IX

ALIMAÑAS

Quien mal anda, mal acaba.

Proverbio.

HABÍAMOS quedado todos los oyentes de la cocina esperando que Aviraneta dijera algo más; pero se calló, pensativo.

—Quien mal anda, mal acaba —exclamó el tío Chaparro, y, luego, dirigiéndose a sus hijos y a los cabreros que estaban alrededor de la lumbre, añadió: Bueno, muchachos, vamos a dormir, y demos gracias a Dios por vivir honradamente en nuestra pobreza y no en compañía de locos y de alimañas.

Don Eugenio sonrió, mirando el fuego.

Por la ventana se veía caer la nieve copiosamente y el campo brillaba triste y espectral a la luz de la luna. Aullaban los perros a lo lejos, con un ladrido triste y agorero, con una rabia persistente e irritada, como si previeran algún peligro próximo.

Nos levantamos de al lado de la lumbre, y Aviraneta y yo subimos las escaleras hasta el primer piso, precedidos por una criada, que nos iluminaba con un farol.

Entré yo en mi cuarto, encendí la palmatoria, que dejé en la mesilla de noche, me metí en la cama y seguí leyendo la Biblia. Estaba en el Eclesiastés, y me detuve a reflexionar sobre este versículo: «El que hiciere el hoyo, caerá en él, y el que aportillare el vallado, le morderá la serpiente».

París, noviembre 1920.