ANIMAL

Antes de ir a ver granja alguna, pasé más de un año empapándome de textos sobre el tema de comer animales: historias sobre la ganadería industrial, documentos del sector y del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA), panfletos de activistas, obras filosóficas relevantes y numerosos libros existentes sobre comida que tocan el tema de la carne. Con frecuencia me sentí desconcertado. A veces la desorientación era el resultado de la confusión de términos como «sufrimiento», «alegría» y «crueldad». Esto parecía ser en ocasiones un efecto buscado. Uno nunca puede fiarse del todo del lenguaje, pero cuando se trata del tema de comer animales, las palabras se usan tan a menudo para desviar y camuflar como para comunicar. Algunas palabras, como «ternera», nos ayudan a olvidar de qué estamos hablando realmente. Otras, como «fresco», pueden confundir a aquellos cuyas conciencias buscan la verdad. Otras, como «feliz», significan lo contrario de lo que dan a entender. Y algunas, como «natural», no significan prácticamente nada.

Nada podría parecer a primera vista más «natural» que la separación que existe entre humanos y animales (ver: SEPARACIÓN ENTRE LAS ESPECIES). Sin embargo, no todas las culturas poseen la categoría «animal» o alguna categoría equivalente en su vocabulario: la Biblia, por ejemplo, carece de palabra alguna que pueda equipararse al vocablo «animal». Incluso según la definición del diccionario, los humanos son y no son animales. Pero lo más frecuente es que usemos esa palabra para referirnos a todas las criaturas (desde el orangután a la gamba, pasando por el perro), menos a los humanos. Dentro de cada cultura, incluso dentro de cada familia, sus miembros entienden de manera distinta qué es un animal. Es probable que dentro de uno mismo haya también distintas opiniones al respecto.

¿Qué es un animal[58]? El antropólogo Tim Ingold[57] formuló esa pregunta a un grupo de eruditos pertenecientes al ámbito de la antropología social y cultural, de la arqueología, la biología, la psicología, la filosofía y la semiótica. Les resultó imposible llegar a un consenso en el significado de esa palabra. Significativamente, sin embargo, existían dos importantes puntos de acuerdo: «En primer lugar, que en nuestras ideas sobre la esencia animal subyace una fuerte corriente emocional; y en segundo, que someter estas ideas a un escrutinio crítico implica exponer aspectos de la comprensión de nuestra propia humanidad que son altamente sensibles y están enormemente inexplorados». Preguntar «¿qué es un animal?» por ejemplo, leerle a un niño un cuento sobre un perro, o apoyar los derechos de los animales, revierte de manera inevitable en plantearse qué significa ser uno de nosotros en lugar de uno de ellos. Es lo mismo que preguntar: «¿qué es un ser humano?».

ANTROPOCENTRISMO

La convicción de que el ser humano es el elemento cumbre de la evolución, la regla apropiada por la que medir las vidas de otros animales y el propietario, por derecho propio, de todo ser vivo.

ANTROPOMORFISMO

El impulso de proyectar la experiencia humana sobre el resto de los animales, como cuando mi hijo pregunta si George se sentirá sola.

La filósofa italiana Emanuela Cenami Spada escribió:

El antropomorfismo es un riesgo[59] que debemos correr, porque debemos referirnos a nuestra propia experiencia humana con el fin de formular preguntas sobre la experiencia animal… La única cura disponible [para el antropomorfismo] es la crítica continuada de las definiciones con las que trabajamos con el fin de dar respuestas más adecuadas a las preguntas, y a ese problema embarazoso que nos presentan los animales.

¿Cuál es ese problema embarazoso?

Que no simplemente proyectamos las experiencias humanas sobre los animales; somos (y a la vez no somos) animales.

ANTROPONEGACIÓN

El rechazo a otorgar parecidos significativos entre la experiencia humana y la del resto de los animales, como cuando mi hijo me pregunta si George se sentirá sola cuando nos marchemos y yo le digo:

«George no se siente sola».

AVES (POLLOS, GALLINAS)

No todas las aves de corral tienen que soportar la vida en jaulas. Sólo en este sentido puede decirse que los pollos (los que se convierten en carne, en oposición a las gallinas ponedoras) tienen suerte: consiguen al menos unos novecientos treinta centímetros cuadrados[61] de espacio.

Para los no granjeros lo que acabo de escribir puede resultar confuso. Es probable que para la mayoría los pollos sean sólo pollos. Pero, durante el pasado medio siglo, han existido en realidad dos clases: los pollos propiamente dichos, que se usan para carne, y las gallinas ponedoras, cada uno con distinta genética. A veces los englobamos bajo el mismo nombre, pero sus cuerpos y metabolismos son radicalmente distintos, y están preparados para cumplir «funciones» diferentes. Las gallinas ponen huevos. (Producción que se ha doblado[62] desde los años treinta). Los pollos se comen. (En el mismo periodo, han sido preparados para crecer[63] el doble de tamaño en la mitad del tiempo. Antaño estas aves tenían una esperanza de vida de quince a veinte años[64] , pero el típico pollo de hoy muere aproximadamente a las seis semanas. Su tasa de crecimiento diario se ha incrementado en un 400 por ciento[65] ).

Esto suscita toda clase de extrañas cuestiones, cuestiones que antes nunca había tenido motivo para preguntarme, como: «¿Qué pasa con la descendencia masculina de las gallinas ponedoras?». Si el hombre no los ha escogido para servir de comida, y es evidente que la naturaleza tampoco los ha diseñado para poner huevos, ¿para qué sirven?

Para nada. Por eso, la mitad de los pollitos nacidos en Estados Unidos (más de 250 millones de pollitos[66] al año) son destruidos.

¿Destruidos? Parece una palabra de la que merece la pena saber más.

La mayor parte de los pollitos son destruidos[67] mediante un proceso de succión que los conduce a través de una serie de tubos hasta depositarlos en una placa electrificada. No es la única forma, aunque resulta imposible saber cuáles son más afortunados. Algunos van a parar[68] a enormes contenedores de plástico. Los débiles quedan aplastados al fondo, donde se ahogan lentamente. Los fuertes se ahogan lentamente en la parte superior. Otros pasan, plenamente conscientes[69] , a los «maceradores» (que viene a ser un astillador de madera para pollos).

¿Cruel? Depende de tu definición de la crueldad (ver: CRUELDAD).

AVES EN JAULAS

¿Es un ejemplo de antropomorfismo tratar de imaginarse a uno mismo enjaulado en una granja? ¿Es antroponegación[60] no hacerlo?

Una jaula típica para gallinas ponedoras tiene unos cuatrocientos treinta centímetros cuadrados de suelo[70]: una distancia que se halla entre el tamaño de un folio y el de una página impresa. Esas jaulas se apilan[71] en columnas de entre tres y nueve unidades —Japón posee la unidad de jaulas más alta, que alcanza los dieciocho pisos— en cobertizos sin luz.

Imaginad que os halláis en un ascensor abarrotado, un ascensor tan abarrotado que no os podéis dar la vuelta sin chocar (y por tanto molestar) al vecino. El ascensor está tan abarrotado que los pies no os tocan el suelo. Esto es en el fondo una bendición, ya que el suelo de rejilla está hecho de alambre, lo que os provoca cortes en los pies.

Pasado un cierto tiempo, los ocupantes del ascensor perderán su capacidad de trabajar en interés del grupo. Algunos se volverán violentos; otros enloquecerán. Unos cuantos, privados de comida y de esperanza, optarán por el canibalismo.

No hay respiro, ni alivio. Ningún reparador de ascensores va de camino. Las puertas se abrirán una sola vez, al final de tu vida, para dar paso a un viaje al único sitio que puede ser peor (ver: PROCESAMIENTO).

CACA DE LA VACA

1) Excrementos vacunos (ver también: ECOLOGISMO).

2) Afirmaciones falsas o con ánimo de confundir, tales como:

CAPTURA INCIDENTAL

Quizá la quintaesencia de la caca de la vaca, como su propio nombre indica, la captura incidental, se refiere a las especies marinas atrapadas por accidente: excepto que esos «accidentes» no son tales, ya que la captura incidental ha sido conscientemente tenida en cuenta en los métodos contemporáneos de pesca. La pesca moderna tiende a emplear mucha tecnología y pocos pescadores. Esta combinación conlleva capturas masivas con masivas cantidades de presas incidentales. Tomemos las gambas, por ejemplo. Una típica captura de gambas[72] arroja al 80 o 90 por ciento de los animales marinos que se pescan por la borda, muertos o agonizantes: captura incidental. (Las especies en peligro de extinción suponen una gran parte de ella). Las gambas suponen[73] el 2 por ciento de la comida marina en términos de peso, pero su pesca supone el 33 por ciento de las capturas incidentales globales. Tendemos a no pensar en ello porque tendemos a no saberlo. ¿Y si en nuestra comida apareciera etiquetada la cantidad de animales que murieron para llevar ese deseado animal hasta nuestro plato? Por ejemplo, con las gambas de Indonesia[74] , la etiqueta podría rezar así:

SE MATARON Y FUERON DEVUELTOS AL OCÉANO ONCE KILOS DE OTROS ANIMALES MARINOS POR CADA MEDIO KILO DE GAMBAS.

O el atún. Entre las otras 145 especies[75] que resultan muertas regular y gratuitamente se encuentran: la mantarraya, la manta[76] , la raya pintada, el tiburón baboso, el tiburón cobrizo, el tiburón de las Galápagos, el tiburón trozo, el tiburón nocturno, el tiburón de la arena, el (gran) tiburón blanco, el tiburón martillo, la mielga, el galludo cubano, el tiburón zorro, el tiburón mako, el tiburón azul, el guajú, el pez vela, el bonito, el peto, la sierra, la aguja picuda, el marlin blanco, el pez espada, el pez linterna, el pez ballesta, el pez aguja, la japuta, el jurel azul, el romerillo, la dorada, el ojón, el pez erizo, la macarela salmón, la anchoa, la cherna, el pez volador, el bacalao, el caballito de mar, la chopa amarilla, el opah, el escolar negro, el palometón, el berrugate, el rape, el pez fraile, el pez sol, la morena, el pez piloto, la picuda, el mero, la perca, el corvinón ocelado, el pez limón, el hojarán amarillo, el pargo, la barracuda, el pez globo, la tortuga apestosa común, la tortuga verde, la tortuga marina baula, la tortuga Carey, la tortuga bastarda, el albatros pico fino, la gaviota de Audouin, la pardela balear, el albatros ojeroso, el gavión atlántico, la pardela capirotada, la fardela de alas grandes, la fardela gris, la gaviota argéntea, la gaviota reidora, el albatros real, el albatros de corona blanca, la pardela sombría, el petrel plateado, la pardela mediterránea, la gaviota patiamarilla, la ballena de minke, la ballena bacalao, la ballena de aleta, el delfín común, la ballena franca glacial, la ballena piloto, la ballena picuda de Shepherd, la ballena jorobada, la orca, la marsopa común, el cachalote, el delfín listado, el delfín manchado del Atlántico, el delfín girador, el delfín mular y la ballena picuda de Cuvier.

Imaginad que os sirven un plato de sushi. Ese plato contiene también todos los animales que murieron para hacerlo. El plato debería medir 1500 metros.

CAFO

Operativo de Alimentación Concentrada de Animales (CAFO), es decir, granja industrial. Lo cierto es que este término formal fue acuñado no por la industria de la carne sino por la Agencia de Protección Ambiental (ver: ECOLOGISMO). Todas las granjas industriales dañan a los animales en modos que serían ilegales según la legislación menos protectora posible de los animales. Por ejemplo:

CFE

Las CFE (Exenciones Agrícolas Comunes) legalizan cualquier método de criar animales en granjas mientras se trate de una práctica común dentro de la industria. En otras palabras, los granjeros (empresas corporativas sería la palabra adecuada) tienen el poder de definir la crueldad. Si la industria adopta una práctica (extirpar apéndices indeseados sin analgésicos sería un ejemplo, pero podéis dejar volar la imaginación al respecto), esta se convierte en legal automáticamente.

Las CFE se dictan estado por estado, y oscilan de lo perturbador a lo absurdo. Tomemos Nevada. Bajo sus CFE[77] , las leyes por el bienestar del estado no pueden fomentar «la prohibición o interferencia con los métodos establecidos de cría animal, incluyendo la crianza, manejo, alimentación, alojamiento y transporte de animales de granja o ganado». Dicho de otro modo, lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas.

Los abogados David Wolfson y Mariann Sullivan, expertos en el tema, explican:

Ciertos estados mencionan[78] exenciones específicas en lugar de abordar las prácticas en su conjunto… En Ohio los animales de granja están exentos de los requerimientos de «ejercicio saludable y cambio de aires» y Vermont no los contempla en su normativa contra la crueldad animal, que considera ilegal «atar, amarrar o restringir de movimientos» a un animal de una forma que sea «inhumana o perjudicial para su bienestar». La conclusión lógica a la que llegamos todos es que en Ohio se niega a los animales de granja el ejercicio y el aire libre, y que en Vermont estos son atados, amarrados o restringidos en sus movimientos de una forma inhumana.

COMIDA CASERA

Mi hijo tenía cuatro semanas cuando, una noche, le subió la fiebre. A la mañana siguiente le costaba respirar. Por recomendación del pediatra, lo llevamos a urgencias, donde se le diagnosticó un VRS (virus respiratorio sincitial), que a menudo se expresa en los adultos como resfriado común, pero que en bebés puede resultar tremendamente peligroso, incluso letal. Acabamos pasando una semana en la unidad de cuidados intensivos de pediatría; mi mujer y yo nos turnábamos para compartir el sillón del cuarto del niño y la butaca de la sala de espera.

Durante el segundo, tercer, cuarto y quinto día, nuestros amigos Sam y Eleanor nos trajeron comida. Montones de comida, mucha más de la que podíamos comer: ensalada de lentejas, trufas de chocolate, verduras asadas, nueces y fresas, risotto de champiñones, crepes, judías verdes, nachos, arroz integral, copos de avena, mango seco, pasta primavera, chile… Todo comida casera. Podríamos haber comido en la cafetería del hospital o haber pedido que nos subieran algo. Y ellos podrían haber expresado su amor mediante visitas y palabras cariñosas. Pero nos trajeron toda esa comida, y era un detalle que necesitábamos. Por esa, más que por cualquier otra razón (y conste que hay muchas), este libro está dedicado a ellos.

COMIDA CASERA, CONTINUACIÓN

Al sexto día, mi esposa y yo pudimos abandonar el hospital juntos por vez primera desde nuestra llegada. Nuestro hijo se había recobrado sin lugar a dudas y los médicos nos dijeron que podríamos llevarlo a casa a la mañana siguiente. Oíamos alejarse el silbido de la bala. De manera que en cuanto se durmió (y tras dejar a mis suegros apostados al lado de su cama), cogimos el ascensor y salimos al mundo real.

Nevaba. Los copos de nieve eran enormes, surrealistas, distintos y tan perdurables como los que hacen los niños con bolas de papel blanco. Anduvimos como sonámbulos por la Segunda Avenida, sin rumbo, y terminamos en un restaurante polaco. Unos ventanales enormes daban a la calle, y los copos de nieve se pegaban a ellos durante unos segundos antes de caer definitivamente. No recuerdo lo que pedí. No recuerdo si la comida era buena. Fue el mejor banquete de mi vida.

COMIDA NO CASERA

Comer en compañía es un acto agradable que crea lazos sociales. Michael Pollan, uno de los autores que más ha reflexionado sobre el tema de la comida, llama a esto «compañerismo de mesa» y afirma que su importancia, en la que yo estoy plenamente de acuerdo, es un punto en contra del vegetarianismo. Y en parte tiene razón.

Asumamos que opinas como Pollan y a la vez eres contrario a la carne procedente de granjas industriales. Si tu papel es el de invitado, queda fatal que no te comas unos platos que fueron preparados para ti, sobre todo (aunque él no se mete en este punto) cuando la base para rechazarlos es ética. Pero ¿hasta qué punto quedas fatal? Es un dilema clásico: ¿qué prefiero: crear una situación social cómoda o actuar de forma socialmente responsable? La relativa importancia de la ética alimenticia y el compañerismo de mesa será distinta en función de las situaciones (rechazar el pollo con zanahorias de mi abuela es diferente a pasar de unas alitas hechas al microondas).

Más importante, sin embargo, y algo que Pollan curiosamente no subraya, es que el intento de ser un omnívoro selectivo supone un golpe mucho más duro al compañerismo de mesa que el simple vegetarianismo. Supón que un conocido te invita a cenar. Puedes decirle: «Me encantaría asistir. Y, para que lo sepas, soy vegetariano». También podrías decir: «Me encantaría asistir. Pero sólo como carne procedente de granjas tradicionales». En este último caso, ¿qué haces a continuación? Probablemente tengas que enviar a tu anfitrión una lista, o un enlace web, de tiendas locales para lograr que tu respuesta sea inteligible, además de útil a la hora de comprar la comida. Es un esfuerzo bienintencionado, pero resulta sin duda más impertinente que pedir simplemente comida vegetariana (algo que a día de hoy no requiere más explicaciones). La industria alimenticia (restaurantes, servicios de catering para líneas aéreas y universidades, menús de boda) se ha adaptado para satisfacer a los vegetarianos. No existe una infraestructura parecida para los omnívoros selectivos.

¿Y qué sucede si eres el anfitrión del ágape? Los omnívoros selectivos también comen verdura, pero lo contrario es obviamente imposible. ¿Qué opción promueve mejor el compañerismo de mesa?

Un compañerismo de mesa que, por cierto, no radica sólo en lo que entra por nuestra boca sino en lo que sale de ella. Existe la posibilidad de que una conversación sobre lo que creemos consiga generar más compañerismo que la propia comida, aun en el caso de que las opiniones de los invitados sean distintas.

CRUELDAD

No consiste sólo en causar sufrimiento innecesario, sino en contemplarlo con indiferencia. Ser cruel es mucho más fácil de lo que cabría pensar.

A menudo se dice que la naturaleza es cruel. Lo he oído una y otra vez en boca de rancheros que intentaban convencerme de que protegían a sus animales de los peligros que les acechan más allá de sus cercados. La naturaleza no es una merienda campestre, cierto. (Las meriendas campestres tampoco suelen ser tan plácidas, no nos engañemos). Y también es cierto que los animales de las mejores granjas a menudo disfrutan de vidas mejores de las que habrían llevado en estado libre. Pero la naturaleza no es cruel. Ni tampoco lo son los animales que matan y a veces incluso torturan a otros. La crueldad depende de que uno comprenda que está siendo cruel y de las posibilidades que tiene a su alcance para evitarla. O de que uno prefiera no verla.

DESESPERACIÓN

En el sótano de casa de mi abuela hay veintisiete kilos de harina. Uno de los últimos fines de semana que pasé a verla, me envió abajo a por una botella de Coca-Cola y descubrí los sacos amontonados contra la pared, cual sacos de arena destinados a contener el cauce de un río creciente. ¿Para qué necesitaría tanta harina una mujer de noventa años? ¿Y a qué vienen las varias docenas de botellas de dos litros de Coca-Cola, o la pirámide de Uncle Ben’s, o el pequeño muro de panes de centeno de molde en el congelador?

—He visto que tienes un montón de harina en el sótano —le dije cuando regresé a la cocina.

—Veintisiete kilos.

Su tono no me indicó nada. ¿Era orgullo lo que denotaba? ¿Un matiz de desafío, tal vez? ¿Vergüenza?

—¿Puedo preguntar por qué?

Abrió la alacena y sacó un grueso taco de vales, cada uno de los cuales ofrecía un saco de harina gratis por cada saco comprado.

—¿Cómo has conseguido ese taco? —pregunté.

—Eso no fue ningún problema.

¿Y qué vas a hacer con tanta harina?

—Pues haré unas cuantas galletas.

Intenté imaginar cómo mi abuela, que no ha conducido un coche en su vida, se las había apañado para transportar todos esos sacos desde el supermercado hasta su casa. Alguien la llevaba siempre, pero ¿cargó los sesenta sacos en un coche o realizó múltiples viajes? Conociendo a mi abuela, supongo que calculó cuántos sacos podía meter en un coche sin provocar una molestia excesiva al conductor. Luego se puso en contacto con el número necesario de amigos e hizo todos esos viajes al supermercado, probablemente en un solo día. ¿Es esto lo que entendía por ingenio todas esas veces en que me contó que fueron su suerte y su ingenio los que la hicieron sobrevivir al Holocausto?

He sido cómplice en muchas de las misiones de aprovisionamiento de mi abuela. Recuerdo una oferta de cajas de cereales en la que el cupón limitaba la venta rebajada a tres cajas por vale. Tras comprar tres cajas ella, mi abuela nos envió a mi hermano y a mí a por otras tres cada uno mientras ella esperaba en la puerta. ¿Qué debí de parecerle al cajero? ¿Un niño de cinco años usando un vale para comprar varias cajas de algo que ni siquiera una persona medio muerta de hambre comería de buena gana? Volvimos una hora más tarde y repetimos la operación.

La harina exigía respuestas. ¿Para qué cantidad de población pensaba ella hacer las galletas? ¿Dónde escondía los 1400 envases de huevos? Y la más obvia: ¿cómo diantre bajó todos esos sacos al sótano? He conocido a un número más que suficiente de sus decrépitos acompañantes para saber que ellos no podían haberse encargado de hacerlo.

—Uno por uno —dijo ella, mientras pasaba la palma de la mano por la mesa.

Uno por uno. A mi abuela le cuesta ir del coche a la puerta paso a paso. Respira con dificultad, y en una reciente visita al médico se descubrió que tiene la misma actividad cardiaca que una gran ballena blanca.

Su anhelo perpetuo es vivir hasta la siguiente bar mitzvah, pero yo espero que viva al menos otra década. No es de la clase de personas que muere. Podría llegar a los 120 años, y aun así no habría logrado consumir ni la mitad de esa harina. Y ella lo sabe perfectamente.

DESFALLECIDO

1) Agotado, amilanado.

2) Aquel animal que, debido a problemas de salud, cae y es incapaz de volver a ponerse en pie. Al igual que en las personas, esto no tiene por qué implicar que sufra una grave enfermedad. Algunos de estos animales sí están gravemente enfermos o heridos, pero lo más habitual es que sólo necesiten agua y descanso para librarse de una muerte lenta y dolorosa. No tenemos a mano estadísticas fiables sobre esos animales (¿quién iba a contarlos?), pero las estimaciones hablan de que afecta a unas 200.000 vacas al año[79] : alrededor de dos vacas por cada letra de este libro. Si tenemos en cuenta el bienestar animal, parece que lo mínimo que podríamos hacer sería sacrificar de manera decente a esos animales caídos. Pero eso cuesta dinero, y los desfallecidos no sirven para nada, así que no merecen consideración ni piedad. En la mayoría de los cincuenta estados norteamericanos es absolutamente legal (y habitual) dejar que esos animales agonicen durante horas o días, o arrojarlos, aún con vida, en contenedores.

El primer lugar que visité con el fin de investigar para este libro fue la Farm Sanctuary, que se halla en Watkins Glen, Nueva York. Esta granja no es ninguna granja. En ese lugar no se cultiva ni cría nada. Fundada en 1986 por Gene Baur y su esposa de entonces, Lorri Houston, se creó como un lugar donde los animales rescatados de las granjas pudieran vivir sus poco naturales vidas. («Vida natural» sería una expresión bastante torpe para referirnos a animales que fueron diseñados para acabar en el matadero al llegar a su adolescencia. Los cerdos de granja, por ejemplo, van a parar al matadero cuando pesan alrededor de 110 kilos. Si dejas que esos mutantes genéticos sigan vivos, como se hace en la Farm Sanctuary, llegan a sobrepasar los 350 kilos).

La Farm Sanctuary se ha convertido en una de las organizaciones más importantes e influyentes en la protección de animales y la educación de Norteamérica. Subvencionada en sus orígenes gracias a las ventas de perritos calientes vegetales en la parte trasera de una furgoneta VW en los conciertos de Grateful Dead (pasemos de bromas fáciles, por favor), la Farm Sanctuary ha llegado a ocupar 70 hectáreas en la zona norte del estado de Nueva York y otras 120 en el norte de California. Posee más de 200.000 miembros, un presupuesto anual de casi 6 millones de dólares, y la capacidad de colaborar en la formulación de leyes locales y nacionales. Pero nada de todo eso me hizo escoger ese lugar como punto de partida de mi viaje de investigación. Sólo quería interactuar con animales de granja. En mis treinta años de vida, los únicos cerdos, vacas y pollos que habían pasado por mis manos estaban ya muertos y troceados.

Mientras paseábamos por los pastos, Baur me explicó que la granja era menos un sueño o un gran propósito que el fruto de un acontecimiento fortuito.

—Iba conduciendo por la zona de Lancaster cuando de repente me encontré con un puñado de animales desfallecidos. Al acercarme, una de las ovejas movió la cabeza. Me percaté de que seguía viva, de que la habían abandonado a su suerte allí. De manera que la cargué en la parte trasera de la furgoneta. Nunca había hecho nada parecido antes, pero no podía dejarla así. La llevé al veterinario, esperando que la sacrificara. Pero, con unos cuantos empujones, ella volvió a levantarse. Nos la llevamos a nuestra casa en Wilmington, y luego, cuando compramos la granja, la trajimos aquí. Vivió diez años. Diez buenos años.

Al mencionar esta historia no pretendo promover otros santuarios parecidos. Hacen mucho bien, pero ese bien es más educativo (ofreciendo ejemplos a personas como yo) que práctico, en el sentido de rescatar y cuidar a un número significativo de animales. Baur sería el primero en admitirlo. Comento esta historia para ilustrar lo cerca que están de la salud esos animales desfallecidos. Cualquier ser vivo que esté tan cerca merece la salvación o una eutanasia compasiva.

ECOLOGISMO

Preocupación por la preservación y restauración de los recursos naturales y los sistemas ecológicos que sostienen la vida humana. Existen definiciones más grandilocuentes con las que podría emocionarme más, pero por el momento esta es de hecho la acepción más realista del término. Algunos ecologistas incluyen a los animales en los recursos. Lo que aquí se entiende por animales suelen ser más las especies en peligro de extinción o presas de caza que necesitan más preservación y repoblación que otras que se hallan en la tierra en un número más abundante.

Un estudio de la Universidad de Chicago[80] descubrió recientemente que nuestras elecciones alimenticias contribuyen al calentamiento global al menos tanto como las que hacemos en materia de transporte. Unos estudios más recientes[81] y más fidedignos realizados por Naciones Unidas y por la Comisión Pew[82] demuestran de manera concluyente que, globalmente hablando, los animales de granja contribuyen más al calentamiento global que el transporte. Según Naciones Unidas, el sector ganadero es el responsable del 18 por ciento de las emisiones de gas con efecto invernadero[83] , alrededor del 40 por ciento más[84] que todo el sector del transporte junto: coches, camiones, aviones, trenes y barcos. La ganadería industrial es la responsable[85] del 37 por ciento de metano antropogénico, que multiplica por veintitrés el Potencial de Calentamiento Global (PCG) del CO2, además de un 65 por ciento de óxido nitroso, gas que multiplica el PCG del CO2 nada menos que por 296. Los datos más actualizados cuantifican incluso el papel de la dieta: los omnívoros contribuyen[86] siete veces más a los gases con efecto invernadero que los veganos.

Naciones Unidas resumió los efectos ambientales de la industria de la carne de la siguiente forma: criar animales para que sirvan de comida (ya sea en granjas industriales o tradicionales) «es uno de los dos o tres factores[87] que más contribuyen a los problemas ambientales más serios, en cualquier escala, de local a global… [La ganadería industrial] debería estar en el punto de mira cuando se aborden problemas como la degradación de la Tierra, el cambio climático o la contaminación atmosférica, la escasez y contaminación de las aguas, y la pérdida de la biodiversidad. La contribución del ganado a los problemas ambientales alcanza una escala masiva». En otras palabras[88] , si uno se preocupa del medio ambiente, y si acepta los resultados de fuentes como las Naciones Unidas (o el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático[89] , o el Centro para la Ciencia en Interés Público[90] , la Comisión Pew[91], el Sindicato de Científicos Preocupados[92] , o el Instituto de Observación Mundial[93] …), uno debe preocuparse por la cuestión de comer animales.

Para expresarlo en términos más simples, aquel que come regularmente productos animales procedentes de granjas industriales no puede llamarse a sí mismo ecologista sin disociar la palabra de su significado.

ESTRÉS

Una palabra usada por la industria como eufemismo del término real del que hablan, que es SUFRIMIENTO.

GRADO DE RENTABILIDAD

Por necesidad, tanto los granjeros industriales como los tradicionales están preocupados por la proporción de carne, huevos o leche que produce cada animal por unidad de comida que consume. Es la disparidad en esa preocupación y los extremos a los que llegan unos y otros a la hora de rentabilizar sus negocios lo que distingue a las dos clases de granjeros. Por ejemplo:

LUZ Y COMIDA

Las granjas industriales suelen manipular la comida y la luz con el fin de aumentar la productividad, a menudo a expensas del bienestar de los animales. Los criadores de gallinas lo hacen con el fin de manipular los relojes internos de las aves para que empiecen a poner sus valiosos huevos más deprisa, y, lo que es crucial, todas al mismo tiempo. Así me lo describió uno de ellos:

En cuanto maduran las hembras (en el caso de las pavas, de las veintitrés a las veintiséis semanas, y en el de las gallinas de las dieciséis a las veinte), se las introduce en naves y se amortigua la luz: en ocasiones viven en absoluta oscuridad las veinticuatro horas del día. Además las someten a una dieta muy baja en proteínas, casi de ayuno. Esto suele durar de dos a tres semanas. Luego se encienden las luces durante dieciséis horas al día, o incluso veinte en el caso de las gallinas, de manera que crean que es primavera, y se les cambia la dieta a una rica en proteínas. Las hembras empiezan a poner huevos inmediatamente. Lo tienen tan estudiado que pueden pararlo y empezarlo a su antojo. Mira, en el campo, con la llegada de la primavera aparecen los bichos, crece la hierba y los días se hacen más largos y esa es la clave para que las aves se digan: «Vaya, será mejor que empiece a poner huevos. Llega la primavera». De manera que el hombre manipula ese reflejo que ya está creado. Y mediante el control de la luz, la alimentación y el momento en que se les da de comer, la industria obliga a las aves a poner huevos durante todo el año. Y eso es lo que hacen. Las hembras de pavo ponen ahora 120 huevos al año y las gallinas, alrededor de 300. Eso supone el doble o el triple de lo que producirían en condiciones normales. Tras ese primer año se las mata, porque en el segundo año nunca pondrían el mismo número de huevos y la industria ha averiguado que resulta más barato matarlas y volver a empezar con otras que alimentar a todas esas aves que pondrán menos huevos. Estas prácticas explican por qué la carne de pollo es tan barata hoy en día, pero las aves pagan el precio.

Mientras la mayoría de la gente tiene una idea difusa de la crueldad que impera en las granjas industriales (jaulas pequeñas, matanzas violentas), ciertas técnicas que son de uso común no han llegado a la conciencia pública. Yo nunca había oído hablar de privaciones de luz y de comida. Desde que lo sé, no he querido volver a probar un huevo convencional. ¡Demos gracias a Dios por los «huevos de granja»! ¿No es cierto?

GRANJA INDUSTRIAL

Este término caerá en desuso en la próxima generación, ya sea porque hayan dejado de existir o porque no habrá granjas tradicionales con las que compararlas.

GRANJA TRADICIONAL

Una granja tradicional se define como una granja donde una familia posee los animales, dirige las operaciones y contribuye al trabajo de manera diaria. Hace dos generaciones, prácticamente todas las granjas eran así.

HÁBITO, LA FUERZA DEL

Mi padre, que se encargaba de la mayor parte de las tareas culinarias de casa, nos crio a base de productos exóticos. Comimos tofu antes de que el tofu fuera tofu. No es que le gustara el sabor, ni siquiera estaba al tanto de lo saludable que hoy sabemos que es. Simplemente le gustaba comer algo que no comía nadie más. Y no bastaba con usar una palabra poco conocida y adaptarla a una receta clásica. No, él hacía nuggets de setas, ragú de falafel y revuelto de gluten.

Gran parte de la aterradora galería de recetas de mi padre incluía la sustitución de un alimento por otro, a veces con el fin de aplacar a mi madre reemplazando un ingrediente ordinario no kosher por otro igualmente no kosher pero más elegante (el beicon de cerdo por el beicon de pavo), un ingrediente no muy sano por otro igualmente poco sano pero más elegante (el beicon de pavo por el beicon de soja), y a veces simplemente por demostrar que podía hacerse (como cuando sustituía la harina por alforfón). Algunas de sus sustituciones parecían ser el paralelo culinario de mandar a tomar viento a la naturaleza.

En una de mis últimas visitas a casa, encontré los siguientes alimentos en la nevera de mis padres: sucedáneos de nuggets y hamburguesas de pollo; sucedáneos de ristras de salchichas y hamburguesas; sustitutos de huevos y mantequilla, hamburguesas vegetales y chuletas vegetarianas. Podría deducirse que alguien que tiene una docena de productos que imitan a la carne es vegano, pero eso no sólo sería incorrecto (mi padre es un decidido consumidor de carne), sino que significa no haberlo entendido en absoluto. Mi padre siempre ha cocinado a contracorriente. Su talento se apoya tanto en el existencialismo como en la gastronomía.

Nunca lo hemos cuestionado, e incluso llegó a gustarnos (aunque nunca invitábamos a nuestros amigos a cenar). Pudimos haberlo considerado el Mejor Cocinero del Mundo. Pero, tal y como sucedía con el plato de mi abuela, su comida no era comida. Era historia: nuestro padre era alguien a quien le gustaba correr riesgos controlados, que nos animaba a probar cosas nuevas sólo porque lo eran, que encajaba muy bien que la gente se riera de sus descabelladas recetas porque la risa era más valiosa que el propio sabor de la comida.

Algo que nunca tuvimos fue postre. Viví con mis padres durante dieciocho años y no recuerdo una sola comida familiar que incluyera algo dulce al final. No es que mi padre intentara protegernos de las caries. (No recuerdo que se preocupara mucho por si nos cepillábamos o no los dientes en aquella época). Simplemente creía que el postre era algo innecesario. La comida de verdad era claramente mejor, así que ¿para qué desperdiciar parte del espacio del estómago? Lo más increíble es que le creíamos a pies juntillas. Mis gustos (no sólo mis ideas sobre la comida, sino mis instintos inconscientes) se formaron en torno a esas lecciones. A día de hoy, los postres me emocionan menos que a cualquiera de mis conocidos, y siempre escogería una rebanada de pan negro antes que un pedazo de tarta.

¿En torno a qué lecciones se formarán los instintos de mi hijo? Aunque prácticamente he dejado de comer carne (a menudo, la sola visión de la carne roja me produce asco), el olor de una barbacoa sigue haciéndome salivar. ¿Qué hará salivar a mi hijo? ¿Será el primero de una generación a quien la carne no le produce ese efecto porque nunca la ha probado? ¿O sentirá aún más ganas de comerla precisamente por eso?

HUMANO

Los humanos son los únicos animales que tienen hijos deliberadamente, se mantienen en contacto con ellos (o no), se preocupan por sus cumpleaños, desperdician y pierden tiempo con ellos, les cepillan los dientes, sienten nostalgia, les quitan manchas; tienen religiones, leyes y partidos políticos; llevan símbolos puestos como recuerdo, se disculpan años después de haber ofendido a alguien, susurran, se tienen miedo a sí mismos, interpretan los sueños, ocultan los genitales, se afeitan, entierran cápsulas del tiempo y pueden escoger no comer algo por razones de conciencia. Las justificaciones para comer animales y para no hacerlo a menudo se reducen a la misma frase: no somos ellos.

INSTINTO

La mayoría de nosotros está familiarizada con las notables habilidades de las aves migratorias, capaces de encontrar su camino a través de varios continentes hasta dar con el lugar apropiado para anidar. Cuando lo aprendí, se me dijo que eso era «instinto». (Y el «instinto» sigue siendo la explicación más recurrente siempre que una conducta animal implica un exceso de inteligencia [ver: INTELIGENCIA].) El instinto, sin embargo, no explicaría satisfactoriamente por qué las palomas usan las rutas[94] de transporte humano para no perderse. Las palomas siguen autopistas y salen por determinadas salidas, siguiendo muchas veces la mayoría de las señales por las que se guían los humanos que conducen en tierra.

La inteligencia solía definirse como la capacidad intelectual (los empollones de siempre); ahora se habla de múltiples inteligencias, como la visual-espacial, la interpersonal, la emocional y la musical. Un guepardo no es inteligente porque pueda correr rápido. Pero su extraordinaria habilidad para dividir el espacio (para hallar la hipotenusa, prever y tener en cuenta los movimientos de la presa) es una clase de trabajo mental a tener en cuenta. Tacharlo de instinto tiene tanto sentido como igualar la patada refleja que da un humano cuando el médico le golpea la rodilla con un martillo a chutar con éxito un penalty en un partido de fútbol.

INTELIGENCIA

Generaciones de granjeros saben que los cerdos listos aprenden a levantar los pestillos de sus corrales. Gilbert White[95] , el naturalista británico, escribió en 1789 sobre una cerda que, tras levantar ese pestillo, «abría sucesivamente todas las verjas, y se iba por su cuenta hasta una granja lejana donde había un determinado macho; cuando había logrado su objetivo [¡qué gran forma de expresarlo!] volvía a casa de la misma forma».

Los científicos han documentado[96] que los cerdos tienen su propio lenguaje; acuden a las llamadas[97] (ya vengan de los humanos o de sus congéneres), juegan con juguetes[98] (y tienen sus preferencias) y se ha observado que van en ayuda de otros cerdos[99] cuando se les necesita. El doctor Stanley Curtis, un científico especializado en animales y afín a la industria, evaluó empíricamente las habilidades cognitivas de los cerdos entrenándolos para que jugaran a videojuegos con un joystick modificado para que lo pudieran usar con el hocico. No sólo aprendieron[100] los juegos, sino que lo hicieron con la misma rapidez que los chimpancés, demostrando una capacidad sorprendente para la representación abstracta. Y la leyenda de los cerdos levantando pestillos[101] no decae. El doctor Ken Kephart, colega de Curtis, no sólo confirma la habilidad de los cerdos para hacerlo, sino que añade que a menudo los cerdos trabajan en parejas, repiten las mismas trastadas y en algunos casos también levantan los pestillos de las cercas de sus compañeros. La inteligencia del cerdo ha formado parte del folklore norteamericano; esa misma tradición ha decidido que peces y pollos son especialmente idiotas. ¿Lo son?

¿INTELIGENCIA?

En 1992, sólo 70 publicaciones[102] científicas daban cuenta de aprendizajes en peces. Una década más tarde dichas publicaciones habían ascendido a 500 (y hoy llegan a 640[103]). Lo que sabemos de estos animales ha sufrido una revisión rápida y drástica. Alguien que en los noventa fuera un experto mundial en las capacidades mentales de los peces, hoy apenas podría considerarse un simple aprendiz.

Los peces construyen complejos nidos[104] , establecen relaciones monógamas[105] , cazan en colaboración con otras especies[106] y usan herramientas[107] . Se reconocen mutuamente[108] como individuos (y recuerdan de quién pueden fiarse y de quién no). Toman decisiones[109] de manera individualizada, controlan el prestigio social[110] y compiten por mejorar de posición (tal y como se afirma en la publicación Fish and Fisheries usan «estrategias maquiavélicas de manipulación[111] , castigo y reconciliación»). Disfrutan de una buena memoria a largo plazo[112] , saben cómo pasarse el conocimiento de uno a otro a través de redes sociales y también son capaces de transmitir información[113] de una generación a otra. Incluso tienen lo que la literatura científica denomina «tradiciones culturales» que se mantienen en el tiempo para seguir determinados patrones a la hora de alimentarse, educar, descansar o aparearse.

¿Y los pollos? También aquí ha habido una revolución en el conocimiento científico. La doctora Lesley Rogers, una prominente fisióloga animal, descubrió la lateralización en los cerebros de las aves[115] : la separación del cerebro en dos hemisferios, izquierdo y derecho, con diferentes especialidades, en un momento en que la creencia generalizada era que tal característica sólo pertenecía al cerebro humano.(Hoy en día los científicos están de acuerdo[116] en que la lateralización está presente en todo el mundo animal). Tras cuarenta años de experiencia en investigación, Rogers aduce que el conocimiento[117] que ahora tenemos de los cerebros de las aves «ha dejado claro que poseen capacidades cognitivas equivalentes a las de los mamíferos, incluso a las de los primates». Esta autora afirma que tienen sofisticados recuerdos[118] que están «inscritos en función de una especie de secuencia cronológica que da lugar a una autobiografía única». Como en el caso de los peces[119] , los pollos pueden pasar información de manera generacional. También se engañan[120] unos a otros y pueden rechazar la satisfacción[121] inmediata a cambio de una recompensa mayor.

Todas estas investigaciones han alterado nuestra idea de los cerebros de las aves en tal medida que en 2005 expertos científicos de todo el mundo se reunieron para iniciar el proceso de renombrar las partes de ese cerebro. Su propósito era reemplazar antiguos términos que implicaban funciones «primitivas» por la nueva constatación de que los cerebros de las aves procesan[122] información de una manera análoga (aunque distinta) a la del córtex cerebral humano.

La imagen de unos sesudos fisiólogos observando diagramas cerebrales y discutiendo para poner nombres a sus partes tiene una trascendencia mucho mayor. Pensad en el principio de la historia de los inicios de todo: Adán (sin Eva y sin guía divina) puso nombre a los animales. Siguiendo con su trabajo, decimos de los tontos que son cabezas de chorlito, de los cobardes que son gallinas y de los bobalicones que son unos pavos. ¿Son los mejores nombres que podemos ofrecer? Si hemos podido revisar la idea de que la mujer nace de la costilla del hombre, ¿no podemos revisar también las categorizaciones de los animales que, servidos con salsa barbacoa, acaban en nuestros platos en forma de costillas… o en el KFC que tenemos más cerca?

KFC

Siglas que antes correspondían a Kentucky Fried Chicken y que ahora no significan nada. KFC es posiblemente la empresa que más ha aumentado el sufrimiento mundial. KFC compra casi mil millones de pollos al año[123] (si apiñaras esos pollos cuerpo con cuerpo, cubrirían Manhattan de río a río y saldrían por las ventanas de los rascacielos más altos), de manera que sus prácticas tienen un importante efecto dominó sobre todos los sectores de la industria avícola.

KFC insiste[124] en que «está comprometido con el bienestar y el tratamiento humanitario de sus pollos». ¿Hasta qué punto podemos fiarnos de esas palabras? En un matadero de Virginia Occidental que provee a KFC, se comprobó que los trabajadores arrancaban[125] las cabezas de aves vivas, les escupían tabaco a los ojos, les rociaban la cara con pintura y las golpeaban brutalmente. Estos actos fueron presenciados docenas de veces. Pues este matadero no era la manzana podrida, sino el «Proveedor del Año». Imaginad lo que sucede en las manzanas podridas cuando nadie está mirando.

En la página web de KFC[126] , la compañía asegura que: «Controlamos a nuestros proveedores de manera continuada para determinar si tratan a los animales que nos sirven de un modo humanitario. En consecuencia, es nuestro objetivo establecer tratos con los proveedores que prometan mantener esos elevados estándares y compartan nuestro compromiso con el bienestar animal». Esto es verdad a medias. KFC establece tratos con proveedores que prometen asegurar el bienestar. Lo que KFC no nos dice es que cualquier práctica de los proveedores accede automáticamente a dicha consideración (ver: CFE).

Otra de estas verdades a medias es la declaración de que KFC realiza auditorías de las instalaciones de los mataderos (el «control» al que se referían antes). Lo que no nos dicen es que se trata de las típicas auditorías anunciadas. KFC anuncia una inspección que tiene el propósito (al menos en teoría) de recabar información sobre conductas ilícitas de tal forma que proporciona mucho tiempo a los que van a ser inspeccionados para que cubran con un tupido velo todo lo que no desean que sea visto. No contentos con eso, los informes que deben llevar a cabo esos auditores no contemplan ni una sola de las recomendaciones sobre el bienestar animal propuestas por los propios consejeros de KFC (ahora retirados), cinco de los cuales renunciaron debido a la frustración. Uno de ellos, Adele Douglass, declaró[127] al Chicago Tribune que en KFC «nunca celebramos reunión alguna. Jamás pidieron consejo, y luego alardeaban delante de la prensa de tener ese comité de expertos en bienestar animal. Me sentí totalmente utilizada». Ian Duncan, catedrático emérito[128] de Bienestar Animal de la Universidad de Guelph, otro ex miembro de ese consejo y uno de los más importantes expertos de Norteamérica en bienestar animal, afirmó que «los progresos se realizaban a un ritmo extremadamente lento, y por eso dimití. Todo iba siempre a suceder más adelante. Se limitaban a postergar las decisiones… Sospecho que las altas esferas de la empresa no creían de verdad que el bienestar de los animales fuera importante».

¿Cómo fueron sustituidos esos cinco miembros del consejo? El Consejo para el Bienestar Animal de KFC[129] incluye ahora al vicepresidente de Pilgrim’s Pride, la empresa que dirige ese matadero nombrado «Proveedor del Año» donde se comprobó que algunos trabajadores trataban a las aves con gran sadismo; a uno de los directivos de Tyson Foods, que sacrifica a más de dos mil millones de pollos anualmente y donde también se descubrió, gracias a múltiples investigaciones, que ciertos empleados mutilaban a aves vivas (en una de ellas se constató que los empleados también orinaban[130] sobre los animales); y colaboraciones regulares de sus «propios ejecutivos y otros empleados». En esencia, KFC declara que sus consejeros desarrollaron programas para los proveedores, aunque proveedores y consejeros sean los mismos.

Al igual que su nombre, el compromiso de KFC con el bienestar animal no significa nada.

¿KOSHER[131]?

Tanto en casa como en la escuela hebrea me enseñaron que las leyes que rigen la dieta judía fueron dictadas en base a una idea: si los humanos deben forzosamente comer animales, deberíamos hacerlo humanitariamente y con humildad, respetando a las demás criaturas del mundo. No someter a los animales que vamos a comer a sufrimientos innecesarios, ya sea durante sus vidas o a la hora de matarlos, es una forma de pensar que me hacía sentir orgulloso de ser judío cuando era niño y de la que aún me enorgullezco a día de hoy.

Por esa razón, cuando se grabó un vídeo en el que (entonces) era el mayor matadero kosher del mundo, Agriprocessors, en Postville, Iowa, que mostraba cómo a unas reses plenamente conscientes se les arrancaba la tráquea y el esófago a través de la garganta, agonizaban durante casi tres minutos como resultado de una matanza lenta y torpe, y se las sometía a descargas eléctricas en la cara, el hecho me molestó más que otras veces que he tenido noticia de prácticas parecidas que tenían lugar en mataderos convencionales.

Fue un alivio que gran parte de la comunidad judía se declarara en contra del matadero de Iowa. El presidente de la Asamblea Rabínica del Movimiento Conservador[132] , en un mensaje enviado a todos y cada uno de sus rabinos, afirmó: «Cuando una empresa que sostiene ser kosher viola la prohibición contra el tza’ar ba’alei hayyim, causando daño a una de las criaturas vivas creadas por Dios, esa empresa debe responder de ello ante la comunidad judía y, en última instancia, ante Dios». La Cátedra Ortodoxa[133] del departamento de Talmud de la Universidad Bar Ilan de Israel también expresó su protesta, y de un modo muy elocuente: «Puede ser que cualquier matadero que realice esa clase de sacrificios kosher sea culpable de hillul hashem (profanación del nombre de Dios), ya que insistir en que Dios sólo se preocupa de su ley ritual y no de su ley moral es profanar Su Nombre». Y, en una declaración conjunta[134] , más de cincuenta rabinos influyentes, entre ellos el presidente de la Conferencia Reformista Central de Rabinos Norteamericanos y el decano del movimiento conservador de la Escuela Ziegler de Estudios Rabínicos, afirmaron que «la fuerte tradición judía de inculcar compasión por los animales ha sido violada por estos maltratos sistemáticos y debe ser restaurada».

No tenemos ninguna razón para creer que la clase de crueldad que se comprobó que existía en Agriprocessors haya sido erradicada de la industria kosher. No puede serlo, mientras siga dominando el modelo de granja industrial.

Esto suscita una difícil cuestión, que propongo no como motivo de reflexión teórica sino como una posibilidad de tipo práctico: en nuestro mundo (no el de pastores y ovejas de la Biblia, sino este mundo superpoblado donde los animales son tratados, legal y socialmente, como bienes materiales), ¿podemos comer carne sin «causar dolor a una de las criaturas creadas por Dios», evitar (incluso tomándonos todas las molestias posibles) «la profanación del nombre de Dios»? ¿El término de carne kosher no es ya en sí mismo una contradicción?

PETA

Se pronuncia como la palabra que designa el pan en Oriente Próximo, y, entre los granjeros que he conocido, es mucho más conocida que este. La mayor organización defensora de los derechos de los animales en el mundo, People for the Ethical Treatment of Animals tiene más de dos millones de afiliados.

Los chicos de PETA son capaces de hacer cualquier cosa legal para publicitar sus campañas, sin importarles lo mal que queden (lo cual impresiona) ni a quién insulten (lo cual impresiona algo menos). Distribuyen unhappy meals entre los niños con la imagen de Ronald McDonald ensangrentado y blandiendo un cuchillo de carnicero. Imprimen adhesivos, como los que suelen pegarse a los tomates, con la frase: «Arrójame contra los que llevan pieles». Lanzaron un mapache muerto contra la editora de Vogue, Anna Wintour, mientras almorzaba en el Four Seasons (y le enviaron tripas infestadas de gusanos al despacho), se han cebado en presidentes y en miembros de la realeza, distribuido panfletos en los colegios con la inscripción «¡Tu papá mata animales!», y pidieron al grupo Pet Shop Boys que cambiara su nombre por el de Rescue Shelter Boys (el grupo no lo hizo, pero admitió que merecía la pena pensárselo). Resulta difícil no burlarse y admirar a la vez su obstinada energía, y fácil ver por qué a nadie le gustaría ser el objetivo de sus obstinados empeños.

Sea cual sea la opinión que se tenga de ellos, lo cierto es que ninguna otra organización despierta el mismo miedo en la industria de las granjas y sus aliados. La gente de PETA es eficaz. Cuando decidió tomar como objetivo las compañías de comida rápida, la científica más famosa y poderosa del país, Temple Grandin (responsable del diseño de la mitad de los mataderos de ganado de la nación), afirmó que veía más mejoras en el trato humanitario[135] en un año del que había visto en los treinta años que llevaba en activo. Steve Kopperud (un consejero de la industria de la carne que ha dado seminarios anti-PETA durante una década), quizá el mayor enemigo de esa organización en todo el planeta, lo expresa así: «La industria es bastante consciente[136] de lo que PETA es capaz de hacer como para meter el miedo en el cuerpo de muchos ejecutivos». No me sorprendió en absoluto enterarme de que toda clase de empresas mantienen negociaciones habituales con PETA y van haciendo cambios en sus formas de tratar a los animales para evitar convertirse en el objetivo de ese grupo.

A PETA se le ha acusado en varias ocasiones de recurrir a estrategias cínicas para llamar la atención, lo cual no es del todo falso. Y también de defender que animales y seres humanos deberían ser tratados de forma igualitaria, lo cual sí lo es. (¿Qué diantre significaría eso? ¿Que las vacas puedan presentarse a las elecciones?). No se trata de un grupo de gente especialmente emocional; de hecho, tienden a la hiperracionalidad y están centrados en conseguir su austero ideal. «Los animales no nos pertenecen: no tenemos derecho a comerlos, usar su piel, experimentar con ellos ni utilizarlos como entretenimiento», que es tan conocido como las fotos de Pamela Anderson en traje de baño. Para muchos será una sorpresa que PETA se manifieste a favor de la eutanasia: ante la disyuntiva de que un perro tenga que vivir encerrado en una caseta o bien ser sacrificado, PETA no sólo opta por esto último sino que aboga por ello. Se oponen a matar, pero aún se oponen más al sufrimiento. La gente de PETA ama a sus perros y gatos (muchos se llevan a sus mascotas a las oficinas de PETA), pero no los impulsa una ética de sé bueno con tus animalitos-de-compañía. Quieren la revolución.

Llaman a su revolución «derechos de los animales», pero los cambios que ha conseguido PETA para los animales de granja (su mayor preocupación) suponen más una victoria en su bienestar que en sus derechos propiamente dichos: menos animales por jaula, mataderos regulados, transportes menos abarrotados, etcétera. Las técnicas de PETA rozan a menudo el vodevil (o el mal gusto), pero ese enfoque sin complejos ha logrado modestas mejoras que, según la opinión de la mayoría, no van lo bastante lejos. (¿Acaso alguien se opone a la regulación de las condiciones de los mataderos o del transporte de animales?). En última instancia, la controversia sobre PETA tiene menos que ver con la organización que con aquellos de nosotros que nos alzamos como jueces de ella: es decir, con la incómoda constatación de que «esa gente de PETA» ha asumido como suyos unos valores que nosotros hemos sido demasiado cobardes u olvidadizos para defender.

PROCESAMIENTO

Mataderos y carnicerías. Incluso la gente que no cree que debamos demasiado a los animales mientras están vivos sostiene que merecen una «muerte digna». El ranchero más macho, el más acérrimo defensor de marcar a su ganado a fuego y de usarlo como comida, estará de acuerdo con el activista vegano en lo que se refiere a matar de una forma humanitaria. ¿Es esto lo único en que podemos coincidir?

PRODUCTOS ECOLÓGICOS

Aplicado a la carne, los huevos, y de vez en cuando incluso al atún (¿atún ecológico?), la etiqueta que califica a un producto como tal sólo es palabrería. No debería proporcionar más paz mental que los calificativos de «natural», «fresco» o «mágico».

Para que su carne sea considerada ecológica, durante sus vidas los pollos han tenido que disfrutar de «acceso al exterior[137] », lo cual, si uno toma las palabras en sentido literal, no significa nada. (Imaginad un cobertizo que contiene treinta mil pollos, con una puertecilla en un extremo que da a un trozo de tierra de cuatro palmos y que, en la mayor parte de ocasiones, está cerrada).

El USDA ni siquiera tiene una definición[138] de lo que significa «ecológico» en el caso de las gallinas y en su lugar confía en los testimonios de los productores para la exactitud de la descripción. Muy a menudo, los huevos salidos de granjas industriales (donde las gallinas viven amontonadas en enormes e inhóspitas naves) se venden con la etiqueta de eco o biológicos. (La etiqueta de «no enjaulados» está regulada pero significa poco más de lo que dice en sentido literal: no están en jaulas). Uno puede asumir sin miedo a equivocarse que la mayoría de esas gallinas que «no viven enjauladas» sufren la amputación del pico[139] , y son drogadas y cruelmente sacrificadas cuando desciende su «rendimiento». Podrías tener a un puñado de gallinas debajo de una pila y decir que viven en condiciones «ecológicas».

PRODUCTOS FRESCOS

Más palabrería. Según el USDA[140] , los pollos y pavos «frescos» no han pasado nunca por temperaturas internas inferiores a 26 grados ni superiores a 40. El pollo fresco puede ser congelado (de ahí la paradoja de «congelados frescos»), y el tiempo no forma parte de lo que se mide al evaluar la frescura. Técnicamente hablando, un pollo infestado de fármacos y salpicado de heces puede ser fresco, libre y orgánico, y venderse legalmente en el supermercado (eso sí: hay que limpiarle la mierda).

PRODUCTOS ORGÁNICOS[141]

¿Qué significa «orgánico»? No es que no quiera decir nada, pero sí mucho menos de lo que damos por sentado. Para que la carne, la leche y los huevos sean etiquetados como orgánicos, el USDA exige que los animales deben haber sido: (1) criados a base de comida orgánica (es decir, pastos cultivados sin ayuda de pesticidas o abonos sintéticos); (2) ser examinados durante todo su ciclo vital (es decir, dejar constancia documental); (3) no ser alimentados con antibióticos u hormonas del crecimiento; y (4) tener «acceso al exterior». Tristemente, el significado real de este último criterio ha quedado reducido a la mínima expresión: en algunos casos, ese «acceso al exterior» puede no significar más que disfrutar de la posibilidad de mirar hacia afuera por una ventana enrejada.

En general los alimentos orgánicos son casi siempre más seguros, a menudo dejan una menor huella ecológica y son mejores para la salud. No son necesariamente, sin embargo, más humanitarios. «Orgánico» sí indica un mayor cuidado por el bienestar si hablamos de gallinas o ganado. También puede indicarlo en el caso de los cerdos, aunque resulta menos seguro. Para los pollos y los pavos, sin embargo, «orgánico» no tiene por qué significar nada que se relacione con su bienestar. Puedes llamar «orgánico» a tu pavo y torturarlo diariamente.

RADICAL

Prácticamente todo el mundo coincide en que los animales pueden sufrir en formas que merecen ser tenidas en cuenta, aunque no nos pongamos de acuerdo en cómo es ese sufrimiento o hasta qué punto es importante. En los sondeos de opinión, un 96 por ciento[142] de los norteamericanos defiende que los animales merecen protección legal, un 76 por ciento[143] dice que les importa más el bienestar animal que el bajo precio de la carne, y casi dos tercios[144] abogan por dictar no sólo leyes sino «leyes estrictas» en relación con el trato que reciben los animales de granja. Costaría mucho encontrar otro tema que suscitara tal grado de acuerdo generalizado.

Otro tema que suscita el consenso entre la mayoría de la gente es la importancia del medio ambiente. Esté uno a favor o no de las plataformas petrolíferas submarinas, crea uno o no en el calentamiento global, defienda uno o no su todoterreno o las energías alternativas, todos reconocemos que el aire que respiramos y el agua que bebemos son importantes. Y que lo serán para nuestros hijos y nietos. Incluso los que siguen negando que el medio ambiente esté en peligro coincidirían en que, si lo estuviera, eso representaría un problema.

En Estados Unidos los animales de granja representan[145] más del 99 por ciento de todos los animales con los que los humanos interactúan directamente. En términos del efecto sobre el «mundo animal» que tienen los actos humanos —ya sea el sufrimiento de los animales, temas de biodiversidad o la interdependencia de especies en un equilibrio construido por la evolución durante millones de años—, nada tiene un mayor impacto que las decisiones sobre nuestra dieta cotidiana. De la misma forma que ninguno de nuestros actos tiene el mismo potencial directo para causar tanto sufrimiento animal como comer carne, ni ninguna de nuestras elecciones tiene mayor impacto en el medio ambiente.

Nuestra situación es extraña. Prácticamente todos estamos de acuerdo en que importa cómo tratamos a los animales y el medio ambiente, y sin embargo pocos dedicamos tiempo a pensar en nuestra relación más importante con ambos. Más raro aún: aquellos que escogen actuar según estos valores indiscutidos, negándose a comer animales (lo cual, según la opinión generalizada, reduce tanto el número de animales maltratados como las secuelas ecológicas) son a menudo tomados por radicales o marginales.

SENTIMENTALISMO

Es la valoración de las emociones por encima de la realidad. El sentimentalismo está considerado en general como una muestra de debilidad, algo pasado de moda. A menudo, aquellos que expresan preocupación (o incluso un mínimo interés) por las condiciones en que se cría a los animales de granja son acusados de sentimentalismo. Pero merece la pena dar un paso atrás y preguntarse quién es el sentimental y quién el realista.

¿Preocuparse por saber cómo es el trato que reciben los animales en las granjas es enfrentarnos a los hechos respecto de los animales y nosotros mismos, o una evitación? ¿Defender que al sentimiento de compasión debería dársele más valor que a una hamburguesa barata (o que a una hamburguesa en general) es una expresión emotiva e impulsiva o un compromiso con la realidad y nuestras intuiciones éticas?

Dos amigos van a comer. Uno dice: «Me apetece una hamburguesa». Y la pide. El otro dice: «Me apetece una hamburguesa». Pero recuerda que hay cosas más importantes que lo que le apetece en ese momento y pide otra cosa. ¿Quién es el sentimental?

SEPARACIÓN ENTRE LAS ESPECIES

El zoo de Berlín (Zoologischer Garten Berlin) alberga mayor número de especies que cualquier otro de los 1400 zoos del mundo. Inaugurado en 1844, fue el primer zoológico de Alemania (los primeros animales salvajes fueron donados por Federico Guillermo IV de su propia reserva) y sus 2,6 millones de visitantes al año lo convierten en el parque de esas características más popular de Europa. Los bombardeos aliados destruyeron casi toda su infraestructura en 1942, y sólo sobrevivieron noventa y un animales. (Resulta increíble que en una ciudad donde la gente talaba los árboles de la calle para hacer leña llegara a sobrevivir animal alguno). Hoy tiene alrededor de quince mil. Pero la mayoría de la gente sólo se fija en uno.

Knut, el primer oso polar nacido en el zoo en treinta años, llegó a este mundo el 5 de diciembre de 2006. Fue rechazado por su madre, Tosca, de veintidós años, una osa retirada de un circo alemán, y su hermano gemelo murió cuatro días después. Un prometedor inicio para un telefilme malo, pero no para una vida. El pequeño Knut pasó sus primeros cuarenta y cuatro días en la incubadora. Su guardián, Thomas Dörflein, dormía en el zoo con el fin de cuidar de él las veinticuatro horas. Dörflein lo alimentaba con biberones cada dos horas, le tocaba Devil in Disguise de Elvis con la guitarra para que se durmiera, y acabó lleno de cortes y magulladuras. Al nacer, Knut apenas pesaba un kilo, pero cuando lo vi, tres meses después, había más que doblado ese peso. Si todo va bien, un día pesará doscientas veces más.

Decir que Berlín adora a Knut es quedarse muy corto. El alcalde, Klaus Wowereit, buscaba fotos nuevas de Knut en las noticias todas las mañanas. El equipo de hockey de la ciudad, el Eisbären, pidió al zoo si podía adoptarlo como mascota. Numerosos blogs, incluido uno de Der Tagesspiegel, el periódico más leído de Berlín, se dedicaron a seguir los progresos de Knut hora a hora. Tenía su propio podcast y su propia cámara web. Incluso reemplazó a las modelos en topless en varios periódicos.

Cuatrocientos periodistas asistieron a la presentación en público de Knut, muchos más de los que cubrieron la cumbre de la Eurozona que tenía lugar al mismo tiempo. Había corbatas con Knut, mochilas con Knut, placas conmemorativas de Knut, pijamas de Knut, figuritas de Knut y probablemente, aunque debo admitir que no lo he comprobado, bragas con Knuts estampados. Knut tiene como padrino a Sigmar Gabriel, el ministro alemán de Medio Ambiente. Otro animal del zoo, la osa panda Yan Yan, murió debido a la popularidad de Knut. Los cuidadores del zoo piensan que las treinta mil personas que se acumularon para ver a Knut abrumaron a Yan Yan (ya fuera sobreexcitándola o provocándole una depresión mortal, eso no me quedó claro). Y hablando de muerte, cuando un grupo pro-derechos de los animales planteó el argumento —sólo en teoría, dijeron luego— de que para criar a un animal en esas condiciones era mejor sacrificarlo, los escolares invadieron las calles gritando: «Knut debe vivir». Los aficionados al fútbol jaleaban a Knut en lugar de a sus equipos.

Si cuando vas a ver a Knut tienes hambre, puedes comprar una salchicha en un puesto situado a unos metros del oso. Venden «Wurst de Knut», hechas con carne de cerdos criados en granjas industriales, que son al menos tan inteligentes y merecedores de nuestra consideración como Knut. Esto es lo que separa a unas especies de otras.

SUFRIMIENTO

¿Qué es el sufrimiento? La pregunta da por sentado que hay un sujeto que sufre. Todos los desafíos serios a la idea de que los animales sufren tienden a afirmar que los animales «sienten el dolor», pero al mismo tiempo les niegan la clase de esencia (la «subjetividad» o ese mundo general mental-emocional) que haría que ese sufrimiento fuera significativamente análogo al nuestro. Creo que esta objeción da en algo que es muy real y está muy presente en mucha gente: la sensación de que el sufrimiento animal pertenece a otro orden y, por tanto, aunque sea lamentable no es verdaderamente importante.

Todos albergamos fuertes intuiciones sobre el significado del sufrimiento, pero puede ser extremadamente difícil plasmarlas en palabras. Ya de niños aprendemos qué es el sufrimiento con nuestras experiencias con otros seres del mundo: tanto humanos, normalmente miembros de la familia, como animales. La palabra «sufrimiento» siempre implica una intuición o una experiencia compartida con otros: un drama común. Por supuesto, existen sufrimientos exclusivamente humanos (los sueños rotos, la experiencia del racismo, la vergüenza del propio cuerpo, etcétera), pero ¿conlleva eso la conclusión de que el sufrimiento animal no es «auténtico sufrimiento»? La parte más importante de las definiciones o reflexiones sobre el sufrimiento no es la que nos habla sobre su parte fisiológica (conexiones neuronales, nociceptores, hormonas, receptores neuronales de opiáceos), sino la que nos dice quién sufre y cuánto debería importar ese sufrimiento. Seguro que existen modos filosóficamente coherentes de imaginar el mundo y el significado del sufrimiento para alcanzar una definición que no se aplique a los animales. A pesar de que esto choque con el sentido común, os aseguro que puede hacerse. Así pues, si tanto quienes afirman que los animales sufren como los que lo niegan pueden ofrecer argumentos sólidos y presentar pruebas convincentes, ¿deberíamos dudar de ese sufrimiento animal? ¿Deberíamos concluir que los animales quizá no sufran de verdad, no de la forma que importa más?

Como podéis adivinar yo diría que no, pero no pienso entrar a discutirlo. Es más, creo que el punto esencial es percatarse simplemente de la magnitud de lo que está en juego cuando preguntamos:

«¿Qué es el sufrimiento?».

¿Qué es el sufrimiento? No estoy seguro de qué es, pero sé que el sufrimiento es el origen de todas las imágenes, gritos y gruñidos (crudos e interpretables, pequeños y grandes) que nos conciernen. La palabra define nuestra mirada más aun que aquello que miramos.