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Sadismo submarino (un aparte central)

Lo que os he contado sobre los maltratos y la contaminación en el sector porcino de las granjas industriales es, en la mayoría de los aspectos, representativo de las granjas industriales en general. Los pollos y las gallinas, los pavos y las reses criados en granjas industriales no tienen ni sufren los mismos problemas exactamente, pero su sufrimiento sigue un patrón similar. Lo mismo sucede, en realidad, con los peces. Tendemos a no considerar a los animales marinos del mismo modo que a los terrestres, pero la «acuicultura» (la cría intensiva de animales marinos confinados) no es más que la aplicación de los modelos de las granjas industriales al mundo submarino.

Muchos de los animales marinos que comemos, incluyendo la mayor parte del salmón, nos llega de la acuicultura. En un principio, esta se presentó como una solución al progresivo exterminio de especies acuáticas. Pero lejos de reducir la demanda[436] de salmón fresco, como algunos habían anunciado, la cría de salmones fomentó la explotación internacional y la demanda de ese pescado. Entre 1988 y 1997, coincidiendo con la explosión de la acuicultura, la captura de salmones[437] ascendió un 27 por ciento.

Los aspectos del bienestar asociados a las granjas de peces os resultarán familiares. El Handbook of Salmon Farming, un manual de la industria, detalla «seis factores estresantes en el entorno de la acuicultura[438] »: «calidad del agua», «densidad de animales», «manipulación», «molestias», «nutrición» y «jerarquía». En lenguaje común, estas seis fuentes de sufrimiento para el salmón serían: (1) un agua tan turbia que les dificulta la respiración; (2) tal cantidad de animales en el agua que estos empiezan a tener actitudes caníbales; (3) una manipulación del entorno tan invasiva que al cabo de un día empiezan a advertirse rasgos fisiológicos de estrés; (4) molestias de los trabajadores y otros animales; (5) deficiencias nutricionales que debilitan el sistema inmunitario; y (6) la incapacidad de establecer una jerarquía social estable, lo que resulta en más canibalismo. Son problemas típicos[439] . El manual los llama[440] «componentes integrales de la cría de pescado».

Una de las principales fuentes de sufrimiento para los salmones y otros peces de piscifactoría es la abundante presencia de parásitos marinos que se filtran en el agua limpia. Dichas liendres provocan lesiones y en ocasiones devoran las caras de los peces hasta los huesos: un fenómeno tan común en la industria que se le ha dado incluso el nombre de «corona mortal»[441] . Una sola piscifactoría de salmón genera ingentes cantidades de liendres marinas[442] en un número treinta veces superior al que sería natural.

Los peces que sobreviven a estas condiciones (una tasa de mortalidad entre el 10 y el 30 por ciento[443] se vería como un buen dato para muchos de los que se dedican a ese negocio) es muy probable que estén en ayunas de siete a diez días[444] para que disminuyan sus residuos corporales durante el transporte al matadero; luego se les mata seccionándoles las agallas antes de que terminen en un tanque de agua, donde morirán desangrados. A menudo se les mata estando conscientes y mueren entre convulsiones de dolor. En otros casos, se los aturde[445] , pero los métodos de aturdimiento actuales no son muy fiables y pueden comportar que algunos animales sufran incluso más. Como sucede con los pollos y pavos, ninguna ley exige que el sacrificio de peces siga un código humanitario.

¿Los peces que se capturan en el mar son una alternativa más humanitaria? Desde luego llevan una vida mejor antes de ser pescados, ya que no viven en un recinto abarrotado y sucio. Eso ya es una diferencia. Pero paraos a pensar en los métodos de pesca más comunes que se usan para atrapar a las especies que más se comen en Norteamérica: el atún, las gambas y el salmón. Existen tres métodos predominantes: el palangre, la red de arrastre y el uso de redes de cerco. El palangre recuerda un poco a un cable de teléfono que atraviesa el agua suspendido por boyas en lugar de postes. Este cordel principal está salpicado a intervalos regulares por pequeños «ramales» con anzuelos en sus extremos. Ahora imaginad no un único cordel con múltiples anzuelos, sino docenas y docenas de ellos lanzados desde un solo barco, provistos de GPS y otros equipos de comunicación electrónica para que los pescadores puedan volver a por ellos más tarde. Y, por supuesto, no hay un único barco, sino docenas, cientos o incluso miles en las mayores flotas comerciales.

Los palangres llegan a alcanzar[446] los ciento veinte kilómetros: cuerda suficiente para atravesar el Canal de la Mancha más de tres veces. Se estima que 27 millones de anzuelos[447] se despliegan diariamente. Y los palangres no sólo matan a las especies que están buscando, sino a otras más. Un estudio demostró que alrededor de 4,5 millones de animales marinos[448] mueren como presas colaterales por la pesca de palangre todos los años, incluyendo alrededor de 3,3 millones de tiburones, 1 millón de peces espada, 60.000 tortugas marinas, 75.000 albatros, y 20.000 delfines y ballenas.

Pero ni siquiera los palangres provocan la inmensa cantidad de víctimas adicionales que se asocian a las redes de arrastre. En su modelo más típico[449] , una red a la caza de gambas barre un área de una amplitud de entre veinticinco y treinta metros. La red se lanza[450] hacia el fondo del océano a una velocidad de entre 4,5 y 6,5 km/h durante varias horas, y se lleva consigo las gambas (y todo lo demás) hacia su extremo en forma de embudo. La red de arrastre, normalmente usada para la pesca de gambas, es el equivalente marino de las talas de árboles en las selvas tropicales. Busquen lo que busquen, esos pescadores se llevan[451] tiburones, rayas, cangrejos, calamares, vieiras: un centenar de otros peces[452] y otras especies. Prácticamente todos mueren.

Hay algo siniestro en esta forma de «cosechar» animales como quien arrasa un terreno. Una operación con red de arrastre[453] suele acabar lanzando por la borda entre un 80 y un 90 por ciento de los animales que captura. Las operaciones menos eficaces[454] llegan a deshacerse de un 98 por ciento de esos animales, que vuelven, muertos, al océano.

Estamos reduciendo la diversidad[455] y la complejidad de la vida marina como un todo (algo que los científicos han comenzado a medir hace bien poco). Las técnicas modernas de pesca están destruyendo los ecosistemas que sostienen a los vertebrados más complejos (como el salmón o el atún), y dejando a su paso sólo aquellas especies que sobreviven a base de plancton o plantas. Al mismo tiempo que engullimos[456] a los peces más deseados, que suelen ser los principales carnívoros de la cadena alimenticia, como el atún o el salmón, eliminamos a los depredadores y causamos un breve auge de las especies que están a un paso por debajo de dicha cadena. La velocidad generacional del proceso dificulta que se aprecien los cambios (¿sabéis qué pescados comían vuestros abuelos?), y el hecho de que las presas en sí mismas no disminuyan en volumen otorga al asunto una engañosa impresión de sostenibilidad. Nadie busca la destrucción, pero la economía de mercado conduce inevitablemente hacia la inestabilidad. No es que estemos vaciando los océanos; más bien arrasamos una selva con miles de especies y la dejamos convertida en un campos donde sólo crece un tipo de soja.

La red de arrastre y el palangre no son sólo preocupantes desde un punto de vista ecológico: son una muestra de crueldad. En las redes, cientos de especies distintas quedan aplastadas, cortadas por los corales, golpeadas contra las rocas (durante horas) y luego sacadas del agua provocando una dolorosa descompresión (que a veces causa que se les salten los ojos o se les salgan los órganos internos por la boca). También en el palangre los peces se enfrentan a una muerte lenta[457] . Algunos se enganchan en los cordeles y sólo mueren al ser arrancados de ellos. Otros mueren de las heridas provocadas por los anzuelos o al intentar soltarse. Algunos no pueden escapar del ataque de los depredadores.

Las redes de cerco, el último método de pesca del que voy a hablar, son el mayor exponente de la tecnología que se usa para capturar al pescado más popular de Norteamérica, el atún. Consiste en desplegar una red en torno a un banco de peces, y una vez dicho banco queda rodeado, unir el fondo de la red, como si los pescadores cerraran un monedero gigante. Los peces quedan atrapados, junto con cualquier otra criatura que estuviera por allí, y luego esta es izada a cubierta. Suelen separar a los peces no deseados, pero la mayoría, sin embargo, muere en el mismo barco, donde se ahogan lentamente o se les cortan las agallas mientras están conscientes. En algunos casos, los peces son arrojados sobre hielo, lo cual prolonga su agonía. Según un estudio reciente publicado en Applied Animal Behavioural Science, los peces sufren una muerte lenta y dolorosa que suele durar alrededor de catorce minutos después de ser lanzados sobre el hielo (algo que les sucede tanto a los peces de mar como a los de piscifactoría).

¿Importa esto hasta el punto de hacernos cambiar lo que comemos? ¿Quizá sólo necesitaríamos mejores etiquetas para así poder tomar una decisión con más conocimiento sobre el pescado y los productos derivados que compramos? ¿A qué conclusión llegaría la mayoría de los omnívoros selectivos si junto a cada uno de los salmones que comieran hubiera una etiqueta señalando qué salmones de sesenta centímetros[458] de largo han pasado su vida en el equivalente de una bañera donde los ojos les sangraban por la intensidad de la contaminación del agua? ¿Y si la etiqueta mencionara también las explosiones de poblaciones de parásitos[459] , los aumentos de enfermedades, las degradaciones genéticas y las nuevas enfermedades más resistentes a los antibióticos que son el resultado de las piscifactorías?

Existen ciertas cosas, sin embargo, para las que no hacen falta etiquetas. Aunque cabe esperar razonablemente que cierto número de vacas y cerdos sean sacrificados con celeridad y cuidado, ningún pez tiene una muerte digna. Ni uno solo. No tenéis que preguntaros[460] si el pescado que os han servido en el plato sufrió. Lo hizo.

Dado que hablamos de especies marinas, de cerdos o de otros animales que nos sirven de comida, ¿ese sufrimiento es lo más importante del mundo? Por supuesto que no. Pero esa no es la cuestión. ¿Es más importante que el sushi, el beicon o los nuggets de pollo? Contestad a eso.