CAPÍTULO XXII

Hubiera hecho miles de preguntas a Kendall cuando me sostuvo en sus brazos, pero sólo pude hacerle una, y esa pregunta fue muy sencilla y al mismo tiempo muy trágica:

—Ella ha matado a su propio esposo. ¿Por qué? ¿Por qué?

—Imagino que tuvo unos rabiosos celos de ti —dijo Kendall al cabo de unos instantes de reflexión—. No quería perdonar a ninguno de los dos. ¿Pero le diste algún motivo? ¿Teníais algún plan Dudley y tú?

Me di cuenta de que había sufrimiento en sus ojos al hacer aquella pregunta; comprendí que de mi respuesta dependían tantas cosas para aquel hombre que hubiera necesitado estar loca para no darme cuenta de que me amaba. Pero ahora yo ya había dejado de ser una pequeña zorra. Lo único que sentía era un dulce deseo de llorar.

—Dudley me besó un día —confesé sinceramente—. Quizá nos vio. Hace poco me propuso fugarnos juntos y desbancarla a ella; yo me negué, pero quizá Mónica, al oírlo, creyó otra cosa.

—Eso tuvo que ser sin duda. Y mató a Dudley como luego te hubiera matado a ti. Echó todo su plan a rodar movida por un rabioso deseo femenino de venganza.

—¿El plan? ¿Qué plan?

—El de apoderarse del dinero que permitía mantener Mahatma House y del que disponían Montgomery y otros jefes —susurró Kendall—. Todos eran antiguos nazis, como ya sabes, y conoces también el medio que emplearon para llegar a este país. Pero el dinero que lograron introducir aquí era muy superior al que imaginamos. Yo creo que era todo el destinado a pagar a los espías alemanes en Gran Bretaña, o sea una fabulosa fortuna en dólares, libras y oro cuyo valor ha aumentado con el tiempo. He pensado mucho y estoy convencido de que lo tienen oculto en el llamado Cementerio de los Vikingos. La primera muchacha que murió y que tú encontraste en el museo Livingstone vivía allí cerca en compañía de un hombre que debía guardar de cerca aquel tesoro. Anoche apareció asesinado también. El plan de Dudley y su mujer era eliminar a todos los que conocían la existencia de ese dinero para poder apoderarse de él.

—¿Ésa fue la razón de que quisieran matar a los principales directivos de Mahatma House?

—Sí. Cuando ella lanzó las dos bombas quería matar especialmente a Montgomery, que como suele ocurrir siempre en estos casos fue uno de los que se salvó. Los demás apenas le interesaban porque no sabían dónde estaba el dinero y eran, por tanto, simples comparsas que poco podían estorbar.

—¿Pero cómo averiguó eso Dudley? —susurré, mientras sacaba las carpetas donde estaban sus últimos trabajos y donde tenía los bocetos de Spectro—. ¿Cómo pudo saberlo?

—Imagino que durante sus viajes, revolviendo viejos papeles y hablando con personajes de todas clases. No olvides que era un dibujante y escritor de fama mundial. Había hablado con gentes de toda clase y tenía enlaces en numerosos países.

—Pero él se ganaba bien la vida —protesté—. No necesitaba meterse en esta aventura diabólica…

—¿Se lo ganaba últimamente? ¿Estás segura? —me preguntó Kendall, mirándome fijamente—. He averiguado que le temblaban las manos, en especial la derecha. ¿Lo habías notado tú?

—Sí, claro que sí, pero… No le daba importancia al hecho de que no dibujara. Creí que era por los nervios…

—Sí, los nervios, sin duda, pero de otra clase. Dudley sabía que estaba enfermo y que ya no podría dominar el temblor de sus manos jamás. Otra persona hubiera buscado alguna ayuda u organizado su trabajo de otro modo, pero él no. Él era ambicioso y su mujer debía serlo más aún. Mónica, que se había casado con Dudley porque éste ganaba dinero, no se resignaba a la mediocridad. Debió ser ella la que le empujó a aprovechar las noticias que tenían y pasar a la acción.

—¿Pero cómo lo organizaron? ¿Qué clase de acción era ésa?

—Dudley sabía que, para apoderarse del dinero, tendría que matar a varios hombres peligrosos, uno de los cuales sería Montgomery. Éste era un tipo en verdad siniestro como tú sabes; tanto que inspiró a Dudley su personaje de Spectro. Y te lo enseñó sólo a ti porque tú eras su coartada.

—¿Su coartada?

—Sí. Si un día él mataba a Spectro, tú declararías que lo había hecho en un momento de obsesión o de debilidad mental transitoria. Lo máximo que podían caerle en esas condiciones eran dos años, y lo que iba a ganar bien valía la pena. También creó la figura de su mujer, pero ésta ya estaba muerta y era una de las pocas que no figuraban en los archivos de Mahatma House. Fue Mónica la que se disfrazó siempre como si fuera la mujer de Spectro. En todos los casos fue Mónica, incluso cuando cometió el crimen con el hacha, lo cual —tras tu declaración— haría que persiguiesen a otra persona, no a ella. En cambio a Spectro lo viste a veces como Montgomery y a veces como Dudley disfrazado. En ese caso puede decirse que Spectro era un personaje real.

Hizo una pequeña pausa y añadió con voz cortante:

—Todas las apariciones ante ti estuvieron destinadas a sumergirte en ese clima, a hacerte servir de testigo en ciertos crímenes y a hacerte ver lo que ellos querían que vieses. La jugada maestra, sin embargo, ha consistido en emplear tus propias manos para matar a Montgomery, su peor enemigo. Dudley le ha debido citar en esta casa para ofrecerle una posibilidad de huida, pues el otro era un perseguido por la policía; Montgomery lo ha creído y ha venido a esta casa a la hora prevista por Dudley, justo a la hora en que estarías tú… ¡guardando los cuchillos! Tu reacción de terror habría de ser tan natural que existían diez probabilidades contra una de que atacaras a Montgomery, como así ha ocurrido. Luego él sólo tenía que llamar a la policía, es decir, a mí. Tú ibas al tribunal…, ¡y él al Cementerio de los Vikingos a retirar sin estorbos el oro!

Sentí al mismo tiempo pena y náuseas. Sentí unos terribles deseos de llorar. Sólo la mano de Kendall, aquella mano fuerte y animosa, me prestaba ayuda.

—Todo les hubiese resultado perfecto —terminó—, de no ser por los celos de Mónica, que creyó iba a ser traicionada en el último momento. Incluso debió pensar que la llamada de su marido a la policía era falsa y que os fugaríais los dos. De verdad lo siento, Marta. Ha sido una experiencia demasiado terrible para ti…

No contesté. Con las facciones rígidas, con los brazos caídos sin fuerza a lo largo del cuerpo, salí al jardín. Kendall me siguió; yo sabía, adivinaba, que su presencia no me faltaría ya nunca. Pero no vi ni siquiera el lago porque la niebla lo cubría todo; no vi tampoco que mis pies hollaban una hoja de papel arrojada por el viento.

Era uno de los bocetos de Spectro.

Pasé sobre él sin mirarlo.

La pesadilla había terminado. Spectro quedaba atrás. Se había ahogado entre la niebla.

Me apoyé en un árbol y entonces los brazos de Kendall rodearon un momento mi talle. Yo sentía un infinito consuelo, pero al mismo tiempo me dominaban aquellas ganas dulces y vehementes de llorar.

—Por favor —pude decir—. No hagas eso aún… Estás de servicio y te comprometes.

Pero no hacía falta. Los hombres de Kendall —todo hay que aclararlo— habían vuelto discretamente la espalda.

F I N