XXIV

AL DÍA SIGUIENTE

A las altas horas de la noche llegué a casa y me metí en la cama. Apenas pude conciliar el sueño, y me desperté a cada paso soñando con que me encontraba en la ciudadela y confundiendo esta impresión con otras impresiones lejanas. Por la mañana me levanté y no quise salir de casa. Por lo que me dijeron, a las seis de la tarde del día 5 algunos nacionales, reunidos en la plaza del Teatro, empezaron a difundir la alarma disparando tiros y dando gritos revolucionarios. Al parecer, esta era la señal de un movimiento sedicioso. Los directores debían ser de los que se reunían en el primer piso de mi casa, porque durante la tarde no apareció ninguno de ellos.

Los grupos comenzaron a vitorear a la Constitución e hicieron que se reunieran con ellos los batallones de la Milicia.

A los grupos de la plaza del Teatro se añadieron otros, y al anochecer, el más numeroso, sostenido por las fuerzas de la Milicia, se presentó en la plaza de Palacio con un gran letrero en donde se leía escrito con letras grandes: «¡Viva la Constitución de 1812!».

El letrero fue colocado en el pórtico de la Lonja, iluminado por dos grandes antorchas y custodiado por dos centinelas.

Cuadrillas con banderolas desplegadas comenzaron a recorrer las calles; la gente los vitoreaba al paso.

Se asaltó, según se dijo, la casa de un canónigo, en la calle del Paraíso, y se temió que fueran a continuar los horrores del día anterior.

Debió de haber después gran confusión entre los batallones de la Milicia nacional; unos, según se dijo, eran partidarios de secundar el movimiento, y otros no querían que la Constitución saliera de un motín tan sangriento y tan turbio como el del día anterior.

El segundo general, don Antonio María Álvarez, publicó dos bandos muy enérgicos, arengó a las tropas, y, por lo que se contó, uno de los batallones de la Milicia, el que llamaban de la Blusa, se resistió a retirarse. El médico don Pedro Mata, que era capitán de este último, consiguió convencer a su gente, y el movimiento fue sofocado.

El día 7 nos dijeron en la casa que Avinareta, el conspirador madrileño, acababa de ser preso y trasladado a un barco inglés que estaba surto en el puerto.