II

LA CUADRILLA DEL «FORTUNA»

—¿Es posible —dijo Andrenio— que jamás nos hemos de ver libres de monstruos ni de fieras, que toda la vida ha de ser arma?

GRACIÁN: El criticón.

LOS presos del segundo patio se dividían para comer en cuadrillas, que llevaban el nombre del que las dirigía. Adán fue a parar a la cuadrilla del Fortuna. El Fortuna era un matón de casa de juego que tenía gran influencia.

El Fortuna era un hombre fuerte, atrevido, moreno, de bigote, con un lunar en la mejilla, tipo desvergonzado y cínico. Cobraba el barato en la cárcel; pero no era un valiente de verdad. Era de los que allí, en el segundo patio, se decía que madrugaban. No afrontaba con calma, sereno y tranquilo, las situaciones difíciles, sino que las capeaba. Eso sí, tenía, indudablemente, el hábito de la audacia.

Al Fortuna le habían preso por matar a traición a un hombre. Afiliado en la cárcel al grupo de los absolutistas, era de nuestros enemigos más acérrimos. Sin duda, el encontrar nuestra gente menos terne, menos enérgica que los absolutistas, le había dado una gran hostilidad contra ella.

A mí me tenía mucho odio; una vez, en el segundo patio, se echó encima de mí; pero yo le di con toda mi fuerza un puñetazo en un costado, que le dejé sin aliento.

El Fortuna era hombre petulante y cínico, que dejaba una estela de vicio allí por donde pasaba. Hacía alarde de sus instintos crapulosos; vestía chaquetillas con caireles de colores, gran reloj de plata, con la cadena llena de dijes, y calañés en la cabeza. El Fortuna buscaba la amistad de los muchachos jóvenes, les brindaba su protección; según algunos, les conseguía tener comunicaciones con la sección de mujeres; según otros, había algo peor en sus maniobras. De la misma cuadrilla eran Cadedis, un gascón aventurero, que estaba procesado por robo, y un caballero de industria. El gascón aseguraba a todas horas que España era un país sin civilización y sin cultura. A pesar de su cultura, el francés era muy supersticioso. Creía en la quiromancia, en la magia y en que las brujas hacían ovillos con las lanas de los colchones de una cama, de tal modo, que si no se les atajaba en su obra le ahogaban al que dormía en ella. Afirmaba también que en el barrio de Saint-Esprit, de Bayona, se vendían diablos metidos en una caña, que llamaban familiares, con los que se hacían prodigios. Él había tenido uno de estos. Un gitano, ladrón de caballos, le engañaba a Cadedis y le sacaba el dinero. El gitano era saludador, y, según decía, tenía la rueda de Santa Catalina en el cielo de la boca y una cruz debajo de la lengua.

El otro personaje era un caballero de industria de quien ya te he hablado, el señor Pérez de Bustamante.

Este señor se hacía llamar conde de Otero, marqués de la Vega, etc. Gastaba unas tarjetas llenas de títulos y condecoraciones.

Tenía, según decía, grandes amistades con los oficiales de las secretarías, con aristócratas y ministros; todo lo facilitaba, y ofrecía empleos con la condición precisa de que se le anticipara algunas cantidades para recompensar los servicios de sus favorecedores.

Contaba que había viajado por toda Europa y América.

A mí me dijo que me había conocido en Méjico y en Madrid, en la fonda del Caballo Blanco, de la calle del Caballero de Gracia, donde yo no había estado nunca. La cuadrilla del Fortuna, formada por él, el gascón y el caballero de industria, se había completado con Adán. El Fortuna adulaba al señor Pérez de Bustamante, y este protegía al Fortuna; el matón y el caballero de industria se entendían perfectamente.

El Pinturas joven y otros solían acercarse a esta cuadrilla, que manejaba dinero y convidaba a café y a aguardiente.

Ninguno de los que formaban esta cuadrilla se había afiliado a los liberales. No querían, sin duda, comprometerse mientras no llegaran a ver claro las ventajas que aquello les podía reportar.