Me llamo Frank Reese y tengo una granja avícola. A eso he dedicado toda mi vida. No sé de dónde me viene. Asistí a una pequeña escuela de campo que tenía una sola aula. Mi madre dice que una de las primeras cosas que escribí fue una redacción titulada «Mis pavos y yo».
Siempre he admirado su belleza, su majestuosidad. Me encanta cómo se pavonean. No sé. No sabría explicarlo. Me encantan los dibujos de sus plumas, su carácter. Son curiosos, juguetones, amistosos y llenos de vida.
Los oigo desde casa, por las noches, y adivino si les pasa algo o no. Después de sesenta años de estar rodeado de pavos, conozco su vocabulario. Reconozco el sonido que hacen cuando dos se pelean o cuando hay una comadreja en el corral. Distingo el ruido que emiten cuando están aterrados del que indica que están excitados ante algo nuevo. Es increíble escuchar a las madres: poseen una tremenda variedad vocal para dirigirse a sus crías. Y estas las entienden. Puede decirles «corre y escóndete detrás de mí» o «muévete de aquí a allí». Los pavos saben lo que pasa y pueden comunicarlo: en su ámbito, en su lenguaje. No pretendo otorgarles características humanas porque no son seres humanos, sino pavos. Sólo te digo cómo son.
Mucha gente se para a ver mi granja. Recibo un montón de visitas escolares, parroquiales y de clubes. Los chavales me preguntan cómo se ha subido a un árbol o al tejado uno de mis pavos, y yo les digo que ha volado hasta allí. ¡Y no me creen! Antes millones de pavos se criaban así en Norteamérica. Era la clase de pavo que todo el mundo ha tenido en sus granjas durante siglos, la clase de pavo que se comía. Y ahora sólo quedan los míos. Soy el único que los cría así.
Ni uno solo de los pavos que se compran en el supermercado puede andar normalmente, y mucho menos saltar o volar. ¿Lo sabías? Ni siquiera pueden tener relaciones sexuales. Ni los que se venden como orgánicos, libres de antibióticos o de granja. Ninguno. Todos tienen los mismos genes absurdos y sus cuerpos ya no se lo permiten. Todos los pavos que se venden o sirven en restaurantes han sido el resultado de la inseminación artificial. Si fuera sólo por cuestiones de eficacia sería una cosa, pero esos animales no pueden reproducirse realmente. ¿Alguien sabe decirme qué tiene eso de sostenible?
Mis chicos aguantan el frío, la nieve, el hielo… pueden con todo. Con los de la industria moderna sería un desastre. No podrían sobrevivir. Mis chicos avanzan sobre treinta centímetros de nieve sin problemas. Y todos tienen sus patas; sus alas y sus picos, no se les ha amputado nada, no se les ha destruido nada. No los vacunamos, no les damos antibióticos. No nos hace falta. Nuestras aves hacen ejercicio todo el día. Y dado que sus genes no se han manipulado, tienen un sistema inmunitario fuerte por naturaleza. Nunca perdemos aves. Si me dices que hay unos pavos más sanos en algún lugar del mundo tendrás que llevarme hasta ellos para que te crea. A la conclusión a la que llegó la industria, y esta fue la auténtica revolución, es que no hace falta que los animales estén sanos para que den beneficios. Los animales enfermos son aún más rentables. Los animales han pagado el precio por nuestro deseo de tenerlo todo a mano, en todo momento y a cambio de poco dinero.
Nunca habíamos necesitado seguridad en las granjas. Mira la mía. Puede entrar en ella todo el que quiera, y no me lo pensaría dos veces antes de llevar a mis animales a ferias y muestras. Siempre digo a la gente que vaya a ver una granja industrial de pavos. No hace falta ni que entres en el edificio. Lo olerás antes de llegar. Pero la gente no quiere oír esas cosas. No quiere oír que esas grandes fábricas de pavos tienen incineradores para quemar todos los pavos que mueren todos los días. No les importa oír que, cuando la industria envía pavos para su procesamiento, sabe y acepta que va a perder de un 10 a un 15 por ciento de sus animales durante el transporte: víctimas antes de llegar al matadero. ¿Sabes cuál ha sido mi tasa de aves muertas en Acción de Gracias? Cero. Pero son sólo cifras, nada que ponga nervioso a nadie. El dinero lo mueve todo. Si el 15 por ciento de las aves muere ahogada, échalas al incinerador.
¿Por qué mueren bandadas completas de aves de corral? ¿Qué pasa con la gente que come esas aves? Justo el otro día uno de los pediatras del pueblo me decía que está viendo toda clase de enfermedades que no había visto nunca. No sólo diabetes juvenil, sino enfermedades inflamatorias y autoinmunes a las que muchos médicos no saben ni darles nombre. Las niñas alcanzan la pubertad mucho antes, y los críos son alérgicos a casi todo; el asma, por ejemplo, está fuera de control. Todos sabemos que es la comida. Estamos manipulando los genes de esos animales, atiborrándolos de hormonas y toda clase de fármacos de los que realmente sabemos poco. Y luego nos los comemos. Los críos de hoy son la primera generación que crece a base de esto, y estamos experimentando con ellos. ¿No es raro lo mucho que se indigna la gente cuando un atleta se hormona, mientras hacemos lo que hacemos con los animales que comemos y que damos de comer a nuestros hijos?
La gente está tan separada de los animales hoy en día. Cuando yo crecí, los animales eran lo primero. Te ocupabas de ellos antes de desayunar. Nos decían que si no nos cuidábamos de los animales no nos darían de comer. Nunca íbamos de vacaciones. Alguien tenía que quedarse siempre aquí. Recuerdo que íbamos a pasar el día fuera, pero siempre lo odiábamos porque, si no llegábamos a casa antes de que anocheciera, sabíamos que nos tocaría salir a los pastos a intentar atraer a las vacas a los establos y luego ordeñarlas a oscuras. Había que hacerlo, sin excusas. Si no quieres esa responsabilidad, no te hagas granjero. Porque eso es lo que implica hacer un buen trabajo. Y si no puedes hacerlo bien, no lo hagas. Es así de simple. Y te diré otra cosa: si los consumidores no quieren pagar para que el granjero haga un buen trabajo, no deberían comer carne.
A la gente le importan estas cosas. Y no me refiero a los ricachones de ciudad. Muchas de las personas que compran mis pavos no son en absoluto ricos: les cuesta llegar a fin de mes. Pero están dispuestos a pagar más por las cosas en las que creen. Están dispuestos a pagar el precio que valen. Y a aquellos que se quejan de que el precio es muy alto, yo les digo: «No comáis pavo». Es posible que no puedas permitirte preocuparte, pero está claro que tampoco puedes permitirte no preocuparte.
Todos proclaman: «Compra productos frescos, compra productos locales». Es un timo. Son las mismas aves, llevan el sufrimiento en los genes. Cuando se diseñó el pavo que hoy se produce en masa, mataron a miles de pavos en sus experimentos. ¿Deben tener las patas más cortas o más corta la quilla? ¿Debería ser así o asá? A veces nacen bebés humanos con deformidades, pero uno no se pone a reproducirlos deliberadamente generación tras generación. Pues eso es lo que hicieron con los pavos.
Michael Pollan escribió sobre la Granja Polyface en The Omnivore’s Dilemma como si fuera un sitio genial, pero esa granja es horrible. Es una broma. Joel Salatin hace aves industriales. Llámale y pregúntaselo. Y luego las pone en los pastos. No supone la menor diferencia. Es como poner un Honda destrozado en la autopista y decir que es un Porsche. Los pollos del KFC mueren casi siempre a los treinta y nueve días. Son bebés. Mira si los hacen crecer deprisa. El pollo orgánico de Granja Salatin va a parar al matadero a los cuarenta y dos días. Porque se trata del mismo pollo. No puede vivir más porque sus genes están jodidos. Párate a pensarlo: un ave que no vive más allá de su adolescencia. De manera que ese tipo quizá diga que hace lo que puede, que es demasiado caro criar aves sanas. Bueno, pues yo siento no poder darle una palmadita en la espalda y decirle lo buen chico que es. No son cosas, son animales, así que no hay medias tintas. O los tratas bien o no.
Yo lo hago bien de principio a fin. Más importante, uso los viejos genes, los de aves que fueron criadas hace cien años. ¿Crecen más lentamente? ¿Necesitan más comida? Sí. Pero míralos y dime si están sanos.
No permito que las crías de pavo sean transportadas. A mucha gente no le preocupa que la mitad de sus pavos vaya a morir debido al estrés del viaje, o que aquellos que vivan acaben con varios kilos menos que los que alimentas con agua y comida inmediatamente. Pero a mí me importa. Todos mis animales comen tanta hierba como quieren, no los mutilo ni los drogo. No manipulo la luz o los mato de hambre para alterar su ciclo de vida. No dejo que mis pavos sean transportados en condiciones de extremo frío o calor. Y los muevo por las noches, para que estén más tranquilos. Sólo meto a un número determinado de pavos por camión, aunque podría meter más, muchos más. Mis pavos son transportados siempre de pie, no colgados por las patas, aunque eso signifique que se tarda mucho más tiempo. En nuestra planta procesadora todo se ralentiza. Les pago el doble para que lo hagan la mitad de rápido. Tienen que bajar a los pavos del camión con cuidado. Nada de huesos rotos, nada de estrés innecesario. Todo se hace a mano y con esmero. Se hace bien. Se aturde a los pavos antes de matarlos. Normalmente los cuelgan vivos y luego los someten a un baño electrificado, pero nosotros no hacemos eso. Vamos de uno en uno. Es una persona quien lo hace, a mano. Cuando lo hacen uno por uno, lo hacen bien. Mi peor temor es que algún animal vivo acabe en el agua hirviendo. Mi hermana trabajó en una gran planta avícola. Necesitaba el dinero. Dos semanas, no aguantó más. Eso fue hace años y aún habla de los horrores que vio allí.
A la gente le importan los animales. Lo creo. Simplemente no quieren saber, ni pagar. Un cuarto de los pollos tienen fracturas. Eso está mal. Los amontonan cuerpo contra cuerpo, no pueden huir de sus excrementos y nunca ven el sol. Les crecen las uñas alrededor de los barrotes de las jaulas. Eso está mal. Sienten sus muertes. Está mal, y el mundo lo sabe. No necesita que nadie lo convenza. Sólo tiene que actuar de manera distinta. No es que yo sea mejor que nadie, y no pretendo convencer a la gente de que viva según mis reglas. Intento convencerla de que viva según las suyas.
Mi madre era medio india. Aún me queda esa costumbre india de disculparme. En otoño, mientras otros dan gracias, yo me descubro disculpándome. Odio verlos en el camión, a la espera de ir hacia el matadero. Me miran y me dicen: «Sácame de aquí». Matar es… es muy… a veces lo justifico diciéndome que lo único que puedo hacer es que la muerte de los animales a mi cargo sea digna. Es como si… Como si los mirara y les dijera: «Perdonadme». No puedo evitarlo. Para mí es algo personal. Los animales son fuertes. Esta noche saldré y haré volver a todos los que saltaron la valla. Esos pavos están acostumbrados a mí, me conocen: cuando salgo, vienen corriendo, les abro la verja y entran. Pero al mismo tiempo los subo a camiones y los envío al matadero.
La gente se concentra en el último segundo de la muerte. Yo prefiero concentrarme en toda la vida del animal. Si tuviera que elegir entre saber que alguien me degollaría al final de mi vida, algo que puede durar unos tres minutos, pero que viviría seis semanas en condiciones lamentables, probablemente pediría que me rebanaran el pescuezo seis semanas antes. La gente sólo se fija en la muerte. Dicen: «¿Qué más da si el animal no puede andar, o moverse, si lo van a matar igualmente?». Si se tratara de tu hijo, ¿querrías que sufriera tres años, tres meses, tres semanas, tres horas, tres minutos? Una cría de pavo no es un bebé humano, pero sufre. Nunca he conocido a nadie en la industria (empresarios, veterinarios, trabajadores…) que dude de que sienten dolor. Entonces, ¿cuánto sufrimiento es aceptable? Esa es la pregunta de fondo, y la que todo el mundo debe hacerse a sí mismo. ¿Cuánto sufrimiento estás dispuesto a tolerar por tu comida?
Mi sobrino y su esposa tuvieron un bebé. En cuanto nació la niña les dijeron que no sobreviviría. Son muy religiosos. La tuvieron en brazos durante veinte minutos. Durante veinte minutos estuvo viva, sin sufrir, y fue parte de sus vidas. Y siempre han dicho que no habrían cambiado esos veinte minutos. Dieron gracias al Señor porque estaba viva, aunque fuera sólo durante veinte minutos. ¿Cómo explicas eso?