LA SOBRINA DE DON NARCISO
UN día don Narciso Ruiz de Heredia recibió una carta anónima. En ella le decían que su mujer era la amante de su sobrino Paquito Gamboa y que la correspondencia de este la guardaba Celia en un bargueño de la sala. Don Narciso registró el bargueño y no encontró nada, pero este resultado no le tranquilizó; por el contrario, pensando y pensando en lo mismo llegó a creer que lo que le denunciaban era verdad.
Don Narciso estaba enfermo y no tenía energías para provocar una explicación categórica con su mujer; lo que hizo fue vigilarla y prepararle celadas para ver si la descubría.
Poco después comenzó a tranquilizarse, y comprendió que si había simpatía entre los dos, no habían llegado al capítulo de las realidades. Entonces emprendió la tarea de alejar a su sobrino de su lado.
No quería reñir con Celia, pues si lo hacía no iba a tener quien le cuidase; constantemente la pedía que no se apartase de su lado y que le leyera algo.
Celia atendía a su marido; pero como no tenía una naturaleza fuerte, pronto comenzó ella a languidecer y a ponerse enferma.
Había días en que estaba desencajada, nerviosa, impertinente; en que se le ponía la cara roja por las malas digestiones y padecía grandes jaquecas.
En vista del estado lánguido de Celia, don Narciso dijo que se podía hacer venir una sobrina lejana suya, de Burgos, para que les cuidara a los dos. Celia aceptó la entrada en su casa de una mujer joven, no sin cierta preocupación.
Pilar Heredia, la sobrina de su marido, se presentó unos días después en casa. Era una muchacha servicial, simpática, sin ninguna pretensión de superioridad, incansable en su cargo de enfermera.
Los caracteres de Celia y Pilar contrastaban fuertemente.
Celia era distinguida, aristocrática, amable con todo el mundo, pero con un fondo de desdén. Pilar, popular, franca, nada aristocrática. No podía llamársele bonita, pero sí fresca y sana; tenía la cara un poco basta, vulgar; los ojos, negros.
Esta muchacha contaba con otros parientes en Madrid, dueños de una cerería de la calle del Sacramento, enfrente de la iglesia de San Justo.
Desde el momento de llegar a Madrid, Pilar se dispuso a luchar contra Celia y decidió arrebatarle a Gamboa. Celia, confiada en su superioridad, no notó al principio la maniobra. Su marido se iba agravando y esto le ocasionaba muchos cuidados.
Celia estaba cada vez más abatida, más llena de preocupaciones.
Gamboa había llegado a sentir por ella despego y cansancio.
Un día, al entrar en el comedor, Celia vio a Gamboa que estaba besando a Pilar. Celia los miró casi sin darse cuenta y no les dijo nada. Pilar y Gamboa contemplaron a Celia como a una intrusa, sin sentirse cohibidos ni avergonzados. Ella llegó en su descaro hasta reírse.
Celia tuvo una explicación con Pilar y le advirtió que tenía que volverse a Burgos.
Pilar accedió, al parecer; pero en vez de marcharse a su pueblo se quedó en la cerería de sus tíos de la calle del Sacramento.
Una semana después Gamboa le indicó a Celia que la policía le andaba buscando y que iba a esconderse en casa del capitán Nogueras.
—Bien; vete —exclamó Celia—. Me quedaré sola.
Don Narciso seguía cada vez más grave. Celia le cuidaba únicamente. Los amigos iban a verla. Un día que fue Margarita Tilly, le dijo Celia:
—¡Tengo un miedo!
—¿Miedo de qué?
—Miedo de todo. No duermo, no tengo ganas de comer.
Don Narciso empeoró y murió. El mismo día Celia recibió una carta de Gamboa diciéndole que todavía no podía salir de su escondrijo. Una semana después Celia supo por Blanca Fidalgo que Gamboa se había casado con Pilar en la iglesia de San Justo.
—¡Es imposible! —exclamó ella.
La cosa no era sólo posible, sino que era cierta. Celia pareció no sentirlo tanto como ella misma lo hubiera pensado. Quince días después de la muerte de su marido, Celia marchó a Cádiz, y de Cádiz a Nápoles. A los dos meses, desde aquí le escribió una carta a Gamboa recordándole la vida pasada, diciéndole que fuera a reunirse con ella. La carta la recibió Pilar; su marido había ido a la guerra y acababa de morir en la acción de Muez. Pilar le escribió a Celia dándole muchos detalles de la muerte de Gamboa, y al año se volvió a casar. Celia volvió poco después a Madrid y se entregó de lleno a la iglesia.