I

LAS PRIMERAS NOTICIAS

A medida que pasaba el tiempo, la situación política se iba haciendo más oscura. Los amigos de Aviraneta afirmaban que las revueltas no se harían esperar. Por otra parte, los realistas daban como seguro que el día de San José sería el del trueno gordo para la degollación de liberales, masones y cristinos. En las Vistillas y Puerta de Moros y en el barrio de Lavapiés los paisanos aclamaban a Carlos V.

Todos los días aparecían pasquines, la mayoría mal escritos, que acababan con vivas a don Carlos o a Isabel, y con un «¡Mueran los masones!», o un «¡Abajo los flaires!».

Los voluntarios realistas estaban ya como licenciados, y no se les permitía salir a la calle de uniforme. Cea Bermúdez, el jefe del Gobierno, quería dominar la situación, y pensó en quitar las armas a los cristinos, de quienes se decía que se preparaban militarmente, y en desarmar a los voluntarios realistas.

El proyecto era excelente, pero de difícil realización. Todos los días había palos en las calles. Los realistas, cuando atacaban a los cristinos, decían que habían gritado: «¡Viva la Constitución!», y los liberales, cuando zurraban a los realistas, que habían prorrumpido en vivas a Carlos V.

Se dijo que iba a haber una gran conmoción popular, y que la señal la daría la ascensión de un globo. Estas señales con globos se relacionaban, no se sabe por qué, con el carbonarismo.

Unos días después de la jura de la princesa, al pasar por la Puerta del Sol el padre Chamizo, se encontró con Aviraneta, que marchaba en compañía de algunos amigos.

Había en la plaza gente mal encarada, armados con garrotes y bastones.

—¡Viva la reina! —gritaban los cristinos.

—¡Viva! —vociferaban todos.

—¡Mueran los carlistas! ¡Mueran los frailes!

—Nos están ustedes dando un trágala —le dijo Chamizo a Aviraneta.

—Esto va de broma.

Lo cierto fue que no pasó nada de particular.

El mes de septiembre se agravó la enfermedad del rey y se temió por instantes por su vida. El 29 del mismo mes declararon los médicos de cámara que su estado era muy grave.

Tenía Aviraneta en palacio un amigo que le daba noticias del curso de la enfermedad del monarca. Era este Fidalgo, hermano de dos camaristas de la reina, llamadas Blanca y Estrella, que tenían relaciones con dos oficiales, el capitán Messina y el teniente Pierrard.

Aviraneta recibió una mañana el aviso de Fidalgo, diciéndole que el rey estaba en la agonía.

—Voy a casa de los amigos a darles la noticia —le dijo a Chamizo, y le preguntó después—: ¿Usted conoce al capitán Nogueras?

—Sí.

—Pues vaya usted a su casa, a la calle de Toledo, esquina a la de las Maldonadas, y dígale lo que ocurre. A él le interesa mucho, por estar esperando el destino…

El padre Venancio fue a la calle de Toledo, y entró en casa de Nogueras. Le recibió su patrona, la señora Nieves, una pobre mujer, que le dijo que el capitán, su pupilo, llevaba una vida muy mala. Estaba enredado con una prendera de la calle de los Estudios, a la que llamaban Concha la Lagarta, una mujer más mala que un dolor, según ella.

Cuando don Venancio dijo a la señora Nieves que despertara al capitán para darle una noticia, ella se opuso; alegó que su pupilo se había acostado por la mañana; pero cuando le aseguró que era noticia importante, de la que dependía su destino, entró en la alcoba a llamar a Nogueras.

Salió Nogueras en mangas de camisa y en chanclas. Era el capitán un hombrecito flaco y cetrino, con la nariz picuda y unos anteojos muy gruesos. Aviraneta lo había definido diciendo: «Nogueras es un cínife, una chinche, un piojo, sabio y burocrático».

El exclaustrado contó al capitán lo que pasaba, y se fue después a casa a trabajar en sus traducciones.

Por la tarde, estaba Chamizo en el balcón tomando el fresco, cuando apareció Aviraneta en la calle.

—Mientras usted está aquí tranquilamente —le dijo—, el pueblo arde de un extremo a otro. Baje usted.

Bajó Chamizo a la calle y preguntó:

—¿Qué ha pasado?

—El rey ha muerto a las cinco de la tarde. A las cinco y diez minutos tenía yo la noticia en la sombrerería de Aspiroz. Los amigos andan de observación. Por ahora los realistas están achicados y encogidos. ¿Quiere usted que vayamos por ahí a tomar el pulso al pueblo?

—Vamos.

A las seis, la noticia de la muerte del rey era general. La gente andaba por las calles sorprendida y perpleja, reuniéndose en grupos, hablando y haciendo cábalas; todo el mundo creía que iba a ocurrir algo, aunque no se figuraban qué.

Pasaron el ex fraile y el conspirador por Lorenzini y la Fontana, y después por los cafés de la calle de Alcalá, el de la Estrella, el de Los Dos Amigos y el Café Nuevo. En este se hablaba a gritos contra el rey muerto.