Había una vez una mansión donde vivían cinco hermanos. Los cuatro hermanos mayores, que juntos habían jugado, peleado y sobrevivido a las enfermedades de la infancia, vivían confortablemente en el ala antigua de la mansión, la más bellamente amueblada.
El quinto hermano, Joseph, era mucho más joven. Para cuando llegó a la mayoría de edad, ya no quedaba ninguna habitación confortable para él, así que le asignaron las inhóspitas habitaciones del ala nueva. Joseph era un niño extraño, solitario y un tanto turbador, y aunque sus hermanos lo querían, para ellos suponía un alivio tenerlo a distancia.
Joseph deseaba ser un caballero como sus hermanos, pero la vida no era fácil en aquella ala de la mansión. Era un lugar de laboriosidad protestante, así que Joseph se puso a trabajar.
Con el tiempo, el ala vieja se pobló en exceso: demasiados niños, demasiadas amantes. Surgieron enconadas pugnas intestinas, desastrosas deudas, brutales reyertas en estado de ebriedad. Parecía que la mansión podía acabar en estado ruinoso y perderse por completo.
Pero Joseph había trabajado con ahínco y sus negocios prosperaban. El extraño hermano pequeño resultó ser quien podía rescatar a la familia. Entre ellos, los hermanos mayores se burlaban de su puritanismo y del mal gusto con que había decorado el ala nueva. Los irritaba que el pequeño actuase ahora como hermano mayor. Pero era innegable que habían echado a perder sus vidas y agradecían los sacrificios de Joseph a favor de ellos.
Joseph, por su parte, no veía con buenos ojos la moral laxa de sus hermanos: las amantes, los dispendios. No obstante, era leal a su familia e intentaba mostrarles el respeto que merecen los parientes de mayor edad.
Además, los negocios le iban tan bien que empezó a relajarse. Él y su nueva novia, una imponente belleza de Arkansas, organizaron espléndidas fiestas a las que los hermanos normalmente tenían el detalle de llevar unas botellas de vino. Algunos se quejaban de que las fiestas fueran de mal gusto, y a algunos les preocupaba que Joseph fuese aún en el fondo un puritano, pero lo aceptaban como cabeza de familia y adoraban a su nueva novia.
Después de ocho años de fiestas, le llegó a Joseph la hora de sentar cabeza. Tenía asumido que se casaría con su buena y sensata amiga Albertine. Pero Albertine, por desgracia, no era ni remotamente atractiva. Una noche, en búsqueda de su última diversión, Joseph coqueteó con Georgina, una chica disipada de una familia ambiciosa de una casa vecina; acabaron tonteando en el asiento trasero del todoterreno de ella y las cosas pasaron a mayores.
A la mañana siguiente, los padres de Georgina se presentaron en la mansión con cinco abogados y dijeron que Joseph debía casarse con ella.
«Pero ¡si ni siquiera me gusta! —protestó él—. Es una chica mimada, tonta y mala».
Los padres de Georgina, que desde hacía tiempo tenían la mira puesta en la mansión, insistieron en que el matrimonio era la única solución honrosa. Y Joseph, que deseaba ser un caballero como sus hermanos y sentía remordimientos por sus ocho años de fiestas, se casó con ella.
¡Qué desdicha reinó desde entonces en la mansión! Aunque Georgina era una chica disipada, manifestó su espanto ante la moral disoluta de sus cuñados, y no perdía ocasión de mostrarse grosera con ellos. Invitó a sus padres y los abogados de éstos a irse a vivir allí con ella. Reprendiendo a Joseph por sus propios dispendios, le quitó el dinero y se lo entregó a sus padres.
Parecía que el matrimonio sería breve y desdichado. Pero una noche, un matón de baja estofa lanzó una piedra por la ventana del gabinete de Joseph, dándole un susto de muerte. Cuando acudió a sus hermanos, descubrió que se había ganado su antipatía por casarse con Georgina. Dijeron que lamentaban lo de la piedra, pero que un cristal roto no era nada en comparación con lo que ellos habían sufrido durante años en el ala vieja de la mansión.
Si bien Georgina era demasiado tonta y malcriada para pensar por sí misma, sus padres eran ladinos oportunistas. Tenían la esperanza de servirse del momentáneo miedo de Joseph para hacerse con el control de toda la mansión. Se presentaron ante el joven y dijeron: «Esta es la lógica de la guerra. Tú eres el cabeza de familia; Georgina es ahora tu esposa, y sólo sus padres pueden defender este hogar. Debes aprender a odiar a tus inútiles hermanos y confiar en nosotros».
Los hermanos se indignaron. Se presentaron ante Joseph y dijeron: «Esta es la lógica de la paz. Tu esposa es una bruja y una puta. Mientras ella viva en esta casa, tú ya no eres hermano nuestro».
Y el hermano pequeño y rico se echó las manos a la cabeza y lloró.