VI

LOS INFANTES

SEIS o siete días después estaba el padre Chamizo en casa de doña Celia, cuando se presentó un palaciego amigo de don Narciso Ruiz de Herrera, un tal García Alonso, y dijo:

—Ahora acabo de dejar a Eugenio Aviraneta, después de llevarle a palacio a presencia de los infantes.

—¿Qué ha pasado?

—Pues siguiendo las instrucciones de sus altezas me avisté con el capitán Nogueras y le dije que necesitaba verme con Aviraneta. Puso el capitán algunos obstáculos, pero, por último, me dijo que le encontraría en su misma casa, a las tres de la tarde. Volví a esta hora, le expliqué de qué se trataba; me pidió un plazo de veinticuatro horas para consultarlo con sus amigos, y hoy he estado de nuevo en casa de Nogueras y en una berlina particular he llevado a don Eugenio a palacio.

—¿Y qué ha ocurrido allí?

—Nada de extraordinario. Aviraneta y yo hemos sido introducidos en el saloncito pequeño dorado. Doña Carlota y don Francisco estaban arrimados a la chimenea, en donde ardía una hermosa llama. Después de la correspondiente presentación y frases de rúbrica, el infante, con su aire sencillo y franco, le preguntó:

—¿Conque tú eres Aviraneta?

—Para servir a su alteza.

—Tienes una fama de conspirador terrible.

—Son habladurías de por ahí.

—Ya sé que trabajas mucho en favor de mi sobrina Isabel.

—Hago lo que puedo, como súbdito que soy de su majestad.

—¿Tienes muchos compañeros que te ayuden?

—Bastantes.

—Son gentes decididas, según me han dicho.

—Sí. Es gente de corazón.

Aquí se mezcló la infanta con su aire enérgico y decidido.

—¿Cuántos sois en Madrid? ¿Más de mil?

—Más de mil… Pronto llegaremos a cinco mil.

—¿Trabajáis también en Barcelona?

—En Barcelona y en otras ciudades de España.

—¿Por qué trabajáis y para quién?

—Trabajamos para asegurar la libertad en España y a favor de la reina Isabel.

—¿Y de nadie más?

—De nadie más. De la reina abajo, por nadie.

—Me habían informado mal. ¿Estáis satisfechos de Cea Bermúdez?

—No, señora; lo tenemos por un absolutista.

—Sabrás —dijo la infanta— que en Cataluña se está formando un partido numeroso contra Cea para derribarlo del Poder y establecer una Regencia que gobierne la monarquía durante la menor edad de mi sobrina Isabel. ¿Tus amigos de Barcelona piensan secundar este plan?

—Señora: mis amigos de Barcelona se han organizado y preparado para desbaratar las intrigas carlistas. No creo que entre ellos haya nadie que intente trabajar en favor de una Regencia.

—Pues, no lo dudes —replicó la infanta con viveza—; tus amigos serán acaso los primeros en proclamarla.

Después hablaron en voz baja y no llegó hasta mí su conversación. Luego oí de nuevo que decía la infanta:

—Nosotros desearíamos que pasases a Barcelona y con tu influencia activaras los planes y deseos de aquellas gentes, y que la cosa se hiciese sin mucho ruido ni efusión de sangre.

—Doy a vuestra alteza las gracias —contestó Aviraneta— por la confianza que tiene en mí; pero debo manifestarle que estoy unido con otras personas y que tengo que consultar con ellas.

—Nos despedimos de los infantes —concluyó diciendo García Alonso—, bajamos a la plaza de Oriente, tomamos la berlina y le dejé a Aviraneta en la Puerta del Sol.

—¿Y eso ha sido todo?

—Eso ha sido todo.

Esta relación dio a Chamizo, a doña Celia y a Gamboa una porción de datos desconocidos. Aviraneta había formado una sociedad con más de cinco mil asociados en Madrid y con ramificaciones en provincias. Había varios directores y él.

Se hicieron comentarios acerca de la actitud de Aviraneta, temiendo que este y sus amigos intentasen acercarse a María Cristina para instruirla del insidioso plan de Regencia preconizado por los infantes, plan que a la Reina, probablemente, no podría hacer mucha gracia.

A los tres o cuatro días, Paquito Gamboa dijo a Chamizo que ya se había aclarado el misterio de la Sociedad de Aviraneta. Se llamaba la Confederación de los Isabelinos o Isabelina, y tenía un Directorio formado por Calvo de Rozas, Palafox, Flórez Estrada, Romero Alpuente, Beraza, Juan Olavarría y Aviraneta. Cada uno era jefe de una sección especial. La organización militar no se conocía bien. Se sabía que la fuerza estaba dirigida por el general Palafox y tenía sus legiones y sus centurias. A juzgar por la forma de estar constituida, la Isabelina era una sociedad carbonaria.

—La cosa es más seria de lo que parece —dijo Gamboa—. El Gobierno sabe la existencia de la sociedad y la teme. Dos individuos de la Isabelina han ido esta mañana a visitar al ministro don Javier de Burgos, a pactar con él, pero no se han podido poner de acuerdo.

Unos días después, el mismo Gamboa dijo al exclaustrado que le habían dicho que la Isabelina tenía un Comité de acción misterioso que se llamaba la Junta del Triple Sello, formado por un masón, un comunero y un carbonario. Esta Junta era la encargada de las obras secretas, de los asesinatos y de las ejecuciones.