mi familia, ya que a diferencia de otros que viven en otras partes del mundo tenemos fácil acceso a una gran variedad de alimentos, ¿deberíamos comer animales? Respondo a esta pregunta desde la perspectiva de alguien que ha disfrutado comiendo animales. Una dieta vegetariana puede ser rica y totalmente satisfactoria, pero siendo honesto no podría decir (como intentan muchos vegetarianos) que sea tan rica como una dieta que incluye la carne. (Los que comen chimpancés contemplan nuestra dieta occidental como algo que tristemente carece de uno de los mayores placeres). Me encanta el sushi, me encanta el pollo frito, me encanta un buen bistec. Pero mi amor tiene un límite.

Desde que descubrí la realidad de las granjas industriales, dejar de comer carne convencional no ha sido una decisión difícil de tomar. Y se ha vuelto difícil imaginar quién, además de aquellos que sacan beneficios de ello, defendería ese modelo de granja.

Pero las cosas se complican cuando hablamos de lugares como la granja porcina de Paul Willis o la avícola de Frank Reese. Admiro lo que hacen, y dadas las alternativas, no es difícil considerarlos héroes. Se preocupan por sus animales y los tratan tan bien como saben. Y si los consumidores pudiéramos limitar nuestro deseo de carne de cerdo o de pollo a la capacidad de la Tierra (una gran condición, para qué negarlo), no existen argumentos ecológicos de peso contra esa forma de hacer las cosas.

Es cierto que podría aducirse que comer animales de cualquier clase apoya, necesaria aunque indirectamente, a las granjas industriales, pues aumenta la demanda de sus productos. Esto no puede considerarse algo trivial, pero no es la razón principal que me lleva a no comer cerdo de la granja de Paul Willis ni pollo de la de Frank Reese: algo que me cuesta escribir ahora que sé que tanto Paul como Frank, amigos míos, leerán estas palabras.

Aunque hace todo lo que está en su mano, Paul sigue castrando a los cerdos y los transporta largas distancias para sacrificarlos. Y antes de que conociera a Diane Halverson, la experta en bienestar animal que lo ayudó en su trabajo con Niman Ranch desde el principio, amputaba los rabos de los cerdos, lo que muestra que incluso los granjeros más considerados no piensan en el bienestar de sus animales tanto como creen.

Y luego está la cuestión del matadero. Frank se muestra muy honesto acerca de los problemas que conlleva conseguir que sus pavos sean sacrificados de una manera que considere aceptable, y dar con un matadero óptimo para sus aves sigue siendo un tema pendiente. En cuanto a los mataderos de cerdos, Paradise Locker Meats sí resulta una especie de paraíso. Debido a la estructuración de la industria cárnica y a las regulaciones del USDA, tanto Paul como Frank se ven obligados a enviar a sus animales a mataderos sobre los que ejercen sólo un control parcial.

Las granjas, como cualquier otro lugar, tienen fallos, están sujetas a accidentes, a veces no funcionan como deberían. La vida rebosa imperfecciones, pero algunas importan más que otras. ¿Hasta qué punto puede ser imperfecta una granja o un matadero antes de que lo sean en exceso? La gente establecerá esa línea en puntos distintos especialmente con granjas como la de Paul o Frank. Gente a la que respeto la establece de manera distinta. Pero para mí, para ahora, para mi familia en estos momentos, mis preocupaciones sobre la realidad de lo que es y en lo que se ha convertido la carne se han vuelto lo bastante fuertes como para dejar de comerla del todo.

Por supuesto que puedo imaginar circunstancias bajo las cuales comería carne (bajo las cuales incluso me comería a un perro), pero son circunstancias que resultan poco probables. Ser vegetariano es un esquema mental flexible, y he cambiado un estado mental en el que me cuestionaba constantemente el hecho de comer animales (¿quién podría seguir así para siempre?) por el firme compromiso de no hacerlo.

Lo cual me devuelve a la imagen de Kafka plantado frente a un pez en el acuario de Berlín, un pez sobre el que posaba una mirada cargada de una nueva paz después de que decidiera no volver a comer animales. Kafka reconocía a ese pez como miembro de su familia invisible: no como a su igual, por supuesto, pero como a otro ser por el que preocuparse. Viví una experiencia similar en Paradise Locker Meats. No me sentí del todo «en paz» cuando la mirada de un cerdo de camino al matadero de Mario, a pocos segundos de su muerte, me pilló desprevenido. (¿Habéis sido alguna vez lo último que ha visto alguien?). Pero tampoco me sentí totalmente avergonzado. El cerdo no era un receptáculo de mi olvido. Era un receptáculo de mi preocupación. Sentí, y siento, cierto alivio por ello. Al cerdo ese alivio mío no le importa. Pero a mí sí. Y esta es parte de mi forma de pensar sobre el hecho de comer animales. Si me centro, por ahora, en mi lado de la ecuación (en la del animal que come en lugar de en el que es comido), simplemente no puedo sentirme íntegro si olvido algo, con todo lo que sé, de manera tan deliberada.

Y también existe la familia visible. Ahora que mi investigación está terminada, ya sólo miraré a los ojos de animales de granja en escasas circunstancias. Pero muchas veces al día, y durante muchos días de mi vida, miraré a los de mi hijo.

Mi decisión de no comer animales es necesaria para mí, pero es también limitada y personal. Es un compromiso asumido en el contexto de mi vida, la de nadie más. Y hasta hace unos sesenta años gran parte de mi razonamiento no habría sido ni siquiera inteligible, porque la ganadería industrial animal que critico no se había convertido en el patrón dominante. De haber nacido en otra época, podría haber llegado a conclusiones distintas. Mi firme conclusión de no volver a comer animales no significa que me oponga, o ni siquiera que albergue sentimientos contrapuestos, a comer animales en general. Oponerse a pegarle a un niño para «darle una lección» no significa oponerse a una disciplina paterna firme. Decidir que yo castigaré a mi hijo de una forma y no de otra no es necesariamente una decisión que pretenda imponer a los demás padres. Decidir por uno mismo o por su familia no significa decidir por la nación o por el mundo entero.

Dicho esto, aprecio sin embargo cierto valor en todos aquellos de nosotros que compartimos las decisiones y reflexiones personales sobre el tema de comer animales. No he escrito este libro sólo para llegar a una conclusión personal. Las granjas obedecen no sólo a las elecciones sobre la comida, sino a las elecciones políticas. Escoger una dieta personal es insuficiente. ¿Hasta qué punto estoy dispuesto a imponer mis propias decisiones y mi propio punto de vista sobre la mejor alternativa a la ganadería industrial? (Tal vez no coma lo que producen, pero mi compromiso para apoyar la clase de granjas que dirigen Paul o Frank se ha hecho mucho más fuerte). ¿Qué espero de los otros? ¿Qué deberíamos esperar unos de otros cuando se trata de la cuestión de comer animales?

Está bastante claro que las granjas industriales no son simplemente algo que personalmente me disguste, pero las conclusiones que se derivan de ahí no están tan claras. ¿El hecho de que las granjas industriales sean crueles con los animales, dañinas para el medio ambiente y aumenten la contaminación implica que todos debamos lanzarnos a boicotear los productos que salen de ellas? ¿Basta con alejarse parcialmente del sistema: una especie de programa de adquisición preferente de productos no industriales que no llegue a ser un boicot? ¿Es un tema que trasciende la decisión personal y debe ser regulado mediante leyes y una actuación política colectiva?

¿Dónde debería mostrar mi respetuoso desacuerdo con alguien y dónde, en nombre de unos valores más profundos, debería dar un paso al frente y pedir a otros que lo den conmigo? ¿Dónde acaba el simple desacuerdo con unos hechos probados y dónde empieza la necesidad de que todos nosotros actuemos? No he insistido en que comer carne esté siempre mal para todo el mundo o en que la industria de la carne sea irredimible a pesar del penoso estado en que se encuentra ahora. ¿Qué posturas sobre comer animales insistiría yo en reivindicar como básicas para la decencia moral?