Fue entonces cuando oí aquel ruido del motor del coche lanzado a toda velocidad; era un coche que debía brincar entre los árboles y que amenazaba con estrellarse contra la casa, tan lanzado venía.
Otra vez mi cerebro volvió a funcionar con fantástica rapidez. Me dije a mí misma que Kendall estaba más cerca de lo que imaginaba cuando le avisaron y por eso había llegado unos seis minutos antes de lo calculado. ¿Pero de qué me servía a mí eso ya? ¿Qué podía hacer si ya tenía la punta de acero a dos centímetros de mi piel?
Fue mi instinto de defensa lo que me hizo moverme en la última décima de segundo, sin que mi voluntad interviniera en ello. Me ladeé y el cuchillo me hizo sólo una herida en la cadera. Oí una especie de gruñido animal. Mientras tanto, el coche ya estaba tan materialmente encima que incluso Kendall debía ver lo que ocurría a través de la ventana abierta.
Podía haberme salvado con un disparo, pero los policías ingleses no llevan armas. Su presencia, sin embargo, fue bastante para que la mujer de Spectro se sintiera perdida, la vi correr hacia uno de los cajones del secreter.
Lancé un nuevo chillido porque Kendall no podía ver lo que ella acababa de sacar, pero yo sí. Quise advertirle aunque me daba cuenta de que iba a ser inútil.
Aquella diabólica mujer tenía en la derecha una granada de mano como las dos que había lanzado en Mahatma House. Enviándola sobre el capó del coche, que ya estaba junto a la ventana, provocaría una catástrofe y mataría a todos los que estaban dentro.
La vi avanzar hacia aquella ventana.
Iba a lanzar sobre seguro.
No podía fallar.
También en ese instante yo pensaba febrilmente, pero no sé si llegué a formularme con claridad lo que hice. Obré maquinalmente. Tiré con furia del borde de la alfombra a cuyo extremo estaba la mujer.
El resultado fue que perdió el equilibrio mientras lanzaba un sordo grito. La bomba resbaló de entre sus dedos. ¡Cayó materialmente a sus pies!
Otra vez me ocurrió lo de antes: las cosas parecían movidas por una diabólica cámara lenta. Vi los ojos desencajados de la mujer. Vi la bomba que daba dos saltos casi grotescos, como si estuviera animada de vida. Me tapé los ojos mientras saltaba a cubrirme frenéticamente tras una de las butacas.
Me pareció que la explosión se llevaba los tabiques y destrozaba la casa entera, pero eso fue porque mis oídos no estaban acostumbrados. Un experto, por ejemplo, hubiera dicho que la explosión había sido modesta. Pero bastó para abrir en dos la cabeza de aquella mujer, para arrancarle una mano y, por supuesto, para hacer volar su peluca y su maquillaje. Entonces la vi bien, entonces pude darme cuenta de lo que había debajo de aquella máscara. Entonces mis ojos asombrados, todavía desencajados por el horror, vieron a… ¡Mónica! ¡La esposa de Dudley!