A Pablo Schmitz, de Basilea, a quien conocí todavía en plena juventud y al que vuelvo a encontrar de nuevo, pasados veinte años, en los linderos de la vejez, con el mismo entusiasmo ardiente por lo noble y por lo puro y el mismo desdén por lo ruin y por lo mezquino; al amigo y al maestro, al que me unen la comunidad de recuerdos y la comunidad de simpatías.
J.C.A.