EN 1865, durante el verano estuve una temporada con Aviraneta en las aguas termales de Trillo.
Encontramos allí a un tal Julio Kraft, ingeniero de Minas, prusiano, que acudía a aquellos baños a curarse de sus dolencias.
Este ingeniero era entusiasta de España, de nuestras comidas y de nuestra zarzuela; así, que le oíamos constantemente elogiar las lechugas y las coliflores de la tierra y cantar El grumete, El dominó azul y Jugar con fuego.
Por entonces, seguramente, Wagner había escrito muchas de sus obras; pero Kraft se burlaba de su país porque decía que allí no gustaban más que las tinieblas.
—¡Muy roimático, muy roimático, para tanta niebla!
Quería decir reumático. Kraft era de los extranjeros que hablan el castellano como en los primeros meses de llegar a España.
Un día, en compañía del ingeniero prusiano, fuimos a Cifuentes y visitamos esta antigua villa amurallada, con sus viejos conventos y su parroquia gótica, de una restauración lamentable. Otro día estuvimos en Viana y en sus alrededores.
Hablando de aquellas montañas y cerros de tan rara forma, a los cuales los habitantes del país dan pintorescos nombres, el prusiano nos dijo:
—Hace mucho tiempo que estuve yo aquí, por cierto con un plan bien distinto al que ahora tengo.
—Pues, ¿a qué vino usted? —le pregunté yo.
—Vine con un objeto exclusivamente militar.
—¡Hombre!
—Sí; vine a ver si podíamos instalar en estos cerros un campamento carlista.
—¿Ha sido usted carlista?
—Sí; estuve de capitán con Cabrera.
—¡Demonio, qué absurdo!
—Hice la campaña en sus filas hasta la conclusión de la guerra civil. En 1838 fui con el coronel de Ingenieros prusiano barón de Rhaden, desde el Real de Don Carlos al Maestrazgo y Cabrera nombró al barón comandante de Ingenieros de su ejército.
»Estuvimos en un viaje de estudio en las proximidades de Cuenca, Priego y Huete, viendo las condiciones que podían tener para instalar un campo atrincherado donde reunir fuerzas para atacar Madrid.
»El barón de Rhaden encontró que el mejor sitio, el más próximo a la corte y el más seguro, eran estos cerros de Trillo.
»El barón estaba persuadido de que ahí había habido campamentos militares en tiempo de los romanos, y, efectivamente, se habla de que existió por estos contornos una ciudad llamada Bursa o Capadocia.
»El barón pensó en convertir dos grandes eminencias que tiene en su altura una gran plataforma, próximas a Viana, en el campo atrincherado de Cabrera, con sus almacenes y sus cuarteles de campaña. El agua la tenía al pie, por donde corre el Tajo, y, pensó en un sistema para elevarla.
»Cuando volvimos al campamento de Cabrera y el barón de Rhaden explicó a don Ramón lo que había visto, este le contestó:
»—Estoy conforme con la opinión de usted, y esa base de Trillo me servirá para apoderarme de Madrid. Sólo me hacen falta treinta mil fusiles, que espero con ansiedad, pues tengo hombres que los empuñen.
»El motivo por el cual Cabrera no pudo realizar sus proyecto fue la ocupación por el Gobierno de la reina de siete mil fusiles ingleses en el puerto de los Alfaques, en el acto de estar desembarcándolos de un bergantín inglés, y las disensiones que se suscitaron entre Maroto y Don Carlos, que produjeron el Convenio de Vergara.
—Aquí tiene usted quien hizo el Convenio de Vergara —dije yo al señor Kraft, mostrándole a Aviraneta.
El señor Kraft creyó que yo le hablaba en broma, y se rio con la risa estólida que, en general, tienen los alemanes cuando creen que se burlan de ellos.
Después, con las explicaciones que le di, quedó maravillado y sintió una gran curiosidad por Aviraneta.