PRÓLOGO A LA NUEVA EDICIÓN

Releer el prefacio original de este libro es volver a un mundo casi olvidado. Las personas que se preocupan por los animales ya no me ofrecen sandwiches de jamón. En los grupos a favor de la liberación de los animales, los activistas son ahora todos vegetarianos; pero incluso entre los grupos más conservadores de protección animal hay cierta toma de conciencia sobre el tema de comer animales. Los que lo hacen tienden a disculparse por ello y están dispuestos a buscar alternativas cuando preparan alimentos para otros. Existe una nueva conciencia sobre la necesidad de extender la simpatía por perros y gatos a cerdos, pollos e incluso ratas de laboratorio.

No estoy seguro del mérito que cabe asignar a Liberación animal respecto a este cambio. Los escritores de revistas populares le han puesto la etiqueta de «la biblia del movimiento por la liberación animal». A la vez que me halaga, también me hace sentir un poco incómodo. No creo en biblias: ningún libro tiene el monopolio de la verdad. En cualquier caso, ningún libro puede conseguir nada si no toca una fibra sensible en sus lectores. Los movimientos de liberación de los años sesenta hicieron que el siguiente paso obvio que había que dar fuese la liberación animal: este libro reunió los argumentos y les dio una forma coherente. El resto lo hicieron algunas personas magníficas, muy trabajadoras, preocupadas por la ética —primero unas pocas, después cientos, que han crecido gradualmente hasta llegar a miles y ahora quizá millones— que forman el movimiento de Liberación Animal. Les he dedicado esta edición revisada porque, sin ellos, la primera edición habría sufrido la misma suerte que el libro de Henry Salt Los derechos de los animales (Animals Rights), publicado en 1892 y que se quedó acumulando polvo en los estantes de la biblioteca del Museo Británico hasta que, ochenta años más tarde, una nueva generación reformuló los planteamientos, se tropezó con algunas oscuras referencias y descubrió que todo había sido ya dicho antes, aunque sin efecto alguno.

Esta vez no sucederá lo mismo. El movimiento se ha hecho demasiado grande. Ya se han conseguido importantes logros para los animales. Aún quedan por alcanzar otros temas de mayor importancia. La Liberación Animal es ahora un movimiento mundial, y seguirá sobre el tapete durante mucho tiempo.

La gente me pregunta a menudo si estoy satisfecho con el crecimiento que ha tenido el movimiento. Me lo preguntan esperando que conteste que nunca soñé que el libro causara tal impacto. Pero se equivocan. Al menos en mis sueños, todo aquel que leía el libro decía: «Claro, por supuesto…», e inmediatamente se volvía vegetariano y comenzaba a protestar contra lo que les hacemos a los animales. De este modo, el mensaje de Liberación Animal llegaría a más gente, y cesarían al menos las formas más extremas e innecesarias de sufrimiento animal debido a la irresistible marea de protestas públicas.

Como es natural, tales sueños quedaban equilibrados por mi conocimiento de los obstáculos: el conservadurismo de la mayoría de nosotros respecto a lo que comemos, los intereses financieros que lucharían hasta el último millón por defender su derecho a explotar a los animales para sacarles el máximo rendimiento, y el peso fuerte de la historia y la tradición en las que se fundan las actitudes que justifican tal explotación. Por eso estoy muy contento de haber conocido y de haber recibido cartas de mucha, mucha gente que leyó el libro y dijo: «Claro, naturalmente…», y dejó de comer animales y se convirtió en activista del movimiento de Liberación Animal. Por supuesto, estoy aún más contento de que tras una larga lucha por parte de mucha gente el Movimiento de Liberación Animal sea ya una realidad política y social. Pero, aun así, esto no es bastante ni muchísimo menos. Como muestra esta edición con toda claridad, el movimiento ha supuesto hasta ahora un impacto muy pequeño sobre las formas básicas de explotación animal.

Liberación animal se publicó por vez primera en 1975 y se ha mantenido en las librerías, prácticamente sin cambios, desde entonces. Hay tres aspectos que ya están lo bastante maduros como para ser revisados. Primero, cuando el libro apareció no existía el movimiento de Liberación Animal. El mismo nombre era desconocido y no había organizaciones importantes —y apenas ninguna pequeña— que trabajaran para conseguir cambios radicales en nuestras actitudes y prácticas con los animales. Quince años más tarde, es verdaderamente extraño que un libro titulado Liberación animal no mencione la existencia del actual Movimiento de Liberación Animal y, por tanto, no comente la trayectoria seguida por el movimiento.

En segundo lugar, el auge del actual Movimiento de Liberación Animal se ha visto igualado por un incremento sorprendente de la literatura sobre este tema —en gran medida, comentarios a las posiciones asumidas en la primera edición de este libro—. También he pasado largas noches discutiendo temas filosóficos tanto como conclusiones prácticas con amigos y compañeros de trabajo del Movimiento de Liberación Animal. Parecía necesario responder a toda esta discusión, aunque sólo fuera para indicar hasta qué punto he alterado o no mis opiniones.

Por último, los capítulos segundo y tercero de este libro describen lo que entrañan nuestras actitudes actuales hacia los animales en dos áreas principales del uso de animales: la experimentación y la cría. En cuanto comencé a oír a la gente decir cosas como «desde luego, las cosas han mejorado mucho desde que eso se escribió…», supe que era necesario documentar lo que está sucediendo hoy en laboratorios y granjas y ofrecer a los lectores descripciones que no se pueden excusar alegando que pertenecen a una época oscura y lejana.

La principal diferencia entre esta edición y la anterior son las nuevas descripciones. Sin embargo, me he resistido a las sugerencias respecto a que añadiera casos similares de otros tipos de abusos hacia los animales. El objetivo de los datos no es elaborar un informe exhaustivo de cómo tratamos a los animales; más bien, como indico al final del primer capítulo, se trata de mostrar de una forma aguda, clara y concreta las implicaciones de la concepción abstracta y filosófica del especismo presentada en el primer capítulo. La omisión de discusiones sobre caza y cepos, industria peletera, maltrato de los animales de compañía, rodeos, zoos y circos, no significa que estos temas sean menos importantes, sino que los dos temas centrales, la experimentación y la producción de alimentos, son suficientes para cubrir mi objetivo.

Tomé la decisión de no responder a todos los puntos mencionados por filósofos sobre los argumentos éticos de este libro. Hacerlo hubiera cambiado la naturaleza misma del libro, convirtiéndolo en un tratado de filosofía académica de interés para mis colegas profesionales pero aburrido para el lector normal. A cambio he indicado, en los lugares adecuados del texto, otros documentos donde se pueden encontrar mis respuestas a ciertas objeciones. También he escrito de nuevo un pasaje, en el capítulo final, ya que he cambiado de opinión sobre una cuestión filosófica que sólo guarda una relación periférica con la base ética en que se apoyan los argumentos de este libro. Respecto a las propias bases, he pronunciado conferencias y he sostenido debates en jornadas y seminarios de departamentos de filosofía, y las he discutido en profundidad, tanto verbalmente como en letra impresa; pero no he encontrado objeciones insuperables, nada que me haya llevado a pensar que los simples argumentos éticos en los que se basa el libro no sigan plenamente vigentes. Me anima que muchos de mis más respetados colegas filosóficos estén de acuerdo conmigo. Por tanto, mantengo aquí sin cambios estos argumentos.

Nos queda entonces el primero de los tres aspectos del libro antes mencionados que necesitan actualizarse: un informe sobre el Movimiento de Liberación Animal y la trayectoria que este ha seguido.

Tanto en el tema de la experimentación en laboratorios y de la cría intensiva como en el capítulo final de esta edición revisada, me refiero a algunos de los principales logros y campañas del movimiento de Liberación Animal. No he intentado describir las campañas en detalle, ya que algunos de los principales activistas ya lo hicieron en un libro titulado En defensa de los animales (In Defense of Animals), que coordiné no hace mucho tiempo. Pero hay un aspecto importante para el movimiento que necesita un espacio prominente en este libro, y aquí se lo doy. Ese tema es la violencia.

Los activistas han usado diversos medios para avanzar hacia la meta de la Liberación Animal. Algunos tratan de educar al público distribuyendo folletos y escribiendo cartas a los periódicos. Otros presionan a los miembros de los gobiernos y sus representantes electos en los Parlamentos o Congresos. Las organizaciones activistas se manifiestan y protestan a las puertas de aquellos lugares donde los animales sufren para servir a objetivos humanos triviales. Pero muchos se impacientan ante el lento progreso conseguido por estos medios y quieren emprender una acción más directa para acabar ya con el sufrimiento.

Nadie que comprenda lo que sufren los animales puede criticar tal impaciencia. No es suficiente limitarse a escribir cartas cuando las atrocidades continúan. Es necesario ayudar a los animales ahora. Pero ¿cómo? Los habituales canales legítimos de protesta política son lentos e inciertos. ¿Deberíamos irrumpir en los locales y liberar a los animales? Es ilegal, pero la obligación de obedecer la ley no es absoluta. Fue desobedecida justificadamente por quienes ayudaron a los esclavos que huían de los estados sureños de América del Norte, por mencionar tan sólo un posible paralelo. Un problema más serio es que la liberación literal de los animales de laboratorios y granjas industriales sólo puede ser un gesto simbólico, ya que los investigadores simplemente harán otro pedido de animales y, además, ¿quién puede encontrar hogares para mil cerdos de granja o cien mil gallinas? Las acciones de grupos del Frente de Liberación Animal en varios países han sido más eficaces cuando han obtenido pruebas del maltrato a los anímales que de otra forma nunca hubieran visto la luz. En el caso del asalto al laboratorio del Dr. Thomas Gennarelli en la Universidad de Pennsylvania, por ejemplo, las cintas de vídeo robadas aportaron pruebas que finalmente convencieron incluso a la Secretaría de Salud y Servicios Humanos de que estos experimentos debían terminar. Es difícil imaginar con qué otro medio se hubiera conseguido este resultado, y admiro profundamente a esas personas valientes, compasivas y comprometidas que planearon y llevaron a cabo aquella acción.

Pero otras actividades ilegales son muy diferentes. En 1982, un grupo que se hacía llamar «Milicia pro-Derechos de los Animales» envió cartas-bomba a Margaret Thatcher, y en 1988 Fran Trutt, una activista pro-animales, fue arrestada mientras colocaba una bomba en el exterior de las oficinas de la US Surgical Corporation, una compañía que venía utilizando perros vivos para hacer demostraciones de sus sistemas de grapado quirúrgico. Ninguna de estas acciones es en forma alguna representativa del Movimiento de Liberación Animal. La Milicia pro-Derechos de los Animales era desconocida hasta ese momento y fue inmediatamente condenada por todas las organizaciones del Movimiento de Liberación Animal británico. Trutt trabajaba en solitario y el movimiento americano enseguida denunció sus acciones. (Los datos permiten pensar que hubo también una celada, ya que Trutt accedió a las oficinas de la corporación gracias a un informador a sueldo contratado por el oficial de seguridad de US Surgical). Pero tales acciones se pueden considerar como el extremo de un espectro de amenazas y acosos de experimentadores, peleteros y otros explotadores de animales, y por eso es importante que todos los que están dentro del Movimiento de Liberación Animal dejen muy clara su actitud ante tales acciones.

Sería un trágico error que siquiera una pequeña parte del Movimiento de Liberación Animal intentara conseguir su objetivo dañando a personas. Algunos piensan que los que hacen sufrir a los animales merecen que se les haga sufrir a ellos. Yo no creo en la venganza, pero aunque lo hiciera sería una distracción perjudicial de nuestra tarea de acabar con el sufrimiento. Para lograr esto, debemos cambiar la mentalidad de las personas razonables de nuestra sociedad. Podemos estar convencidos de que alguien que abusa de los animales es totalmente duro e insensible, pero nos rebajaríamos a su nivel si hiriéramos físicamente o amenazásemos a esa persona con daño físico. La violencia sólo engendra más violencia —un cliché, pero trágicamente cierto en más de media docena de conflictos en el mundo—. La fuerza de Liberación Animal es su compromiso ético; ocupamos una posición moral superior y abandonarla es entregarnos a quienes se nos oponen.

La alternativa a la espiral ascendente de violencia es seguir la pauta de los dos principales —y, no por casualidad, de más éxito— dirigentes de movimientos de liberación de los tiempos modernos: Gandhi y Martin Luther King. Con inmenso coraje y perseverancia se adhirieron al principio de la no violencia a pesar de las provocaciones, y a menudo ataques violentos, de sus oponentes. Al final, tuvieron éxito porque no se podía negar la justicia de su causa, y su comportamiento tocó las conciencias incluso de aquellos que se les habían opuesto. Los daños que hacemos a otras especies son igualmente innegables una vez que se hacen patentes, y nuestras posibilidades de victoria se encuentran en la justicia de nuestra causa y no en el miedo a nuestras bombas.