CAPÍTULO XVIII

A pesar de mi miedo he de reconocer, siendo sincera, que la actitud de aquel extraño fantasma no podía ser más natural. Vino como el que viene de visita. Surgió de la niebla que rodeaba la casa y abrió la pequeña puerta que daba al jardín, entrando en la habitación en que yo me encontraba. No parecía abrigar el menor temor. Se movía con esa implacable seguridad con que deben moverse los muertos.

No iba vestido a la manera del siglo XIX, como yo le había visto, por ejemplo, al matar al hombre fornido en Mahatma House. No iba vestido a la manera con que lo había dibujado Dudley, sino con los pantalones de franela gris y la chaqueta de pana apta para pasear por los campos. Pero sus ojos misteriosos, profundos, maléficos, eran los mismos. También lo eran sus manos largas, de dedos afilados, que se tendieron hacia mí de pronto.

Fue un gesto extraño.

¿De amistad?

¿De súplica?

¿Qué quiso decirme aquella mirada que parecía llegar del otro mundo?

En aquel momento no pude saberlo. Era incapaz de pensar e incluso incapaz de ver. Todo me parecía difuminado por la niebla. Pero había una sola cosa cierta, y era que Spectro estaba allí. Spectro había venido a buscarme. ¡Había surgido de la nada para caer sobre mí!

No supe lo que me ocurrió.

A veces, cuando lo recuerdo, aún noto en la garganta la angustia de aquel momento. Aún veo a Spectro avanzar hacia mí. Aún noto el temblor de mis manos.

Mis manos que estaban guardando la cubertería. Mis manos que podían aferrar en aquel momento el enorme cuchillo de trinchar carne.

No sé por qué lo hice.

El miedo me dominaba.

Volvía a ser una chiquilla sacudida por el vendaval del terror. Era incapaz de pensar, de ver… Sólo era capaz de mover la mano derecha… ¡Y de levantar aquel cuchillo donde estaba la muerte!

Otra vez la cámara lenta.

Otra vez al arco trágico de mi mano como si aquel gesto no se hubiera de acabar nunca.

Hundí el cuchillo en la garganta de Spectro.

Una vez.

Dos veces.

Vi su sangre.

Sus ojos desencajados.

Sentí en mi propia piel, como si a mí también me estuvieran acuchillando, el dolor de su muerte.

Spectro cayó de rodillas. Me miraba con sorpresa y con odio a la vez. Su última mirada…

De pronto solté el cuchillo y caí a tierra yo también. Pero esta vez no perdí el conocimiento.

Fue una suerte.

Aún me faltaba lo más fantasmagórico, lo más irreal. Si llego a perder el conocimiento no hubiera podido contarlo.