III

UN JESUÍTA

UN día acababa Chamizo de levantarse de la cama y estaba leyendo la Historia secreta de Procopio, en una edición antigua, cuando llamaron a su puerta y entró en su cuarto un cura joven. Saludó este al ex fraile y le dio una tarjeta donde ponía:

—Usted dirá qué desea —le preguntó Chamizo.

—Vengo a tomar informes de su vida y de su conducta.

—¿De mi vida?

—Sí, señor; de parte de los padres de la Compañía de Jesús.

—Señor mío —replicó don Venancio—, la Comunidad en la que yo profesé ha sido extinguida, y yo me considero con libertad de acción para vivir independientemente y sin tener que dar cuentas a ninguna otra Orden.

—¿Pero usted se considera dentro de la Iglesia? —preguntó el curita.

—Sí.

—Pues entonces debe usted obedecer.

—Según a quién —contestó Chamizo—; y a las observaciones del jesuita replicó con citas de San Agustín, San Juan Crisóstomo, San Jerónimo, Orígenes, etc. El padre Jacinto no andaba muy bien en cuestiones de disciplina eclesiástica, y dijo:

—Dejemos, si usted quiere, esas cuestiones teóricas, y vamos a la realidad. Se ha sabido que usted tiene relaciones con masones y revolucionarios. Se le ha visto a usted con frecuencia en una librería de viejo en compañía de don Bartolomé José Gallardo, que es uno de los enemigos más acérrimos de la religión.

—Hablo con él porque es un escritor erudito; pero yo no participo de sus ideas. A esa librería de viejo van también algunos eclesiásticos.

—Bueno. Aquí deseamos saber, padre Chamizo —preguntó el padre Jacinto echándoselas de hombre franco y campechano—, si usted está con nosotros o con ellos.

—Yo no estoy con nadie. Yo no intento más que encontrar un medio de ganarme la vida honradamente, y nada más.

—Nosotros se lo proporcionaremos.

—¿Ustedes?

—Sí. Con una condición.

—¿Y es?

—Que usted nos comunique los trabajos que hagan sus amigos liberales.

—¡Pero si no hacen trabajo alguno!

—Sí, sí; los hacen.

—Bien; aunque los hagan, yo no los conozco, y si los conociera porque me los hubieran comunicado en confianza, yo no iba a dar parte de ello al primer recién venido.

—Es que yo no soy el primer recién venido —dijo irguiéndose el padre Jacinto—; soy la Iglesia.

Quedó el ex fraile anonadado al oír el tono que empleó el jesuita al decir esto.

—De todas maneras —concluyó diciendo Chamizo—, yo para espiar no sirvo. Que me den un trabajo cualquiera, y lo haré; pero espiar, no.

—Está usted muy imbuido en las ideas del siglo, padre Chamizo —replicó el jesuita—. Todo lo que se hace para mayor gloria de Dios está bien hecho. Volveré otro día, y creo que le convenceré a usted.

Diciendo esto, el jesuita sonrió y se retiró del cuarto.