o lo que le sucedió a tu comida cuando aún era un animal.
Para la mayoría de los seres humanos, especialmente los de las modernas comunidades urbanas o de la periferia, la forma de contacto más directa con los animales no humanos se produce a la hora de las comidas: nos los comemos. En este simple hecho está la clave de nuestras actitudes hacia otros animales y también de lo que cada uno de nosotros podemos hacer para cambiarlas. El uso y abuso de los animales que se crían para procurarnos alimento excede con mucho, en números absolutos de animales afectados, a cualquier otro tipo de malos tratos. Anualmente, sólo en Estados Unidos se crían y se llevan al matadero 100 millones de vacas, cerdos y ovejas; y por lo que respecta a las aves de corral, la cifra asciende asombrosamente a 5000 millones (lo que significa que en el tiempo en que el lector lee esta página, unas 8000 aves —pollos en su mayoría— habrán sido masacradas). Es aquí, cuando nos sentamos a la mesa y en el super mercado o carnicería de nuestro barrio, donde nos ponemos en contacto directo con la mayor explotación que jamás haya existido de otras especies.
Generalmente, ignoramos el abuso de criaturas vivientes que yace tras el alimento que comemos. Nuestro consumo en la tienda o en el restaurante es la culminación de un largo proceso que, a excepción de su producto final, se oculta delicadamente ante nuestros ojos. Solemos comprar la carne y las aves envueltas en pulcras bolsas de plástico, donde apenas hay sangre. No hay razón para asociar estas porciones con un animal vivo que respira, camina y sufre. Las mismas palabras que usamos en inglés para describirlo disimulan su origen: comemos beef steak, y no toro, ternera ni vaca, y pork[*], no cerdo, aunque por alguna razón nos parezca más fácil enfrentarnos a la verdadera naturaleza de una pierna de cordero[**]. El término meat («carne») es en sí mismo engañoso. En su origen significaba cualquier tipo de alimento sólido, no necesariamente la carne de los animales. Esta acepción se prolonga todavía en expresiones tales como nut meat[***], que parece implicar que es un sustituto de flesh meat pero que en realidad tiene el mismo derecho a denominarse meat[****] por sí misma. Mediante la utilización del término más general meat evitamos enfrentarnos con el hecho de que lo que comemos es realmente carne (flesh).
Estos disfraces verbales sólo son la última capa de una ignorancia más profunda sobre el origen de nuestro alimento. Consideremos las imágenes que nos evoca la palabra «granja»: una casa, un granero, unas gallinas escarbando por el corral vigiladas por un gallo que se contonea al andar, un rebaño de vacas traídas de los campos para ordeñarlas y, quizá, una cerda hozando por el huerto con una camada de chillones cerditos que corren excitadamente tras ella.
Muy pocas granjas han sido nunca tan idílicas como nos haría creer esta imagen tradicional. Y, sin embargo, aún pensamos en una granja como un lugar agradable, remotamente alejado de nuestra vida en la ciudad industrial dominada por el lucro. No hay muchos, entre los pocos que se detienen a pensar en las vidas de los animales en las granjas, que conozcan los métodos modernos de cría de animales. Alguna gente se pregunta si se mata a los animales sin dolor, y quien haya seguido por la carretera a un camión lleno de ganado tiene que saber que los animales de granja se transportan en condiciones de gran hacinamiento; pero pocos sospechan que tanto el transporte como el matadero son algo más que la conclusión breve e inevitable de una vida cómoda y tranquila, una vida que reúne los placeres naturales de la vida animal sin las fatigas de los animales salvajes en su lucha por la supervivencia.
Estas cómodas suposiciones tienen poco que ver con las modernas explotaciones pecuarias. Para empezar, ya no se trata de una tarea controlada por sencilla gente del campo. Durante los últimos cincuenta años las grandes compañías y los métodos de producción en cadena han convertido la agricultura en una agroindustria. Este proceso comenzó cuando las grandes compañías adquirieron control sobre la producción de aves de corral, patrimonio, en otra época, de la mujer del granjero. En la actualidad, 50 grandes compañías prácticamente controlan en Estados Unidos la producción avícola y, por lo que respecta a la producción de huevos, donde hace cincuenta años un productor importante podía tener 3000 gallinas ponedoras, hoy muchos productores tienen más de 500.000, y los mayores pueden tener más de 10 millones de gallinas ponedoras. Los pequeños productores restantes han tenido que adoptar los métodos de los gigantes como único medio de evitar la ruina. Compañías que nunca habían tenido conexión alguna con la agricultura se han convertido en granjas a gran escala para conseguir desgravaciones fiscales o diversificar los beneficios. La Greyhound Corporation (compañía de autobuses) ahora produce pavos, y el rosbif puede venir de la compañía de seguros John Hancock Mutual Life Insurance o de una de la docena de compañías petrolíferas que han invertido en piensos para ganado, construyendo establos con capacidad para 100.000 reses o más[1].
A las grandes compañías, y a las que tienen que competir con ellas, no les preocupa el sentido de armonía entre las plantas, los animales y la naturaleza. La agricultura es competitiva y los métodos que se adoptan son los que reducen los costes y aumentan la producción. Por tanto, la agricultura es ahora «agricultura industrial». A los animales se les trata como a máquinas que convierten el forraje de bajo precio en carne de alto valor, y se suele adoptar cualquier innovación que resulte en una «tasa de conversión» más barata. La mayor parte de este capítulo es sencillamente una descripción de estos métodos y de lo que significan para los animales a los que se les aplican. La meta es demostrar que bajo estos métodos los animales viven unas vidas miserables desde que nacen hasta que se les sacrifica. No obstante, repetiré de nuevo que mi intención no es probar que las personas que hacen estas cosas a los animales son crueles o malvadas. Por el contrario, las actitudes de los consumidores y de los productores no son fundamentalmente diferentes. Las técnicas agropecuarias que voy a describir son simplemente la lógica aplicación de las actitudes y los prejuicios que se abordan en este libro. Cuando situamos a los animales no humanos fuera de nuestra esfera de consideración moral y los tratamos como a objetos que utilizamos para satisfacer nuestros deseos, el resultado es predecible.
Como hice en el capítulo anterior, para tratar de ser lo más objetivo posible no he basado las descripciones en mis observaciones personales de las granjas y de las condiciones que se dan en ellas. Si hubiera procedido así, podría culpárseme de ofrecer una versión parcial e incompleta cuyos fundamentos fueran unas pocas visitas a granjas que son peores de lo habitual. Por el contrario, he utilizado como primera fuente un material que, lógicamente, debería de ser el más favorable a la industria agropecuaria: sus propias revistas y publicaciones comerciales. Como es natural, en estas revistas no se pueden encontrar artículos que expongan directamente los sufrimientos de los animales de granja, y menos ahora que esta industria está alerta ante la sensibilización al tema. De hecho, las revistas de ganadería no están interesadas en el asunto del sufrimiento de los animales. A veces se aconseja a los granjeros que eviten métodos que hagan sufrir a los animales porque esto les impediría ganar peso, y se les insta a que se les trate con más cuidado cuando se les envía al matadero porque una carcasa magullada se cotiza menos; pero no se menciona que se deba evitar encerrar a los animales en condiciones incómodas porque esté mal hacerlo. Ruth Harrison, autora de una exposición pionera sobre métodos de explotación ganadera intensiva en Gran Bretaña titulada Animal Machines, concluía que «sólo se reconoce la crueldad allí donde el negocio no es lucrativo[2]». Esta es, ciertamente, la actitud que exhiben las páginas de las revistas pecuarias, tanto en Estados Unidos como en Gran Bretaña.
Aun así, leyéndolas podemos aprender mucho sobre las condiciones de los animales domésticos. Nos familiarizamos con las actitudes de ciertos granjeros ante los animales sometidos a su dominio de un modo absoluto y sin restricciones, y también con los nuevos métodos y técnicas que están siendo adoptados y con los problemas que surgen con su implantación. Suponiendo que sepamos algo sobre las necesidades de los animales domésticos, esta información es suficiente para darnos una idea de las condiciones de la producción animal en Estados Unidos hoy en día. Podemos enfocar mejor esta imagen examinando algunos de los estudios científicos sobre la protección de los animales de granja que, respondiendo a la presión del Movimiento de Liberación Animal, están apareciendo en número creciente en publicaciones agrícolas y veterinarias.
El primer animal al que se alejó de las condiciones relativamente naturales de la granja tradicional fue el pollo. Los seres humanos utilizan los pollos de dos maneras: por su carne y por sus huevos. Ahora existen técnicas normalizadas de producción a gran escala para obtener ambos artículos.
Los promotores de la agroindustria consideran que el surgimiento de la industria del pollo es uno de los grandes éxitos de la producción animal. Al final de la II Guerra Mundial aún era relativamente poco frecuente encontrar pollo en el menú. Los pollos procedían sobre todo de pequeños granjeros independientes o eran los machos no deseados que producían las gallinas ponedoras. En la actualidad, en Estados Unidos 102 millones de «pollos de engorde» —como se denominan habitualmente los pollos destinados a la mesa— se sacrifican cada semana después de haber sido criados en instalaciones industriales, sumamente mecanizadas, que pertenecen a las grandes compañías que controlan la producción. Ocho de estas corporaciones controlan más del 50% de los 5300 millones de aves sacrificadas anualmente en Estados Unidos[3].
El paso esencial para transformar al pollo de un ave de corral en un producto manufacturado fue recluirlo en un espacio cerrado. Actualmente, un productor de pollos recibe de las incubadoras una carga de 10000, 50000 o incluso más pollos de un día de edad y los coloca directamente en una nave larga sin ventanas —habitualmente en el suelo, aunque algunos productores utilizan jaulas en hilera para aprovechar mejor el espacio—. Dentro de la nave, cada aspecto del entorno del pollo se controla hasta el último detalle con objeto de que su crecimiento sea lo más rápido posible con un mínimo de pienso. Se les alimenta y se les da de beber mecánicamente con unos comederos colgados del techo. La iluminación se regula según el criterio de los investigadores agrícolas: por ejemplo, durante la primera y segunda semanas puede haber una luz fuerte las veinticuatro horas del día para aumentar la rapidez de su crecimiento; más adelante, puede reducirse ligeramente y apagarse y encenderse cada dos horas, en la creencia de que los pollos están más dispuestos a comer después de un período de sueño; finalmente se llega a un punto, alrededor de las seis semanas, en que las aves han crecido tanto que empiezan a estar hacinadas, y se las mantiene permanentemente con una luz muy tenue. El objeto de mantenerlas con poca luz es reducir la agresión que resulta del hacinamiento.
Los pollos son sacrificados cuando tienen siete semanas (la vida natural del pollo es de unos siete años). Al final de este breve período, las aves pesan alrededor de 2 kg; aun así, el espacio disponible para cada pollo puede ser tan sólo de la mitad de un pie cuadrado —menor que el área de un folio—. (En términos métricos, esto equivale a 450 centímetros cuadrados para una gallina que pesa más de dos kilos). En estas condiciones, cuando la iluminación es normal, la tensión del hacinamiento y la ausencia de desgastes naturales de energía de las aves conducen a brotes de peleas en que se despluman unas a otras a picotazos y algunas veces se matan, comiéndose después a la víctima. Se ha demostrado que una iluminación muy tenue reduce este comportamiento, por lo que es probable que las aves vivan sus últimas semanas en estado de penumbra.
En el lenguaje del avicultor, el desplumarse y el canibalismo son «vicios». Sin embargo, no se trata de vicios naturales, sino que son el resultado de la tensión y el hacinamiento a que el productor moderno somete a los pollos. Los pollos son animales sumamente sociales que, cuando viven en un corral, desarrollan una jerarquía llamada a veces pecking order[*****]. Esto se manifiesta en que, ante la cubeta del alimento o en cualquier otra parte, cada pollo cede el puesto al que le supera en rango y domina a los que están por debajo. En ocasiones hay alguna pelea antes de que el orden esté firmemente establecido, pero más a menudo una demostración de fuerza, no un contacto físico real, basta para colocar a uno de ellos en el lugar que le corresponde. Como escribió Konrad Lorenz, un notable observador del comportamiento animal, en los días en que todavía eran pequeños los gallineros:
¿Se conocen, entonces, los animales entre ellos? Sin duda, sí […] Todo granjero de aves sabe que […] existe un orden muy definido, en el que cada ave tiene miedo de las que están por encima en rango. Después de algunas disputas, que no necesariamente tienen que acabar en una pelea, cada ave sabe a quién tiene que temer y cuáles han de mostrarle respeto. No sólo la fuerza física, sino también la valentía individual, la energía e incluso la autoafirmación de cada ave son decisivas en el mantenimiento del pecking order[4].
Otros estudios han mostrado que en gallineros de hasta 90 aves se puede mantener un orden social estable, en el que cada una conoce su lugar; pero, obviamente, cuando se trata de 80.000 aves apelotonadas en una sola nave, la cuestión cambia por completo. Las aves no pueden establecer un orden social y, como consecuencia, a menudo se pelean entre ellas. Aparte de la total incapacidad del ave para reconocer a tantas otras, el simple hecho de encontrarse tan apiñadas probablemente contribuya a que se muestren irritables y excitables, como sucede con los humanos y otros animales. Esto es algo que los granjeros han sabido desde hace mucho tiempo:
El desplumarse y el canibalismo se convierten fácilmente en grandes vicios entre las aves sometidas a condiciones intensivas. Se traducen en una productividad menor y en una pérdida de beneficios. Las aves se aburren, y pronto empiezan a picotear alguna parte prominente del plumaje de la que tienen más próxima […] Si la ociosidad y el aburrimiento son causas que predisponen a los vicios, la falta de espacio, la mala ventilación y una temperatura excesiva de los locales contribuyen a ellos directamente[5].
El granjero debe acabar con los «vicios», puesto que le cuestan dinero; pero, aunque sepa que se deben al amontonamiento, no puede solucionar el problema porque su eliminación, en el estado competitivo en que se encuentra la industria, significaría eliminar a la vez sus ganancias marginales: los costes del edificio, del equipo mecanizado de alimentación, del combustible empleado en calentar y ventilar el edificio y de la mano de obra seguirían siendo los mismos, pero al haber menos aves que alimentar en cada nave, se reducirían los beneficios. El granjero, por tanto, limita sus esfuerzos a reducir las consecuencias de esa tensión que le cuesta dinero. Las condiciones antinaturales de cría provocan los vicios, pero para controlarlos el granjero debe hacer que las condiciones sean aún más antinaturales. Una manera de conseguir esto es una iluminación muy tenue, pero otro paso mucho más drástico, usado ahora casi universalmente en la industria, es el «corte del pico».
Iniciado en San Diego en los años cuarenta, el corte del pico solía hacerse con un soplete. El granjero quemaba la parte superior del pico de los pollos de manera que les impedía picotear las plumas de los demás. Una versión modificada de un soplete de soldadura pronto sustituyó a esta primitiva técnica, y el instrumento preferido hoy en día son unos mecanismos especiales tipo guillotina con cuchillas calientes. Se introduce el pico del pollito en el aparato, y la cuchilla caliente le corta el extremo del pico. El procedimiento se lleva a cabo a alta velocidad, unas 15 aves por minuto. Tal rapidez significa que la temperatura y el filo de la cuchilla pueden variar, resultando en cortes descuidados y lesiones graves para el ave:
Una cuchilla excesivamente caliente causa ampollas en la boca. Una cuchilla roma o fría puede ocasionar el desarrollo de un bulto carnoso y bulboso en el extremo de la mandíbula. Tales bultos son muy sensibles[6].
Joseph Mauldin, un científico del servicio de extensión avícola de la Universidad de Georgia, informó sobre sus observaciones prácticas en una conferencia sobre salud avícola:
Hay muchos casos de narices quemadas y mutilaciones graves debido a procedimientos incorrectos que incuestionablemente influyen sobre el dolor crónico y agudo, el comportamiento alimenticio y los factores de producción. He valorado la calidad del corte del pico para compañías privadas productoras de pollos y la mayoría se contenta con alcanzar un 70% en las categorías de corte adecuado […] A los pollitos de repuesto les cortan los picos unos equipos que cobran por la cantidad y no por la calidad del trabajo[7].
Incluso cuando la operación se realiza correctamente, es un error pensar que se trata de un procedimiento indoloro, como cortar las uñas de los pies. Ya un comité de expertos del Gobierno inglés, dirigido por el profesor de zoología F. W. Rogers Brambell, señaló hace algunos años:
Entre la sustancia córnea y el hueso hay una fina capa de un tejido blando extremadamente sensible, parecido a «la carne viva» de la uña humana. El cuchillo caliente utilizado en la amputación del pico atraviesa este compuesto de sustancia córnea, hueso y tejido sensible, causando un dolor intenso[8].
Además, el perjuicio causado al ave por el corte del pico es de largo alcance: los pollos mutilados de esta forma comen menos y pierden peso durante varias semanas[9]. La explicación más lógica para esto es que el pico lacerado continúa causando dolor. J. Breward y M. J. Gentle, investigadores del Poultry Research Centre del British Agricultural and Food Research Council, investigaron los muñones de los picos de los pollos y descubrieron que los nervios dañados crecían de nuevo, volviéndose sobre sí mismos para formar una masa de fibras de nervios entrelazados llamada neuroma. Se ha demostrado que estas neuromas en humanos con amputaciones causan dolor tanto agudo como crónico. Breward y Gentle encontraron que probablemente esto también suceda en las neuromas formadas por el corte del pico[10]. Por ello, Gentle, explicándose con la cautela previsible de un científico avícola que escribe en una revista científica, ha dicho:
En conclusión, es justo decir que no sabemos cuánta incomodidad o cuánto dolor experimentan las aves después del corte del pico, pero en una sociedad compasiva deberían recibir el beneficio de la duda. Para evitar el canibalismo y la arrancada de plumas en las aves, es esencial una cría bien hecha, y en circunstancias en las que la intensidad de la luz no pueda ser controlada, la única alternativa es tratar de criar aves que no tengan estas perjudiciales características[11].
Hay también otra posible solución. El corte del pico, que se realiza de forma rutinaria para evitar el canibalismo en la mayoría de las granjas avícolas, reduce enormemente los daños que pueden causarse los pollos entre sí. Pero es obvio que no hace nada para reducir el estrés y el hacinamiento que son los primeros causantes de este canibalismo antinatural. Los granjeros antiguos, al mantener un número reducido de pollos en un espacio mayor, no tenían necesidad de cortar el pico a sus aves.
En otra época, los miembros de un gallinero eran individuos; si uno de ellos intimidaba a los otros (cosa que podía suceder, aunque no fuese la norma), se le alejaba de la bandada. De la misma manera, si alguno enfermaba o se lesionaba se le atendía o bien se le sacrificaba rápidamente en caso de considerarse necesario. Hoy en día, una sola persona se ocupa de varias decenas de miles de aves. Un ministro de agricultura de Estados Unidos escribió con entusiasmo que bastaba una persona para cuidar entre 60.000 y 75.000 pollos[12]. Poultry World publicaba recientemente un artículo[13] de fondo sobre la unidad de pollos de David Dereham, que cuida él solo a 88.000 pollos bajo un solo techo y además ¡cultiva 24,27 hectáreas de tierra! «Cuidar» no significa hoy lo mismo que antaño, porque si un avicultor le dedicara tan sólo un segundo a cada pollo, tardaría más de veinticuatro horas al día simplemente para completar la inspección de 88000 aves, sin contar todas las tareas restantes y además cultivar la tierra. Hay que tener en cuenta también que la luz extremadamente tenue dificulta aún más el trabajo de inspección. De hecho, todo el cuidado que se dedica hoy a los pollos en las granjas avícolas consiste en retirar a los que están muertos, ya que resulta más económico perder el ingreso suplementario que supondrían esos pocos que pagar el trabajo necesario para atender la salud de cada uno individualmente.
Para lograr un control total sobre la iluminación y un cierto control sobre la temperatura (suele haber calefacción, pero pocas veces un sistema que refresque el ambiente), las naves de pollos tienen paredes sólidas y sin ventanas, y dependen de una ventilación artificial. Jamás se expone a las aves a la luz natural, excepto el día en que se las saca para sacrificarlas, y el aire que respiran está fuertemente impregnado del amoníaco de sus propios excrementos. Tienen una ventilación adecuada para mantenerlas vivas en circunstancias normales, pero, si hubiera un fallo mecánico, pronto se asfixiarían. Incluso una posibilidad tan básica como un fallo eléctrico podría ocasionar un desastre, ya que no todas las granjas avícolas poseen un grupo generador autónomo auxiliar.
Pero además de esta hay otras formas de asfixia. Existe el fenómeno del «amontonamiento». Los pollos que viven en estas condiciones se convierten en criaturas nerviosas e inquietas. Deshabituados a una luz fuerte, a ruidos o a otras intromisiones, cualquiera de estos fenómenos pueden crearles un estado de pánico y hacerles huir a un rincón de la nave. En su carrera desenfrenada hacia sitio seguro, se amontonan unos encima de otros de tal forma que, como describe el encargado de una granja, se «asfixian unos a otros creando una pila lastimosa de cuerpos en un rincón de la zona de cría[14]».
Incluso si las aves escapan a estos peligros, pueden sucumbir a enfermedades que proliferan en la nave de pollos. Una causa de muerte nueva y todavía misteriosa se conoce simplemente como el «síndrome de muerte aguda» o ADS. Parece ser que es producto de las condiciones antinaturales generadas por la industria avícola, y se ha demostrado que mata un promedio de aproximadamente un 2% de los pollos en Canadá y Australia, y es probable que las cifras sean similares dondequiera que se utilicen los mismos métodos[15]. Se ha descrito de esta manera:
Los pollos mostraban un ataque súbito anterior a la muerte caracterizado por la pérdida de equilibrio, aleteos violentos y fuertes contracciones musculares […] Se observó que las aves caían hacia adelante o hacia atrás durante la pérdida de equilibrio inicial y que podían darse la vuelta sobre la espalda o el esternón durante el violento aleteo[16].
Ninguno de los estudios ofrece una explicación clara de por qué unos pollos aparentemente sanos habrían de colapsarse de repente y morir, pero un especialista avícola del Ministerio de Agricultura británico lo ha vinculado al objetivo que persigue la industria pollera, a saber, el rápido crecimiento:
Los niveles de mortalidad de pollos han aumentado y es razonable especular si ello se puede atribuir indirectamente a los avances genéticos y nutricionales tan considerables que se han hecho. En otras palabras, puede que queramos que los pollos crezcan demasiado rápidamente, multiplicando su peso 50-60 veces en siete semanas […] Las «volteretas», es decir, la muerte súbita de fuertes pollos jóvenes (normalmente machos) puede estar también conectada con este crecimiento «supercargado[17]».
El rápido ritmo de crecimiento también causa lesiones y deformidades que fuerzan a los productores a sacrificar entre un 1 y un 2% de los pollos —y puesto que sólo se retiran los casos más severos, la cantidad de aves que sufren deformidades tiene que ser mucho más alta[18]. Los autores de un estudio de una forma específica de lesión concluyeron: «Consideramos que las aves podrían haber sido criadas para crecer tan rápido que se encuentran al borde del colapso estructural[19]».
La atmósfera en la que deben vivir las aves es en sí misma un peligro para la salud. Durante las siete u ocho semanas en que los pollos están en las naves no se intenta retirar la arena ni los excrementos. A pesar de la ventilación mecánica, el aire se carga de amoníaco, polvo y microorganismos. Diversos estudios han demostrado que, como cabe esperar, el polvo, el amoníaco y las bacterias tienen efectos nocivos para los pulmones de las aves[20]. El departamento de medicina comunitaria de la Universidad de Melbourne, Australia, realizó un estudio sobre los peligros de esta atmósfera para la salud de los granjeros de pollos. Encontraron que el 70% de los granjeros sufría de ojos irritados, casi un 30% tosía regularmente y cerca del 15% tenía asma y bronquitis crónica. Como resultado, los investigadores alertaron a los granjeros para que pasaran el menor tiempo posible en sus naves y usaran un respirador al entrar. Pero el estudio no decía nada sobre respiradores para los pollos[21].
Al tener que estar de pie y sentarse sobre una arena podrida, sucia y cargada de amoníaco, los pollos también sufren de pies ulcerados, ampollas en el pecho y quemaduras en los codos. Las «piezas de pollo» son a menudo partes de pollos dañados que no se pueden vender enteros. No obstante, los daños en las patas no suponen problema alguno para la industria, puesto que de todas formas estas son cortadas después de muertos.
Si vivir en grandes naves superpobladas, llenas de amoníaco, polvorientas y sin ventanas es estresante, la primera y única experiencia de los pollos con la luz del día no lo es menos. Las puertas se abrirán de par en par y las aves, acostumbradas ya a la semioscuridad, son agarradas por las patas, llevadas boca abajo y violentamente introducidas en cajas que se amontonan en la trasera de un camión. Así son conducidas a la planta de «procesamiento», donde se las habrá de sacrificar, limpiar y convertir en pulcros paquetes de plástico. En la planta, se les baja del camión y se apilan las cajas hasta que les toque su turno, pudiendo transcurrir varias horas en las que los pollos permanecen sin comida y sin agua. Finalmente, son sacados de las cajas y colgados boca abajo de la cinta transportadora que los conduce hasta el cuchillo que acabará con su infeliz existencia.
Los cuerpos de los pollos, desplumados y preparados, se venderán entonces a millones de familias que chuparán sus huesos sin detenerse a pensar por un instante que se están comiendo el cuerpo muerto de una criatura que estuvo viva, ni lo que se le hizo a esa criatura para que ellos pudieran comprar y comer su cuerpo. Y si se hicieran estas preguntas, ¿dónde iban a hallar una respuesta? Si esta procediese del magnate Frank Perdue, el cuarto productor de pollos de engorde de Estados Unidos (pero sin duda el primero en auto-promoción), dirá que mima a los pollos de su «granja» y que «llevan una vida muelle[22]». ¿Cómo va a enterarse la gente corriente de que Perdue mantiene a sus pollos en naves de 136 metros de longitud en las que viven 27000 aves? ¿Cómo puede el público saber que el sistema de producción en masa de Perdue sacrifica a 6,8 millones de aves a la semana, y que, como muchos otros grandes productores de pollos, amputa los picos de sus pollos para evitar que se conviertan en caníbales bajo la presión de la vida moderna en la factoría[23]?
La publicidad de Perdue promueve un mito común: que la recompensa económica del granjero va de la mano con una buena vida para las aves o los animales. Los defensores de las granjas industriales dicen a menudo que si las aves o los animales no fueran felices, no crecerían y por tanto no rendirían beneficios. La industria pollera refuta claramente este mito ingenuo. Un estudio publicado en Poultry Science mostraba que dar a los pollos tan sólo 372 centímetros cuadrados por ave (un 20% menos que la cantidad estándar de la industria) podría ser rentable, aunque un espacio tan reducido significaría que un 6,4% de las aves morirían (más que con densidades menores), que las aves tendrían un bajo peso y que habría muchos casos de ampollas en la pechuga. Como indican los autores, la clave del beneficio en la industria pollera no es el beneficio por ave, sino el beneficio de la unidad como un todo:
Los beneficios monetarios netos por ave comenzaron a declinar […] conforme se aumentó la densidad del almacenamiento. Sin embargo, cuando los beneficios monetarios se calcularon sobre la base de beneficios por unidad de área del suelo, tuvo lugar el efecto contrario; los beneficios monetarios aumentaron conforme aumentaba la densidad de población. Aunque se probaron densidades de almacenamiento extremadamente altas, no se alcanzó el punto de disminución de beneficios a pesar de la reducción de la tasa de crecimiento[24].
Si, después de leer esta sección, el lector está pensando en comprar pavo en lugar de pollo, debe ser advertido de que esta tradicional pieza central de la cena familiar del día de Acción de Gracias[******] se cría ahora con los mismos métodos que los pollos de engorde y que también entre ellos el corte del pico constituye la norma general. Según Turkey World, ha tenido lugar una «explosión en la producción de pavo» durante los últimos años y se espera que continúe. La industria del pavo, de 2000 millones de dólares, crio 207 millones de pavos en 1985, con veinte grandes corporaciones produciendo más del 80% de ellos. Los pavos pasan entre 13 y 24 semanas en condiciones intensivas, más del doble que sus compañeros más pequeños, antes de encontrar su fin[25].
«Una gallina», escribió en cierta ocasión Samuel Butler, «es sólo la manera en que un huevo hace otro huevo». Sin duda, Butler pensaba que estaba haciendo un chiste; pero cuando Fred C. Haley, presidente de una granja avícola de Georgia que controla las vidas de 225.000 gallinas ponedoras, describe a la gallina como «una máquina productora de huevos», sus palabras tienen implicaciones más serias. Para subrayar su actitud de negociante, Haley añade: «El objetivo de la producción de huevos es hacer dinero. Cuando lo olvidamos, hemos olvidado para qué estamos aquí[26]».
No se trata tan sólo de una actitud típicamente americana. Una revista agrícola británica decía a sus lectores:
La ponedora moderna sólo es, después de todo, una máquina de conversión muy eficiente, que transforma la materia prima —sustancias alimenticias— en un producto acabado —el huevo—, descontando, por supuesto, los gastos de mantenimiento[27].
La idea de que la ponedora es una forma eficaz de convertir comida en huevos es común en las revistas del gremio, sobre todo en los anuncios. Como cabe prever, sus consecuencias no son buenas para las gallinas ponedoras.
Muchos de los procedimientos usados con los pollos se aplican a las gallinas ponedoras, aunque existen algunas diferencias. Como a los pollos, se les hace también el corte del pico para evitar el canibalismo que se produciría en las condiciones de hacinamiento en que viven; pero debido a que su vida es mucho más larga que la de los pollos, es frecuente que se les haga pasar dos veces por esta operación. Así, nos encontramos con que un especialista de aves de corral, Dick Wells, jefe del National Institute of Poultry Husbandry británico, aconseja a los avicultores el corte del pico «cuando las aves tienen entre cinco y diez días de edad», porque se provoca menos tensión a los polluelos entonces que si se hace antes y, además, «es una buena manera de disminuir el riesgo de mortalidad temprana[28]». Cuando se desplaza a las gallinas desde la nave de crecimiento a la nave de producción, entre las doce y dieciocho semanas de edad, a menudo se les corta de nuevo el pico[29].
El sufrimiento empieza pronto en la vida de las gallinas ponedoras. Los polluelos recién incubados son divididos en machos y hembras por un «sexador de pollos». Puesto que los machos no tienen valor comercial, se descartan. Algunas compañías gasean a los pequeños polluelos, pero es más frecuente que se les arroje vivos a un saco de plástico donde acaban asfixiados por el peso de los otros polluelos que caen encima de ellos. Otros son molidos, aún vivos, para ser convertidos en pienso para sus hermanos. Al menos 160 millones de aves son gaseadas, asfixiadas o mueren de esta forma al año tan sólo en Estados Unidos[30]. Es imposible saber qué cantidad de aves sufre uno u otro destino concreto, ya que no se hacen estadísticas: para los criadores, la muerte de estos polluelos machos es como para nosotros sacar la basura.
La vida de la gallina ponedora es más larga, pero esto no se puede considerar un beneficio. Las pollitas (como se llama a las ponedoras que aún son jóvenes para poner) solían ser criadas en el exterior, en la creencia de que esto las fortalecía para ser ponedoras, más capaces de soportar su vida futura en jaulas. Ahora las han metido dentro y en muchos casos se las coloca en jaulas casi desde el nacimiento, puesto que con las cajas apiladas unas encima de otras caben más aves por nave y el coste por ave es correspondientemente más bajo. No obstante, como las aves crecen rápidamente hay que cambiarlas a jaulas más grandes y esto es una desventaja, ya que «la mortalidad puede ser un poco mayor […] Es fácil que el traslado de aves provoque patas rotas y cabezas magulladas[31]».
Cualesquiera que sean las técnicas utilizadas en la actualidad, todos los grandes productores de huevos guardan a sus ponedoras en jaulas. (Estas se denominan frecuentemente «baterías» o «jaulas en batería», no porque tengan nada eléctrico, sino por el significado original de la palabra «batería» como «un juego de unidades de equipo similares o conectadas»). Cuando se introdujeron las jaulas originalmente sólo había un ave por jaula, y la idea era que el granjero podría saber así cuáles eran las que no ponían suficientes huevos para rentabilizar el alimento que se les administraba. Estas aves eran sacrificadas. Más tarde se descubrió que había cabida para más aves y que se podían reducir los costes por ave si se colocaban dos por jaula. Esto sólo fue el primer paso. Ahora ya no se intenta llevar la cuenta de los huevos que pone cada gallina. Las jaulas se usan para aumentar la cantidad de aves a las que se puede albergar, calentar, alimentar y suministrar agua en un solo edificio, y para utilizar mejor el equipo automático que ahorra mano de obra. El requisito económico de mantener los gastos de mano de obra a un mínimo absoluto significa que las gallinas ponedoras no reciben más cuidados individuales que los pollos. Alan Hainsworth, propietario de una granja avícola del estado de Nueva York, le dijo a un periodista local que cuatro horas al día le bastaban para cuidar a sus 36.000 gallinas ponedoras, mientras que su mujer cuidaba de las 20.000 pollas: «Ella tarda 15 minutos al día. Todo lo que hace es examinar los comederos automáticos y los bebederos y comprobar las muertes ocurridas durante la noche».
Como demuestra la descripción del periodista, este tipo de cuidados no contribuye a la felicidad del gallinero:
Cuando se entra en el cobertizo de las pollas la reacción es inmediata: un auténtico pandemonio. Los graznidos son altos e intensos; unas 20000 aves se apelotonan en lo más recóndito de sus jaulas por temor a los intrusos humanos[32].
Ochenta kilómetros al noroeste de Los Ángeles se encuentra uno de los primeros centros de producción de huevos por millones, Julius Goldman's Egg City. Ya en 1970, cuando la National Geographic Magazine hizo un estudio entusiasta de lo que en aquel entonces eran métodos de granja aún relativamente nuevos, consistía en dos millones de gallinas divididas en largos edificios que contenían 90.000 gallinas cada uno, colocadas de cinco en cinco en jaulas de 40 por 46 centímetros. Ben Shames, vicepresidente ejecutivo de Egg City, explicó al periodista los métodos utilizados para cuidar a tantas aves:
Llevamos la cuenta del alimento que se consume y los huevos que se recogen en dos de las 110 hileras de jaulas que tiene cada edificio. Cuando se llega a un punto en que la producción deja de ser económica, se venden las 90000 aves a las procesadoras que las convierten en empanadillas de pollo o en caldo. No es rentable vigilar la totalidad de las hileras, mucho menos a cada gallina individualmente; puesto que hay que ocuparse de dos millones de ponedoras, se tiene que depender de muestras estadísticas[33].
En la mayoría de las granjas de huevos las jaulas se colocan en hileras, con comederos y bebederos situados longitudinalmente, que se llenan de forma automática desde un suministro central. Tienen suelos metálicos inclinados. La inclinación —habitualmente una pendiente de un uno en cinco— impide que las aves puedan estar de pie cómodamente, pero hace que los huevos rueden hasta el frente de la jaula y desde ahí se pueden coger fácilmente con la mano o, en las instalaciones más modernas, conducirse en una cinta transportadora hasta la planta de embalaje.
El suelo metálico tiene también una justificación económica. El excremento cae a través de las rejas y se amontona durante muchos meses hasta que se recoge en una sola operación. (Algunos productores lo retiran más a menudo, otros no). Desgraciadamente, los dedos de una gallina no se adaptan bien a vivir sobre las rejas metálicas, y cuando alguien se molesta en hacer una inspección es muy frecuente que se los encuentre lesionados. Al no tener un suelo sólido donde desgastar las uñas, se hacen muy largas y pueden engancharse permanentemente en el alambre de una jaula. Un ex presidente de una organización avícola nacional recordaba esto en una revista de la industria:
Descubrimos que las gallinas habían crecido literalmente amarradas a las jaulas. Parece ser que sus uñas se habían enganchado en la malla de alambre y no se podían soltar. Por lo tanto, con el tiempo, la carne de los dedos había crecido completamente alrededor del alambre. Afortunadamente para ellas, habían quedado enganchadas cerca de la parte delantera de las jaulas, por lo que tenían acceso al alimento y al agua[34].
También hemos de considerar la cantidad de espacio vital con que cuentan las gallinas ponedoras en las jaulas. En Gran Bretaña se aprobó en 1954 una ley llamada Protection of Birds Act que fue concebida para evitar la crueldad con las aves. El artículo 8, subsección 1, de esta ley dice lo siguiente:
Toda persona que mantenga o encierre a cualquier ave en una jaula u otro receptáculo que no tenga suficiente altura, longitud o anchura para permitir que el ave estire sus alas libremente incurrirá en infracción de esta ley y quedará sujeta a una pena especial.
Aunque cualquier enjaulamiento es objetable, el principio de que una jaula tiene que ser suficientemente grande como para permitir que un ave pueda estirar sus alas con libertad parece un mínimo necesario para protegerlas de un grado intolerable de confinamiento que les frustra una necesidad muy básica. ¿Se puede suponer, por tanto, que en Gran Bretaña las jaulas para aves de corral son al menos lo bastante grandes como para darles a las aves esta mínima libertad? No. La subsección citada arriba contiene una salvedad corta pero significativa: «Dado que esta subsección no se aplicará a las aves de corral».
Esta sorprendente condición testimonia la fuerza relativa de los deseos que emanan del estómago y los que tienen su origen en la compasión en un país que tiene fama de ser bondadoso con los animales. No hay nada en la naturaleza de las «aves de corral» que las haga menos deseosas de estirar sus alas que otras aves. La única conclusión deducible es que los miembros del Parlamento Británico están en contra de la crueldad, excepto cuando esta produce su desayuno.
En Estados Unidos existe un paralelismo cercano con esta situación. La ley Animal Welfare Act de 1970 y sus revisiones posteriores establecen unas normas que obligan a que las jaulas de animales «provean espacio suficiente para permitir que el animal haga ajustes de postura y sociales normales con una adecuada libertad de movimiento». Esta ley se aplica a los zoológicos, circos, vendedores de animales domésticos al por mayor y laboratorios, pero no a los animales cuya crianza se enfoca a obtener alimento[35].
¿Cómo son las jaulas de las gallinas ponedoras en contraste con estas mínimas normas fijadas para las aves en general? Para responder a esta pregunta debemos saber que la envergadura media de una ponedora del tipo común es de unos 75 cm. El tamaño de las jaulas varía, pero según el Poultry Tribune,
el tamaño típico es de 12 por 20 pulgadas, donde puede haber desde una hasta cinco gallinas. El espacio disponible por ave varía desde 240 a 483 pulgadas cuadradas, dependiendo del número de aves por jaula. Hay una tendencia a hacinar a las ponedoras para reducir los costes de edificio y equipo por ave[36].
Obviamente, este tamaño es demasiado pequeño incluso para que una sola gallina pueda estirar sus alas del todo, mucho menos si hay cinco gallinas en la misma jaula —y como se indica en la última línea del pasaje citado, cuatro o cinco aves, no una o dos, es lo normal en la industria.
Desde que se publicó la primera edición de este libro, las condiciones en que viven las gallinas en la modalidad de cría intensiva moderna han sido objeto de numerosos estudios por parte de comités científicos y gubernamentales. En 1981, el Comité de Agricultura de la Cámara de los Comunes británica emitió un informe sobre protección animal en el que se decía: «Hemos visto por nosotros mismos jaulas en batería, tanto experimentales como comerciales, y nos desagrada enormemente lo que vimos». El comité recomendaba que el Gobierno británico tomara la iniciativa de retirar las jaulas en batería en un plazo de cinco años[37]. Aún más revelador fue un estudio realizado en la Houghton Poultry Research Station, en Inglaterra, sobre el espacio que necesitan las gallinas para diversas actividades. Este estudio encontró que la gallina típica en descanso ocupa un área de 637 centímetros cuadrados, pero para que un ave pueda darse la vuelta con facilidad necesita un espacio de 1681 centímetros cuadrados si está en una jaula individual. En una jaula para cinco aves, el estudio concluyó que el tamaño de la jaula debería dejar espacio al frente para todas las aves, y por tanto necesitaría tener no menos de 106,5 centímetros de longitud y 41 centímetros de fondo, dando a cada ave 873 centímetros cuadrados (aproximadamente 42 por 16 pulgadas[38]). Las 48 pulgadas cuadradas indicadas arriba en el artículo del Poultry Tribune, cuando cinco aves están en las jaulas estándar de 12 por 20 pulgadas, se convierten en sólo 300 centímetros cuadrados. Con sólo cuatro aves en tales jaulas, cada ave cuenta con 375 centímetros cuadrados.
Aunque el Gobierno británico no ha emprendido acción alguna sobre la recomendación de tomar la iniciativa para retirar paulatinamente las jaulas, el cambio es posible. En 1981, Suiza comenzó un programa para desfasar las jaulas en batería a lo largo de diez años. En 1987, las aves en jaulas tenían que tener un mínimo de 500 centímetros cuadrados; y en el primer día de 1992, las jaulas tradicionales serán ilegales y todas las gallinas ponedoras tendrán acceso a cajones de anidar protegidos y de suelo suave[39]. En los Países Bajos, las jaulas en batería convencionales serán ilegales en 1994, y las gallinas tendrán un espacio mínimo de 1000 centímetros cuadrados, así como acceso a áreas para anidar y para rascarse. De mayor alcance, sin embargo, es una ley sueca aprobada en julio de 1988 que exige la abolición de las jaulas para gallinas en los próximos diez años y señala que las vacas, los cerdos y los animales criados por sus pieles deben ser mantenidos «en un entorno tan natural como sea posible[40]».
El resto de Europa sigue debatiendo aún sobre el futuro de la jaula en batería. En 1986, los ministros de agricultura de los países de la Comunidad Europea marcaron el espacio mínimo para las gallinas ponedoras en 450 centímetros cuadrados. Ahora se ha decidido que este mínimo no será un requisito legal hasta 1995. El doctor Mandy Hill, director adjunto de la granja experimental Gleadthorpe del Ministerio de Agricultura británico, ha estimado que 6,5 millones de aves en Inglaterra necesitarán ser trasladadas, lo que indica que actualmente esta cantidad de aves cuenta con un espacio menor aún que este ridículo mínimo[41]. Pero como el total de ponedoras británicas está en torno a los 50 millones, de los que aproximadamente el 90% se halla en jaulas, esto demuestra también que lo único que hará el nuevo mínimo será convertir en ley las elevadísimas densidades que la mayoría de los productores de huevos está usando ya. Sólo deberá cambiar una minoría que apretuja sus aves aún más que lo que es habitual en la industria. Mientras tanto, en 1987 el Parlamento Europeo recomendó que las jaulas en batería fueran desfasadas en la Comunidad Europea en los próximos diez años[42]. Pero el Parlamento Europeo sólo tiene poderes para aconsejar, y los europeos ansiosos por ver el final de las jaulas no tienen aún motivo para celebraciones.
Estados Unidos, sin embargo, va a la zaga de Europa incluso en lo que se refiere a un primer intento de arreglar el problema. La norma mínima de la Comunidad Europea de 450 centímetros cuadrados equivale a 70 pulgadas cuadradas por gallina; en Estados Unidos, la United Eggs Producers ha recomendado 48 pulgadas cuadradas como estándar para este país[43]. Pero, a menudo, el espacio concedido a las aves en las granjas es incluso menor. En la granja Hainsworth en Mount Morris, Nueva York, se embutía a las gallinas de cuatro en cuatro en jaulas de 12 por 12 pulgadas (36 pulgadas cuadradas por ave), y el informador añadía: «Algunas contienen cinco gallinas cuando Hainsworth tiene más aves que espacio[44]». La verdad es que, cualesquiera que sean las recomendaciones oficiales o semioficiales, no se sabe cuántas gallinas están metidas en las jaulas a menos que se vaya y se compruebe. En Australia, donde un «Código de Práctica» del Gobierno sugiere que no debería haber más de cuatro gallinas en una jaula de 18 por 18 pulgadas, una visita sorpresa a una granja en el Estado de Victoria en 1988 reveló que había siete aves en una jaula de este tamaño, y cinco o seis en otras muchas. Aun así, el Departamento de Agricultura del estado de Victoria se negó a enjuiciar al productor[45]. Siete aves en una jaula de 18 pulgadas cuadradas tienen tan sólo 289 centímetros cuadrados, o 46 pulgadas cuadradas. Con este promedio de ocupación, una página de papel representa el espacio vital de dos gallinas, y las aves se encuentran prácticamente una encima de la otra.
Bajo las condiciones normales de las modernas granjas productoras de huevos de Estados Unidos, Inglaterra y casi todas las naciones desarrolladas (excepto, en el próximo futuro, Suiza, los Países Bajos y Suecia), se frustran todos los instintos naturales de las aves. No pueden andar, escarbar la tierra, revolcarse en el polvo, construir un nido o estirar las alas. No forman parte de un grupo como en los gallineros. No pueden distanciarse de las otras, ni pueden las más débiles escapar de los ataques de las más fuertes, ya enloquecidas por las condiciones antinaturales. El descomunal grado de hacinamiento tiene como consecuencia lo que los científicos llaman un estado de «estrés», parecido al estrés que se produce en los seres humanos sometidos a situaciones de hacinamiento, reclusión y frustración de las actividades básicas. Ya hemos visto que en los pollos de engorde este estrés conduce al picoteo agresivo y al canibalismo. El naturalista tejano Roy Bedichek observó otros síntomas:
He observado atentamente a los pollos criados de esta forma y, en mi opinión, parecen muy infelices […]. Los pollos en batería que he observado parecen haber perdido la cabeza a una edad en que normalmente estarían despegándose de sus madres y cazando saltamontes por su propia cuenta entre los yerbajos. Sí; de hecho, la granja avícola en batería se convierte literalmente en un manicomio gallináceo[46].
El ruido es otra muestra de la tensión. Las gallinas que picotean en un campo suelen estar calladas, y cloquean tan sólo de cuando en cuando; pero las que están enjauladas tienden a hacer mucho ruido. Ya he citado al periodista que visitó el edificio de las pollas en la granja de Hainsworth y se encontró con «un auténtico pandemonio». A continuación copiamos la descripción, hecha por el mismo periodista, del edificio de las ponedoras:
Las ponedoras están histéricas. El alboroto que organizan las pollas no era nada en comparación. Graznan, cacarean y cloquean mientras trepan unas sobre otras para picotear el comedero con grano controlado automáticamente o para beber un poco de agua. Así es como las gallinas consumen su corta vida de producción incesante[47].
La imposibilidad de construir un nido y poner un huevo en él es otra fuente de frustración para la gallina. Konrad Lorenz ha descrito el proceso de la puesta del huevo como la peor tortura que sufre una gallina en batería:
Para la persona que sabe algo sobre los animales es verdaderamente penoso ver cómo una gallina trata una y otra vez de arrastrarse bajo sus compañeras de jaula, buscando en vano un lugar cubierto. En estas circunstancias, las gallinas indudablemente tratarán de retener el huevo tanto tiempo como les sea posible. Su repugnancia instintiva a poner huevos en medio de la multitud de sus compañeras de jaula es, ciertamente, tan grande como la de las personas civilizadas a defecar en una situación análoga[48].
La opinión de Lorenz ha sido reforzada por un estudio en el que las gallinas conseguían alcanzar un cajón de anidar sólo después de superar obstáculos cada vez más difíciles. Su gran motivación para poner en el nido la mostraba el hecho de que se esforzaban tanto por llegar al cajón de anidar como lo hacían por obtener alimento tras haber sido privadas de comer durante veinte horas[49]. Quizá una razón de que las gallinas hayan desarrollado un instinto de poner los huevos en privado sea que el canal se les enrojece y humedece al poner el huevo, y si otras aves lo ven se lo pueden picotear. Si este picoteo produce sangre, habrá un picoteo continuado que puede llevar al canibalismo.
Las gallinas también proporcionan otro tipo de pruebas de que nunca pierden el instinto de anidar. Algunos amigos míos han adoptado gallinas que se hallaban al final de su período comercial de puesta de huevos e iban a ser enviadas al matadero. Cuando se suelta a estas aves en un jardín y se les proporciona un poco de paja, inmediatamente comienzan a construir nidos —incluso después de haber pasado más de un año en una jaula de alambre—. En Suiza, la ley exigirá a finales de 1991 que las gallinas ponedoras tengan cajones de anidar protegidos, oscuros y de suelo suave o con lecho de paja. Los científicos suizos han investigado hasta la clase de lecho que prefieren las gallinas, y han descubierto que tanto las gallinas enjauladas como las que han sido criadas sobre lecho prefieren las fundas de gramíneas o la paja de trigo; tan pronto como descubrieron que podían elegir, ninguna puso huevos sobre suelos de alambre, ni siquiera sobre hierba sintética. Significativamente, el estudio descubrió que casi todas las gallinas criadas sobre lecho de paja abandonaban los cajones de anidar a los 45 minutos de haber entrado en ellos, pero las que se habían criado en jaulas parecían estar tan encantadas con sus comodidades recién estrenadas que al concluir este período ¡el 87% de las gallinas seguían sentadas sobre el cajón[50]!
Esta historia se repite con otros instintos básicos que se ven coartados por el sistema de jaulas. Dos científicos observaron a gallinas que habían sido mantenidas en jaulas durante los primeros seis meses de vida y encontraron que, en los primeros diez minutos después de ser liberadas, la mitad de las gallinas ya había sacudido las alas, una actividad difícilmente realizable en las jaulas[51]. Lo mismo sucede con el baño de polvo —otra importante actividad instintiva que ha demostrado ser necesaria para mantener la calidad de las plumas[52]—. Una gallina de corral encontrará un área adecuada de tierra fina, formará un hueco, espolvoreará tierra entre las plumas y después se sacudirá enérgicamente para retirar el polvo. La necesidad de hacer esto es instintiva y se halla incluso entre las aves enjauladas. Un estudio encontró que las aves mantenidas sobre suelos de alambre tenían «un grado mayor de denudación de la tripa», y sugería que «la falta de material apropiado para los baños de polvo puede ser un factor importante, ya que se sabe que las gallinas realizan sus actividades de baño de polvo directamente sobre el suelo de alambre[53]». En efecto, otro investigador descubrió que las gallinas mantenidas sobre alambre desempeñan comportamientos similares a los del baño de polvo —aunque no tengan tierra que mezclar con las plumas— más a menudo que las aves mantenidas en arena, aunque sea por períodos de tiempo más breves[54]. El deseo del baño de tierra es tan fuerte que las gallinas lo siguen intentando a pesar del suelo de alambre, frotándose las plumas hasta desgastarlas. Una vez más, si se las libera de las jaulas se volcarán en los baños de polvo con auténtico placer. Es maravilloso ver cómo una gallina abatida, tímida, prácticamente sin plumas, puede, en un período de tiempo relativamente corto, recuperar tanto sus plumas como su dignidad natural cuando se la coloca en un entorno adecuado.
Para darnos cuenta de la frustración constante y aguda de la vida de las gallinas en las modernas factorías de huevos, lo mejor es observar durante un período corto una jaula llena de gallinas. Parecen incapaces de mantenerse cómodamente en pie o en posición de descanso. Incluso si una o dos estuvieran a gusto con sus posturas, no podrían mantenerlas porque mientras las demás se estén moviendo, ellas también deben hacerlo. La situación de las gallinas en estas condiciones es similar a la de tres personas que intentan pasar la noche cómodamente en una cama estrecha, con la diferencia de que las primeras están condenadas a esa infructuosa lucha por un año entero y no una sola noche. Un motivo más de irritación es que después de estar unos pocos meses en la jaula empiezan a desplumarse, en parte por el roce con los alambres de la jaula y en parte por los constantes picotazos de las otras. El resultado es que su piel desnuda empieza a rozarse con el alambre, y es habitual ver que las que han estado en jaulas un cierto tiempo tienen pocas plumas y la piel enrojecida y en carne viva, sobre todo alrededor de la cola.
Al igual que en los pollos de engorde, el picoteado de las plumas es una señal de estrés y, como señalaba uno de los estudios antes mencionados, de «ausencia de una estimulación adecuada por el entorno físico[55]». Se ha demostrado que en un entorno enriquecido, con acceso a palos de gallinero, arena en la que rascarse y cajones de anidar, las gallinas picotean menos y se dañan menos las plumas que en jaulas convencionales[56]. El picoteo de plumas provoca aún más erosiones, ya que, como observaba otro grupo de investigadores,
los arañazos y la piel rota, especialmente en la espalda […] suceden más fácilmente cuando las plumas ya no protegen la piel de la espalda. Así, el miedo, la pérdida de plumas y el dolor pueden, en ocasiones, formar parte del mismo síndrome[57].
Por último, en la mayoría de las jaulas hay un ave —quizá más de una en las jaulas grandes— que ya no se puede esforzar por evitar que las demás la empujen a un lado o la pisoteen. Quizá estas sean las aves que, en un gallinero normal, ocuparían un bajo lugar en la escala del picoteo, lo cual no importaría mucho si las condiciones fueran normales. En la jaula, sin embargo, no les queda otra solución más que acurrucarse en un rincón del suelo, normalmente cerca del fondo del suelo inclinado, donde sus compañeras las atropellan al intentar llegar al comedero o al bebedero.
Aunque después de todos estos datos podría parecer ocioso estudiar si las gallinas prefieren las jaulas o el exterior, la doctora Marian Dawkins, del departamento de zoología de la Universidad de Oxford, ha hecho precisamente eso, y su trabajo aporta más respaldo científico a lo que ya se ha dicho. Si se les da una opción, las gallinas familiarizadas con el corral de hierba tanto como con las jaulas escogen siempre el corral. De hecho, la mayoría prefiere un corral sin comida antes que una jaula en la que sí la haya[58].
En último término, la manera más convincente en que una gallina puede indicar que sus condiciones son inadecuadas es morirse. Sólo cuando las condiciones son muy extremas se produce un alto índice de mortalidad, ya que el promedio habitual de vida de una gallina es mucho más largo que el que se le permite vivir a una ponedora, que oscila entre los 18 meses y los dos años. Las gallinas, como los humanos en los campos de concentración, se aferran tenazmente a la vida aun en las condiciones más miserables. Pese a ello, es bastante común que una granja productora de huevos pierda en un año entre un 10 y un 15% de sus gallinas, muchas de ellas, claramente, a causa del estrés producido por el hacinamiento y los problemas relacionados con él. He aquí un ejemplo:
Según el gerente de una granja de huevos de 50000 aves, cerca de Cucamonga, California, entre cinco y diez de sus gallinas sucumben diariamente al estrés de la reclusión (esto es, entre 2000 y 4000 por año). «Estas aves», dice, «no mueren de ninguna enfermedad. Simplemente, no pueden soportar la tensión de vivir abarrotadas[59]».
Un estudio cuidadosamente controlado por miembros del Departamento de Avicultura de la Universidad de Cornell confirmó que el amontonamiento aumenta los índices de mortalidad. Durante un período menor a un año, la mortalidad de las ponedoras que vivían de tres en tres en jaulas de 12 por 18 pulgadas fue del 9,6%; cuando se les metió de cuatro en cuatro en jaulas de las mismas dimensiones, se disparó al 16,4%; con cinco aves por jaula, murió el 23%. A pesar de estos resultados, los investigadores aconsejaron que «en la mayor parte de los casos, las ponedoras de raza Leghorn deberían criarse de cuatro en cuatro en jaulas de 12 por 18 pulgadas», ya que la mayor cantidad de huevos así obtenida favorece un mayor rendimiento del capital y del trabajo que compensa con creces los costes superiores de lo que los investigadores denominaron «la depreciación de las aves[60]». Es más, si los precios de los huevos son excepcionalmente altos, concluía el informe, «cinco ponedoras por jaula rinden un beneficio mayor». Esta situación es paralela a la que vimos que se demostraba respecto a los pollos, y prueba nuevamente que los directores de industrias pecuarias pueden obtener mayores beneficios manteniendo a los animales en condiciones de mayor hacinamiento, aunque puedan morir más animales en estas condiciones. Ya que poner huevos es una función corporal (como la ovulación en la mujer), las gallinas continúan poniendo huevos, aun cuando se las mantenga en condiciones que frustran todas sus necesidades de comportamiento.
Así es como viven y mueren las gallinas que producen nuestros huevos. Quizá las que mueren pronto sean las más afortunadas, ya que lo único que se ofrece a sus más vigorosas compañeras son unos pocos meses más de incómodo amontonamiento. Ponen hasta que desciende su productividad, y entonces se las envía al matadero para convertirlas en sopa o en empanadillas de pollo, que es para lo único que sirven llegado ese punto.
Sólo existe una alternativa probable a esta rutina y no es precisamente agradable. Cuando empieza a declinar la producción de huevos, es posible recuperar la capacidad reproductora de las gallinas mediante un procedimiento llamado force-molting («muda provocada»). Su objetivo es hacer pasar a la gallina por los procesos fisiológicos que, en condiciones naturales, se asocian a la pérdida estacional del viejo plumaje y al crecimiento de plumas nuevas. Después de una muda, sea natural o artificial, la gallina pone huevos con más frecuencia. Provocar la muda a una gallina que vive en un medio controlado sin cambios estacionales de temperatura o de duración de la luz le ocasiona a su sistema un choque considerable. De repente, se priva a las gallinas del alimento y el agua que hasta entonces habían estado a su libre disposición. Por ejemplo, hasta hace muy poco un folleto del Ministerio de Agricultura británico recomendaba que el segundo día de una muda forzada tuviera lugar de la siguiente manera:
Ni comida, ni luz, ni agua. Asegúrese de que los comederos están realmente vacíos, retire cualquier masa restante, recoja los huevos, después desconecte el agua y las luces y deje a las aves así durante 24 horas[61].
La práctica estándar era que después de dos días se les suministraría agua de nuevo, aunque tendrían que esperar un día más para recibir alimento. La iluminación recupera la normalidad durante las semanas siguientes y las gallinas supervivientes —algunas sucumben al choque— se pueden considerar lo bastante productivas como para que merezca la pena mantenerlas durante otros seis meses aproximadamente. Desde 1987, como resultado de la presión ejercida por los grupos de protección animal, este método de muda forzada ha sido declarado ilegal en Inglaterra, y las gallinas deben tener comida y agua cada día. En cambio, en Estados Unidos esto es totalmente legal. Muchos granjeros, sin embargo, no consideran rentable este procedimiento; las gallinas son baratas y prefieren adquirir un nuevo lote tan pronto como el que tienen ha superado su nivel más alto.
Durante todo el proceso, incluida su fase final, el granjero no permite que los sentimientos interfieran con su actitud hacia las aves que tantos huevos le dieron. A diferencia del asesino, que recibe una comida especial antes de ser colgado, las gallinas que han sido condenadas no reciben ningún tipo de comida. «Retire la comida a las gallinas gastadas», aconseja un titular en el Poultry Tribune, y el artículo que le sigue dice que el alimento que se les da a las gallinas en las 30 horas previas a su envío al matadero se pierde, ya que los empresarios no pagan más por lo que les quede en el aparato digestivo[62].
Entre todos los animales que se comen habitualmente en el mundo occidental, el cerdo es, sin duda, el más inteligente. Su inteligencia natural es comparable y quizá incluso superior a la de un perro; es posible criar a un cerdo como compañero del ser humano y enseñarle a obedecer órdenes simples como lo haría un perro. Cuando George Orwell puso a los cerdos a cargo de la granja en Animal Farm (Rebelión en la granja), su elección era defendible tanto desde el punto de vista científico como desde el literario.
Hemos de tener presente el alto nivel de inteligencia de los cerdos a la hora de juzgar si las condiciones en que se les cría son o no satisfactorias. Aunque se debe considerar por igual a todos los seres sintientes, sean o no inteligentes, las necesidades de los animales varían de acuerdo con sus diferentes capacidades. Una característica común a todos es su necesidad de bienestar físico, requisito elemental que hemos visto que se les negaba a las gallinas y que, como veremos, también se les niega a los cerdos. Además del bienestar físico, una gallina requiere el medio social estructurado de un gallinero normal; es posible que eche también de menos el calor y los cloqueos reconfortantes de la gallina clueca inmediatamente después de la incubación, y algunas investigaciones han aportado datos para afirmar que incluso una gallina puede padecer de aburrimiento[63]. Aunque no sabemos con respecto a las gallinas hasta qué punto esto es así, sí tenemos certeza de que se puede decir, y en mayor medida, de los cerdos. Unos investigadores de la Universidad de Edimburgo han estudiado cerdos comerciales liberados en un cercado seminatural, y han observado que tienen modelos consistentes de comportamiento: forman grupos sociales estables, construyen nidos comunales, utilizan áreas sanitarias lo bastante alejadas del nido y son activos, pasando mucha parte del día husmeando por la maleza. Cuando las cerdas van a parir, dejan el nido común y construyen su propio nido, encontrando el lugar apropiado, abriendo un agujero y forrándolo con hierba y ramas. Allí paren y viven durante unos nueve días, hasta que ella y sus cerditos se reincorporan al grupo[64]. Como veremos, la granja industrial le impide al cerdo seguir estos modelos instintivos de comportamiento.
Los cerdos de las modernas granjas industriales no tienen nada que hacer más que comer, dormir, estar de pie y tumbarse. Normalmente carecen de paja u otro material sobre el que recostarse, ya que esto dificulta las tareas de limpieza. Los cerdos mantenidos así no pueden evitar aumentar de peso, pero se sentirán aburridos e infelices. A veces, los granjeros notan que a sus cerdos les gustan los estímulos. Un granjero inglés escribió a la revista Farmer's Weekly describiendo la reacción de unos cerdos que había metido en una granja abandonada y descubrió que jugaban por todo el edificio, persiguiéndose por las escaleras de arriba a abajo, por lo que concluía:
Nuestro ganado necesita entornos variados […] se le deberían dar objetos de diferentes estructuras, formas y tamaños […] como a los humanos, les disgusta la monotonía y el aburrimiento[65].
Esta observación de sentido común ha sido respaldada ahora por estudios científicos. Los investigadores franceses han mostrado que los cerdos frustrados o con privaciones, cuando se les suministran tiras de cuero o cadenas de las que tirar, tienen niveles reducidos de corticosteroides (una hormona asociada con el estrés) en la sangre[66]. La investigación británica ha demostrado que los cerdos mantenidos en un entorno vacío están tan aburridos que, si se les da a la vez comida y un comedero lleno de tierra, husmearán en la tierra antes de comer[67].
Cuando se les mantiene en un entorno vacío y hacinados, los cerdos, como las gallinas, son propensos al «vicio». En vez de desplumarse y practicar el canibalismo, se dedican a morderse los rabos unos a otros, lo que ocasiona peleas en la pocilga y reduce los aumentos de peso. Puesto que los cerdos no tienen pico, los granjeros no pueden cortárselo para evitar estos ataques, pero han encontrado otro modo de eliminar los síntomas sin alterar las condiciones que causan el problema: les cortan el rabo.
Según el Departamento de Agricultura de Estados Unidos,
cortar el rabo se ha convertido en una práctica común para evitar que los cerdos se lo muerdan cuando están recluidos. Lo deberían hacer todos los productores de cerdos. Corten los rabos a una distancia de 1/4 a 1/2 pulgada del cuerpo con alicates de corte lateral u otro instrumento romo. La acción aplastadora ayuda a frenar la hemorragia. Algunos productores usan un cortador de picos de pollos para el corte del rabo; también este sistema cauteriza la superficie del corte[68].
Esta recomendación es doblemente desgraciada. Pero antes de explicar por qué, aquí están las sinceras opiniones de un productor de cerdos sobre el corte del rabo:
¡Lo odian! ¡Los cerdos simplemente lo odian! Y supongo que probablemente podríamos pasar sin cortarles el rabo si les diéramos más espacio, porque no se vuelven tan locos ni tan malos cuando disponen de él. Con espacio suficiente, son unos animales bastante agradables. Pero no nos podemos permitir ese lujo. Estos edificios cuestan un montón[69].
Además de un espacio mayor, un importante investigador de animales de granja sugiere otro posible remedio:
Es probable que la causa principal […] sea que los cerdos están usando actividades típicas de la especie de una forma inusual por no disponer de ningún objeto apropiado. La menor incidencia de mordeduras de rabo en unidades con lecho de paja probablemente se deba, al menos en parte, a los efectos «recreativos» de la paja[70].
Ahora podemos ver por qué son desgraciadas las recomendaciones del Departamento de Agricultura estadounidense. Primero, no se sugiere en ningún momento que los cerdos que van a sufrir el corte del rabo reciban calmantes o anestésicos. Segundo, no se menciona que la necesidad de privar a los cerdos de sus rabos indica que los cerdos están demasiado hacinados o que carecen de paja o cualquier otra cosa que atraiga su interés. El problema parece ser que los cerdos aburridos mordisquean cualquier objeto atractivo, y si el mordisqueo del rabo de otro cerdo produjera sangre, a algunos cerdos les atraería la sangre y comenzarían a morder con afán[71]. Es absolutamente típico de la mentalidad de los modernos productores de animales el hecho de que la contestación tanto del Departamento de Agricultura como de los productores de cerdos sea mutilar a los animales en lugar de darles las condiciones de vida que necesitan.
Otro aspecto en que los cerdos en sistemas de confinamiento se asemejan a las gallinas enjauladas es que también padecen de estrés, y en muchos casos les llega a provocar la muerte. Debido a que en la producción porcina cada cerdo contribuye a las ganancias totales mucho más que una gallina en la industria avícola, el granjero dedicado a la primera tiene que tomarse más en serio este problema que un avicultor. Esta patología, en los cerdos, recibe el nombre de «Porcina Stress Syndrome» (Síndrome de estrés porcino), cuyos síntomas describía así una revista agrícola: «tensión extrema […] rigidez, pústulas en la piel, jadeos, ansiedad y, a menudo, muerte repentina[72]». Este estado ocasiona graves trastornos a los productores porque, como dice el mismo artículo, «desgraciadamente, los cerdos con el PSS a menudo se pierden cuando están cerca del peso de mercado, desperdiciándose lo invertido en su alimentación».
También hay pruebas sólidas de que el síndrome de estrés porcino ha aumentado drásticamente conforme se ha hecho más común la cría en reclusión[73]. Los cerdos confinados se convierten en seres tan delicados que cualquier cosa que les altere, como un ruido extraño, luces fuertes repentinas, o el perro del granjero, puede producirles los síntomas. No obstante, si alguien sugiriese que para reducir el estrés debería eliminarse el confinamiento como método de producción, la reacción sería casi con certeza la que se expresó en Farmer and Stockbreeder hace algunos años, cuando el confinamiento era todavía casi una novedad y las muertes relacionadas con el estrés apenas comenzaban a notarse:
Estas muertes no anulan de ningún modo el ingreso añadido que supone una mayor producción total[74].
En la industria porcina, en contraste con la de los pollos y los huevos, el confinamiento total aún no es universal. Pero la tendencia va en esa dirección. Un estudio realizado por la Universidad de Missouri reveló que, ya en 1979, el 54% de los productores de tamaño medio y el 63% de los grandes productores tenían instalaciones de confinamiento total[75]. Cada vez más, son los grandes productores los que dominan la industria. En 1987 William Haw, presidente de National Farms, Inc., dijo que «en los próximos diez años el negocio del cerdo será igual que hoy el del pollo, con menos de 100 operadores de importancia[76]». Es la historia de siempre: las pequeñas granjas familiares están dejando de funcionar debido a las grandes industrias, que «fabrican», cada una, entre 50.000 y 300.000 cerdos al año. Tyson Foods, la mayor compañía productora de pollos del mundo, que sacrifica más de 8,5 millones de aves a la semana, ha entrado ahora en el mercado del cerdo. La compañía posee 69 complejos para el nacimiento y cría de lechones y envía al matadero a más de 600.000 cerdos al año[77].
Así, la mayoría de los cerdos pasa ahora toda su vida en interiores. Nacen y son amamantados en una unidad de parto, se crían inicialmente en una guardería y alcanzan el peso adecuado para la matanza en una unidad de crecimiento y alimentación. A menos que su destino sea la reproducción, se les lleva al mercado entre los cinco y seis meses de edad, cuando pesan unos 100 kg.
El deseo de disminuir costes laborales ha sido una de las principales razones del cambio hacia el confinamiento. Se dice que con un sistema intensivo un hombre es capaz de manejar la operación completa, gracias a la alimentación automatizada y a los suelos inclinados que permiten que el excremento caiga y se retire fácilmente. Otro ahorro, en este así como en todos los demás sistemas de confinamiento, es que, al tener menos espacio donde moverse, el cerdo quemará menos alimento realizando un ejercicio «inútil», y así cabe esperar que engorde más por cada kilo de comida consumida. En todo esto, como dijo un productor de cerdos, «lo que realmente estamos tratando de hacer es modificar el entorno del animal para obtener el máximo beneficio[78]».
Además del estrés, el aburrimiento y el hacinamiento, las modernas unidades de confinamiento de cerdos crean problemas físicos a los cerdos. Uno es la atmósfera. Las siguientes palabras pertenecen al porquero de las Granjas Lehman de Strawn, Illinois:
El amoníaco machaca los pulmones de los animales […] El mal aire es un problema. Después de haber estado trabajando aquí un rato, lo siento en mis propios pulmones. Pero al menos yo salgo de aquí por la noche. Los cerdos no, por lo que tenemos que mantenerlos con tetraciclina, que sí ayuda a controlar el problema[79].
El nivel de este productor no es precisamente bajo. El año anterior a esta declaración, Lehman había sido nombrado Illinois Pork All-American por el National Pork Producers' Council.
Otro problema físico para los cerdos es que los suelos de las unidades de confinamiento están diseñados para un fácil mantenimiento y para eliminar tareas como deshacerse de los excrementos, más que para el bienestar de los animales. En la mayoría de las unidades los suelos son de hormigón de rejilla o sólido. Ninguno es satisfactorio: ambos dañan los pies y las patas de los cerdos. Los estudios han demostrado que hay unas tasas extremadamente altas de daños en los pies, pero un estudio de los suelos de rejilla realizado por el editor de la revista Farmer and Stockbreeder presentó claramente la actitud de los productores hacia esta cuestión:
En el nivel de conocimiento en que nos encontramos, el sentido común nos dice que cuando se trata de ganado cuya vida es de corta duración, el suelo de rejilla parece tener más compensaciones que desventajas. Normalmente, se enviará el animal al matadero antes de que presente deformidades importantes. Por otra parte, el ganado reproductor, al ser más larga su vida útil, tiene que desarrollar y mantener unas buenas patas; en este caso, parece que el riesgo de una lesión sería mayor que las ventajas[80].
Un productor americano lo exponía más sucintamente:
Aquí no se nos paga por producir animales con buena postura. Se nos paga por libra[81].
Aunque el hecho de que se suela sacrificar al animal antes de que desarrolle una deformidad importante puede minimizar la pérdida económica del productor, difícilmente podrá consolar al animal, que ha de mantenerse continuamente sobre un suelo inadecuado y adquiere así deformidades en los pies o en las patas que serían graves si no se le llevara al matadero a una edad temprana.
La solución, claro está, consiste en retirar a los cerdos de los suelos de hormigón. Un porquero británico con 300 cerdas hizo precisamente eso, poniendo a los cerdos en corrales exteriores con paja y cheniles. Informó:
Durante el tiempo en que todas nuestras cerdas preñadas estuvieron encerradas, sufrimos pérdidas considerables debidas a abrasiones, nudo estomacal, cojeras, llagas y problemas de cadera […] Podemos demostrar que tenemos pocas cerdas cojas y daños mínimos debidos a peleas en el grupo [del exterior][82].
Muy pocos cerdos disfrutan del lujo de corrales con paja, y la tendencia general todavía sigue en una dirección equivocada. Imitando de nuevo a la industria avícola, los ganaderos de Holanda, Bélgica e Inglaterra han empezado a criar lechones en jaulas. Los productores americanos ya han empezado a probarlo. Aparte del deseo habitual de obtener ganancias más rápidas con menos pienso, así como una carne más tierna imponiendo restricciones al ejercicio, la ventaja principal de las jaulas es que se puede destetar antes a los lechones. Esto significa que la lactancia de la cerda cesará, y que en unos pocos días estará fértil. Entonces, se le vuelve a preñar, bien con un semental o con técnicas de inseminación artificial. El resultado es que con un destete temprano una cerda puede producir un promedio de 2,6 camadas al año, en lugar del máximo de 2,0 que se puede producir si se permite mamar a las crías durante tres meses como harían de modo natural[83].
La mayor parte de los ganaderos dedicados a la cría de cerdos en jaula permite que los lechones sean alimentados por sus madres al menos durante una semana antes de recluirlos; pero el doctor J. Frank Hurnick, un investigador agrícola canadiense, ha desarrollado recientemente una cerda mecánica. Según un informe, «el éxito de Hurnick podría permitir que los esfuerzos de cría intensiva se dirigiesen a aumentar el tamaño de las camadas. Hasta ahora, las camadas siempre han estado limitadas por la capacidad del sistema mamario de las cerdas[84]». Mediante la combinación del amamantamiento mecánico y otras técnicas nuevas como la superovulación, que aumenta el número de óvulos fértiles de una hembra, los investigadores prevén sistemas de producción porcina altamente mecanizados, cuyo rendimiento sería de 45 cerdos por hembra al año en lugar de los 16 que venían siendo el promedio hasta ahora.
Hay dos aspectos alarmantes de estos desarrollos. Primero está el efecto sobre los lechones, privados de sus madres y encerrados en jaulas de alambre. En los mamíferos, la temprana separación de madre e hijo causa desazón a ambos. Respecto a las propias jaulas, un ciudadano normal que mantuviera perros en condiciones similares durante todas sus vidas se arriesgaría a que le denunciasen por crueldad. Sin embargo, a un porquero que trate así a un animal de inteligencia comparable es más probable que se le recompense con una concesión fiscal o, en algunos países, con un subsidio directo del Gobierno.
El segundo aspecto alarmante de las nuevas técnicas es que están convirtiendo a la cerda en una máquina reproductora viva. «La cerda de cría debería ser considerada, y tratada, como una valiosa pieza de maquinaria cuya función es bombear lechones como una máquina de salchichas[85]». Así se expresaba un importante director corporativo de Wall's Meat Company; y, de hecho, el Departamento de Agricultura de Estados Unidos anima a los productores a que vean a los cerdos de la siguiente manera: «Si se considera a la cerda como una unidad de manufactura de cerdos, entonces la mejora del manejo de la reproducción y posteriormente del destete resultará en que al año se obtendrán más lechones destetados por cada cerda[86]». Incluso bajo las mejores condiciones hay poca alegría en una existencia que consiste en la preñez, el parto, la retirada de los bebés y una nueva preñez para que el ciclo se pueda repetir —y las cerdas no viven bajo las mejores condiciones—. Se las somete a un estricto confinamiento tanto para la preñez como para el parto. Mientras están preñadas, se las suele encerrar en establos metálicos individuales de 60 cm por 180 cm, o apenas un poco mayores que la propia cerda; o puede que se las encadene con un collar alrededor del cuello, o estar en establos y aun así estar encadenadas. Así vivirán durante dos o tres meses. Durante todo ese tiempo serán incapaces de caminar más de un paso hacia adelante o hacia atrás, darse la vuelta o hacer cualquier otro tipo de ejercicio. Una vez más, el ahorro en comida y en gastos laborales es el motivo principal de esta brutal forma de prisión en solitario.
Cuando la cerda está a punto de dar a luz, es trasladada —pero sólo hasta el «establo de parir»—. (Los humanos dan a luz, pero los cerdos paren). Aquí la cerda puede estar aún más limitada en sus movimientos de lo que lo estaba en su establo. Un instrumento apodado «la doncella de hierro», consistente en una estructura de hierro que impide moverse con libertad, ha sido introducido y muy utilizado en muchos países. El objetivo aparente es evitar que la cerda se tumbe y aplaste a los cerditos, pero esto también se podría conseguir proporcionándole unas condiciones más naturales.
Cuando se encierra a la cerda tanto en la gestación como en la lactancia —o cuando se le niega la oportunidad de amamantar—, pasa casi toda su vida sometida a enormes restricciones. En el confinamiento, el entorno es monótono y la cerda tiene pocas opciones a elegirlo o a alterarlo. El Departamento de Agricultura estadounidense admite que «la cerda mantenida en un cajón no puede colmar su fuerte instinto de construir un nido», y esta frustración puede contribuir a problemas en el parto y en la lactancia[87].
Las propias cerdas dejan muy claro lo que opinan de esta forma de confinamiento. En la Universidad de Wageningen, en los Países Bajos, G. Cronin se doctoró con un estudio del comportamiento de las cerdas confinadas. He aquí su descripción de cómo se comportan la primera vez que se las mete, encadenadas, en un establo:
Las cerdas se tiraban violentamente hacia atrás tensando la cadena. Daban cabezazos mientras se retorcían y daban vueltas luchando por liberarse. A menudo emitían fuertes gritos y de cuando en cuando algunas se chocaban contra las paredes laterales de los establos. En ocasiones, esto terminaba provocando que las cerdas se colapsaran sobre el suelo[88].
Estos violentos intentos de escapar pueden durar hasta tres horas. Cuando disminuyen, informa Cronin, las cerdas permanecen tumbadas por largos períodos de tiempo, a menudo con el morro metido bajo los barrotes y emitiendo de cuando en cuando suaves gruñidos y quejidos. Pasado más tiempo, las cerdas muestran otras señales de estrés tales como roer las barras de los establos, masticando cuando no hay nada que masticar y moviendo la cabeza hacia atrás y hacia adelante, y así sucesivamente. Esto se conoce como comportamiento estereotípico. Cualquiera que haya visitado un zoo que mantenga leones, tigres u osos en áridos cercados de hormigón habrá visto el comportamiento estereotípico —los animales pasean incesantemente por todo el contorno de las vallas de sus jaulas—. La cerda ni siquiera tiene esta oportunidad. Como hemos visto, en condiciones naturales la cerda es un animal extremadamente activo, que pasa varias horas al día buscando comida, comiendo y explorando su entorno. Roer los barrotes del establo es, como ha indicado un veterinario, «una de las pocas expresiones físicas posibles en su árido entorno[89]».
En 1986, la Scottish Farm Buildings Investigation Unit, organización investigadora subvencionada por el Gobierno, publicó un informe sobre los datos científicos relativos a la siguiente pregunta: «El confinamiento, ¿causa angustia a las cerdas?». Tras comentar más de 20 estudios diferentes, el informe comparó el comportamiento estereotípico de las cerdas con el comportamiento compulsivo-obsesivo de seres humanos neuróticos que se lavan o frotan las manos continuamente. La respuesta a la pregunta era inequívoca: «El estrecho confinamiento de las cerdas causa una angustia severa[90]». El British Farm Animal Welfare Council, órgano consejero oficial del Gobierno británico, alcanzó la misma conclusión y la expresó con un lenguaje más oficial en su informe de 1988:
Ni el sistema de establos ni el de cadenas cubren ciertos criterios de bienestar a los que damos particular importancia. Como resultado de su diseño, los animales alojados en ellos no pueden ejercitarse ni comportarse según patrones naturales de conducta; en la amplia gama de sistemas que vieron los miembros, había poco margen para reducir el continuo estrés que puede provocar el confinamiento bajo estos sistemas […] Recomendamos […] que el Gobierno introduzca una legislación con carácter de urgencia para evitar que haya más instalaciones de unidades con estos diseños[91].
La cerda sólo disfruta de un breve período de libertad en una pocilga más grande cuando se la coloca con el cerdo —aunque sigue siendo probable que se trate de un espacio interior—. Al menos durante diez meses por año, la cerda preñada y que amamanta será incapaz de caminar. Cuando se extienda más la inseminación artificial, a este sensible animal le será negada la última oportunidad de ejercitarse, así como el último contacto natural que le queda con otro miembro de su especie al margen del fugaz contacto con sus bebés.
En 1988, después de más de veinte años de confinamiento de las cerdas, se publicó un importante estudio que mostraba que los desgraciados cerdos y cerdas que se encierran y utilizan para la reproducción tienen otra fuente más de angustia: se les mantiene constantemente hambrientos. Los animales que son engordados para el mercado reciben toda la comida que quieran; pero dar a los animales reproductores más que el mínimo suficiente para que se sigan reproduciendo sería, bajo el punto de vista del productor, simplemente una pérdida de dinero. El estudio mostraba que los cerdos alimentados con las raciones que recomienda el Agricultural Research Council de Gran Bretaña obtienen sólo el 60% de lo que comerían si dispusieran de más comida. Es más, su presteza a apretar palancas para conseguir más comida era muy similar antes y después de haber comido sus raciones diarias, lo que indicaba que seguían hambrientos inmediatamente después de comer. Como concluyeron los científicos:
Los niveles comerciales de alimentación para las cerdas preñadas y los cerdos, aun cuando cubren las necesidades del productor, no satisfacen la motivación alimenticia. A menudo se ha asumido que no se pueden alcanzar altos niveles de producción en ausencia del bienestar adecuado. Sin embargo, el hambre resultante de los bajos niveles de comida ofrecidos a la población de cerdos reproductores puede actuar como una fuente principal de estrés[92].
Una vez más, los beneficios del productor y los intereses del animal están en conflicto. Es verdaderamente sorprendente la frecuencia con que se puede demostrar esto —a la vez que los grupos de presión favorables al negocio agrícola nos aseguran constantemente que sólo los animales felices y bien atendidos pueden ser productivos.
De todas las formas de producción animal intensiva que hoy se practican, la que mayor repugnancia moral provoca es la de la carne de ternera. La esencia de la producción de ternera es facilitar una comida alta en proteínas a terneras anémicas y confinadas, de manera que produzcan una carne tierna de color pálido que será servida a los clientes de restaurantes caros. Afortunadamente, esta industria no tiene un tamaño comparable a la de la producción de aves, vacas o cerdos; aun así, merece nuestra atención porque representa un caso extremo en cuanto al grado de explotación a que se somete a los animales y a su absurda ineficacia como método para proporcionar un alimento nutritivo a las personas.
La ternera es la carne de un ternero joven. El término se reservaba originalmente para las terneras que se sacrificaban antes de ser destetadas de sus madres. La carne de estos jovencísimos animales era más pálida y tierna que la de una ternera que ya había comenzado a comer hierba; pero no se disponía de mucha, ya que las terneras empiezan a comer hierba cuando tienen unas pocas semanas y, por tanto, son aún muy pequeñas. La pequeña cantidad disponible provenía de los terneros machos no deseados que producía la industria lechera. Un día o dos después de nacer salían en camiones hacia el mercado, donde, hambrientos y asustados por el extraño ambiente y por la ausencia de sus madres, se vendían para entregarlos inmediatamente al matadero.
Después, en los años cincuenta, los productores de ternera de Holanda encontraron una manera de mantener al ternero vivo más tiempo sin que la carne enrojeciera o perdiera suavidad. El truco está en mantener al ternero en condiciones extremadamente antinaturales. Si se les permitiera crecer en exteriores, las terneras correrían por los campos, desarrollando músculos que endurecerían su carne y quemando calorías que el productor tendría que reponer con una alimentación costosa. A la vez, comerían hierba y su carne perdería el color pálido característico de los terneros recién nacidos. Por ello, los productores especializados en ternera llevan a sus terneros directamente del corral de subastas a una unidad de confinamiento. Ahí, en un corral convertido o en un cobertizo especialmente construido, tienen filas de establos de madera, cada uno de 50 cm de ancho por 1,32 m de largo. El suelo es de madera de rejilla, levantado sobre el suelo de hormigón del cobertizo. Se ata a los terneros con una cadena al cuello para evitar que se den la vuelta en el cajón cuando son pequeños. (La cadena puede ser retirada cuando se vuelven demasiado grandes para darse la vuelta en establos tan reducidos). El establo no contiene paja ni otro material mullido, puesto que las terneras se lo podrían comer y estropearían la palidez de su carne. Sólo abandonan el cajón cuando se las conduce al matadero. Son alimentadas con una dieta totalmente líquida, basada en leche desnatada en polvo a la que se añaden vitaminas, minerales y drogas para acelerar el crecimiento. De esta manera, las terneras viven durante las dieciséis semanas siguientes. La belleza del sistema, desde el punto de vista de los productores, es que a esa edad una ternera puede pesar hasta 180 kg en lugar de los 40, más o menos, que pesaba al nacer; y puesto que la carne de ternera se cotiza a unos precios extremadamente altos, la cría de terneras con este sistema se ha convertido en un negocio lucrativo.
Este sistema de criar terneras fue introducido en Estados Unidos en 1962 por Provimi, Inc., un fabricante de piensos de Watertown, Wisconsin. Su nombre se deriva de las «proteínas, vitaminas y minerales» de que se componen sus piensos —ingredientes que, cabe pensar, podrían destinarse a mejores fines que la producción de ternera—. Provimi, según los alardes que hace de sí mismo, creó este «concepto nuevo y completo de producción de ternera» y todavía es, con diferencia, la compañía más grande en su ramo, controlando del 50 al 75% del mercado interno. Su interés en promocionar la producción de ternera es desarrollar un mercado para sus piensos. Describiendo lo que consideraba como «óptima producción de ternera», el boletín de Provimi, The Stall Street Journal, que ya no se publica, nos da una idea de la naturaleza de una industria que en Estados Unidos y en algunos países europeos ha permanecido sin cambios esenciales desde su introducción:
El doble objetivo de la producción de ternera es, primero, producir un ternero del mayor peso posible en el tiempo más corto, y, segundo, mantener su carne lo más pálida posible para dar gusto al consumidor. Todo ello con un beneficio proporcional al riesgo e inversión exigidos[93].
Los estrechos cubículos y sus suelos de tablillas son una grave fuente de incomodidad para las terneras. Cuando crecen, ni siquiera pueden estar de pie o tumbarse sin dificultades. Como indicaba un informe de un grupo investigador dirigido por el profesor John Webster, de la unidad de producción animal de la Escuela de Ciencias Veterinarias de la Universidad de Bristol, Inglaterra:
Las terneras en cajones de 750 mm de ancho no pueden, naturalmente, tumbarse con las patas estiradas […] Las terneras se tumban así cuando tienen calor y quieren perderlo […] Las terneras criadas a temperaturas ambiente por encima de los 20°C pueden estar incómodas. Negarles la oportunidad de adoptar una posición especial para maximizar la pérdida de calor sólo empeora las cosas […] Las terneras de más de diez semanas de edad que estaban dentro de cajones no podían adoptar una postura normal para dormir, con la cabeza metida en el costado. Concluimos que negarles a las terneras la oportunidad de adoptar una postura normal de sueño es un desprecio importante a su bienestar. Para superar esto, los cajones necesitarían tener al menos 900 mm de ancho[94].
Los lectores americanos deben tener en cuenta que 750 mm equivalen a 2 pies y 6 pulgadas, y 900 mm a 3 pies, siendo ambas medidas considerablemente superiores a los cajones estándar de 1 pie y 10 pulgadas que se usan en Estados Unidos.
Los cajones son también demasiado estrechos para permitir que la ternera se dé la vuelta. Esto es otra fuente de frustración. Además, un cubículo demasiado estrecho para darse la vuelta es también demasiado estrecho para realizar cómodamente el proceso de higiene, y las terneras tienen un deseo innato de girar la cabeza para limpiarse con la lengua. Como dijeron los investigadores de la Universidad de Bristol:
Puesto que las terneras crecen tan deprisa y producen tanto calor, tienden a mudar su pelaje a las diez semanas de edad aproximadamente. Durante este tiempo tienen la urgente necesidad de limpiarse. También son especialmente susceptibles a infestarse con parásitos externos, sobre todo en condiciones templadas y húmedas. Las terneras metidas en cajones no pueden alcanzar muchas partes de sus cuerpos. Concluimos que negar a la ternera la oportunidad de limpiarse a conciencia es un desprecio inaceptable a su bienestar, tanto si esto se consigue frenando su libertad de movimiento como si se utiliza un bozal[95].
Un suelo de tablillas de madera sin ningún material mullido es duro e incómodo; raspa las rodillas de las terneras cuando se levantan o se tumban. Además, los animales con pezuñas están incómodos sobre los suelos de tablillas. El suelo de tablilla es como la reja metálica que impide pasar al ganado en la carretera y de la que el ganado siempre huye, excepto que el espacio entre las tablas es menor. Sin embargo, los huecos tienen que ser lo bastante anchos para permitir que la mayor parte del excremento pase a su través, y esto significa que son lo bastante grandes como para que las terneras estén incómodas. El equipo de Bristol decía que los jóvenes terneros estaban «inseguros y con miedo a cambiar de posición durante varios días».
Los jóvenes terneros añoran profundamente a sus madres. También echan de menos algo que poder mamar. El impulso de mamar, como en los bebés humanos, es fuerte en los terneros pequeños. No disponen ni de una ubre ni de ningún sustituto. Desde su primer día de confinamiento —que muy bien pudiera ser sólo el tercero o cuarto de sus vidas— beben de un cubo de plástico. Se ha intentado alimentarlos con ubres artificiales, pero parece que el problema de mantenerlas limpias y estériles no le compensa al granjero. Es habitual ver a las terneras intentando frenéticamente mamar de alguna parte de las secciones del establo donde están metidas, aunque por lo general nunca hay nada apropiado; y si se les ofrece un dedo empezarán a chuparlo inmediatamente, al igual que los bebés humanos se chupan el pulgar.
Más tarde, el ternero desarrolla el deseo de rumiar, esto es, de tragarse el forraje y devolverlo a la boca para masticarlo después. Pero el forraje es un artículo rigurosamente prohibido porque contiene hierro y oscurece la carne, y una vez más, por tanto, el animal debe contentarse con vanos intentos de masticar los laterales de su cubículo. En los terneros destinados a producir carne son comunes los desórdenes digestivos, incluyendo úlceras de estómago. También la diarrea crónica. Citando una vez más el estudio de Bristol:
Los terneros son privados de comida seca. Esto distorsiona completamente el desarrollo normal del cuajar y favorece el desarrollo de bolas de pelo que pueden producir indigestión crónica[96].
Por si esto fuera poco, los ganaderos mantienen anémicos a sus terneros deliberadamente. El Stall Street Journal de Provimi explica por qué:
El color de la carne es uno de los principales factores para obtener máximas ganancias en el caprichoso mercado de la ternera […] la de «color blanco» constituye un artículo de primera calidad muy solicitado por los mejores clubs, hoteles y restaurantes. El color blanco o rosa de la ternera guarda relación, en parte, con la cantidad de hierro que hay en los músculos de las terneras[97].
Así, pues, los piensos de Provimi, como los de otros fabricantes de piensos para terneras, se mantienen deliberadamente bajos en hierro. Una ternera normal obtendría hierro del pasto o de otras formas de forraje, pero como a estas terneras no se les permite, se vuelven anémicas. La carne rosa pálido es, de hecho, carne anémica, y la demanda de carne de este color es una cuestión de esnobismo ya que el color no afecta al sabor ni, por supuesto, la vuelve más nutritiva, sino más bien todo lo contrario —sólo significa que le falta hierro.
La anemia, naturalmente, está controlada. Sin hierro alguno las terneras se caerían muertas. Con una ingestión normal, la libra de carne no se cotizaría. Así que se llega a un equilibrio en el que se mantiene pálida la carne y a las terneras se les deja en pie —o al menos a la mayoría— el tiempo suficiente para alcanzar los pesos de mercado. No obstante, los animales están enfermos y anémicos. Mantenidos deliberadamente con poco hierro, desarrollan una apetencia enorme de esta sustancia que les impulsa a lamer cualquier remache de metal de sus cubículos, lo cual explica que estos sean de madera. Como dice Provimi a sus clientes:
La razón más importante para utilizar cubículos de madera dura en lugar de metal es que este podría afectar el color pálido de la carne […] Alejen a sus terneras de todo tipo de hierro[98].
Y, de nuevo:
Es necesario también que los terneros no tengan acceso a una fuente continua de hierro. [Se debe inspeccionar el agua suministrada. Si hay un alto nivel de hierro (un exceso de 0,5) habría que plantearse poner un filtro.] Los cajones de los terneros deben construirse de tal forma que los animales no tengan acceso al metal oxidado[99].
La insaciable apetencia de hierro que tiene el ternero anémico es una de las razones por las que el productor intenta evitar que se dé la vuelta en su cubículo. Aunque las terneras, como los cerdos, normalmente prefieren no acercarse a sus propios orines o estiércol, la orina contiene algo de hierro. El deseo de hierro es lo suficientemente fuerte como para superar esta repugnancia natural y las terneras anémicas lamerán las tablas del suelo que están impregnadas de orina. Al productor no le gusta esta actitud porque, por una parte, proporciona a los terneros un poco de hierro y, por otra, pueden adquirir infecciones con el estiércol, que cae en el mismo sitio que la orina.
Hemos visto que, en opinión de Provimi, Inc., los dos objetivos de la producción de carne de ternera son criar un animal del mayor peso posible en el menor tiempo posible y conseguir que la carne esté lo más pálida posible. Ya vimos lo que se hace para lograr el segundo objetivo, pero aún hay más que decir respecto a las técnicas usadas para conseguir un crecimiento rápido.
Para que un animal crezca rápidamente tiene que ingerir la mayor cantidad posible de alimento y gastar lo menos posible del alimento ingerido en su vida diaria. Para asegurarse de que el ternero destinado a carne coma todo lo que puede, no se le da agua. El único líquido al que tiene acceso es su comida: un sustituto enriquecido de la leche, compuesto de leche en polvo y grasa añadida. Puesto que los establos que los albergan se mantienen cálidos, los sedientos animales ingieren más alimento del que tragarían si pudieran beber agua. Como consecuencia del exceso de comida es habitual que rompan a sudar, de modo similar a como dijimos que le ocurre a un ejecutivo que ha comido demasiado y muy deprisa[100]. Al sudar, el ternero elimina humedad; esto le produce sed de nuevo, de modo que la próxima vez vuelve a comer en exceso. Este procedimiento es insalubre según los criterios generalmente admitidos, pero el productor de carne de ternera, cuya finalidad es producir el animal más pesado en el menor tiempo posible, no se inquieta por su salud futura mientras sobreviva para llevarlo al mercado; así, Provimi advierte que el sudor es una muestra de que «el ternero está sano y creciendo lo máximo posible[101]».
Conseguir que el ternero coma en exceso significa ganar la primera batalla; la segunda consiste en asegurarse de que la mayor parte posible de lo que ha ingerido contribuya a que aumente de peso. Confinar al ternero para impedirle que haga ejercicio es un requisito para lograrlo, como también lo es mantener caliente el establo, ya que una ternera con frío quema calorías sólo para estar caliente. Aun así, incluso los terneros que están calientes en sus cubículos pueden mostrarse inquietos, ya que no tienen nada que hacer durante todo el día excepto comer dos veces. Un investigador holandés ha escrito lo siguiente:
Los terneros para consumo sufren por la incapacidad de hacer algo […] La ingestión del alimento les ocupa solamente 20 minutos al día y el resto del tiempo el animal no puede hacer ninguna otra cosa más que esta […] Pueden observarse conductas estereotipadas como rechinar los dientes, menear la cola, mover la lengua y otras […] Este tipo de movimientos pueden considerarse como una reacción ante la falta total de ocupación[102].
Para reducir la inquietud de los animales aburridos, muchos productores de carne de ternera los dejan en la oscuridad a todas horas, excepto cuando los alimentan. Puesto que los establos no suelen tener ventanas, lo único que hay que hacer es apagar las luces. De este modo los terneros, carentes ya de casi todo el afecto, la actividad y los estímulos que exigen sus naturalezas, se encuentran también privados del estímulo visual y del contacto con otros terneros durante períodos de más de 22 horas, de las 24 que tiene el día. Se ha comprobado que las enfermedades duran más en los establos sin luces[103].
Los terneros que viven así son animales infelices e insanos. Aunque el productor selecciona tan sólo a los más fuertes y saludables, aunque les da una alimentación medicada como medida rutinaria y les pone inyecciones adicionales al menor síntoma de enfermedad, son frecuentes las enfermedades digestivas, respiratorias e infecciosas. Es común que uno de cada diez de los terneros de un ganadero no sobreviva las 15 semanas de reclusión. Entre el 10 y el 15% de mortalidad en tan poco tiempo sería desastroso para cualquiera que criase terneros para obtener carne de vacuno, pero el productor de carne de ternera puede tolerar esta pérdida gracias al alto precio que están dispuestos a pagar los restaurantes caros.
Debido a la cómoda relación que existe normalmente entre los veterinarios que trabajan con animales de granja y los productores intensivos (después de todo, son los dueños y no los animales quienes pagan las facturas), saber que este es uno de los aspectos de la producción animal que han atirantado las relaciones entre veterinarios y productores nos da una muy buena indicación de las condiciones extremas en que se mantiene a las terneras. Un ejemplar de The Vealer de 1982 informa:
Además de esperar demasiado para llamar al veterinario cuando un animal está realmente enfermo, los veterinarios no parecen tener buenas relaciones con los criadores ya que durante mucho tiempo han desafiado los métodos agrícolas aceptados. Alimentar al ganado con paja larga, a fin de mantener un sistema digestivo apropiado, se ha considerado durante años una práctica correcta[104].
El único aspecto positivo de esta triste historia es que las condiciones creadas por los cajones para terneras son tan terribles para el bienestar animal que las normas del Gobierno británico exigen ahora que un ternero se pueda dar la vuelta sin dificultad, que se le alimente a diario con una dieta que contenga el «hierro suficiente para mantenerlo totalmente sano y vigoroso» y que reciba la suficiente fibra para permitir el desarrollo normal de la rumia[105]. Estos son requisitos mínimos para el bienestar de los terneros, y aún se quedan cortos para satisfacer sus necesidades, pero casi todas las unidades de terneros de Estados Unidos y otras muchas de Europa los infringen.
Si el lector recuerda que todo este proceso laborioso, derrochador y doloroso existe con el único objetivo de complacer a las personas que insisten en comer carne pálida y blanda, huelga hacer cualquier otro comentario.
Como hemos visto, la industria de la ternera es una rama de la industria lechera. Los productores deben asegurarse de que las vacas lecheras se preñan cada año con el fin de mantenerlas produciendo leche. Se les apartan de los hijos cuando nacen, experiencia esta que es tan dolorosa para la madre como aterrorizante para el ternero. La madre demuestra frecuentemente sus sentimientos con llamadas y bramidos constantes durante días después de ser apartada de su cría. Algunas terneras —hembras— serán criadas con sustitutos lácteos para reemplazar a las vacas lecheras cuando lleguen a la edad, en torno a los dos años, en que pueden producir leche. Otros terneros se venderán cuando tengan entre una y dos semanas de edad para criarlos para vacuno en establos o parcelas de engorde. Los restantes serán vendidos a los productores de carne de ternera, quienes también dependen de la industria lechera para conseguir la dieta láctea que se les suministra a los terneros para mantenerlos anémicos. Incluso si no se le envía a una unidad de terneros, como ha escrito el profesor John Webster, del departamento de producción animal de la Universidad de Bristol:
El ternero nacido de una vaca lechera sufre rutinariamente más desprecios al desarrollo normal que cualquier otro animal de granja. Se le arranca de su madre al poco tiempo de nacer, se le priva de su comida natural —leche entera de vaca— y se le alimenta con diversos sustitutos líquidos más baratos[106].
La vaca lechera que antaño recorría las colinas pacíficamente, incluso idénticamente, es ahora una máquina de fabricar leche sometida a un control y un ajuste extremos. La imagen bucólica de la vaca lechera que juega con su ternero en la pradera no tiene lugar alguno en la producción comercial de leche. Muchas vacas lecheras se crían en interiores. Algunas viven en establos individuales con el espacio justo para ponerse de pie o tumbarse. Su entorno está completamente controlado: se les alimenta con cantidades medidas de pienso, las temperaturas se ajustan para maximizar el rendimiento de leche y la iluminación es artificial. Algunos granjeros han comprobado que un ciclo de 16 horas de luz y sólo 8 horas de oscuridad proporciona un mayor rendimiento.
Después de que le retiren su primer ternero, comienza el ciclo de producción de la vaca. Se le ordeña dos veces al día, en ocasiones tres, durante diez meses. Después del tercer mes, será preñada de nuevo. Será ordeñada hasta unas seis o siete semanas antes del siguiente parto, y otra vez de nuevo tan pronto como se le priva del ternero. Normalmente, este ciclo intensivo de gestación e hiperlactación puede durar tan sólo unos cinco años, tras los cuales la vaca «gastada» se envía al matadero para convertirse en hamburguesa o comida para perros.
Con el fin de obtener la máxima producción, los productores alimentan a las vacas con concentrados muy energéticos tales como la soja, la harina de pescado, los subproductos de destilería e incluso estiércol avícola. El peculiar sistema digestivo de las vacas no puede procesar adecuadamente esta comida. El objetivo de la rumia es digerir hierba que fermenta lentamente. En el momento de mayor producción, unas pocas semanas después de haber parido, la vaca suele gastar más energía que la que es capaz de ingerir. Puesto que su capacidad de producir sobrepasa su habilidad de metabolizar su alimento, la vaca empieza a descontrolarse y usa sus propios tejidos; comienza a «ordeñarse a sí misma[107]».
Las vacas lecheras son animales sensibles que manifiestan desajustes psicológicos y fisiológicos como resultado del estrés. Tienen una gran necesidad de identificarse con sus «cuidadores». En el sistema actual de producción láctea no se permite al granjero estar más de cinco minutos al día con cada animal. En un artículo llamado «Granjas lecheras que no necesitan praderas», una de las mayores «industrias lecheras» presume de un adelanto que «permite a un trabajador alimentar a 88 terneros en 45 minutos —una tarea que normalmente costaría todo el día a varios hombres[108]».
Ahora se vuelca todo el interés en encontrar formas de interferir con los procesos hormonales y reproductivos normales de la vaca para hacer que produzca aún más leche. La hormona de crecimiento bovino (conocida en Europa como somatotropina bovina o BST) se está promocionando como una forma de aumentar espectacularmente la producción lechera. Las vacas que reciben inyecciones diarias de la hormona han producido alrededor del 20% más de leche. Pero además de las llagas que se puedan producir por las inyecciones diarias, los cuerpos de las vacas estarán obligados a trabajar aún más duramente; necesitarán una dieta más rica, y es de esperar que sufran aún más por las enfermedades que ya afectan a muchas vacas lecheras. David Kronfels, profesor de nutrición y jefe de medicina de animales grandes en la Escuela de Medicina Veterinaria de la Universidad de Pennsylvania, ha dicho que durante una prueba más de la mitad de las vacas que recibían BST fueron tratadas de mastitis (una dolorosa inflamación de la glándula mamaria), frente a ninguna en el grupo de control que no recibía BST[109]. La oposición a la BST viene ahora de los granjeros lecheros así como de los protectores de los animales. Esto no es muy sorprendente, ya que varios estudios realizados en la Universidad de Cornell y en la United States Congress Office of Technology Assessment han indicado que si las principales granjas adoptasen el BST, podría terminarse el negocio de unos 80.000 granjeros lecheros americanos —la mitad de la cifra actual—[110]. Un granjero lechero del oeste de Inglaterra ha señalado que «los principales beneficiarios de estas inyecciones a las vacas serían muchas compañías farmacéuticas de altos vuelos», y ha rogado: «Al menos, déjennos recibir leche procedente de vacas contentas y no de los acericos de unos industriales avariciosos[111]».
Pero los aumentos de producción conseguidos por la hormona de crecimiento bovino no son nada comparados con los que ya anticipan los entusiastas de la nueva tecnología de reproducción. En 1952 se produjo el primer ternero por medio de la inseminación artificial. Hoy, este es prácticamente el método estándar. En los años sesenta se produjeron los primeros terneros a partir de embriones transferidos de una vaca a otra. Esta tecnología significa que, mediante inyecciones de hormonas, se puede lograr que una vaca con un rendimiento especialmente alto produzca docenas de óvulos de una vez. Después de que se le insemine artificialmente con el semen de un valioso semental, se le pueden expulsar los embriones del útero y trasplantarlos a vacas sustitutas más baratas haciéndoles incisiones en los flancos. Así se puede criar rápidamente toda una manada sólo con la mejor raza. La habilidad para congelar los embriones, desarrollada durante los años setenta, ha facilitado la comercialización de la transferencia de embriones, y en Estados Unidos se intentan ahora más de 150000 transferencias de embriones cada año, obteniéndose al menos 100000 terneros de estos intentos. La ingeniería genética y quizá la clonación serán los próximos pasos de este esfuerzo continuo por crear animales cada vez más productivos[112].
Tradicionalmente, el ganado criado en América para obtener carne de vacuno vagaba libremente por los inmensos espacios abiertos que vemos en las películas de vaqueros. Pero, como se dice en un artículo supuestamente humorístico del Peoría Journal Star, la pradera moderna no es lo que solía ser:
El hogar del vaquero ya no es necesariamente la pradera. Es más que probable que el hogar sea una parcela de engorde donde el único punto de encuentro entre la vaca y la salvia sea la olla. Esta es la modernidad del vaquero. Esto es la Granja Norris, donde, en lugar de mantener 700 reses en 8100 hectáreas de pradera de hierba rala, se mantienen 7000 reses en 4,45 hectáreas de hormigón[113].
Comparado con los pollos, cerdos, terneros y vacas lecheras, el ganado vacuno criado para carne disfruta más de los espacios abiertos, pero la duración de su libertad ha disminuido. Hace veinte años, el ganado hubiera vagado durante unos dos años. Ahora, los que tienen la suerte de vagar son agrupados después de unos seis meses para ser «completados», esto es, para que alcancen el peso y las condiciones de mercado con una alimentación más rica que la hierba. Con este propósito se les traslada a parcelas de engorde situadas en lugares lejanos. Aquí, durante un período de seis a ocho meses, comen maíz y otros cereales. Después se les envía al matadero.
La tendencia dominante en la industria del ganado vacuno durante la última década ha sido el aumento de las grandes «parcelas de sobrealimentación». De los 34 millones de reses que se sacrificaron en 1987 en Estados Unidos, el 70% llegaba al matadero procedente de las parcelas de engorde. Las grandes parcelas son ahora las responsables de un tercio de la carne de vacuno de la nación. Se trata de explotaciones comerciales importantes, a menudo financiadas por compañías petroleras o dinero de Wall Street en busca de desgravaciones fiscales. Las parcelas resultan económicas porque el ganado engorda más deprisa con cereal que con pasto. Sin embargo, como en las vacas lecheras, los estómagos de las reses no están preparados para esta dieta concentrada que reciben en las parcelas de engorde. Con frecuencia, en su esfuerzo por obtener más fibra que la que proporciona la dieta de la parcela, el ganado lame su propia piel y la de las otras reses, lo que le puede originar abscesos por la gran cantidad de pelos que entra en la rumia[114]. Diluir el grano con el forraje que el ganado necesita y desea retrasaría, sin embargo, el aumento de peso.
El sistema de parcelas de sobrealimentación no confina al ganado tanto como las jaulas a las gallinas ni como los cubículos a las cerdas, a los terneros de consumo y, a menudo, a las vacas lecheras. La concentración animal ha ido aumentando, pero incluso con una densidad del orden de 2200 animales por hectárea cada animal dispone de 150 m2 de espacio, puede vagar por todo el terreno (que quizá tenga una superficie de 0,400 Ha) y no se le aísla de los otros animales. Más que la restricción de movimientos, lo que constituye un problema aquí es el aburrimiento que produce un medio árido e invariable.
Otro problema muy serio es la exposición a las inclemencias del clima. En verano es posible encontrarse al ganado al sol y sin ninguna sombra que lo proteja; en invierno, quizá no pueda protegerse de unas condiciones climatológicas para las que no está preparado naturalmente. Durante las tormentas de nieve de 1987, algunos granjeros informaron de graves pérdidas, calculando que entre el 25 y el 30% de los terneros y el 5 y el 10% del ganado adulto se había perdido. Un granjero de Colorado dijo lo siguiente: «Había poca protección para los terneros. La mayor parte se malogró por estar a la intemperie. Tuvimos una nieve mojada y justo a continuación vino el frío». En otra ocasión, 75 terneros de un grupo de 100 se perdieron por la tormenta[115].
En Europa, algunos productores de vacuno han seguido las pautas de las industrias del pollo, del cerdo y de la ternera y han metido a sus animales en interiores. En Estados Unidos, Inglaterra y Australia, el confinamiento permanente en interiores se considera económicamente injustificado. Protege a los animales del clima, pero siempre a cambio de un hacinamiento mucho mayor, ya que el ganadero quiere el mayor beneficio posible para el capital que ha invertido en el edificio. El ganado vacuno confinado intensivamente se suele mantener en grupos, en corrales más que en cubículos individuales. A menudo se emplean suelos de rejilla para facilitar la limpieza, aunque el ganado vacuno, como los cerdos y los terneros, está incómodo sobre esas rejillas y puede quedarse cojo.
Ningún sector de la explotación animal queda a salvo de las incursiones de la tecnología y de las presiones para intensificar la producción. Los corderillos, esos gozosos símbolos de la primavera, ya han entrado en los oscuros interiores de los edificios de confinamiento[116]. En el Centro de Investigación de Conejos de la Universidad del Estado de Oregón, los investigadores han desarrollado un sistema de jaulas[117] para criar conejos y están experimentando con densidades de ocupación de dos conejos por cada 30 cm2. En Australia, las ovejas seleccionadas que producen una lana de gran calidad ya se han metido en interiores, en establos individuales y colectivos —la meta es mantener la lana limpia y larga—. La lana de estas ovejas se vende a un precio cinco o seis veces superior al precio normal[118]. Aunque el comercio de las pieles gusta de promocionar sus pieles «producidas en granjas» para minimizar la mala fama que le da el uso de cepos para cazar animales salvajes, los «ranchos» peleteros son altamente intensivos. Los visones, mapaches, hurones y otros animales con piel son mantenidos en pequeñas jaulas de alambre. El hermoso zorro ártico, por ejemplo, suele vagar normalmente por miles de acres en la tundra: en una granja peletera tiene una jaula de alambre que mide 106 por 114 centímetros cuadrados[119].
Podemos decir ahora que hemos cubierto los principales sectores de la cría de animales en los que los métodos tradicionales se han transformado en explotaciones de tipo industrial. Por desgracia, en lo que respecta a los animales ha habido muy poca mejoría desde que se publicó la primera edición de este libro hace quince años. En aquel momento ya estaba claro que los modernos métodos de producción son incompatibles con una inquietud auténtica por el bienestar de los animales. Los datos se recogieron por vez primera en el libro pionero de Ruth Harrison Animal Machines, publicado en 1964. Este libro fue apoyado con toda autoridad por el comité Brambell, un comité nombrado por el ministro de Agricultura británico e integrado por los más distinguidos expertos disponibles. Además de Brambell, un distinguido zoólogo, el comité incluía a W. H. Thorpe, director del departamento de conducta animal de la Universidad de Cambridge, y a otros expertos en ciencia veterinaria, producción animal y agricultura. Tras una investigación exhaustiva, en 1965 publicaron un informe oficial de 85 páginas. En el informe del comité se negaba tajantemente el argumento de que la productividad es una indicación satisfactoria de la ausencia de sufrimiento —el hecho de que el animal está engordando puede, dijeron, ser una «condición patológica»—. También rechazaron el punto de vista de que los animales de granja no sufren por el confinamiento porque se les cría para ello y están acostumbrados. En un apéndice importante al informe, Thorpe subrayaba que las observaciones del comportamiento de los animales domésticos han demostrado que «todavía son esencialmente lo que eran en la época prehistórica», con modelos innatos de conducta y necesidades que todavía siguen presentes aun cuando el animal no haya conocido nunca condiciones naturales. Concluía Thorpe:
Ciertos hechos básicos son lo bastante claros como para justificar la acción. Aunque aceptemos la necesidad de una gran restricción, debemos poner un freno a aquellas condiciones que supriman por completo todas o casi todas los necesidades naturales instintivas y los modelos de conducta característicos de las acciones adecuadas al alto grado de organización social tal y como se encuentra en las especies salvajes ancestrales y que se han modificado poco, si es que lo han hecho, en el proceso de domesticación. En concreto, es claramente cruel inmovilizar a un animal durante un largo período de su vida de forma que no pueda usar ninguno de sus modelos normales de conducta locomotriz[120].
De acuerdo con lo anterior, las recomendaciones del comité se basaban en el siguiente principio, modesto pero fundamental:
En principio, desaprobamos un grado de confinamiento que necesariamente frustre la mayoría de las actividades que integran la conducta natural de un animal […] Un animal debería tener al menos la suficiente libertad de movimiento como para poder darse la vuelta, acicalarse, levantarse, tumbarse y estirar sus miembros sin dificultad[121].
Estas «cinco libertades básicas», como han sido llamadas desde entonces —darse la vuelta, acicalarse, levantarse, tumbarse y estirar sus miembros libremente—, se les siguen negando a todas las gallinas enjauladas, a todas las cerdas atadas en sus pocilgas y a todas las terneras que viven en cajones. Sin embargo, una gran cantidad de material científico ha confirmado el veredicto del comité Brambell en todos sus aspectos principales desde que este emitió su informe. Ya hemos visto, por ejemplo, cómo los comentarios de Thorpe sobre la conservación de modelos naturales de conducta en animales domésticos han sido totalmente confirmados por un estudio de la Universidad de Edimburgo sobre la vida de los cerdos en un entorno seminatural[122]. También hoy los científicos admiten universalmente que el argumento de que los animales deben estar contentos si producen es una falacia. Un estudio de 1986 publicado en American Scientist representa una visión informada de este argumento:
Con respecto a los animales domesticados, sin embargo, este argumento puede ser equívoco por varias razones. Los animales de granja han sido seleccionados por su habilidad para crecer y reproducirse bajo una amplia gama de condiciones y circunstancias, algunas de ellas adversas. Las gallinas, por ejemplo, pueden continuar poniendo huevos con normalidad incluso cuando están gravemente heridas. Aún más, el crecimiento y la reproducción son frecuentemente manipulados por prácticas tales como alterar el fotoperíodo o añadir a la alimentación sustancias para acelerar el crecimiento, como los antibióticos. Finalmente, en una granja industrial moderna donde un solo trabajador puede cuidar de hasta 2000 cabezas de ganado o 250000 pollos al año, la práctica de medir el crecimiento o la reproducción por huevos o libras de carne producidas en relación a la construcción, el combustible o los costes de alimentación informa bien poco sobre el status productivo de un animal individual[123].
El doctor Bill Gee, director de la fundación del Bureau of Animal Health (Buró de Salud Animal) del Gobierno australiano, ha dicho:
Se sostiene que la productividad de los animales de granja es un indicador directo de su bienestar. Hay que enterrar de una vez para siempre esta falsa idea. El «bienestar» se refiere al buen vivir de los anímales individuales, mientras que la «productividad» se refiere al beneficio por dólar gastado o por unidad de recurso[124].
Me he ocupado de documentar la equivocación de este argumento en diversos puntos de este capítulo. Sería agradable pensar que el argumento se puede enterrar de una vez por todas, pero sin duda seguirá surgiendo cada vez que los defensores del negocio agropecuario lo consideren útil para hacer que el consumidor crea que todo funciona bien en la granja.
El Parlamento Europeo dio cierto reconocimiento al peso de las pruebas contra los métodos intensivos en las granjas cuando en 1987 tuvo en cuenta un informe sobre el bienestar animal y adoptó una política que contenía los siguientes puntos:
Estas propuestas se aprobaron en una votación de 150 sobre cero, con dos abstenciones. Pero como ya hemos indicado, aunque el Parlamento Europeo está formado por representantes electos de todas las naciones de la Comunidad Europea sólo es un órgano consejero. El poderoso negocio agropecuario está trabajando en firme para evitar que esta política se ponga en práctica. No obstante, la resolución sirve como un indicador de la opinión informada europea sobre estos temas. Cuando se trata de acciones, no de palabras, la mejoría real de las condiciones de los animales desde la publicación de la primera edición de este libro ha ocurrido tan sólo en unos pocos casos. En Suiza, las jaulas de gallinas en batería están siendo retiradas y ya se pueden adquirir fácilmente en las tiendas huevos procedentes de sistemas alternativos de alojamiento de gallinas. Estos nuevos sistemas dan a las aves libertad para caminar, rascarse, darse baños de tierra, subirse a un palo de gallinero y poner huevos en cajas-nido protegidas con materiales de nido adecuados. Los huevos de las gallinas mantenidas así son sólo un poco más caros que los obtenidos de gallinas mantenidas en jaulas[126]. En Inglaterra, la única señal real de que ha habido un progreso para los animales de granja es la prohibición de los cajones individuales para los terneros. Ahora es Suecia quien está mostrando el camino hacia adelante en lo relativo a la protección animal, como frecuentemente ha hecho con respecto a otras reformas sociales; las leyes suecas aprobadas en 1988 transformarán las condiciones de todos los animales de granja.
A lo largo de todo este capítulo me he concentrado en las condiciones de Estados Unidos e Inglaterra. Los lectores de otros países pueden inclinarse a creer que las condiciones de su propio país no son tan malas; pero si viven en una de las naciones industrializadas (aparte de Suecia), su complacencia carece de motivos. En la mayoría de los países, las condiciones son más parecidas a las de Estados Unidos que a las recomendadas más arriba.
Por último, es importante recordar que, aunque la puesta en práctica de las «cinco libertades» del comité de Brambell, o de las resoluciones del Parlamento Europeo, o incluso de la nueva legislación sueca, constituiría un avance importante en Gran Bretaña, Estados Unidos y cualquier otra parte donde haya granjas industriales, ninguna de estas reformas considera por igual los intereses similares de los animales y los de los humanos. Representan, en grados diferentes, una forma cultivada y más humanitaria de especismo, pero especismo al fin y al cabo. Todavía no ha habido ningún país cuyo Gobierno se haya cuestionado la idea de que los intereses de los animales cuentan menos que los intereses similares de los humanos. El tema es siempre si hay sufrimiento «evitable», esto es, un sufrimiento que se puede evitar mientras los mismos productos animales se produzcan a un coste que no sea significativamente más caro que hasta entonces. La idea incuestionable es que los humanos pueden utilizar a los animales para sus propios fines y criarlos, y también sacrificarlos, para satisfacer sus preferencias por una alimentación que contenga carne animal.
En este capítulo me he centrado en los modernos métodos intensivos de las granjas porque, por lo general, el público desconoce profundamente el sufrimiento que implican; pero no es sólo la explotación intensiva la que hace sufrir a los animales. El sufrimiento se les ha provocado a los animales para el beneficio del hombre, ya sea con los métodos modernos o con los tradicionales. Parte de este sufrimiento ha sido una práctica normal durante siglos, y aunque esto podría inclinarnos a pensar que no existe motivo de preocupación, no es ningún consuelo para el animal que lo padece. Consideremos, por ejemplo, algunas operaciones rutinarias a las que todavía se somete al ganado vacuno.
Casi todos los ganaderos quitan los cuernos, marcan y castran a sus animales. Todos estos procesos pueden causar un profundo dolor físico. Se les quitan los cuernos porque con ellos ocupan más espacio en el establo o al transportarlos y pueden herirse unos a otros cuando se les embala apretadamente. Los cuerpos magullados y los cueros estropeados salen caros, pero los cuernos no se componen solamente de hueso insensible. Cuando se quitan los cuernos se cortan también arterias y otros tejidos, lo que hace correr la sangre, especialmente si el corte no se hace al poco tiempo de nacer el ternero.
Se practica la castración porque se piensa que los bueyes engordan más que los toros —aunque, de hecho, parece ser que lo que hacen es sólo aumentar la grasa— y por miedo a que las hormonas masculinas les hagan desarrollar manchas en la carne. También resulta más fácil manejar a los animales castrados. La mayoría de los granjeros admite que la operación provoca un shock al animal y que es dolorosa. Los anestésicos no se suelen usar. El procedimiento que se sigue es el de sostener fuertemente al animal y rajarle el escroto con un cuchillo, dejándole los testículos al aire. Entonces se agarra cada testículo y se tira de él, rompiendo el cordón que lo sujeta; cuando los animales no son tan jóvenes, puede ser necesario cortar el cordón[127].
A algunos granjeros les preocupa, y ello les honra, esta cirugía brutal. En un artículo titulado «El cuchillo de la castración tiene que desaparecer», C. G. Scruggs, editor de la revista The Progressive Farmer, hace referencia al «extremo estrés de la castración» y sugiere que, puesto que ahora hay una demanda de carne magra, podría no mutilarse a los animales machos[128]. La misma opinión ha sido expresada en la industria de la producción porcina, donde existe una práctica similar. Decía un artículo de la revista británica Pig Farming:
La castración es un asunto bestial, incluso para el encallecido tratante de ganado porcino. Es bastante sorprendente que el grupo de oposición a la vivisección no la haya atacado con fuerza.
Y puesto que la investigación ha demostrado ahora un modo de detectar el tinte que a veces mancha la carne de los cerdos machos, el artículo sugiere que «consideremos la posibilidad de que descansen los cuchillos de la castración[129]».
Un método muy difundido es marcar al ganado con un hierro candente como protección frente a las pérdidas de reses y a los ladrones de ganado (que todavía existen en algunos lugares), y también para facilitar el conteo. Aunque las pieles del ganado son más gruesas que las de los humanos, no lo son tanto como para proteger a los animales del dolor que les produce el hierro al rojo vivo cuando se les aplica directamente —habiendo sido esquilados antes— y se mantiene encima durante cinco segundos. Para que esta operación sea posible, se tira al animal al suelo y se le sujeta con fuerza. Como alternativa, se le puede meter en un aparato llamado «squeeze chute» (pasillo del apretón), que consiste en una jaula ajustable donde queda perfectamente encajado. Incluso así, como se señala en un manual, «el animal suele saltar cuando se le aplica el hierro[130]».
Como mutilación adicional, es frecuente que al ganado vacuno se le corte las orejas con un cuchillo bien afilado, dándoles formas especiales para poder identificar a las reses a distancia cuando están en los pastos o cuando se les observa de frente o por detrás y las marcas no son visibles[131].
Estos son, pues, algunos de los procedimientos estándar de los métodos tradicionales de la cría de ganado vacuno. En la cría de otros animales para la alimentación humana se les trata de modo parecido. Y, por último, al reflexionar sobre el bienestar de los animales en los sistemas tradicionales es importante recordar que casi todos los métodos llevan implícita la separación de la madre y de su cría a una edad muy temprana, produciéndose inevitablemente una gran tensión en ambos. Ninguna forma de producción animal les permite crecer y convertirse en parte de un rebaño de animales de edades diversas, como pasaría en condiciones naturales.
Aunque la castración, el marcado y la separación de las madres de sus crías han causado sufrimiento a los animales de la granja durante siglos, la crueldad del transporte y del matadero despertó en el siglo XIX las más angustiosas súplicas por parte del movimiento humanitario. En Estados Unidos, los animales eran conducidos desde pastos cercanos las Rocosas hasta las estaciones de ferrocarril; ahí se les embutía en vagones de tren y se les negaba el alimento durante varios días, hasta su llegada a Chicago. Allí, en gigantescos depósitos con olor a sangre y carne putrefacta, los que habían sobrevivido al viaje tenían que esperar a que les tocara el turno de ser arrastrados y aguijoneados para que subieran la rampa, donde les esperaba el matarife. Si la puntería era buena, podían considerarse afortunados, pero no siempre tenían suerte.
Desde entonces se han producido ciertos cambios. En 1906 se dictó una ley federal limitando a 28 horas el tiempo que podían estar en un vagón de tren sin alimento ni agua, o a 36 en casos especiales. Transcurrido este tiempo, había que descargarlos, darles de comer y de beber y dejarles descansar durante cinco horas, por lo menos, antes de continuar el viaje. Obviamente, un período de 28 a 36 horas viajando en un vagón de tren sin comida ni agua y soportando su enorme traqueteo es todavía lo bastante largo como para producir tensión a los animales, pero supuso una mejora. Por lo que respecta a la matanza, también se han logrado mejoras. Actualmente, antes de sacrificar a los animales se les aturde, lo que significa, en teoría, que mueren sin dolor —aunque, como veremos, existen dudas sobre esto y también excepciones importantes—. Debido a estos progresos, el transporte y el matadero constituyen hoy día problemas menos graves, en mi opinión, que los métodos de producción industrial que convierten a los animales en máquinas de transformación de forraje de bajo precio en carne de gran valor. No obstante, cualquier descripción de lo que le acontece a nuestra cena cuando todavía es un animal sería incompleta sin alguna descripción de los métodos de transporte y matadero.
El transporte de los animales no se reduce a su viaje final al matadero. Cuando los mataderos estaban concentrados en grandes centros como Chicago, este solía ser el viaje más largo y a menudo el único que hacían, ya que alcanzaban los pesos de mercado en los pastos donde habían nacido. Pero cuando las técnicas de refrigeración hicieron posible que se descentralizaran los mataderos, disminuyó la duración de este viaje final. Hoy, sin embargo, es mucho menos frecuente que el ganado, especialmente el vacuno, nazca y llegue al peso de mercado en la misma región. Los terneros pueden haber nacido en un estado —Florida, por ejemplo— y ser transportados después en camión a pastizales situados a muchos cientos de millas de distancia, quizás hasta el oeste de Texas. El ganado que ha pasado un año en los grandes pastos de Utah o Wyoming puede ser enviado a parcelas de engorde en Iowa u Oklahoma, teniendo que recorrer en estos casos distancias de hasta 3200 km. Es probable entonces que, para estos animales, el viaje a la parcela de engorde sea más largo y duro que el viaje final al matadero.
La ley federal de 1906 regulaba que los animales transportados en ferrocarril tenían que descansar, alimentarse y beber agua al menos cada 36 horas, pero no mencionaba el transporte en camión. En aquella época no se utilizaban camiones para transportar animales. Más de ochenta años después, el transporte de animales en camión carece todavía de regulación a escala federal. Se ha intentado repetidamente conseguir igualar la ley sobre camiones con la del ferrocarril, pero hasta ahora no ha habido éxito. En consecuencia, es frecuente que el ganado vacuno se pase 48 o incluso 72 horas dentro de un camión, sin ser descargado. No todos los transportistas dejan al ganado tanto tiempo sin descanso, alimento o agua, pero algunos están más interesados en concluir pronto su trabajo que en entregar su cargamento en buenas condiciones.
Es fácil que el ganado que se mete por vez primera en su vida en un camión se sienta aterrado, sobre todo si los hombres que cargan el camión les dan un trato apresurado y brusco. El movimiento del vehículo es también una experiencia nueva que puede ponerles enfermos. Después de uno o dos días en el camión, sin alimento ni agua, los animales están desesperadamente sedientos y hambrientos. Lo normal para el ganado vacuno es comer a menudo a lo largo del día; sus peculiares estómagos necesitan dosis constantes de alimento para que la rumia funcione adecuadamente. Si viajan durante el invierno, los vientos bajo cero pueden provocarles fuertes enfriamientos; en verano, el calor y el sol pueden contribuir a la deshidratación causada por la falta de agua. Nos resulta difícil imaginar lo que puede sufrir el ganado con esta combinación de miedo, mareo, sed, hambre, agotamiento y, posiblemente, graves enfriamientos. Cuando se trata de terneros jóvenes que acaban de pasar unos días antes por el estrés del alejamiento de sus madres y de la castración, el efecto es aún peor. Expertos en veterinaria recomiendan que, simplemente para mejorar las perspectivas de supervivencia, se debería destetar, castrar y vacunar a los terneros al menos 30 días antes del transporte. De esta forma, se les da la oportunidad de recuperarse de una experiencia llena de tensión y angustia para ellos antes de someterlos a otra. Sin embargo, estas recomendaciones no se siguen siempre[132].
Aunque los animales son incapaces de describir sus experiencias, las reacciones de sus cuerpos nos dan una pista. Hay dos reacciones fundamentales: el «encogimiento» y la «fiebre del transporte». Todos los animales pierden peso durante el transporte. Parte de esta pérdida se debe a la deshidratación y al vaciamiento del tracto intestinal. Esta pérdida es fácilmente recuperable, pero lo normal también es que se produzcan pérdidas más duraderas. No es en absoluto infrecuente que, en un solo viaje, un novillo de 360 kg pierda 32, esto es, el 9% de su peso, y a veces son necesarias tres semanas para que el animal recupere lo perdido. El «encogimiento», como se conoce este fenómeno en la industria, está considerado por los investigadores como una muestra del estrés a que ha sido sometido el animal. Supone un serio motivo de preocupación para la industria cárnica, puesto que los animales se venden por kilos.
La «fiebre del transporte», un tipo de neumonía que ataca al ganado después de haber sido transportado, es otra manifestación importante del estrés que produce el transporte. Esta enfermedad se asocia a un virus que al ganado sano no le es difícil resistir; sin embargo, un estado de gran estrés debilita sus resistencias.
El encogimiento y la susceptibilidad a la fiebre son muestras de que los animales han sido sometidos a mucho estrés; pero, al fin y al cabo, los afectados por estas enfermedades son también los que sobreviven. Otros mueren antes de llegar a su destino, o llegan con miembros rotos u otras lesiones. En 1986, los inspectores de USDA rechazaron más de 7400 reses, 3100 terneras y 5500 cerdos porque estaban muertos o presentaban lesiones graves antes de llegar al matadero, y 570.000 reses, 57.000 terneras y 643.000 cerdos estaban tan gravemente lesionados que algunas partes de sus cuerpos tuvieron que ser rechazadas[133].
Los animales que mueren en el trayecto no tienen una muerte fácil. En invierno se congelan, y en verano se colapsan a causa del agotamiento que les producen la sed y el calor. Mueren, yaciendo desatendidos en cercados próximos al matadero, debido a las lesiones producidas al caerse por una rampa de descarga resbaladiza. Se asfixian cuando otros animales se les amontonan encima en camiones abarrotados y mal cargados. Mueren de sed o de hambre cuando unos ganaderos poco cuidadosos se olvidan de suministrarles agua o alimento. Y mueren, simplemente, por el propio estrés que les ocasiona una experiencia tan aterradora. El animal que tenemos ante nosotros en el plato a la hora de comer tal vez no murió de ninguna de estas formas, pero estas muertes son y han sido siempre una parte de la totalidad del proceso que nos proporciona la carne que comemos.
Dar muerte a un animal es un acto que produce cierto malestar. Se ha dicho que si tuviéramos que sacrificar nosotros mismos a la carne que nos sirve de alimento, todos seríamos vegetarianos. Ciertamente, pocas personas deciden visitar un matadero, y los documentales de televisión que muestran las operaciones realizadas en su interior son poco populares. El público puede tener la esperanza de que la carne que compra proviene de un animal que murió sin dolor, pero en realidad no quiere enterarse. Sin embargo, aquellos que con sus compras convierten en un hecho inevitable que se mate a los animales no tienen derecho a que se les dispense del conocimiento de este o de cualquier otro aspecto de la producción de la carne que compran.
La muerte, aunque nunca es agradable, no tiene por qué ser dolorosa. Si todo sucede como se ha planeado, en las naciones desarrolladas donde los procedimientos de los mataderos están regulados por leyes humanitarias, la muerte llega de un modo rápido y sin dolor. Se supone que los animales quedan inconscientes mediante la aplicación de corriente eléctrica o el uso de una pistola de proyectil cautivo, y que se les corta el cuello mientras están en este estado. Probablemente han podido sentir terror poco antes de morir, cuando se les aguijoneaba para que subieran la rampa del matadero, oliendo la sangre de los que habían estado antes allí; pero el momento concreto de la muerte puede carecer totalmente, en teoría, de dolor. Por desgracia, a menudo hay un espacio vacío entre la teoría y la práctica. Un periodista del Washington Post describía no hace mucho un matadero de Virginia, dirigido por Smithfield, la procesadora de carne más importante de la Costa Este de Estados Unidos:
El procesamiento del cerdo termina en una factoría altamente automatizada con los últimos adelantos, donde lonchas de tocino y de jamón lindamente empaquetadas al vacío en bandejas de plástico salían por la cinta transportadora. Pero comienza fuera, en la parte trasera de la planta, en un corral de cerdos apestoso, embarrado y ensangrentado. En el matadero de Smithfield, en Gwaltney, se permite a los visitantes que su estancia dure sólo unos pocos minutos para evitar que el mal olor de los cerdos muertos impregne sus ropas y cuerpos durante mucho tiempo después de haber terminado la visita.
El proceso comienza cuando los cerdos, que chillan, son dirigidos desde sus pocilgas por una rampa de madera en la que un trabajador los aturde aplicándoles a las cabezas una descarga eléctrica. Conforme van cayendo por la descarga, un trabajador cuelga rápidamente a los cerdos boca abajo de una cinta transportadora, colocando las patas traseras en una pinza metálica. A veces los cerdos aturdidos caen de la cinta transportadora y recuperan la consciencia, y los trabajadores tienen que esforzarse por izar las patas traseras del cerdo hasta las pinzas metálicas antes de que comiencen a correr alocadamente por ese espacio cerrado. De hecho, los cerdos son matados por un trabajador que les clava en la vena yugular, mientras están aturdidos y a menudo revolviéndose aún, un cuchillo para que se desangren casi por completo. Los cerdos recién sacrificados son llevados desde el matadero ensangrentado a la olla de escaldar[134].
Gran parte del sufrimiento que tiene lugar en los mataderos es el resultado del frenético ritmo que debe seguir la cadena de la matanza. La competencia económica significa que los mataderos tratan de sacrificar más animales por hora que sus competidores. Entre 1981 y 1986, por ejemplo, la velocidad de la cinta en una importante planta americana aumentó de 225 cuerpos por hora a 275. La presión de tener que trabajar más deprisa significa que se pone menos cuidado —y no sólo con los animales—. En 1988, un comité del Congreso de Estados Unidos informó que ninguna otra industria de este país tiene una tasa de accidentes o de enfermedades tan alta como la industria de los mataderos. Se facilitaron pruebas de que 58.000 empleados de mataderos tienen lesiones cada año, o 160 por día aproximadamente. Si se tiene tan poco cuidado con los humanos, ¿cuál es el posible destino de los animales? Otro grave problema de esta industria es que, al ser tan desagradable, los empleados no duran mucho y en muchas plantas el movimiento anual suele estar entre el 60 y el 100%. Esto significa que hay un flujo constante de personal sin experiencia que maneja animales asustados en un entorno extraño[135].
En Inglaterra, donde los mataderos están, en teoría, muy controlados por una legislación humanitaria sobre mataderos, el Farm Animal Welfare Council del Gobierno investigó los mataderos y encontró lo siguiente:
Hemos concluido que en muchas operaciones de los mataderos se asume que hay inconsciencia e insensibilización, cuando es muy probable que el grado no sea suficiente para dejar al animal insensible al dolor.
El Consejo añadió que, aunque existían leyes que exigían que el aturdimiento se realizase eficazmente y sin dolor innecesario por personal experimentado y con el equipo apropiado, «no estamos satisfechos de que se estén cumpliendo adecuadamente[136]».
Desde que se publicó aquel informe, un veterano científico británico ha levantado dudas sobre si el aturdimiento eléctrico es indoloro, incluso cuando se administra adecuadamente. El doctor Harold Hillman, lector de fisiología y director del Unity Laboratory in Applied Neurobiology de la Universidad de Surrey, indica que las personas que han experimentado el choque eléctrico, tanto accidentalmente como durante la terapia electro convulsiva para enfermedades mentales, sienten un gran dolor. Es significativo, indica, que la terapia electroconvulsiva se suela administrar ahora bajo un anestésico general. Si el choque eléctrico dejara instantáneamente al paciente incapaz de sentir dolor, esto no sería necesario. Por esta razón, el doctor Hillman duda que la electrocución, usada como método de pena capital en algunos estados americanos, sea humanitaria; el prisionero en la silla eléctrica puede durante un tiempo estar paralizado, pero no inconsciente. El doctor Hillman menciona después el aturdimiento eléctrico en los mataderos: «El aturdimiento es considerado humanitario, porque se cree que los animales no sufren dolor ni desazón. Esto es casi sin duda falso, por las mismas razones que hemos indicado para la silla eléctrica[137]». Por eso, es muy posible que la muerte no sea totalmente indolora, incluso cuando se realiza adecuadamente en un matadero moderno.
Aun cuando se pudieran superar estos problemas, queda otro relativo a la muerte de los animales. Muchos países, incluidos Gran Bretaña y Estados Unidos, hacen una excepción en la aplicación de esas leyes al respetar los ritos judíos y musulmanes que requieren que los animales estén completamente conscientes cuando se les sacrifica. Otra excepción importante en Estados Unidos es que la Ley Federal del Sacrificio Humanitario, aprobada en 1958, sólo se aplica a los mataderos que venden carne al Gobierno estadounidense o sus agencias, y no a la mayor parte de los animales sacrificados: las aves.
Vamos a considerar primero esta segunda excepción. Hay aproximadamente 6100 mataderos en Estados Unidos, pero la inspección federal para ver si cumplían con la ley del sacrificio humanitario cubrió menos de 1400. Por tanto, es completamente legal para los restantes 4700 la utilización de la anticuada y brutal poleax (especie de martillo), y este método sigue vigente en algunos mataderos americanos.
El poleax es, más que un hacha, un mazo pesado. El hombre que empuña su largo mango se sitúa por encima del animal e intenta dejarlo inconsciente de un solo golpe. El problema es que tiene que apuntar con un movimiento rápido por encima de la cabeza a un blanco que no está inmóvil; para lograr su objetivo, el mazo debe atinar en un punto preciso de la cabeza del animal y, dado el estado de terror en que este se encuentra, es muy probable que la mueva. Si la moción del mazo se desvía mínimamente, puede atravesarle un ojo o la nariz; entonces, mientras el animal se agita con agonía y terror, puede ser necesario asestarle varios golpes más para dejarlo inconsciente. No se puede esperar que ni siquiera el matarife más hábil acierte exactamente con el golpe cada vez. Puesto que hay que sacrificar a 80 animales o más en una hora, aunque sólo falle uno de cada cien golpes el resultado será que se provocará un terrible dolor a varios animales al día. También debe recordarse que para ser un experto en esta tarea hay que asestar antes muchos golpes, y que la experiencia se adquiere practicando con animales vivos.
¿Por qué están todavía en uso métodos tan primitivos, condenados universalmente por inhumanos? La razón es la misma que en otros aspectos de la producción animal: si procedimientos más humanitarios cuestan más o reducen el número de animales que se pueden sacrificar por hora, a una compañía no le compensa adoptarlos si sus competidores continúan usando los antiguos. El coste de la munición empleada para disparar la pistola de proyectil cautivo, aunque sólo sea unos pocos céntimos por animal, basta para disuadir a los mataderos de su uso. La corriente eléctrica es más barata a largo plazo, pero la instalación es cara. Por tanto, a no ser que una ley obligue a utilizar uno de estos métodos en los mataderos, no es probable que se adopten.
La otra laguna importante de la legislación que regula los procedimientos para sacrificar a los animales es que la matanza según algunos ritos religiosos no cae bajo la obligación de dejar al animal inconsciente antes de sacrificarlo. Las leyes dietéticas de los judíos y los musulmanes ortodoxos prohíben el consumo de la carne de un animal que no esté «sano y moviéndose» cuando se le sacrifica. El aturdimiento, que se considera que causa lesiones con anterioridad al corte del cuello, es por tanto inaceptable. Es posible que los orígenes de esto se remitan a prohibir comer la carne de un animal que se hubiera encontrado enfermo o muerto; tal y como la interpreta hoy la comunidad religiosa ortodoxa, sin embargo, incluye también la prohibición de dejar inconsciente al animal unos pocos segundos antes de sacrificarlo. Debe realizarse en un solo corte con un cuchillo bien afilado, dirigido a la vena yugular y la arteria carótida. Es probable que en la época en que se estableció en la ley judaica, este método fuera más humanitario que cualquier otra alternativa; sin embargo, hoy en día lo es menos, en las mejores circunstancias, que por ejemplo el uso de la pistola de proyectil cautivo para insensibilizar instantáneamente al animal.
Por otra parte, en Estados Unidos se dan unas circunstancias especiales que convierten este procedimiento en una parodia grotesca de cualquier intención humanitaria que pueda haber tenido en su origen. Esto se debe a una combinación de los requisitos del ritual y a los de la Pure Food and Drug Act (Ley sobre la Pureza en la Alimentación y los Medicamentos) de 1906, que por razones higiénicas exige que un animal al que se le acaba de sacrificar no caiga sobre la sangre de otro al que se había sacrificado previamente. De hecho, lo que esto significa es que hay que sacrificar al animal mientras cuelga de una cinta transportadora o se mantiene sobre el suelo por cualquier otro procedimiento, y no cuando yace en el suelo del matadero. Esta norma no afecta al bienestar de un animal que está inconsciente antes de sacrificarlo, ya que no se le suspende hasta que no está inconsciente, pero trae horribles consecuencias para los animales que tienen que estar conscientes cuando se les sacrifica. En lugar de darles un golpe seco y rápido que les tira al suelo al instante y les mata casi al mismo tiempo que caen, a los animales sacrificados ritualmente en Estados Unidos se les ajusta un grillete a una de las patas traseras, se les eleva del suelo y después, completamente conscientes, se les cuelga boca abajo de la correa de suspensión entre dos y cinco minutos —y ocasionalmente mucho más tiempo si algo no funciona en la «fila de la muerte»— antes de que el matarife les haga un corte. El proceso ha sido descrito del siguiente modo:
Cuando se amarra fuertemente con una pesada cadena de hierro la pata de una vaca que pesa entre los 450 kg y la tonelada y se la levanta del suelo de un fuerte tirón, se le desgarra la piel y se le separa del hueso. A menudo, la caña se le astilla o se le fractura[138].
El animal, boca abajo, con las articulaciones partidas y a menudo con una pata rota, se retuerce frenéticamente de dolor y de terror, de tal forma que hay que agarrarle fuertemente por el cuello o introducirle unas tenazas en el morro para sujetarle y permitir así que se le pueda matar de un solo golpe, como prescribe la ley religiosa. Resulta difícil concebir un ejemplo más claro de cómo el hecho de seguir una ley exactamente al pie de la letra puede pervertir su espíritu. (Debemos señalar, sin embargo, que ni siquiera entre los rabinos ortodoxos existe unanimidad sobre la prohibición de dejar inconsciente al animal antes de matarlo. En Suecia, Noruega y Suiza, por ejemplo, los rabinos han aceptado la legislación que obliga a aturdir previamente al animal, sin ninguna exención para con la matanza ritual. También muchos musulmanes han aceptado el aturdimiento previo a la muerte[139]).
La American Society for the Prevention of Cruelty to Animals (Sociedad Americana para la Prevención de la Crueldad con los Animales), ASPCA, ha desarrollado un dispositivo especial que permite sacrificar a un animal consciente, de acuerdo con las regulaciones de higiene de Estados Unidos, sin colgarlo de una pata. Este dispositivo se usa ahora para cerca del 80% de los animales grandes que son muertos de forma ritual, pero para menos del 10% de las terneras. Temple Grandin, de Grandin Livestock Handling Systems, Inc., dice: «Puesto que el sacrificio ritual religioso está exento de la Ley del Sacrificio Humanitario, algunas instalaciones no están dispuestas a invertir dinero en humanitarismos[140]».
Aquellos que no siguen las leyes dietéticas judaicas ni musulmanas pueden pensar que la carne que compran proviene de animales que no han muerto de esta manera obsoleta; podrían estar equivocados. Para que los rabinos ortodoxos autoricen que la carne se considere kosher, tienen que habérsele extraído los tejidos prohibidos, tales como vasos sanguíneos, nódulos linfáticos, el nervio ciático y todas sus ramificaciones, además de pertenecer a un animal que estuviera consciente cuando se le mató. La extracción de estas partes en los cuartos traseros del animal es una tarea muy laboriosa, y por tanto sólo se vende como carne kosher la de los cuartos delanteros, y el resto del animal acaba generalmente en los estantes de algún supermercado sin ninguna indicación de sus orígenes. Esto significa que se sacrifican muchos más animales sin aturdirles previamente de lo que sería necesario para abastecer la demanda de este tipo de carne. El Consejo para la Protección de los Animales de Granja británico ha estimado que «una alta proporción» de la carne sacrificada por métodos rituales se distribuye en los mercados normales[141].
El lema «libertad religiosa» y la acusación de que los que atacan este modo ritualista de sacrificar a los animales están motivados por un sentimiento antisemita han bastado para impedir cualquier interferencia legislativa con esta práctica en Estados Unidos, Gran Bretaña y muchos otros países. Pero, obviamente, uno no tiene que ser antisemita o antimusulmán para oponerse a lo que se les hace a los animales en nombre de la religión. Es hora ya de que los seguidores de estas dos religiones se replanteen si las interpretaciones actuales de las leyes respecto al sacrificio están realmente en sintonía con las enseñanzas religiosas sobre la compasión. Mientras tanto, aquellos que no deseen comer carne sacrificada de forma contraria a las enseñanzas actuales de su religión tienen una alternativa simple: no comer carne alguna. Al sugerir esto, no estoy pidiendo a los creyentes religiosos más de lo que me pido a mí mismo; sólo ocurre que para ellos las razones son más fuertes debido al sufrimiento añadido que conlleva producir la carne que comen.
Vivimos en una época de corrientes conflictivas. Mientras unos insisten en continuar sacrificando animales mediante métodos bíblicos, nuestros científicos están muy ocupados en desarrollar técnicas revolucionarias con las que esperan cambiar la propia naturaleza de los animales. En 1988 se dio un paso importantísimo cuando la Oficina de Patentes y Marcas Registradas de Estados Unidos concedió a investigadores de la Universidad de Harvard una patente para un ratón manipulado genéticamente, hecho especialmente para que fuera más susceptible al cáncer y se le pudiera usar para probar determinados carcinógenos. La concesión siguió una decisión de la Corte Suprema de 1980 que hizo posible patentar microorganismos creados por el hombre, pero esta fue la primera vez que se concedió una patente para un animal[142].
Líderes religiosos, defensores de los derechos de los animales, defensores del medio ambiente y rancheros (preocupados ante la perspectiva de que se les fuerce a pagar regalías para mantenerse competitivos) han formado ahora una coalición para impedir las patentes de animales. A menos que la presión del público acabe con estas prácticas, se crearán grandes fortunas a partir de animales que ganen más peso o produzcan más leche o huevos en un período menor de tiempo.
La amenaza al bienestar animal ya es obvia. Los investigadores de la granja de Beltsville, Maryland, del Departamento de Agricultura de Estados Unidos, han introducido genes de hormonas de crecimiento en cerdos. Los cerdos genéticamente alterados desarrollaron graves efectos secundarios, incluyendo neumonía, hemorragias internas y una forma grave de artritis. Parece ser que sólo uno de estos cerdos llegó a la edad adulta, y después sólo vivió dos años. Este cerdo salió en la televisión británica; de manera muy apropiada, en The Money Programme (El Programa del Dinero). El cerdo no podía sostenerse en pie[143]. Uno de los investigadores responsables dijo a The Washington Times:
Nos encontramos al nivel de los Hermanos Wright comparados con el 747. Vamos a estrellarnos y quemarnos durante años sin conseguir levantarnos de la tierra en mucho tiempo.
Pero serán los animales los que se «estrellen y se quemen», no los investigadores. The Washington Times también citó a defensores de la ingeniería genética que negaban los argumentos de los defensores del bienestar animal, diciendo:
Las personas han cruzado, domesticado, sacrificado y explotado de otras formas a los animales durante siglos. Nada cambiará de manera fundamental[144].
Como ha mostrado este capítulo, eso es cierto. Durante mucho tiempo hemos tratado a los animales como cosas a nuestra conveniencia y durante los últimos treinta años hemos estado aplicando nuestras más modernas técnicas científicas para hacer que sirvan mejor a nuestros fines. La ingeniería genética, revolucionaria como puede ser en algún sentido, es en otro aspecto otro modo de doblegar a los animales para nuestros propósitos. Lo realmente necesario es que las actitudes y las prácticas cambien de un modo fundamental.