Otra vez la sensación de que las tinieblas me envolvían y me ahogaban. Otra vez él silencio espantoso de la casa, otra vez aquellas manos llegando hasta mí desde todos los rincones del silencio.
No sé cuántos minutos estuve mirando como hipnotizada aquel cuerpo, sin atreverme a hacer un movimiento. Mis músculos no respondían y era incapaz de dar un solo paso.
Pero en cambio mi cabeza trabajaba. Ya lo creo que trabajaba… Pensé más cosas en aquellos minutos que en todos los días de mi vida, mientras veía que la niebla seguía avanzando hacia mí como una masa viscosa y que me envolvía lentamente.
En primer lugar traté de calcular lo que tardarían en llegar hasta allí Kendall y sus hombres. Dudley les había llamado, pero había al menos quince minutos hasta la casa, y eso rodando a toda velocidad. De los quince minutos habían pasado unos cinco; yo era, pues, una condenada a muerte durante seiscientos interminables segundos, cada uno de los cuales me dejaba al pasar como un pinchazo en el cráneo.
Traté de comprender también por qué había muerto Dudley. No lo entendía. Pero tenía que haberle matado alguien que le conociera muy bien y que le había atacado por sorpresa, ya que la puñalada era muy certera y él no parecía haber podido hacer ningún gesto para defenderse.
Mi impulso fue salir de la casa.
Sí, eso tenía que hacer: huir. Huir si quería aún salvar mi pobre piel…
Pero no podía.
Como si yo estuviera hechizada algo me retenía allí, en aquella maldita casa de la niebla.
Volví a avanzar poco a poco. Nunca había sentido un frío tan atroz, tan científico hasta el fondo de las venas. Pasé por encima del cadáver y atravesé otra puerta.
Silencio.
Aquel vacío atroz me rodeaba como si yo estuviera sola en el mundo. Dejé atrás unos cortinajes donde parecía que debía estar acechándome alguien. La tensión en mi columna vertebral era tan insoportable que tenía la espalda rígida.
La última puerta.
Un poco más allá ya estaba el jardín por el que yo podría huir. De pronto me había entrado una terrible impaciencia por llegar hasta él. Empujé aquella puerta.
Y entonces la vi de espaldas.
Estaba sentada en una mecedora.
Se balanceaba suavemente y llevaba el abrigo de astracán hasta los pies. Sus manos estaban levemente alzadas. Sus cabellos tenían un brillo mortuorio entre la niebla.
Fui a retroceder pero no pude. Las fuerzas me fallaron de nuevo. Quise saltar hacia el jardín y me pareció que estaba a miles de millas de distancia. Como hipnotizada miré aquella figura que aún estaba de espaldas a mí.
Se volvió de repente.
Y entonces vi sus ojos malévolos, su boca torcida. Entonces no pude más y lancé un grito ululante que llenó la casa, pero que ya nadie podía oír. Entonces me encontré cara a cara… ¡con la mujer de Spectro! ¡Llegaba hasta mí con el mismo cuchillo tinto en sangre que había matado a Dudley! ¡De los seiscientos segundos habían pasado menos de cien y yo ya estaba ante la propia muerte!
* * *
Supe que ya no podía hacer nada para evitarlo. No sólo estaba desarmada, sino que las piernas se negaban a sostenerme. Jamás llegaría al jardín ni sería capaz de retroceder por donde había venido. La muerte estaba ante mí y avanzaba poco a poco con la fatalidad de lo inevitable. Me acordé de la muchacha en abierta en canal, de la primera víctima que había visto. Pensé que dentro de poco yo produciría el mismo horrible efecto.
La mujer de Spectro vino sobre mí.
Movió el cuchillo en el aire. Dibujó con él una parábola cruel, suave, perfecta…
Yo chillé otra vez y el grito repercutió en toda la casa, pero supe que de nada serviría. Me pareció sentir ya el frío del acero en las entrañas. Cerré los ojos y me preparé a morir.
Era un sucio final para una chica que había dibujado tantos muertos. Ahora podría servir de modelo yo misma.