Esta entrevista tuvo lugar en diciembre de 2007, en el Upper East Side de Manhattan, cerca de las casas del alcalde Mike Bloomberg y el gobernador de entonces, Eliot Spitzer.
RELACIONES PÚBLICAS DEL ESTADO DE NUEVA YORK: ¡Lo siento muchísimo! Esta mañana todo va con retraso, nuestro antiguo presidente se ha presentado inesperadamente, como tiene por costumbre, y, por lo que se ve, nuestro querido y pequeño estado nunca puede decirle que no a Bill. Pero le prometo que le concederá a usted sus treinta minutos enteros, aunque eso signifique reorganizar la agenda de toda la tarde. Es usted muy paciente con nosotros, es un encanto.
J.F.: Pero habíamos quedado en que sería una hora.
RELACIONES PÚBLICAS DEL ESTADO DE NUEVA YORK: Sí. Sí.
J.F.: De nueve a diez: es lo que tengo aquí apuntado.
RELACIONES PÚBLICAS DEL ESTADO DE NUEVA YORK: Sí, y esto era… ¿para una guía de viajes?
J.F.: Una antología. Los cincuenta estados. Y no creo que él quiera ser el capítulo más corto.
RELACIONES PÚBLICAS DEL ESTADO DE NUEVA YORK: Claro, pero es que (risas) él también es el que está más ocupado entre los cincuenta, así que tendría cierta lógica abreviar. Si lo que está diciéndome ahora es que él sólo va a participar en una audición abierta para los cincuenta estados… No me constaba…
J.F.: Estoy seguro de que le dije…
RELACIONES PÚBLICAS DEL ESTADO DE NUEVA YORK: Y tienen que ser los cincuenta, claro. ¿No podrían ser, pongamos, cinco? ¿Algo así como los Cinco Principales Estados de la Unión? ¿O aunque fueran los Diez Principales? Lo digo sólo por quitar morralla, ya me entiende. O si por fuerza tienen que aparecer los cincuenta, entonces ¿no podría, quizá, incluirlos como apéndice? Pongamos: He aquí los Diez Estados Principales y Más Importantes, y luego aquí, al final, en el apéndice, salen otros estados que, bueno, también existen. ¿Sería eso posible?
J.F.: Lamentablemente, no. Pero tal vez sea mejor que cambiemos la cita para otro día. Cuando él no esté tan ocupado.
RELACIONES PÚBLICAS DEL ESTADO DE NUEVA YORK: Francamente, Jon, todos los días son como éste. De hecho, va de mal en peor. Y como le he prometido que dispondrá de treinta minutos con él hoy, creo que lo más aconsejable es que acepte. Aunque sí entiendo lo que dice sobre la extensión… en el supuesto de que esté definitivamente decidido a incluir la morralla. Y por eso mismo lo que me encantaría es enseñarle unas fotos nuevas que se ha hecho, unas fotos increíbles. Es un programa que ha organizado con una de sus fundaciones. Veinte de los principales fotógrafos artísticos del mundo están creando algunas de las imágenes más íntimas que ha tenido nadie de un estado norteamericano. Realmente distintas, realmente especiales. No pretendo decirle cómo hacer su trabajo. Pero yo que usted… me plantearía la posibilidad de veinticuatro páginas de fotografías únicas, de talla mundial, seguidas de una breve entrevista muy personal en la que el mayor estado de nuestra nación revele su mayor pasión secreta, que es… ¡el arte! O sea, eso es el Estado de Nueva York. Porque si bien es guapo, rico, poderoso, glamuroso, conoce a todo el mundo y ha tenido una vida asombrosa, en el fondo de su alma… su mayor interés es el arte.
J.F.: Vaya. Gracias. Eso sería… en fin, ¡se lo agradezco mucho! El único problema es que no sé si el formato y el papel del libro serán adecuados para las fotografías.
RELACIONES PÚBLICAS DEL ESTADO DE NUEVA YORK: Jon, como ya le he comentado, no pretendo decirle cómo hacer su trabajo. Pero, a menos que se le ocurra una manera de encajar las proverbiales mil palabras en una sola página, lo de las imágenes tiene muchas ventajas.
J.F.: En eso le doy toda la razón. Lo consultaré con Ecco Press y…
RELACIONES PÚBLICAS DEL ESTADO DE NUEVA YORK: ¿Con quién? ¿Cómo? ¿Eco qué?
J.F.: Ecco Press. La editorial que publica el libro.
RELACIONES PÚBLICAS DEL ESTADO DE NUEVA YORK: Vaya por Dios. ¿Su libro lo publicará una editorial pequeña?
J.F.: No, no, es un sello de HarperCollins, que es una editorial grande.
RELACIONES PÚBLICAS DEL ESTADO DE NUEVA YORK: Ah, así que HarperCollins.
J.F.: Sí, una editorial muy, muy grande.
RELACIONES PÚBLICAS DEL ESTADO DE NUEVA YORK: Válgame Dios, por un momento me ha asustado.
J.F.: No, no; es una editorial enorme. Una de las más grandes del mundo.
RELACIONES PÚBLICAS DEL ESTADO DE NUEVA YORK: Pues en ese caso permítame que vaya a comprobar cómo van las cosas. De hecho, es posible que pueda reunirse con el señor Van Gander ahora, si es tan amable de acompañarme por aquí. Sólo que… Sí, bien, coja la bolsa. Por aquí… ¿Rick? ¿Tienes un momento para hablar con nuestro…? Esto… ¿nuestro «escritor literario»?
ASESOR JURÍDICO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: ¡Claro! ¡Estupendo! ¡Pase, pase! ¡Hola! ¡Soy Rick Van Gander! ¡Hola! ¡Encantado de conocerlo! ¡Soy un gran admirador de su obra! ¿Cómo le trata la vida en Brooklyn? Vive en Brooklyn, ¿no?
J.F.: No; en Manhattan. Aunque antes vivía en Queens, hace mucho.
ASESOR JURÍDICO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: Vaya, ¿y eso? Pensaba que hoy en día toda la gente que se dedica a la literatura vivía en Brooklyn. Al menos los verdaderamente modernos. ¿Pretende decirme que no es moderno? De hecho, ahora que lo dice, no se lo ve muy moderno. ¡Discúlpeme! Leí en el Times un artículo sobre una serie de grandes escritores que vivían en Brooklyn. Así que lógicamente di por supuesto…
J.F.: Es un viejo distrito muy bonito.
ASESOR JURÍDICO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: Sí, y magnífico para las artes. Mi mujer y yo intentamos ir a la Academia de Música de Brooklyn lo más a menudo posible. Hace no mucho vimos allí una obra representada en sueco de principio a fin. Debo admitir que fue toda una sorpresa, ya que no entiendo el sueco. Pero nos lo pasamos muy bien. No fue la típica velada en Manhattan, ¡eso desde luego! Pero, dígame, ¿en qué puedo ayudarlo?
J.F.: No lo sé, la verdad. No sabía que hablaría con usted. En principio tenía acordada una entrevista con el estado…
ASESOR JURÍDICO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: ¡Eso es! ¡Exacto! Por eso está hablando conmigo. Puedo ayudarle dando el visto bueno a las preguntas de su entrevista.
J.F.: ¿El visto bueno? ¿Está de broma?
ASESOR JURÍDICO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: ¿Le parece que hablo en broma?
J.F.: No, lo que pasa es que… me asombra un poco. Antes era muy fácil verlo. Se trataba sólo de, ya me entiende, pasarse por aquí y hablar.
ASESOR JURÍDICO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: Ya, ya, lo entiendo. Antes todo era fácil. ¡También era fácil comprar crack en la esquina de la Noventa y ocho con Columbus! Era fácil pavimentar el lecho del río Hudson con PCB y metales pesados. Era fácil hacer talas masivas en los Adirondacks y ver los ríos llenarse de material de sedimentación. Arrasar el centro del Bronx y hacer que lo atravesara una autovía. Montar talleres ilegales en el bajo Broadway con mano de obra asiática esclavizada. Conseguir un piso de protección oficial tan barato que el inquilino no tenía nada que hacer en todo el día aparte de escribirle cartas ofensivas a su casero. ¡Antes todo era muy fácil! Pero al final un estado crece, empieza a cuidarse mejor… ya sabe a qué me refiero. Y para eso estoy yo aquí, para ayudarle a conseguirlo.
J.F.: Me parece que no acabo de ver la relación entre que él se mostrara abierto, accesible, apasionante y romántico con un chico del Medio Oeste como yo y el hecho de que se haya permitido que el río Hudson se contamine.
ASESOR JURÍDICO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: ¿Está diciendo que se enamoró de él?
J.F.: Pues sí. Y tenía la sensación de que también él me amaba. Como si esperara que la gente como yo se acercara a él, como si nos necesitara.
ASESOR JURÍDICO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: Mmm… ¿Y eso cuándo fue?
J.F.: A finales de los setenta, principios de los ochenta.
ASESOR JURÍDICO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: Dios santo. Lo que me temía. Esos fueron unos años de locura y desenfreno, se lo aseguro. Él no estaba del todo en sus cabales. Y sería un detalle por su parte, y de paso se haría un gran favor a sí mismo, si ni siquiera le mencionara ese período.
J.F.: Pero ¡si ésos son precisamente los años de los que quería hablar con él!
ASESOR JURÍDICO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: ¡Y por eso estoy yo aquí, para dar el visto bueno a sus preguntas! Créame, sobre ese tema no recibirá respuestas cordiales. Incluso ahora, de vez en cuando, a alguien se le mete en la cabeza sacar alguna foto suya de esas décadas. Por lo general, con mala fe… Uno siempre encuentra a un par de paparazzi desagradables delante de la clínica de rehabilitación, esperando hacerle una foto a alguien con mucha más clase que ellos, en un único instante lamentable de su vida por lo demás brillante. Pero eso no es lo peor. Lo increíble es que haya gente sinceramente convencida de que por entonces tenía mejor imagen, por lo accesible que era. Piensan que le hacen una especie de favor presentándolo sucio como el demonio, desbordándose en todas las direcciones, con un cuelgue de cuidado, megaproblemas de higiene, sin un céntimo. Delincuencia, basura, pésima arquitectura, pueblos fabriles abandonados, compañías ferroviarias en quiebra, Love Canal, el Asesino del Calibre 44, disturbios en Attica, hippies en un barrizal: no sabe la cantidad de colgados y artistas fracasados que aparecen por aquí rebosantes de entusiasmo y nostalgia, creyéndose que conocen el «verdadero» Estado de Nueva York. Y luego se quejan de que él ya no es como era. Y claro, ¿cómo va a serlo? ¡Menos mal que no lo es! Imagine, por un momento, lo mortificado que se siente por su comportamiento en aquellos años desafortunados, ahora que su vida ha vuelto a encauzarse.
J.F.: O sea que… eso me sitúa en el grupo de los colgados y artistas fracasados, supongo.
ASESOR JURÍDICO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: Oiga, usted era joven. Dejémoslo ahí. Dígame qué otras preguntas tiene. ¿Le ha mencionado Janelle el nuevo gran proyecto fotográfico que hemos puesto en marcha?
J.F.: Sí, ya me lo ha dicho.
ASESOR JURÍDICO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: Le conviene dedicarle bastante tiempo a eso. ¿Y qué más?
J.F.: Pues, para serle sincero, deseaba que él y yo pudiéramos mantener una conversación más personal. Rememorar viejos tiempos. Ha significado muchísimo para mí a lo largo de los años. Ha simbolizado mucho. Ha catalizado mucho.
ASESOR JURÍDICO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: ¡Claro! ¡Por supuesto! ¡Para todos nosotros! Y eso de «personal» está muy bien… a ese respecto no me malinterprete. De cerca y «personal» está muy bien. El no sólo tiene que ver con el poder y la riqueza, sino también con el hogar y la familia y lo romántico. Desde luego que puede plantearlo, cuenta con mi aprobación. Basta con que eluda ciertas décadas. Digamos, de 1965 a 1985, más o menos. ¿Qué material tiene anterior a esas fechas?
J.F.: Anterior, casi nada. Un par de imágenes de souvenir turístico, básicamente. Ya sabe: el gran baile de Año Nuevo en Times Square, que en el Medio Oeste daban por la televisión a las once. Y las cataratas del Niágara, que se cortan cada noche, como descubrí para mi sorpresa. Y la Estatua de la Libertad, que, según nos enseñaron, se construyó con los céntimos donados por colegiales franceses. Y el Empire State. Veinte kilómetros a lo largo del canal de Erie. Y más o menos eso es todo.
ASESOR JURÍDICO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: ¿Más o menos? ¿Más o menos? Acaba usted de mencionar cinco auténticos megaiconos americanos del más alto nivel. ¡Cinco! Yo diría que no es nada despreciable. ¿Hay algún otro estado que se acerque siquiera?
J.F.: ¿California quizá?
ASESOR JURÍDICO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: ¿Otro aparte de California?
J.F.: Pero eso era puro kitsch. No significaba nada para mí. En realidad, conocí de verdad Nueva York a través de Harriet the Spy… un libro infantil. La primera vez que me enamoré de un personaje literario fue de una niña de Manhattan. Y no sólo la amaba: quería ser ella. Cambiar mi agradable vida en una zona residencial urbana y trasladarme al Upper East Side y ser Harriet M. Welsch, con su cuaderno y su linterna y sus padres poco entrometidos. Y luego, incluso con mayor intensidad, al cabo de un par de años, su amiga Beth Ellen en la segunda entrega de la serie. También era del Upper East Side. Veraneaba en Montauk. Rica, delgada, rubia. Y tan deliciosamente infeliz. Creía que podría hacer feliz a Beth Ellen. Me consideraba la única persona en el mundo que la entendía y que podría hacerla feliz si pudiera salir de Saint Louis.
ASESOR JURÍDICO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: Mmm… Todo esto me suena un pelín… digamos… aberrante. Me refiero al aspecto de la minoría de edad. Nueva York, por supuesto, está muy orgulloso de su larga tradición de diversidad y tolerancia… Ahora que lo pienso… concédame un par de segundos, tengo una idea (marcando un teléfono). ¿Jeremy? Sí, soy Rick. Oye, ¿dispones de un minuto para una visita? Sí, es nuestro escritor literario, sí, sí, que está haciendo una guía de viajes o algo parecido. Pretendemos brindarle ciertas perspectivas y… Ah. Ah, estupendo. No había caído. ¿Tolerancia y diversidad? ¡Fantástico! Ahora mismo lo llevo. (Cuelga) El historiador del estado tiene cierto material para usted. Le ha preparado un paquete. Las cosas se han descontrolado tanto que la mano derecha ya no sabe qué hace la izquierda.
J.F.: Es muy amable por su parte. Pero no sé si necesito un paquete.
ASESOR JURÍDICO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: Créame, éste sí lo querrá. Jeremy, je je, prepara unos paquetes excelentes. Y no es que quiera sacarlo a usted de sus fantasías, pero puede venirle bien a la hora de escribir el libro, por si acaso la entrevista no es todo lo que esperaba. Por cierto, ¿le han quedado claras las reglas básicas? ¿Puede repetírmelas?
J.F.: ¿Debo apartarme de las décadas interesantes?
ASESOR JURÍDICO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: Sí. Muy bien. Y también de eso suyo con las niñitas.
J.F.: Pero ¡si yo también era un crío!
ASESOR JURÍDICO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: Sólo le advierto que él no se mostrará receptivo ante ese tema. ¿En cuanto a su pasión por él y sus fascinantes proyectos nuevos? ¡Eso sí! ¡Por supuesto! ¿En cuanto a su pasión por ciertas muchachitas prepubescentes ficticias del Upper East Side en los alocados años sesenta? No tanto. Acompáñeme por aquí, si es tan amable.
J.F.: ¿Tenemos alguna idea de cuándo voy a poder verlo por fin?
ASESOR JURÍDICO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: ¿Jeremy? Me gustaría presentarte a nuestro escritor literario. Residente en Manhattan, curiosamente.
HISTORIADOR DE NUEVA YORK: Tolerancia, diversidad y centralidad. Son las tres consignas de la preeminencia del Estado de Nueva York.
ASESOR JURÍDICO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: Os dejo para que charléis un rato.
HISTORIADOR DE NUEVA YORK: Tolerancia… Diversidad… Centralidad.
J.F.: Hola, encantado de conocerlo.
HISTORIADOR DE NUEVA YORK: Al norte: la Nueva Inglaterra puritana. Al sur: las colonias con plantaciones esclavistas. Entremedias: un magnífico puerto de aguas profundas y un sistema de canales interiores muy navegables, dotado de abundantes recursos naturales y poblado por los holandeses, mercantilistas y famosos por su tolerancia. Se cuentan entre las primeras naciones que plantearon explícitamente el vínculo entre los buenos negocios y la libertad personal, entre el enriquecimiento y la ilustración; y los Nuevos Países Bajos fueron su creación. La Compañía Neerlandesa de las Indias Occidentales prohibió expresamente la persecución religiosa: restricción que por cierto irritaba al gobernador autócrata Peter Stuyvesant y contra la que despotricaba. Los primeros judíos llegaron a Nueva York en 1654, sumándose a los inmigrantes cuáqueros de Inglaterra y los renegados puritanos de Massachusetts, incluida Anne Hutchinson y su familia. Stuyvesant fue amonestado por su Compañía por acosar a judíos y cuáqueros. En su defensa, él adujo que los Nuevos Países Bajos estaban, cito textualmente, «poblados por los desechos de toda clase de nacionalidades». Por suerte para nosotros, el prodigioso nieto de los Nuevos Países Bajos —nuestro muy querido Empire State, el «Estado del Imperio»— sigue hoy día igual de poblado. Es el refinado y único anfitrión concebible de las Naciones Unidas, el ardiente defensor de la igualdad de derechos de los gays, las lesbianas y los transexuales, el cazo del crisol de culturas, la cuna del feminismo americano. En un único distrito escolar de Elmhurst, en Queens, las familias de los alumnos hablan en sus casas cerca de ciento cincuenta idiomas. Sin embargo, todos hablan la misma lengua universal de…
J.F.: ¿Del dinero?
HISTORIADOR DE NUEVA YORK: …de la tolerancia. Pero sí, también del dinero, por supuesto. Ambos van de la mano. La riqueza épica de Nueva York da fe de esa proposición.
J.F.: Ya. A eso le veo cierto interés, pero por desgracia queda fuera del alcance de…
HISTORIADOR DE NUEVA YORK: La guerra de la Independencia: un largo y arduo camino de atrición y atenuación. El escurridizo general Washington, siempre eludiendo el compromiso definitivo. En el transcurso de esa prolongada no del todo guerra, ese torpe juego del escondite, de evasivas, de fintas y amagos, de asomarse y asustar, destacan en concreto dos batallas, puntos de inflexión cruciales. Las dos a principios de la contienda. Las dos relativamente insignificantes en cuanto a número de bajas. Y las dos libradas ¿dónde?
J.F.: Esto es, caray, esto es realmente…
HISTORIADOR DE NUEVA YORK: Pues en Nueva York, faltaría más. En la centralmente ubicada Nueva York. La primera batalla que nos atañe: Harlem Heights. Una situación complicada. Washington y su precario ejército de aficionados peligrosamente cercado en Manhattan. El general William Howe recién llegado al puerto de Nueva York con una auténtica armada: más de treinta mil soldados descansados y bien adiestrados, incluidos los legendarios hessianos. Nuestro Ejército Continental desmoralizado por el gran número de pérdidas y expuesto a una derrota aplastante. Un enfrentamiento crítico: Harlem Heights, cerca de donde ahora está la Universidad de Columbia. Las tropas de Washington combaten contra los británicos y quedan en tablas, lo que permite al general escapar a Nueva Jersey con su ejército más o menos intacto. Una terrible oportunidad perdida para los británicos, una extraordinaria inyección moral para Washington, que vive para luchar —¡o eludir la lucha!— un día más.
J.F.: Disculpe…
HISTORIADOR DE NUEVA YORK: Segunda batalla: Bemis Heights, Saratoga. Año: 1777. El plan británico para ganar la guerra: muy sencillo. Unir la abrumadora fuerza expedicionaria sureña de Howe a ocho mil soldados británicos de Canadá, al mando del general John Burgoyne, el llamado «Caballero Johnny». Establecer líneas de abastecimiento, controlar el Hudson y el lago Champlain, separar Nueva Inglaterra de las colonias del sur. Divide y vencerás. Pero es el norte pantanoso, la ciénaga está infestada de mosquitos. Los soldados americanos, muchos de ellos no profesionales, se adentran en Bemis Heights, en Saratoga, donde, inspirados por el heroísmo de Benedict Arnold, lanzan una serie de ataques de consecuencias fatídicas contra el Caballero Johnny, que al cabo de una semana se rinde con todo su ejército. ¡Una victoria estimulante de enormes implicaciones estratégicas! La noticia incita a los franceses a tomar partido de manera concluyente por los americanos y declararle la guerra a Inglaterra, y durante los siguientes seis años de contienda, el mejor ejército del planeta resulta de lo más vacilante e ineficaz contra los americanos.
J.F.: ¿Cómo dice?
GEÓLOGO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: ¿Jeremy?
HISTORIADOR DE NUEVA YORK: ¿La lección? Si controlas Nueva York, controlas el país. Nueva York es el eje. El centro candente. El quid, por decirlo así.
GEÓLOGO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: Jeremy, disculpa un segundo, pero voy a llevarme aquí al lado al invitado un momento. Se le nota cierta fatiga de combate.
HISTORIADOR DE NUEVA YORK: ¿Primera capital de los recién instituidos Estados Unidos de América, como estipula la magnífica nueva Constitución? ¿El enclave de la investidura de George Washington como primer presidente de nuestra república? ¿He oído… ciudad de Nueva York? Y aunque nuestro naciente estado no albergara la capital durante mucho tiempo, ¡desde luego se guardaba otros dos o tres ases en la manga! Encierra a nuestra joven república entre el litoral atlántico y una imponente cadena montañosa que va de Georgia a Maine. Sólo hay tres caminos viables para superarla y aprovechar el vasto potencial económico de la franja central del continente: muy al sur desde Florida a través del golfo de México; muy al norte desde Nueva Escocia a través de las inhóspitas aguas canadienses del San Lorenzo; o centralmente, centralmente, a través de una brecha en las montañas abierta por los ríos Hudson y Mohawk. Lo único que se requería era excavar un canal por las llanuras pantanosas, y un inagotable flujo de madera, hierro, grano y carne descendería hacia la ciudad de Nueva York a la vez que un contraflujo de bienes manufacturados subiría río arriba, enriqueciendo a sus ciudadanos a perpetuidad. ¡Y helo aquí! ¡Helo aquí!
GEÓLOGO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: Acompáñeme… Por aquí.
HISTORIADOR DE NUEVA YORK: ¡Helo aquí! ¡Se ha hecho realidad!
J.F.: ¡Oiga, gracias!
GEÓLOGO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: ¿Quién demonios lo ha mandado a hablar con Jeremy?
J.F.: El señor Van Gander.
GEÓLOGO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: Siempre tan bromista, este Rick. Por cierto, me llamo Hal, soy el geólogo. Aquí estaremos más tranquilos. ¿Quiere un donut?
J.F.: No, gracias. Sólo quiero hacer la entrevista. Al menos, pensaba que eso era lo que quería.
GEÓLOGO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: Cómo no. (Marcando un número de teléfono) ¿Janelle? ¿Sabes… el escritor? Está preguntando por su entrevista… Vale, muy bien. (Colgando) Ahora viene a buscarlo. Si se acuerda de dónde está mi despacho. Mientras tanto, ¿puedo ayudarlo en algo?
J.F.: Gracias. Me siento un poco coaccionado. Tenía la idea de sentarme con Nueva York en un café y decirle lo mucho que siempre lo he querido. Así sin más, informalmente, nosotros dos solos. Y luego describiría su belleza.
GEÓLOGO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: Ja, las cosas ya no se hacen así.
J.F.: La primera vez que lo vi, aluciné de lo verde y exuberante que era todo. La Taconic Parkway, la Palisades Parkway, la Hutchinson River Parkway, todas esas carreteras. Fue como un cuento de hadas, con esos hermosos puentes antiguos y kilómetros y kilómetros de bosque y campos a ambos lados. Era muy distinto del asfalto liso y los maizales de donde yo venía. La magnitud de todo ello, la antigüedad.
GEÓLOGO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: Claro.
J.F.: La hermana pequeña de mi madre vivió mucho tiempo en Schenectady con mis dos primas y su marido, que trabajaba para General Electric. Cuando yo iba al instituto, lo trasladaron de la fábrica de Schenectady a la sede central en Stamford, Connecticut. Pasó los últimos años de su vida profesional dirigiendo el equipo que diseñó el nuevo logotipo de la empresa, que acabó siendo exactamente igual que el viejo.
GEÓLOGO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: A Schenectady ya no le va tan bien, ni a ninguno de esos antiguos pueblos fabriles.
J.F.: Mis tíos escaparon a Westport, el pueblo pseudoartístico. El verano que cumplí los diecisiete, viajamos en coche para visitarlos. Lo primero que pasó fue que me encapriché de mala manera de mi prima Martha. Ella tenía dieciocho años y era alta y divertida, animada y miope, y de hecho podía hablar con ella sin sentirme muy violento, porque éramos primos. Y de algún modo se organizó —de algún modo mis padres dieron el visto bueno— que Martha y yo nos fuéramos en coche a Manhattan y pasáramos un día allí sin supervisión. Era agosto de 1976. Un día caluroso, tormentoso, maloliente, con mucho polen y malas hierbas. Martha trabajaba de canguro y chófer de tres niñas de Westport cuyo padre se había ido dos meses a Sudamérica con su mujer y su amante. Las niñas tenían dieciséis, catorce y once años, las tres eran asombrosamente menudas y estaban obsesionadas con su peso. La mediana tocaba la flauta, era precoz e incordiaba continuamente a Martha para que la llevara a fiestas del instituto donde podía conocer a chicos mayores. Martha las transportaba de aquí para allá en un enorme sedán negro. En agosto ya había destrozado uno y había tenido que telefonear a la oficina de su jefe para que le proporcionaran otro. Viajamos a gran velocidad por el carril izquierdo de la Merritt Parkway con todas las ventanillas bajadas, expuestos al aire caliente como un horno y con las tres princesas repantigadas en el asiento trasero: con las dos mayores, por lo guapas que eran y los pocos años que nos separaban, apenas me atrevía a cruzar palabra, y ellas tampoco mostraban el menor interés en mí. Acabamos en el Upper East Side, junto al museo de arte, donde la abuela de las niñas tenía un apartamento. Lo que más me impresionó fue que la mediana había ido a pasar el día a la ciudad sin zapatos. La recuerdo caminando descalza por la caliente Quinta Avenida, con una camiseta sin mangas, pantalón corto y su flauta a cuestas. Nunca había visto a nadie creerse con tantos derechos, ni siquiera lo había imaginado. Me resultaba incomprensible y a la vez subyugante. Mis padres eran arquetipos del Medio Oeste e iban por la vida disculpándose por todo, no creyéndose en absoluto personas con más derechos que nadie. Ya me entiende; y el neblinoso cielo gris azulado con grandes nubes blancas se deslizaba sobre Central Park. Y aquellos edificios de piedra y los conserjes, y la Quinta Avenida como una sólida columna de taxis amarillos alejándose hacia la parte alta en ese manto de smog marrón bromo. Qué inmensamente urbano era todo. Y estar allí con Martha, mi emocionante prima de Nueva York, y pasar una tarde deambulando por las calles con ella, y luego cenar como dos adultos, e ir a un concierto gratis en el parque: la persona que fui ese día era alguien al que reconocí sólo porque desde hacía tiempo anhelaba serlo. El primer día que pasé en la ciudad de Nueva York conocí, dentro de mí, a la persona que quería llegar a ser. Cuando recogimos a las niñas de casa de su abuela, a eso de las once, y fuimos a buscar el sedán al aparcamiento del museo de arte, descubrimos que el neumático derecho de atrás estaba deshinchado. Un charco de goma negra. Así que Martha y yo trajinamos hombro con hombro, sudando, como una pareja, y pusimos el gato y cambiamos la rueda mientras la niña mediana, sentada con las piernas cruzadas sobre el capó de otro coche, con las plantas de los pies renegridas por la ciudad, tocaba la flauta. Y luego, pasadas las doce de la noche, salimos de allí. Las niñas dormidas en el asiento trasero, como si fueran nuestras hijas, de Martha y mías, y las ventanillas bajadas y el aire todavía bochornoso pero ahora más fresco, y el olor del estrecho de Long Island, y las carreteras con baches y vacías, y las farolas del misterioso naranja del sodio, a diferencia de las luces azuladas del vapor de mercurio que aún eran lo habitual en Saint Louis. Y cruzamos el puente de Whitestone. Y entonces tuve la visión arrebatadora. Fue entonces cuando me enamoré perdidamente de Nueva York: cuando vi Co-Op City, la cooperativa de viviendas del Bronx, en plena noche.
GEÓLOGO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: ¿Lo dice en serio?
J.F.: Muy en serio. Ya había pasado el día en Manhattan. Ya había visto la ciudad más grande y urbana del mundo. Y en ese momento llevábamos quince o veinte minutos alejándonos de ella, lo que en Saint Louis habría bastado para hallarte rodeado de maizales en medio de una oscuridad tan absoluta como el fondo de un río, cuando de pronto, hasta donde alcanzaba la vista, aparecieron esas enormes torres de pisos, cada una tan alta como el edificio más alto de Saint Louis, y tantas que no podía ni contarlas. Las más lejanas estaban cerca del agua y, en la bruma, parecían ultraterrenas. Decenas de miles de vidas urbanas amontonadas y apretujadas. La cantidad misma de apartamentos que se veía en el sudeste del Bronx: todo parecía de una inmensidad incognoscible y excitante, igual que se me antojaba mi futuro en ese momento, con Martha sentada a mi lado conduciendo a ciento veinte por hora.
GEÓLOGO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: ¿Y de ahí salió algo? ¿Entre usted y ella?
J.F.: Cuatro años más tardé pasé una noche en su sofá. De nuevo en el Upper East Side. En alguna torre anónima como las de Co-Op City. Martha había acabado la carrera en Cornell. Compartía un piso de dos habitaciones con otras dos chicas. Yo estaba de visita en la ciudad con mi hermano Tom. Había cenado en Chinatown con los suegros de mi otro hermano, que se había casado con su propia chica de Manhattan hacía un par de años. Tom se alojó con una de sus amigas de la academia de bellas artes y yo fui a la parte alta de la ciudad para dormir en casa de Martha. Recuerdo que por la mañana lo primero que hizo fue poner a todo volumen Sneakirí Sally Through the Alley de Robert Palmer en el equipo de música del salón. Cogimos un tren de la línea 6 lleno hasta los topes para ir al SoHo, donde ella trabajaba vendiendo espacios publicitarios para el SoHo News. Y pensé: ¡Chico, esto sí que es vida!
GEÓLOGO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: También sin ironía, supongo.
J.F.: Sin la menor ironía.
GEÓLOGO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: «¡Nueva York es donde quisiera estar! / ¡Y el honor a heno un día olvidar!».
J.F.: ¿Qué voy a contarle? Existe una peculiar conexión entre el Medio Oeste y Nueva York. Y no es sólo que Nueva York crease el mercado para las mercancías que convirtieron el Medio Oeste en lo que es. Y tampoco que el Medio Oeste, al suministrar esas mercancías, convirtiese Nueva York en lo que es. Nueva York es como el ojo redondo del yang en el centro de las llanuras apocadas y modestas del yin. Y el Medio Oeste es como el ojo húmedo, romántico y esperanzado del yin en el centro del yang brutal y ávido de Nueva York. Ciertas personas oriundas del Medio Oeste vienen al Este para completarse. Del mismo modo que ciertas personas nacidas en Nueva York van al Medio Oeste a renovarse.
GEÓLOGO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: Ah. Eso es muy profundo. Y verá, lo verdaderamente interesante es que existe una conexión también en el plano geológico. O sea, fíjese: Nueva York es el único estado de la Costa Este que también es un estado de los Grandes Lagos. ¿Cree que el canal de Erie se excavó donde se excavó por casualidad? ¿Alguna vez ha viajado por la Thruway en dirección oeste a lo largo del Mohawk? Muy, muy a lo lejos en el lado sur, a kilómetros y kilómetros de distancia, se ven esos enormes y escarpados riscos ribereños. ¿Y sabe una cosa? Esos riscos eran antes la orilla del río. En los tiempos en que éste era una inundación cataclísmica de kilómetros de anchura, formada por el hielo fundido de los glaciares, que procedía de la franja central del continente y desaguaba hacia el océano. Eso fue lo que creó la ruta más fácil al Medio Oeste: la última glaciación.
J.F.: Lo que, según tengo entendido, sucedió en fecha relativamente reciente, desde el punto de vista geológico.
GEÓLOGO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: Ayer por la tarde, desde el punto de vista geológico. Hace sólo diez mil años que los mastodontes y los mamuts lanudos se paseaban por Bear Mountain y West Point. Los bichos más disparatados: cóndores de California sobrevolaban Syracuse, las morsas y las belugas merodeaban cerca de la frontera canadiense. Y todo en fecha reciente. Ayer por la tarde, más o menos. Hace veinte mil años todo el estado se hallaba bajo una capa de hielo. Cuando el hielo empezó a retroceder a lo ancho de Norteamérica, quedaron unos enormes lagos de hielo fundido sin otro sitio adonde ir. Y esa agua se fue acumulando y acumulando hasta encontrar un cauce de salida catastrófico. A veces se desbordaba en el lado occidental, por el Misisipi; pero otras veces allí había descomunales presas de hielo y el agua tenía que buscar un cauce al este, y cuando por fin reventaba una presa, reventaba de verdad. Era más que bíblico. Daba miedo. Y eso ocurrió en la zona central del Estado de Nueva York. Llegó un momento en que la vía de salida de toda esa agua pasaba por lo que ahora es Schenectady. Labró los riscos al sur del Mohawk, labró el valle del Hudson, incluso labró un cañón en la plataforma continental que se extiende a trescientos kilómetros mar adentro. Luego el hielo retrocedió más y más al norte hasta que se abrió otra nueva salida: por encima de los Adirondacks y en torno a su lado este y hacia abajo por lo que finalmente fueron los lagos George y Champlain hasta llegar al Hudson. Así que lo que se ve hoy en día en el Hudson es de hecho un pariente cercano del Misisipi. Ambos ríos fueron los dos principales canales de desagüe meridionales para el hielo fundido de todo un continente.
J.F.: Es vertiginoso.
GEÓLOGO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: El cosmopolitismo de la ciudad de Nueva York también tiene raíces muy profundas, desde el punto de vista geológico. Hemos recibido visitantes extranjeros desde hace casi quinientos millones de años. En especial el continente africano, que vino hace unos trescientos millones de años con la idea de pasar una temporada en América y al final se quedó el tiempo suficiente para levantar los Alleghenies, y después regresó al este. Si mira un mapa geológico de Nueva York, se parece mucho a un mapa estatal de distribución por etnias. La geología del lecho de roca al norte del Estado posee la uniformidad del pan blanco: grandes depósitos de piedra caliza de la época en que Nueva York era un mar subtropical poco profundo. Pero cuando bajamos hacia el curso inferior del Hudson y el espolón de Manhattan, la roca pasa a ser de una heterogeneidad extraordinaria, con infinidad de pliegues y muy fragmentada. Encontramos restos de toda la morralla que ha chocado contra el continente a nivel tectónico, además de la otra morralla de diversas erupciones magmáticas debidas a la aparición de fisuras, y de la incrustada por los glaciares. El sur del estado parece un crisol que necesita que lo remuevan bien. ¿Y eso por qué? Nueva York siempre ha sido realmente muy central. Se halla en el ángulo sudoriental del escudo norteamericano, muy en lo alto de la cadena de plegamiento de los Apalaches, en el margen occidental de la nudosa maraña de islas volcánicas de Nueva Inglaterra que se agregaron al continente, y en el ángulo noroccidental de nuestro océano Atlántico cada vez más ancho. El hecho de que sea una conjunción de todas esas cosas ayuda a explicar por qué acabó convirtiéndose en el estado más abierto e innovador del litoral, con sus rutas accesibles hasta Canadá y el Medio Oeste. Porque, literalmente, Nueva York ha sido, durante cientos de millones de años, donde ha pasado todo.
J.F.: Lo curioso, oyéndole, es que lo que cuenta parece mucho menos antiguo que mis propios veinte años. Trescientos millones de años no es nada en comparación con el tiempo que ha pasado desde mi último curso de universidad. Incluso la universidad me parece bastante reciente en comparación con los años inmediatamente posteriores. Los años en que estuve casado. Eso si queremos hablar de una geología profunda y tortuosa.
GEÓLOGO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: ¿No irá a decirme que se casó con su animada prima?
J.F.: No, no. Pero sí con una chica de Nueva York, como siempre había soñado. Su familia por línea paterna había vivido en Orange County desde principios del siglo diecisiete. Y su madre se llamaba Harriet. Y tenía dos hermanas menores muy menudas que se parecían mucho a las chicas del asiento trasero del sedán de Martha. Y era deliciosamente desdichada.
GEÓLOGO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: Nunca he visto la desdicha como algo delicioso.
J.F.: Pues yo sí la veía así. Hace trescientos millones de años. Lo primero que hicimos cuando acabamos la universidad fue subarrendar un apartamento en la calle Ciento diez Oeste. A finales de ese verano, yo estaba tan enamorado de la ciudad que casi caía por su propio peso que le propusiera matrimonio. Y al cabo de un año nos casamos en la ladera de un monte en Orange County, cerca del final de la Palisades Parkway. A última hora del día nos marchamos de allí en nuestro Chevrolet Nova y cruzamos el Hudson por el puente de Bear Mountain, de regreso a Boston. Le dije al cobrador del peaje que acabábamos de casarnos y nos dejó pasar. No es una exageración decir que en ese momento éramos felices, y lo fuimos durante los cinco años siguientes, felices de estar en Boston, felices de visitar Nueva York, felices de añorar la ciudad desde lejos. Nuestros problemas empezaron más tarde, cuando decidimos vivir aquí.
RELACIONES PÚBLICAS DEL ESTADO DE NUEVA YORK (desde lejos): ¿Hal? ¿Hola? ¿Hal?
GEÓLOGO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: Vaya, disculpe. ¡Janelle! ¡Por ahí no! ¡Estamos aquí! ¡Janelle! Nunca me encuentra… ¡Janelle!
RELACIONES PÚBLICAS DEL ESTADO DE NUEVA YORK: ¡Oh, qué horror! ¡Qué horror! Jon, él lleva esperándole cinco minutos, y yo dando vueltas y más vueltas en este laberinto. Ya sé que le he prometido media hora, pero me temo que tendrá que conformarse con quince minutos. Y lamento decirlo, pero, escondiéndose aquí con Hal, cierta parte de la responsabilidad es suya. Francamente, Hal, deberías instalar luces de emergencia para indicar el camino de salida o algo parecido.
GEÓLOGO DEL ESTADO DE NUEVA YORK: Bastante suerte tengo con que me financien.
J.F.: Ha sido un placer hablar con usted.
RELACIONES PÚBLICAS DEL ESTADO DE NUEVA YORK: Deprisa, deprisa. ¡Corra! Debería haber dejado migas de pan en el camino… Aquí una persona podría darse por vencida y morir y quizá el mundo nunca se enteraría… No le gusta que lo hagan esperar ni cinco segundos, y ya sabe a quién le echará la culpa, ¿no?
J.F.: ¿A mí?
RELACIONES PÚBLICAS DEL ESTADO DE NUEVA YORK: ¡No! ¡A mí, a mí! Ah, ya llegamos, ya llegamos, ya vamos, ya vamos, ya vamos, ya vamos, aquí estamos. Pase, lo espera, adelante, y no se olvide de preguntar por las fotos…
J.F.: ¡Hola!
ESTADO DE NUEVA YORK: Hola. Pase.
J.F.: Siento mucho haberlo hecho esperar.
ESTADO DE NUEVA YORK: Yo también lo siento. Nos quita un tiempo ya de por sí limitado.
J.F.: Llevo aquí desde las ocho y media de la mañana. Y luego, en la última media hora…
ESTADO DE NUEVA YORK: Mmm…
J.F.: Da igual. Estoy encantado de verlo. Tiene muy buen aspecto. Se lo ve, esto… muy compuesto.
ESTADO DE NUEVA YORK: Gracias.
J.F.: Hace tanto tiempo que no estamos solos que no sé por dónde empezar.
ESTADO DE NUEVA YORK: ¿Hemos estado solos alguna vez?
J.F.: ¿No se acuerda?
ESTADO DE NUEVA YORK: Tal vez. Tal vez pueda recordármelo. O no. Algunos hombres son más memorables que otros. Las citas intrascendentes suelo olvidarlas. ¿Esa no sería una cita intrascendente?
J.F.: Fueron citas agradables.
ESTADO DE NUEVA YORK: ¡Ah! «Citas», en plural. Más de una.
J.F.: En fin, ya sé que no soy Mort Zuckerman, ni Mike Bloomberg, ni Donald Trump…
ESTADO DE NUEVA YORK: ¡Donald! Qué ricura. (Risitas) ¡Lo encuentro una ricura!
J.F.: Dios mío.
ESTADO DE NUEVA YORK: Ande, vamos, admítalo. La verdad es que es una ricura, ¿no le parece?… ¿Qué? ¿En serio no lo cree?
J.F.: Perdone, pero… estoy asimilando todo esto. La mañana entera. En fin, ya sabía que las cosas no serían lo mismo entre nosotros. Pero, Dios mío… Ahora todo es cuestión de dinero y más dinero, ¿verdad?
ESTADO DE NUEVA YORK: Siempre lo ha sido. Lo que pasa es que usted era demasiado joven para darse cuenta.
J.F.: ¿Me recuerda, pues?
ESTADO DE NUEVA YORK: Quizá sí. O tal vez sea una simple conjetura. Los jóvenes de mentalidad romántica nunca se dan cuenta. Mi madre incluso llegó a considerar bastante apuestos a los Casacas Rojas, allá por los tiempos de la guerra. ¿Qué iba a hacer? ¿Dejar que lo quemaran todo?
J.F.: Supongo, pues, que es un rasgo de familia.
ESTADO DE NUEVA YORK: Vamos, por favor. Madure. ¿De verdad es así como quiere emplear nuestros diez minutos?
J.F.: Verá, estuve allí otra vez el mes pasado, en la ladera donde me casé: la casa de los abuelos de mi ex mujer. Estaba de paso en Orange County y volví para intentar localizar el lugar. Recordaba una extensión de césped verde que llegaba hasta una cerca y un gran prado con abundante hierba rodeado de bosque.
ESTADO DE NUEVA YORK: Sí, Orange County. Uno de mis rasgos encantadores. Confío en que dedicara un tiempo a saborear los numerosos senderos del espectacular parque natural en Bear Mountain y alrededores, así como a reflexionar sobre la extraordinaria proporción de mi territorio total a la que se ha concedido la condición de espacio público y «natural a perpetuidad». Desde luego, gran parte de esas tierras fueron donaciones de hombres muy ricos. ¿Quizá preferiría usted que fuera puro y virtuoso y se lo devolviera todo a ellos para que lo urbanizaran?
J.F.: Ni siquiera llegué a saber si lo había encontrado realmente, tan cambiado estaba el paisaje. Todo era espantoso urbanismo descontrolado, tráfico, grandes tiendas de bricolaje, informática y esas cosas, como Home Depot, Best Buy, Target. Al lado del viejo instituto de obra vista había un flamante edificio rosa del tamaño de un portaaviones con carteles en la entrada donde se leía «Por favor, conduzca despacio, queremos a nuestros hijos».
ESTADO DE NUEVA YORK: Nuestras preciadas libertades incluyen la de ser empalagosos e irritantes.
J.F.: Lo máximo que conseguí fue identificar dos posibles laderas. Lo mismo ocurría en ambas. Excavadoras del tamaño de edificios lo arrasaban todo reconfigurando los contornos mismos del paisaje: creando esas hondonadas falsas y esas lomas falsas tan bonitas para casas espantosas que se venderán a sentimentalistas tan indignados con el mundo que han tenido que informar a éste por escrito, en un rótulo a pie de carretera, de que quieren a sus hijos. Nubes de humo de gasóleo, troncos de robles apilados como palos, aves que revoloteaban aterrorizadas. Vi un futuro gris e insulso, ni urbano ni rural. La tierra entera reducida a un páramo de construcciones de mierda que no son ni una cosa ni otra.
ESTADO DE NUEVA YORK: Sin embargo, a pesar de todo, sigo siendo hermoso. ¿No es injusto lo que puede comprar el dinero? Y por lo general, los árboles vuelven a crecer. ¿Acaso cree que había robles en su colina en el siglo diecinueve? Probablemente no quedaban ni mil robles en todo el condado. Así que no hablemos del pasado.
J.F.: Fue en el pasado cuando lo amé a usted.
ESTADO DE NUEVA YORK: ¡Razón de más para no hablar de ello! Venga. Siéntese a mi lado. Tengo aquí unas fotos mías que quiero enseñarle.