Es normal agradecer la colaboración de quienes han prestado su ayuda para escribir un libro, pero en este caso he contraído deudas de un tipo especial que requieren una breve narración.
En otoño de 1970 yo era un estudiante de posgrado en la Universidad de Oxford. Aunque me había especializado en filosofía moral y social, no se me había ocurrido —como a casi nadie— que nuestras relaciones con los animales planteasen un serio problema moral. Sabía, por supuesto, que se trataba cruelmente a algunos animales, pero suponía que eran abusos accidentales y no una indicación de algo fundamentalmente injusto.
Mi complacencia se turbó cuando conocí a Richard Keshen, también estudiante de Oxford y vegetariano. En una comida le pregunté por qué no comía carne y empezó a contarme las condiciones en que había vivido el animal cuyo cuerpo estaba comiendo yo. Por medio de Richard y de su mujer Mary, mi mujer y yo nos hicimos amigos de Roslind y Stanley Godlovitch, también vegetarianos que estudiaban filosofía en Oxford. A través de las largas conversaciones que tuvimos los cuatro —especialmente con Roslind Godlovitch, quien había elaborado su postura ética con bastante detalle— me convencí de que comiendo animales estaba participando en una forma de opresión sistemática de mi propia especie sobre otras. Las ideas centrales de este libro se derivan de aquellas conversaciones.
Llegar a una conclusión teórica es una cosa, y ponerla en práctica es otra. Sin la ayuda y el aliento que me proporcionó Renata, mi mujer, que estaba tan convencida como yo de que nuestros amigos tenían razón, es posible que aún siguiera comiendo carne, aunque con remordimientos de conciencia.
La idea de escribir un libro surgió de la respuesta entusiasta a mi reseña del libro Animals, Men and Morals (editado por Stanley y Roslind Godlovitch y por John Harris) que apareció publicada en The New York Review of Books (5 de abril de 1973). Agradezco a los editores de The New York Review la publicación de esta reseña no solicitada de un libro cuyo tema no está de moda. La reseña, sin embargo, no se habría convertido en un libro sin el estímulo y la ayuda de los siguientes colaboradores:
Eleanor Seiling, de la United Action for Animals, Nueva York, me dio acceso a la exclusiva colección que posee su organización de documentos sobre experimentos con animales; los resúmenes de informes de experimentadores de Alois Acowitz me permitieron hallar lo que necesitaba en una fracción del tiempo que de otra forma hubiera tardado.
Richard Ryder tuvo la generosidad de prestarme el material que había reunido para su propio libro, Victims of Science.
Joanne Bower, de la Farm and Food Society de Londres, me proporcionó información sobre las condiciones de los animales de granja en Inglaterra.
Kathleen Jannaway, de la Vegan Society of the United Kingdom, me ayudó a localizar informes sobre las cualidades nutritivas de las plantas alimenticias.
John Norton, del Animal Rescue League de Boston, y Martha Coe, de los Argus Archives de Nueva York, me proporcionaron materiales sobre el transporte y la matanza de animales en Estados Unidos.
The Scottish Society for the Prevention of Vivisection me ayudó a obtener fotografías de experimentos con animales.
Dudley Giehl, de Animal Liberation, Inc., Nueva York, me permitió utilizar el material que había recogido sobre granjas de explotación intensiva y vegetarianismo.
Alice Herrington y Joyce Lambert, de Friends of Animals, Nueva York, me ayudaron de diversas maneras, y Jim Masón, de la misma organización, me preparó las visitas a las granjas de explotación intensiva.
La invitación a participar en calidad de Profesor visitante en el Departamento de Filosofía de la Universidad de Nueva York durante el año académico 1973/1974 me proporcionó una atmósfera agradable y un enclave ideal para investigar y escribir; mis colegas y estudiantes me aportaron valiosos comentarios y críticas. También tuve ocasión de someter mis puntos de vista sobre los animales al escrutinio crítico de los estudiantes y profesores de los departamentos de filosofía de las siguientes universidades: Brown University, Fordham University, Long Island University, North Carolina State University en Raleigh, Rutgers University, State University of New York en Brockport, State University of New York en Stony Brook, Tufts University, University of California en Berkeley, University of Miami y Williams College, así como la Yale Law School y a los asistentes a un encuentro de la Society for Philosophy and Public Affairs de Nueva York. Los capítulos 1 y 6 de este libro se han beneficiado mucho de las discusiones que siguieron a mis charlas.
Por último, he de agradecer a los editores de The New York Review of Books su apoyo a este libro, especialmente a Robert Silvers, cuyo sabio consejo editorial ha mejorado considerablemente el manuscrito original. Sólo me queda añadir que la responsabilidad ante cualquier defecto es exclusivamente mía.
P. S. Febrero de 1975.