LOS AMORES DE CELIA
PAQUITO Gamboa era un buen muchacho, sin malicia, huérfano de madre y de unas excelentes condiciones. De familia de posición y con influencias, hubiera prosperado en seguida; pero la casualidad le llevó, el 1823, cuando era teniente y tenía veintiún años, al cuerpo que mandaba el coronel De Pablo, en Alicante, y después de la capitulación de esta ciudad fue llevado a Francia. De hallarse en España le hubiera sido fácil conseguir la purificación por una junta militar; pero como su padre era realista fanático y hombre autoritario y déspota, le creyó liberal, y en vez de favorecerle le dijo que no interpondría su influencia mientras no abjurara de sus ideas. Gamboa se prometió no pedir protección a su padre ni a su familia. De Francia pasó a Inglaterra, porque sin motivo alguno sentía más simpatía por los ingleses que por los franceses. Tenía algún dinero de su madre, encontró un destino en Londres y se dedicó a vivir y a vestir con elegancia.
A los cinco o seis años de vida londinense y de estar hecho un sportman, se encontró con su tío don Narciso Ruiz de Heredia, diplomático, que iba de secretario a la Embajada de Londres.
Don Narciso hacía pocos años que acababa de casarse con Celia, y era un hombre de cierta edad, muy amable y servicial. Al llegar a Londres temió que se le presentara su sobrino, a quien pensaba encontrárselo derrotado, sucio y exaltado; pero al verle pulcro, atildado, indiferente en cuestiones políticas y hecho un dandy, le recibió con gran afecto.
Celia acogió al sobrino de su marido con una afabilidad y una coquetería disimulada, que hicieron de Gamboa un esclavo suyo.
Celia cautivó a la colonia española de Londres, donde tuvo grandes admiradores. Teresa Mancha, amante y después mujer de Espronceda, rivalizaba con ella en la colonia española; pero la mayoría de la gente reconocía que Celia estaba a mayor altura. Celia era muy inteligente. Sentía entusiasmo por todas las cosas nobles, estaba siempre dispuesta a hacer algo grande. Con su mirada brillante, su actitud decidida, cautivaba a todos. De Londres, don Narciso Ruiz de Heredia fue enviado de embajador al Vaticano, y Celia hizo que Paquito fuera purificado, ascendiera a capitán y entrara como agregado en el personal de la Embajada.
En Roma hicieron Celia y Gamboa una vida espléndida de paseos, de fiestas. Era el caballero servente de la embajadora, honorario, porque no pasaba de ahí.
Celia era una mujer de mediana estatura y de una esbeltez de muchacha soltera. Tenía los ojos claros, de un tono de seda, unos ojos muy humanos, y el pelo, castaño; no había en ella ninguna solemnidad en sus actitudes; siempre se manifestaba natural y espontánea.
Celia conquistaba a la gente; tenía una voz que no era de timbre claro, pero que cautivaba por su acento de simpatía. Los que la conocían la reprochaban su versatilidad. Olvidaba a sus cautivos con una rapidez notable. Se cansaba de sus amistades. Gamboa estaba acostumbrado a verla amable y afectuosa con una persona y a los dos o tres días oírla decir de la misma:
—¡Qué tipo más fastidioso, más pesado!
No recordaba que muchas veces era ella la que había rogado al importuno que fuera a su casa.
Al llegar a España, Paquito Gamboa estaba para ascender a comandante. En Madrid fue ascendido y destinado al Ministerio de Estado.
Paquito Gamboa, mientras vivió en el extranjero, no sintió con tanta fuerza como en España la situación falsa en que se encontraba con respecto a Celia; aquí, un tanto humillado, quiso aclarar la situación. Celia intentó tratarle como a un chico, darle largas, enternecerle; Gamboa se convenció; pero cuando cayó en la cuenta de que ella jugaba con él, su amor propio ofendido se exacerbó, le entró una profunda cólera y decidió romper de cualquier manera con Celia.