Más allá de la nociva influencia que tiene nuestra demanda de carne criada en granjas industriales en las enfermedades contagiosas provocadas por la alimentación, podríamos citar muchas otras influencias de esta en la salud pública: la más obvia es la que ahora se reconoce ampliamente entre las primeras causas de muerte en nuestro país (enfermedades cardiovasculares[292] , número uno; cáncer, número dos; infarto, número tres) y el consumo de carne; o también la menos obvia que supone la influencia distorsionada de la industria de la carne en la información sobre nutrición que recibimos del gobierno y los profesionales médicos.
En 1917[293] , mientras la Primera Guerra Mundial devastaba Europa y poco antes de que la gripe española devastara al mundo, un grupo de mujeres, motivadas en parte por el deseo de aprovechar al máximo los recursos alimenticios de Norteamérica durante el período de guerra, fundó lo que hoy es el grupo más importante de profesionales sobre comida y nutrición, la Asociación Dietética de América (ADA). Desde los años noventa, la ADA ha dictado lo que con el tiempo se ha convertido en el resumen estandarizado (el «esto es todo cuanto sabemos») sobre las implicaciones en la salud de una dieta vegetariana. La ADA ha adoptado una postura conservadora, dejando al margen unos cuantos beneficios en la salud bien documentados atribuibles a la reducción del consumo de productos animales. Aquí tenemos tres frases clave del resumen de su resumen de la literatura científica relevante.
Primera:
Las dietas vegetarianas bien diseñadas[294] son apropiadas para todos los individuos durante todos los estadios de su ciclo de vida, incluyendo el embarazo, la lactancia, primera infancia, infancia y adolescencia, y también para los atletas.
Segunda:
Las dietas vegetarianas tienden a ser más bajas[295] en grasas saturadas y colesterol, y poseen mayores niveles de fibra, magnesio, potasio, vitaminas C y E, ácido fólico, carotenoides, flavonoides y otros fitoquímicos.
En otro lugar el informe destaca que los vegetarianos y los veganos[296] (incluyendo a los atletas) «poseen y exceden los requisitos de proteínas». Y, para descalificar del todo la idea de que uno debe comer más carne para consumir más proteínas, otros datos indican que un exceso de proteína animal[297] se relaciona con la osteoporosis, enfermedades de riñón, piedras de calcio en el tracto urinario y algunos cánceres. A pesar de la confusión persistente, está claro que los vegetarianos y los veganos tienden a tener un consumo de proteínas más óptimo que los omnívoros.
Finalmente, nos llega la noticia importante, no basada en la especulación (por muy fundamentada en la ciencia básica que esté esa especulación), sino en la regla de oro de la investigación nutricional: los estudios en poblaciones humanas reales.
Tercera:
Las dietas vegetarianas se asocian[298] a menudo con un gran número de ventajas en la salud, incluyendo niveles más bajos de colesterol en sangre, menor riesgo de enfermedades cardiovasculares[299] (que por sí solas suponen más del 25 por ciento de todas las muertes anuales en Estados Unidos), menores niveles de presión sanguínea, menor riesgo de hipertensión y diabetes de tipo 2. Los vegetarianos tienden a tener un menor índice de masa corporal (es decir, no están tan gordos) y menor incidencia de enfermedades cancerígenas (los cánceres suponen[300] otro 25 por ciento de todas las muertes anuales en Estados Unidos).
No creo que la salud individual sea necesariamente una razón para pasarse al vegetarianismo, pero desde luego, si dejar de comer animales fuera poco saludable, existiría una razón para no ser vegetariano. Y desde luego sería una razón para dar de comer animales a mi hijo.
He hablado con varios de los más importantes nutricionistas norteamericanos sobre esto, poniendo tanto a adultos como niños como sujeto de mis preguntas, y he oído lo mismo una y otra vez: el vegetarianismo es al menos tan saludable como una dieta que incluya la carne.
Si a veces resulta difícil creer que evitar los productos animales supone llevar una dieta sana, esto se debe a una sola razón: nos mienten constantemente sobre nutrición. Dejad que sea preciso. Cuando digo que nos mienten, no estoy impugnando las publicaciones científicas sino basándome en ellas. La parte de esos datos científicos sobre salud y nutrición que llega a la opinión pública (sobre todo de las líneas maestras nutricionales de la política del gobierno) pasa por muchas manos. Desde la ascensión de la propia ciencia, los que producen carne se han asegurado de estar entre aquellos que pueden influir en cómo se presenta esa información nutricional a personas como vosotros y como yo.
Considerad, por ejemplo, el Consejo Nacional para los Lácteos (NDC), el brazo de marketing de Dairy Managment Inc., un cuerpo de industrias cuyo único objetivo, según su página web, es «aumentar el consumo[301] y la demanda de los productos lácteos estadounidenses». El NDC promueve el consumo diario[302] de lácteos sin considerar sus consecuencias negativas para la salud pública e incluso dirige esos productos lácteos a comunidades incapaces de digerir el producto. Dado que se trata de un grupo comercial, la conducta del NDC es cuando menos comprensible. Lo que resulta difícil de entender es por qué tanto los educadores como el gobierno, desde los años cincuenta, permitieron que el NDC se convirtiera en el mayor y más importante proveedor[303] de material nutritivo educacional de la nación. Aun peor, las líneas maestras de la política nutricional de los estados proceden del mismo departamento del gobierno que ha puesto tanto esfuerzo en dar rango de norma a las granjas industriales, el Departamento de Agricultura, al USDA.
Este departamento tiene el monopolio en el espacio publicitario más importante de la nación: esos recuadros con información nutricional que encontramos prácticamente en todos los envases de nuestra comida. Fundado el mismo año que la ADA[304] abrió sus oficinas, al USDA se le asignó la tarea de proporcionar información nutricional a la nación y en última instancia dictar las pautas que sirvieran de referencia para la salud pública. Al mismo tiempo, el USDA se ocupaba de otra tarea: promover la industria.
El conflicto de intereses no es en absoluto menor: nuestra nación recibe la información nutricional de una agencia que debe apoyar a la industria de la comida, o lo que actualmente es lo mismo, apoyar a las granjas industriales. Los detalles de desinformación que se filtran en nuestras vidas (como el temor a no tomar suficientes proteínas) son la consecuencia natural de este hecho y han sido reflejadas en detalle por escritores como Marion Nestle. Experta en salud pública, Nestle ha trabajado mucho[305] con el gobierno, ha participado en el «Informe de la Dirección General de Salud Pública estadounidense en nutrición y salud» y ha mantenido contactos continuados durante décadas con la industria alimentaria. En muchos sentidos, sus conclusiones son banales, limitándose a confirmar lo que ya esperábamos, pero la perspectiva interna que aporta ha arrojado una luz nueva a la imagen de la influencia que tiene la industria alimentaria (sobre todo la relacionada con productos de origen animal) en la política nutricional de Estados Unidos. Nestle afirma que las empresas de comida, como las de tabaco[306] (la analogía es suya), harán y dirán cualquier cosa que les sirva para vender más productos. «Presionarán al Congreso[307] para eliminar cualquier normativa que perciban como desfavorable; influyen sobre las agencias reguladoras federales para que no apoyen tales normativas y, cuando las decisiones no son de su agrado, presentan demandas. Como las tabaqueras, las empresas de comida se ganan el favor de los expertos en nutrición mediante su apoyo a organizaciones profesionales y de investigación, y aumentan sus ventas dirigiendo sus estrategias de marketing a los niños». Si consideramos las recomendaciones del gobierno de Estados Unidos que fomentan el consumo de lácteos como prevención de la osteoporosis, Nestle señala que en partes del mundo donde la leche[308] no es una piedra angular de la dieta, sus habitantes a menudo presentan menos osteoporosis[309] y menos fracturas de huesos que los norteamericanos. Las tasas más altas de osteoporosis se aprecian en naciones donde sus habitantes consumen gran cantidad de lácteos.
En un impactante ejemplo de la influencia de la industria alimentaria, Nestle afirma que actualmente el USDA sigue una política[310] no formal de evitar decir que deberíamos comer menos de cualquier producto, sin atender a los efectos perjudiciales para nuestra salud que dicho alimento pueda tener. Es decir, en lugar de afirmar «comed menos carne», que podría ser útil, nos avisa de que «mantengamos la ingesta de grasas por debajo de un 30 por ciento del total de calorías», que, cuando menos, es difícil de entender. La institución a la que hemos puesto a cargo de informarnos de qué comidas son peligrosas tiene una política de no decirnos (de manera directa) qué comidas (sobre todo si hablamos de productos animales) son peligrosas.
Hemos dejado que la industria alimentaria diseñe nuestra política nutricional, lo que influye en todo: desde las comidas que se venden en la zona de alimentos sanos del supermercado a lo que nuestros hijos comen en el comedor del colegio. En el Programa Nacional de Almuerzos Escolares, por ejemplo, más de quinientos millones de nuestros impuestos[311] son donados a las industrias de lácteos, huevos, pollo y ternera para que provean a los niños de sus productos, a pesar de que las informaciones nutricionales indican que debemos reducir la presencia de esos alimentos en nuestras dietas. Mientras tanto, unos modestos 161 millones de dólares[312] se usan para comprar frutas y verduras, alimentos que incluso el USDA sostiene que deberían comerse en mayor medida. ¿No tendría más sentido (y de paso sería más ético) que el Instituto Nacional de Salud, una organización especializada en la salud que no tiene ningún lucro en todo esto, asumiera esta responsabilidad?
Las implicaciones globales del crecimiento de las granjas industriales, dados los problemas de enfermedades de origen animal, resistencia a los antibióticos y pandemias potenciales, son verdaderamente aterradoras. Desde los años ochenta, las industrias avícolas de la India y China[313] han crecido entre un 5 y un 13 por ciento anual. Si la India y China empezaran a consumir pollo en la misma cantidad que lo hacen los norteamericanos (de veintisiete a veintiocho aves al año[314] ), ellas solas consumirían tantos pollos como la población mundial de hoy. Si el mundo siguiera el ejemplo de Norteamérica, se consumirían más de 165 mil millones de pollos al año (sin contar con el posible aumento de la población mundial). ¿Y en ese caso qué? ¿Llegaremos a los doscientos mil millones? ¿Quinientos? ¿Las columnas de jaulas llegarán más alto o disminuirán de tamaño? ¿O quizá ambas cosas? ¿Qué día aceptaremos que los antibióticos ya no son una herramienta para prevenir el sufrimiento humano? ¿Cuántos días a la semana tendremos a nuestros nietos enfermos? ¿Adónde nos llevará todo esto?