—No éramos ricos, pero siempre teníamos lo suficiente. Los jueves hacíamos pan, challah y rolls, y duraban para toda la semana. Los viernes hacíamos crepes. Para el sabbat siempre tomábamos pollo y sopa de fideos. Ibas al carnicero y pedías un poco más de carne. Cuanta más grasa tuviera mejor era la pieza. No era como ahora. No teníamos neveras, pero sí leche y queso. No teníamos verduras de todas clases, pero las que teníamos nos bastaban. Las cosas que tenéis aquí y que dais por sentadas… Pero éramos felices. No conocíamos nada mejor. Y también dábamos por sentadas muchas cosas.
»Luego todo cambió. La guerra fue el Infierno en la Tierra y me quedé sin nada. Dejé a mi familia, ya lo sabes. Corrí día y noche, sin parar, porque los alemanes iban pisándome los talones. Si parabas, morías. Nunca había suficiente comida. Fui poniéndome más y más enferma por la falta de comida, y no hablo sólo de quedarme esquelética. Tenía llagas por todo el cuerpo. Me costaba moverme. No se me caían los anillos por comer de los cubos de basura. Comí los trozos que tiraban los demás. Si te espabilabas, sobrevivías. Cogí cuanto pude. Comí cosas de las que prefiero no hablarte.
»Incluso en los peores tiempos, encontrabas a buena gente. Alguien me enseñó a atarme los extremos de los pantalones para poder llenar las perneras con tantas patatas como podía robar. Caminé kilómetros y kilómetros así, porque nunca sabías cuándo volverías a tener suerte. Una vez alguien me dio un poco de arroz, y viajé dos días hasta un mercado para cambiarlo por jabón, y luego fui a otro mercado y canjeé el jabón por judías. Había que tener suerte e intuición.
»Lo peor de todo fue hacia el final.
Mucha gente murió al final, y yo no estaba segura de poder sobrevivir un día más. Un granjero ruso, Dios lo bendiga, vio cómo estaba, entró en su casa y salió con un pedazo de carne para mí.
—Te salvó la vida.
—No la comí.
—¿No la comiste?
—Era cerdo. Nunca comería cerdo.
—¿Por qué?
—¿Qué quieres decir con «por qué»?
—¿Te refieres a que no era kosher?
—Por supuesto.
—Pero ¿ni siquiera para salvar la vida?
—Cuando ya nada importa, no hay nada que salvar.