EL SECRETO DEL ENVIADO DE BARCELONA
DÍAS después de su llegada, el padre Chamizo fue a casa de Celia; le contó su viaje y la detención de Aviraneta, aunque no le dijo que don Eugenio había vuelto y que estaba escondido en una casa de la calle de Cedaceros.
Como a Aviraneta no le convenía que nadie le visitase, pues por las visitas podían dar con su escondrijo, Chamizo no fue a verle a su nueva casa.
Poco tiempo después tomó las tres mil pesetas que había dejado Aviraneta en la biblioteca del exclaustrado y se las entregó a su hermana. Don Eugenio le escribió una carta dándole las gracias, acusando recibo de la cantidad, y le envió una caja de turrón.
Un día de mucho frío, a fines del mes de enero, Chamizo se encontró a Nogueras en la Puerta del Sol y le detuvo.
—¿Tiene usted prisa? —le preguntó el capitán.
—No.
—¿Quiere usted venir conmigo al Café Nuevo?
—Vamos.
Fueron allá, se metieron en un rincón y le dijo Nogueras:
—¿Sabe usted que acaban de detener a Salvador, el enviado de Barcelona?
—¿En dónde?
—En el patio de Correos.
—¿Y por qué? ¿Se sabe?
—No. Estaba con él en el patio de Correos, y mientras yo miraba las listas y él recogía una porción de cartas, un comisario de policía con dos agentes le ha prendido. Ha llamado a la guardia, que ha venido con cuatro soldados, y se lo han llevado. He ido yo tras ellos. Han cruzado la Puerta del Sol y han entrado en una casa de la calle de Preciados, cerca del callejón de Rompelanzas. En esta casa, que es de huéspedes, vive Salvador. He pasado por delante de la puerta, donde había un agente. Este agente era de los nuestros, un tal Nebot, afiliado a la Isabelina. «Capitán, no se detenga usted —me ha dicho—. Vaya usted al Café Nuevo y espere usted allí. Cuando acabe el servicio iré a contarle lo que ha ocurrido». Y estoy esperando a que venga.
Aguardaron en el café un par de horas el exclaustrado y el capitán, hasta que entró el agente. Nogueras se levantó y el policía se acercó a él.
—¿Qué ha pasado?
—Pues nada —dijo Nebot, el agente—; llegamos a la calle de Preciados custodiando a Salvador, la tropa se quedó en la calle y subimos al piso principal el comisario don Nicolás de Luna, Salvador, cuatro celadores y yo. Don Nicolás arrestó al ama de la casa y a la criada. Dio orden también de que si alguien llamaba a la campanilla se le detuviese. Nuestro jefe pidió a Salvador la llave de un baúl grande que tenía en su alcoba, sacó de dentro una infinidad de papeles, hizo un inventario y firmó él, Salvador y nosotros dos. Se registró después el cuarto, los libros y la ropa, y como no se encontró nada, se puso en libertad al ama y a la criada, tomando a las dos sus nombres. Luego el comisario mandó bajar a Salvador a la calle, y escoltado por nosotros, los cuatro celadores y la tropa, lo llevamos a la Cárcel de Corte. Don Nicolás dio la orden al alcaide para que pusiera al preso incomunicado, y concluida la faena he venido aquí.
—¿Qué tal se ha portado Salvador? —preguntó Nogueras—. ¿Estaba sereno?
—No; nada de eso. Estaba muy pálido, y en la Cárcel de Corte, cuando le dijeron que le llevaban al calabozo, se puso tan amarillo que creímos que le daba algo.
Nogueras felicitó al agente por su gestión y cuando se marchó le dijo a Chamizo, con su aire grave y de suficiencia:
—Voy a visitar a los primates del partido a ver si hacemos algo por ese pobre Salvador. Le han debido coger algunos documentos comprometedores. Es un revolucionario terrible.
Nogueras tomó su capa y su chambergo y se marchó del café.
Al día siguiente el exclaustrado estuvo en casa de Celia, donde se habló de Salvador. Se decía allí que este era un republicano, un carbonario, un bebedor de sangre, que había venido con una misión secreta de Barcelona para los clubs de Madrid, y que lo iba a pasar muy mal.
Chamizo se acordó de la Junta del Triple Sello, de que algunos hablaban con gran misterio.
Por curiosidad y por saber qué ocurría, fue Chamizo a casa de Nogueras y a la tienda de la Lagarta; pero no lo encontró. Una semana más tarde vio al capitán, que estaba en el Café Nuevo, y se acercó a él.
—¿Qué hay de Salvador? —le dijo.
—¡Calle usted, hombre! ¡Calle usted! —exclamó Nogueras—. ¡Qué chasco!
—Pues, ¿qué pasa?
—¿No sabe usted?
—Nada.
—Pues que ha resultado que era un espía, un agente de Cea Bermúdez. Ya está en libertad.
—¡Es extraordinario! ¿Y cómo se ha averiguado eso?
—Verá usted. Cuando yo di la noticia de que habían preso a Salvador, se reunió el Directorio de la Isabelina y se habló de la manera de protegerle, y se decidió que sería conveniente ir a ver al superintendente de policía don Fermín Gil de Linares. Romero Alpuente, que le conoce, fue a visitar a Linares y le habló del asunto. Linares se presentó en la Cárcel de Corte, hizo que llamaran a Salvador y le tomó declaración. Salvador declaró que era un agente de Cea Bermúdez, que estaba en la corte para desbaratar un plan revolucionario que se fraguaba al mismo tiempo en Madrid y en Barcelona por los isabelinos, en el que estaban complicados la infanta Luisa Carlota y su marido, el conde de Parcent, el general Llauder, el general Palafox, Calvo de Rozas, Aviraneta y todos nosotros. Linares se quedó asombrado. Consultó en seguida con el ministro, y Martínez de la Rosa dio orden de que dejaran a Salvador en libertad. Figúrese usted el asombro de Romero Alpuente cuando fue como hombre bueno y se encontró acusado. El buen señor vino más amarillo y más feo que nunca a relatar lo ocurrido.
—¡Qué enredos! —exclamó Chamizo.
—Sí; está todo tan revuelto que ya no se va uno a poder fiar ni de su sombra.
—El mejor día va a resultar que todos ustedes son agentes de don Carlos.
—No; eso no —dijo Nogueras, que no comprendía las bromas.
—Bien, pero algo parecido.
—Mire usted el papel que han publicado los nuestros.
Y Nogueras le dio al exclaustrado una hoja escrita.
En este papel se contaba la historia de Salvador; una historia de espionaje y traiciones. Se decía que en 1823, siendo oficial del regimiento de Lusitania, se pasó a los facciosos con parte de su compañía; que poco después estuvo de emisario del Gobierno realista con el objeto de espiar a los patriotas en Gibraltar y a los presos en los pontones de Lisboa, Barcelona y Marsella.
Se aseguraba también que había sido amigo de Regato; agente de Calomarde para sus juegos de Bolsa e intrigas políticas, y uno de los espías de González Moreno cuando el fusilamiento de Torrijos. Últimamente había entrado al servicio de Cea como confidente para conocer los proyectos de los liberales y denunciarlos. Se afirmaba también que tenía una sociedad secreta en Barcelona, donde maniobraba él con sus agentes provocadores.
Tras de esta hoja de servicios se ponían en el papel las señas personales de Salvador y la casa donde vivía en Madrid.
La lectura de la hoja en el Café Nuevo indujo a algunos exaltados a castigar al espía dándole una paliza, y a otros chuscos se les ocurrió alquilar una murga e ir a cantar el oficio de difuntos delante de los balcones de casa de Salvador.
La policía se enteró del proyecto y mandó a la calle de Preciados un piquete de caballería que dispersó a la multitud, que ya empezaba a reunirse en la esquina del callejón de Rompelanzas.
Un mes más tarde, Chamizo vio a Salvador, que salía de la iglesia de Montserrat de la calle Ancha con una mujer del brazo, los dos con un aire muy místico.
Chamizo le conoció e hizo como que no le veía. Por las pesquisas de Nogueras y sus amigos se averiguó que vivía en la calle de Silva, entrando por la plaza de Santo Domingo, a mano derecha, cerca del callejón del Perro, en el número 12, casa que era del Sello Real de la Corte, donde había vivido mucho tiempo Regato. De Madrid, Salvador salió para Cádiz, y de Cádiz se le envió a Filipinas con alguna misión del Gobierno.