LOS ISABELINOS
EL 24 de julio se abrían los Estamentos. La gente política se hallaba muy preocupada. Este mismo día supo Chamizo que horas antes de la apertura de las Cámaras prendieron a Aviraneta en su casa de la calle de Cedaceros. Le había denunciado Civat, el ex guardia de corps, el revolucionario terrible, que, como Salvador, resultó un agente de los realistas venido de Barcelona.
La prisión, por lo que dijo Gamundi, unos días después, la efectuó el comisario don Nicolás de Luna. Civat llevó su cinismo hasta acompañar al comisario con ocho soldados hasta la puerta de la casa de la calle de Cedaceros y quedarse en la esquina de la calle de Alcalá a ver pasar a Aviraneta camino de la cárcel, en medio de soldados, armados con bayonetas.
Pocas horas más tarde prendieron, como isabelinos, a los generales Palafox y Van-Halen, y a Calvo de Rozas, Olavarría, Romero Alpuente, Villalta, Espronceda, Orense, Nogueras, Beraza, etcétera.
Todas estas prisiones se hicieron por denuncias del ex guardia de corps Civat. Se dijo entre los liberales que este Civat era un espía de los jesuitas metido en una sociedad carbonaria de Barcelona, y que desde hacía tiempo estaba trabajando por los realistas. Alguien apuntó si sería uno de los instigadores de la matanza de frailes. Otros dijeron que era un agente del que se valía Martínez de la Rosa, como Cea Bermúdez se había valido de Salvador.
Difícil era saber lo que habría de cierto en todo aquello. Como los calamares, los políticos y los conspiradores enturbiaron el agua para salvarse. El caso fue que a Civat, en premio a su delación, le nombraron vista de aduanas de Barcelona, y que luego se refugió entre los carlistas.
Prendidos los principales miembros de la Isabelina en Madrid y en provincias, se hicieron mil cábalas acerca de ellos. Espronceda y Villalta cantaron la palinodia en seguida de una manera un tanto vergonzosa.
Los ministros y sus agentes aseguraron que el objeto de la Sociedad Isabelina era destronar a la reina y establecer la República. En tan terrible complot estaban, según el Gobierno, mezclados los revolucionarios de París y se trataba de hacer una matanza de realistas.
Según otros, más amigos de la Isabelina, la sociedad pretendía, el día de la apertura del Estamento de procuradores, hacer que este se erigiera en Cortes Constituyentes. Varios procuradores, afiliados a la asociación, estaban comprometidos a exigir que el Estamento se declarase en Asamblea Nacional. Las tribunas se hallarían ocupadas por los conspiradores, que pedirían a voz en grito la restauración de la Constitución de Cádiz.
En tanto, los jefes de las centurias se apoderarían de los campanarios, tocarían a rebato, ocuparían el Principal, la Aduana, la Plaza Mayor y los conventos saqueados en los días anteriores, y harían barricadas en las calles.
No se dejó de hablar por algunos de que los isabelinos intentaban elevar un meteoro que sirviera de señal. La fábula del meteoro iba popularizándose.
Desde el momento que se prendió a los conspiradores, todo el mundo empezó a hablar de ellos. Unos aseguraban que eran republicanos; otros, masones; otros, carbonarios. Se comenzó a tener un miedo por los isabelinos mayor que por el cólera.
«Con añadir que en la casa tiene pacto con isabelinos… hace usted prender a un enemigo», decía Larra en uno de sus artículos políticos.
En un Palo de Ciego, publicado una semana después de la prisión de Aviraneta, en una conversación entre un lechuguino y un capitán se decía esto:
—¿Supongo que usted será isabelino y cristino, guardador de la inocencia y enemigo del carlismo?
—Si al que es adicto a Isabel se le llama isabelino, yo lo soy como el primero, y mi honor en ello cifro; pero se engaña quien piense que caiga yo en el garlito de pretores, decuriones, centuriones, ni triunviros.
En casa de Chamizo estuvo la policía a preguntar por él, y doña Puri tuvo la buena ocurrencia de decir que el exclaustrado hacía tiempo estaba en un convento.
Tuvo que comer Chamizo un puchero mísero en aquel oscuro comedor de doña Puri para los caballeros estables; tuvo que visitar tabernuchas y el bodegón del Infierno, y otros puntos de cita de aguadores y mozos de cuerda. Perseguido y sin recursos como se encontraba, pasó muy malos días. No tenía ni ropa para presentarse, pues la que llevaba estaba llena de rozaduras.
Un día se decidió a pedir protección a Celia. Cogió un gabán viejo, negro, y pintó con tinta todas sus grietas; hizo lo mismo con las botas, y fue a ver a la viuda de don Narciso. Ella le atendió, le dio dinero, le consiguió un pasaporte, y Chamizo entró en Bayona después de su accidentado período de vida en Madrid.
De aquella época le quedaron dos preocupaciones: una, la de no haber podido recoger sus libros de casa de doña Puri; la otra, la de no haber podido aclarar la realidad de la Junta del Triple Sello.