PREPARATIVOS
Que no quedara contenta
ni lograda mi esperanza
si no vieras la venganza
en donde viste la afrenta.
GULLÉN DE CASTRO:
Las mocedades del Cid.
EL Cuervo había tenido siempre gran antipatía por Miguel. Sin duda, la juventud y la fuerza del joven excitaban su envidia.
El Cuervo había asegurado en la casa que Miguel no saldría de la cárcel; cuando le vio que volvía, sintió por él gran odio.
Don Tomás recibió a Miguel con marcada frialdad, e hizo que el Cuervo registrara el cuarto y las ropas del joven. Este había dejado las cartas de Soledad y su diario en manos de Aviraneta, en un paquete atado.
El Cuervo no encontró nada. Don Tomás pareció contentarse; pero el Cuervo insinuó a su amo, y, al último, le dijo claramente que no por eso era menos cierto que Soledad se entendía con Miguel.
—¿Lo sabes tú?
—Lo sé todo.
—¿Te lo han dicho?
—Lo he visto.
—¿Qué has visto?
—He visto que se escribían cartas y luego se hablaban y se daban citas.
—¿Dónde se encontraban?
—Generalmente en el claustro de las Descalzas. Al principio, Miguel escribía con lápiz en una de las ventanas el lugar de la cita; luego iba ella y borraba lo escrito; después era un pobre que está a la puerta de esta iglesia el que se encargaba de su correspondencia.
—¿Lo viste tú?
—Sí.
—¿Qué viste más?
—Vi también que uno de aquellos días, al salir de la iglesia de las Descalzas, pasó por aquí doña Soledad como si fuera a hacer compras, miró a derecha e izquierda y entró en la calle de Peregrinos, donde le esperaba Miguel.
Don Tomás sintió que le sofocaba el ansia de vengarse; no la tenía gran cariño a su mujer, pero consideraba que al querer a Miguel ofendía en su dignidad al hombre que le había sacado de la miseria.
—Está bien —dijo don Tomás.
Para don Tomás, la traición de Soledad y de Miguel era una prueba más de la maldad humana, del espíritu envilecido y encanallado de los hombres.
Ante el Cuervo, el amo consideraba que debía tener una actitud indiferente, cómo si hasta él no pudieran llegar las miserias humanas. Los siguientes días, a pesar de su impasibilidad, don Tomás se estremecía ante la mirada brillante e irónica del jorobado.
Miguel había vuelto a su trabajo, y se manifestaba tranquilo y contento; su tío le hablaba poco; Gómez le miraba sonriente; Burguillos le contemplaba con atención, y el Cuervo le dirigía una mirada larga y rencorosa.
Una vez don Tomás y el Cuervo tuvieron una nocturna conferencia. Al día siguiente, por la tarde, era domingo y no había nadie en casa. Amo y criado entraron en el almacén de la fuente con la cabeza de Medusa, y estuvieron allí largo rato.
El almacén era bajo de techo, tenía rejas al patio y en el suelo grandes losas. Entre ellas había dos hendiduras, como saeteras, que se podían levantar. Las levantó el Cuervo con una palanca, y apareció un agujero grande y oscuro. Metió el Cuervo una linterna encendida, colgada de una cuerda, y se vio una oquedad hecha en tierra arenosa, en parte revestida por una bóveda de ladrillo, con arcos medio derrumbados.
Don Tomás y el Cuervo bajaron al subterráneo por una escalera larga, y lo reconocieron. Tenía una profundidad de ocho a diez metros. Estaba completamente cerrado, y no había comunicación alguna con el exterior; la única boca de galería que parecía haber existido en otro tiempo estaba cerrada por una gran piedra de molino. En el centro de esta piedra había un agujero. El Cuervo metió un hierro por él, sospechando si tendría una salida, y sacó trozos de carbón y de huesos.
Después de reconocer el subterráneo y ver que no tenía ninguna comunicación, volvieron amo y criado al almacén, e hicieron entre los dos varias y extrañas maniobras. Sirviéndose de la palanca, llevó el Cuervo las dos piedras grandes que cerraban el boquete del suelo a un rincón, y sobre el agujero que quedaba, de un metro en cuadro, puso una esterilla ligera, que lo ocultaba perfectamente, sujeta en los bordes por unas bolas de sal. Delante del boquete colocó una mesa.
El Cuervo tenía imaginación para el mal. Excitaba constantemente a su amo. Don Tomás vacilaba; tan pronto consideraba la venganza como lógica y justa, como la tenía por excesivamente severa.
El Cuervo, que era el espíritu maligno que se cernía sobre el alma de don Tomás, le excitaba, le ponía a la vista la petulancia y la fanfarronería de Miguel.