La escena vivida en la cocina de los Willis se ha repetido muchas veces. Comunidades de todo el mundo han luchado para protegerse de la contaminación y el hedor de las granjas industriales, sobre todo de las porcinas.
Las batalles legales contra las granjas industriales porcinas que más éxitos han cosechado en Estados Unidos se han concentrado en su increíble potencial contaminador. (Cuando se habla del precio ambiental que se paga debido a la ganadería industrial, en gran parte están hablando de esto). El problema se reduce a algo bastante simple: ingentes cantidades de mierda. Tanta mierda, tan mal manejada, que llega hasta ríos, lagos y océanos, matando flora y fauna y contaminando el aire, el agua y la tierra de una forma devastadora para la salud humana.
Una típica granja industrial de hoy produce[350] tres millones de kilos de estiércol al año, una típica granja avícola produce 2,7 millones y un típico rancho de ganado 156 millones. La Oficina de Contabilidad General (GAO) informa de que sólo las granjas, individualmente, «pueden generar más residuos[351] que las poblaciones de algunas ciudades estadounidenses». Dicho esto, los animales de granja de Estados Unidos producen[352] 130 veces más residuos que la población humana: alrededor de 40.000 kilos de mierda por segundo[353] . La fuerza contaminadora de esta mierda es 160 veces mayor que la de los vertederos municipales[354] . Y sin embargo no existe infraestructura de tratamiento de residuos en las granjas industriales: no hay retretes, obviamente, pero tampoco hay desagües, ni nadie que se encargue de procesarlos, ni directrices federales que regulen lo que les pasa. (La GAO afirma que ninguna agencia federal recoge[355] datos fiables sobre las granjas industriales, ni siquiera sabe el número de granjas industriales permitidas en el país, y a partir de ahí no puede «regularlas con eficacia»). Así pues, ¿qué pasa con esa mierda? Me centraré específicamente en el destino de la mierda del primer productor porcino del país, Smithfield.
Sólo Smithfield mata anualmente más cerdos que todas las poblaciones de Nueva York, Los Ángeles, Chicago, Houston, Phoenix, Filadelfia, San Antonio, San Diego, Dallas, San José, Detroit, Jacksonville, Indianápolis, San Francisco, Columbus, Austin, Fort Worth y Memphis: unos 31 millones[356] de animales. Según las cifras siempre conservadoras de la EPA[357] , la Agencia de Protección Ambiental Estadounidense, cada cerdo produce de dos a cuatro veces más mierda que una persona; en el caso de Smithfield, la cantidad[358] se eleva a unos 130 kilos de mierda por cada ciudadano norteamericano. Eso implica que Smithfield[359] (una sola entidad legal) produce al menos tantas heces como la población humana de los estados de California y Texas juntos.
Imaginadlo. Imaginad que, en lugar de las inmensas infraestructuras de trata de residuos que damos por sentadas en cualquier ciudad moderna, todos los hombres, mujeres y niños de todas las ciudades de California y Texas cagaran y mearan en un enorme foso durante un día. Ahora imaginad que no lo hacen sólo durante un día, sino a lo largo de todo el año, siempre. Para entender los efectos de soltar esta cantidad de mierda en el entorno, necesitamos saber lo que contiene. En el tremendo artículo que Rolling Stone publicó sobre Smithfield, «El jefe de los cerdos», Jeff Tietz recopiló una lista muy útil de los componentes de la mierda típica que sale de una granja industrial porcina: «amoníaco, metano, sulfido de hidrógeno, monóxido de carbono, ciánido, fósforo, nitratos y metales pesados. Además, los residuos albergan[360] más de 100 agentes patógenos microbióticos que pueden enfermar a la población humana, entre ellos salmonela, cryptosporidium, estreptococos y girardia». (Por ello, los niños que se crían[361] en las instalaciones de una granja industrial porcina típica presentan tasas de asma que superan el 50 por ciento, y los niños que crecen en su vecindad tienen el doble de probabilidades de desarrollar asma). Y no toda la mierda es exactamente mierda: es lo que se cuela entre los tablones del suelo de los edificios de esas granjas. Esto incluye[362] , entre muchas otras cosas: lechones recién nacidos, placentas, lechones muertos, vómito, sangre, orina, jeringuillas con antibiótico, ampollas de insecticida rotas, pelo, pus e incluso partes del cuerpo.
La industria porcina pretende dar la impresión[363] de que los campos pueden absorber todas las toxinas de las heces de los cerdos, pero nos consta que no es verdad. Los desechos se cuelan en los canales de desagüe y los gases venenosos como el amoníaco y el sulfido de hidrógeno se evaporan en el aire. Cuando las fosas del tamaño de un campo de fútbol se saturan, Smithfield, como otros miembros de la industria, rocía los campos con estiércol líquido. O a veces se limitan a pulverizarlo hacia el aire, un géiser de mierda cargado de una fina neblina fecal que crea volutas de gas capaces de dar lugar a serias enfermedades neurológicas. Las comunidades que viven cerca de esas granjas industriales se quejan de problemas como persistentes sangrados nasales, dolores de oído, diarreas crónicas y quemazón en los pulmones. Incluso en los casos en que los ciudadanos han conseguido que se dicten leyes para restringir dichas prácticas, la enorme influencia de la industria en el gobierno se traduce en que esas regulaciones a menudo quedan anuladas o simplemente no se aplican.
Las ganancias de Smithfield son impresionantes (la empresa tuvo una facturación de 12 mil millones de dólares en 2007) hasta que uno se percata de la escala de costes que desvían externamente: la contaminación provocada por toda esa mierda, por supuesto, pero también las dolencias causadas por dicha contaminación y la degradación asociada del valor de las propiedades vecinas (por citar sólo los costes externos más obvios). Sin desplazar estas y otras cargas hacia el público, Smithfield no podría producir la carne tan barata sin arriesgarse a la quiebra. Como sucede con todas las granjas industriales, el espejismo de la rentabilidad y la eficacia de Smithfield se mantiene sólo gracias a la enorme extensión de su saqueo.
Demos un paso atrás: la mierda no es mala en sí misma. Desde siempre ha sido un apoyo para el granjero, un abono para esos campos donde crece la comida para sus animales, cuya carne va a parar a la gente y cuya mierda regresa a los campos. La mierda pasó a ser un problema sólo cuando los norteamericanos decidimos que queríamos comer más carne que cualquier otra sociedad de la historia y pagar un precio históricamente bajo por ella. Para alcanzar ese sueño abandonamos la granja ideal de Paul Willis y nos pasamos a Smithfield, permitiendo (provocando) que el negocio dejara de estar en manos de los granjeros y pasara a manos de empresas que lucharon decididamente, y siguen haciéndolo, para desviar sus costes hacia la sociedad. Con unos consumidores ignorantes u olvidadizos (o aun peor, simpatizantes), empresas como Smithfield concentraron a los animales en densidades absurdas. En ese contexto, un granjero no puede cultivar suficiente comida en su propia tierra y tiene que importarla. Y al mismo tiempo existe un exceso de mierda que la cosecha no puede absorber: no un mínimo exceso ni un gran exceso, una pasada de exceso. En un momento dado[364] , tres granjas industriales de Carolina del Norte producían más nitrógeno (un ingrediente importante en fertilizadores para plantas) del que podían absorber las cosechas de todo el estado.
Así que volvamos a la primera pregunta: ¿Qué sucede con esas ingentes cantidades de mierda enormemente peligrosa?
Si todo sale según el plan, los residuos líquidos son bombeados a enormes «lagunas» situadas junto a los cobertizos de los cerdos. Estas lagunas tóxicas pueden llegar a tener 11.150 metros cuadrados[365] , una superficie cercana al mayor casino de Las Vegas, y una profundidad de nueve metros. La creación de estas letrinas del tamaño de lagos se considera normal y es absolutamente legal a pesar de su persistente fracaso a la hora de contener los residuos. Un centenar o más de esos fosos pueden encontrarse en las cercanías de un solo matadero[366] (las granjas industriales porcinas tienden a construirse en torno a los mataderos). Si cayerais en uno, moriríais. (Igual que moriríais de asfixia[367] , en cuestión de minutos, si se cortara el fluido eléctrico mientras estuvierais en uno de los cobertizos para cerdos). Tietz narra una espeluznante historia sobre esa laguna:
En Michigan, un trabajador[368] que reparaba una de esas lagunas se mareó por el olor y cayó dentro. Su sobrino de quince años saltó para salvarlo, pero también se mareó; el primo del trabajador saltó para salvar al adolescente pero se mareó; el hermano mayor del trabajador saltó para salvarlos pero se mareó, y finalmente saltó el padre del trabajador. Todos murieron hundidos en mierda de cerdo.
Para empresas como Smithfield, se trata de un análisis de costes y beneficios: pagar multas por contaminar es más barato que abandonar todo el sistema de granjas industriales, que es lo que debería hacerse para realmente poner fin a toda esa debacle.
En los contados casos[369] en que la ley impone ciertas restricciones a empresas como Smithfield, estos a menudo encuentran la forma de soslayar las reglas. El año antes de que Smithfield construyera el mayor matadero y procesador del mundo en Bladen County, la legislación de Carolina del Norte revocó el poder de los condados para regular las granjas porcinas industriales. Muy conveniente para Smithfield. Quizá tampoco sea una coincidencia que el antiguo senador del estado que fomentó esa oportuna desregulación, Wendell Murphy, sea hoy directivo de Smithfield y anteriormente director general y director ejecutivo de Murphy Family Farms, una explotación industrial porcina que Smithfield adquirió en el año 2000.
Unos años después de esta desregulación de 1995, Smithfield derramó más de veinte millones[370] de residuos en el New River de Carolina del Norte. Dicha acción sigue siendo[371] el mayor desastre ecológico de su naturaleza y es dos veces mayor que el icónico caso de vertido del Exxon Valdez, ocurrido seis años antes. El vertido contenía[372] suficiente estiércol líquido para llenar 250 piscinas olímpicas. En 1997, tal y como informó el Sierra Club en su condenatoria «Crítica a las fábricas de animales», Smithfield fue multado[373] por nada menos que siete mil violaciones de la Ley de Aguas Limpias: es decir, una media de veinte violaciones diarias. El gobierno estadounidense acusó a la empresa de vertidos ilegales de residuos en el río Pagan, que desemboca en la Bahía de Chesapeake, y de falsificar y destruir los rastros para ocultar dichas actividades. Una infracción podría ser accidental. Incluso diez. Siete mil indican un plan. Smithfield recibió una multa de 12,6 millones de dólares, lo que en principio parece una victoria de la causa contra las granjas industriales. En ese momento, esos 12,6 millones de dólares[374] suponían la multa más elevada en temas de contaminación jamás impuesta en Estados Unidos, pero resulta una cantidad ridícula[375] frente a una empresa que gana esos 12,6 millones de dólares cada diez horas. El antiguo director de Smithfield, Joseph Luter[376] III, recibió 12,6 millones de dólares en opciones sobre acciones en 2001.
¿Cómo ha reaccionado el público consumidor de carne? En líneas generales, hacemos un poco de ruido cuando la contaminación alcanza proporciones casi bíblicas; luego Smithfield (o la empresa que sea) se lamenta y, tras aceptar sus disculpas, seguimos comiendo sus productos. Smithfield no sólo sobrevivió a estas acciones legales, sino que ha crecido. Cuando se produjo el vertido en el río Pagan, Smithfield era el séptimo mayor productor porcino de Estados Unidos; dos años después se había convertido en el primero y su creciente dominio de la industria ha seguido desde entonces. Hoy, Smithfield es tan grande[377] que la empresa mata a uno de cada cuatro cerdos que se venden en el país. Nuestros hábitos de comida actuales, los dólares que pagamos diariamente a empresas como Smithfield, recompensan las prácticas más aberrantes.
Estimaciones conservadoras de la EPA indican que los excrementos de pollos, gallinas, cerdos[378] y reses han contaminado ya 56.000 kilómetros de ríos en veintidós estados (sólo como dato de referencia, la circunferencia de la Tierra mide unos 40.000 kilómetros). En sólo tres años, doscientas matanzas de peces[379] (incidentes en que la población total de peces en una zona resulta muerta a la vez) han sido provocadas por los fracasos de las granjas industriales a la hora de mantener la mierda fuera de los canales. Sólo en estas matanzas documentadas, trece millones de peces fueron literalmente envenenados por la mierda. Y si los colocáramos uno junto a otro[380] , las víctimas ocuparían toda la longitud de la costa del Pacífico, desde Seattle a la frontera con México.
La gente que vive cerca de granjas industriales no suele ser rica y es tratada por la industria como prescindible. Las nieblas fecales que se ven obligados a respirar no suelen matar a los humanos, pero son comunes problemas como las irritaciones de garganta, jaquecas[381] , tos, mucosidad, diarrea e incluso enfermedades psicológicas, entre ellas niveles anormalmente altos de tensión, depresión, ira y fatiga. Según un informe del senado de California: «Los estudios han demostrado[382] que las lagunas (de residuos animales) emiten efluvios químicos tóxicos que pueden causar problemas de irritación, inmunidad, inflamación y trastornos neuroquímicos en los humanos».
Existen buenas razones[383] para sospechar de la relación entre vivir cerca de una granja porcina industrial y contraer la bacteria conocida como MRSA (Staphylococcus aureus, resistente a la meticilina). El MRSA puede provocar «lesiones grandes como platos, de un brillante color rojo y que resultan extremadamente dolorosas al tacto», y en 2005 mataba a más norteamericanos anualmente (18.000) que el sida. Nicholas Kristof, columnista del New York Times que se crio en una granja, cuenta que un médico de Indiana estaba listo para pregonar públicamente sus sospechas sobre esta relación, pero murió de repente de lo que bien podrían haber sido complicaciones relacionadas con el MRSA. El vínculo entre el MRSA y las granjas industriales no está demostrado ni por asomo, pero, como señala Kristof, «la pregunta mayor es si nosotros como nación hemos avanzado hacia un modelo de ganadería que produce beicon barato pero arriesga la salud de todos nosotros. Y la evidencia, aunque no es concluyente, apunta cada vez más a que la respuesta es sí».
Los problemas de salud que sufren los vecinos de forma aguda se extienden al resto de la población de manera más sutil. La Asociación de Salud Pública Americana[384] , la mayor organización de profesionales de la salud del mundo, se ha alarmado tanto debido a esta tendencia que, citando un espectro de enfermedades asociadas al uso de antibióticos en animales y a los residuos de las granjas industriales, ha instado a dictar una moratoria para estas. Después de que un nutrido grupo de expertos realizara un estudio durante dos años, la Comisión Pew llegó más lejos[385] y propuso la completa eliminación de varias «prácticas intensivas e inhumanas» de uso común, amparándose en los beneficios para el bienestar animal y la salud pública.
Pero los poderes que más importan, aquellos que escogen qué comer y qué no, han seguido pasivos. Hasta el momento, nadie ha urgido esa moratoria ni mucho menos esa eliminación de prácticas. Hemos hecho tan ricos a Smithfield y a sus colegas que pueden invertir cientos de millones en expandir sus actividades por todo el mundo. Y eso han hecho. Si antes operaba sólo en Estados Unidos, Smithfield se ha extendido[386] ahora a Bélgica, China, Francia, Alemania, Italia, México, Polonia, Portugal, Rumanía, España, los Países Bajos y el Reino Unido. El valor de las acciones[387] de Smithfield que posee Joseph Luter III se valoró hace poco en 138 millones de dólares. Su apellido se pronuncia[388] «looter».