No sé si se hubiera atrevido a hacer algo contra mí, estando la policía tan cerca, pero en todo caso las circunstancias no me dejaron tiempo para comprobarlo. Porque en aquel momento la pesadilla volvió. Porque yo estaba metida en un mundo de muertos, pero de repente me vi metida en algo así como un mundo de resucitados.
Chillé frenéticamente, chillé hasta tener la sensación de que me volvía loca.
El que había aparecido por una de las puertas era… ¡Spectro!
¡Iba vestido de nuevo con sus viejos ropajes del siglo diecinueve!
¡Otra vez su cara tenía aquel color lívido, fosforescente, muerto!
No sé si venía directamente hacia mí. No lo recuerdo, pero en todo caso se encontró antes con aquel hombre fornido que, al parecer, representaba ahora el poder en Mahatma House. Oí un crujido, un grito y luego vi brotar la sangre.
El cuchillo de Spectro le había atravesado de lleno.
Vi que aquel hombre giraba sobre sí mismo, se llevaba las manos al pecho y caía pesadamente. Todo aquello sucedió en un momento y como en una serie de chispazos surgidos de una pesadilla. Tampoco supe si Spectro me hubiera atacado a mí porque en aquel momento apareció Kendall en la puerta.
Ignoro si llegó a verlo bien. Tengo la sensación de que sus ojos sólo se clavaron en el muerto. De repente Spectro desapareció por una de las ventanas que estaban abiertas. Un instante después se lo había tragado la niebla que rodeaba la casa.
Otra vez mis nervios me traicionaron; otra vez fui incapaz de resistir aquella tensión espantosa.
La sangre del último asesinado resbalaba hasta mis pies. Noté que todo daba vueltas en torno mío, pero en realidad era yo la que estaba dando vueltas antes de caer. Choqué con una de las paredes y quedé doblada en el alféizar de una de las ventanas. Tuve suerte porque de lo contrario la sangre me hubiera alcanzado; habría sido un digno y diabólico fin para una diabólica pesadilla.
* * *
Después de un día de atenciones médicas en el hospital, durante el cual no me hablaron de nada de lo sucedido, fui trasladada a casa de Dudley. Después de todo, aquél era mi hogar por el momento. He de reconocer también que Dudley y Mónica, apenas les fue comunicado lo sucedido, vinieron a verme inmediatamente. Las atenciones y las horas que me dedicaron son cosas difíciles de olvidar.
Tanto que cuando ya estaba de nuevo en su casa le dije a Dudley:
—Creo que harías bien en despedirme. No os he dado más que preocupaciones desde que llegamos aquí.
Dudley me miró tristemente. No cabía duda de que estaba envejeciendo a marchas forzadas. Sus manos seguían temblando y supe que no había dibujado un solo trazo en los últimos días. Pero trató de animarme mientras me servía una taza de té con licor; era una mezcla muy bien preparada y capaz de devolverle la moral a un condenado a muerte.
A Kendall, que estaba con nosotros, también le preparó otra. Kendall había venido a ver cómo me encontraba después de todo aquel inexplicable drama. Bebimos en silencio y luego el policía sintió clavada en los suyos la mirada interrogativa de mis ojos. Con voz que quería parecer tranquila me explicó:
—Sí, ya sé que está usted preguntándose docenas de cosas, Marta, pero desgraciadamente no puedo contestarle a todas aún. Lo único que sé es que en Mahatma House hubo once muertos y quince heridos, y que Scotland Yard se ha hecho cargo del caso porque éste desborda las posibilidades de una simple policía local. También ha llegado prensa especializada de todo el país. Este lugar tan tranquilo se ha transformado de pronto en una especie de Vietnam, donde no se sabe quién es amigo y quién es enemigo, quién vive y quién muere.
—Por lo menos quién muere sí que se sabe —dije—. ¿Hay orden de detención contra alguien?
—Contra Frank Montgomery, que ha desaparecido. Él no figura entre los muertos.
—Frank Montgomery es Spectro —susurré.
—Eso es algo que quizá no podremos aclarar jamás, Marta. Para nosotros, Spectro no existe.
—Y tampoco su mujer…
—Su mujer está muerta, ¿no?
—¡Por favor!… ¡Yo misma la vi decapitar a un hombre después de descubrir su cadáver!…
Kendall hizo un gesto dubitativo. Comprendí que los dos estábamos metidos de nuevo en el mundo imposible de los sueños. Afortunadamente Dudley conservaba la cabeza clara, porque centró la cuestión de nuevo:
—Kendall… —musitó—, los supervivientes de Mahatma House estarán siendo interrogados, supongo, y habrán hablado. ¿Qué han dicho? Ellos son las únicas personas de las que se puede obtener la verdad. ¿O quizá esa verdad es todavía secreta?
Kendall negó. Dijo con voz suave:
—Puedo decírselo, Dudley, porque además los periódicos ya han insinuado algo: en Mahatma House había dinero. Ahora bien, ¿de dónde lo sacaban? De algún sitio, pero se da la casualidad de que los únicos que conocían ese sitio han muerto, a excepción de Frank Montgomery (o Spectro como le llama Marta) que ha desaparecido. Los simples pensionistas estaban muy bien mantenidos y recibían además una especie de paga mensual para sus gastos, que a veces consistían en francachelas y en vicios llevados con una gran discreción. En realidad todo el mundo consideraba Mahatma House como un sitio pobre.
Hizo una breve pausa y añadió:
—Pero de dónde salía el dinero no lo sabemos. Unas cuantas personas, de las cuales sólo Montgomery está viva ahora, lo sacaban de algún sitio. No hemos hallado más que unas pequeñas cuentas corrientes y unas listas de valores de escasa importancia. No. Los fondos de Mahatma House salían de algún lugar que ignoramos aún.
—¿Donativos?…
—No creo. Por lo menos no hemos averiguado nada.
—¿Y por qué no daban cuenta de las muertes que se producían? —pregunté con un hilo de voz—. ¿Qué ganaban con eso, enterrando secretamente incluso a los que fallecían de muerte natural?
—Fingir que el número de pensionistas estaba completo y así no tener que admitir a nadie más. En el registro de entidades benéficas figuran con el número de plazas que oficialmente fingían tener ocupado siempre.
—Muy bien. ¿Pero por qué?
—A fin de que personas extrañas no intervinieran en el «reparto». Necesitaban estar libres de indiscreciones. Sólo los «iniciados» tenían un sitio en Mahatma House.
Me estremecí.
Otra vez me sentí envuelta en las nubes de la pesadilla.
—¿Iniciados? —musité—. ¿Es que se trata de alguna secta diabólica?
—Oh, no… Los acogidos en Mahatma House tienen un origen mucho más prosaico y que hace años se hubiera considerado mucho más peligroso.
—¿Qué origen es ése?
Las juveniles facciones de Kendall se contrajeron un poco mientras musitaba:
—Parecerá asombroso, pero el que fundó Mahatma House era el jefe del espionaje alemán en la India. Eso no se ha sabido hasta ahora. Con las enormes sumas que tenía a su disposición para pagar a los agentes, compró ese edificio y lo transformó en una especie de institución benéfica. Pero sólo se alojaron en él ciento diez personas, ciento diez hombres y mujeres cuya documentación había falsificado cuidadosamente. Como era un experto y disponía de una imprenta clandestina, eso tampoco fue tan difícil. A casi todos ellos los «sacó» de campos de concentración nazis. Pero en realidad eran los guardianes de un campo que se hacían pasar por prisioneros en otro donde no les conociera nadie. Súbditos ingleses, australianos, franceses o belgas, ninguno de ellos encontró oposición para instalarse en una institución benéfica de Gran Bretaña. Al contrario, la gente dijo: «¡Pobrecillos, cuánto han sufrido!…».
Dudley se mordió el labio inferior. Sus ojos brillaron. Supuse que le dolía haber sido incapaz, a pesar de su imaginación, de inventar él una historia semejante.
—De modo que ése era un refugio para criminales de guerra… —musitó.
—Exacto. Es el único aspecto en el que todo está claro. Pero esa gente disponía de una fortuna que sólo unos cuantos directivos de Mahatma House conocían realmente. Dudo que la encontremos jamás, a menos que Montgomery aparezca.
Cerré un momento los ojos.
Spectro… La mujer de Spectro… ¡Dios santo! ¡Eran seres que no existían! ¿Qué tenían que ver con una sórdida y concreta historia de dinero escondido y de criminales de guerra?
—La razón de aquella matanza causada por las granadas de mano la ignoro —dijo Kendall—. ¿Pero para qué atormentarnos más con todo esto, Marta? Más vale que olvide todo esto si es que puede. ¿Por qué no vuelve a Londres?
—Siento como una secreta fascinación… —dijo con voz densa—. Siento como si me hubieran embrujado.
Kendall me estrechó un brazo. Me di cuenta de que aquel hombre me apreciaba sinceramente y de que estaba asustado. En efecto, lo que yo acababa de decir era demasiado alarmante.
—Podría transformarse en una obsesión —murmuró—. Más vale que se vaya de esta comarca, muchacha.
—Lo haremos —dijo el propio Dudley—. Ya estoy harto de todo esto. Me equivoqué al alquilar esta casa y voy a olvidarla para siempre. Por mí, que se vaya al infierno.
—¿Entonces nos iremos? —susurré.
—Cuanto antes.
No sé si sentí alivio o pena. Sería incapaz de decirlo. Pero aún sentía en el fondo de mis nervios un miedo muy sordo, porque me daba cuenta de que la pesadilla no había terminado. El honorable matrimonio Spectro aún podía presentarse allí.
Algo, en el fondo más recóndito de mí misma, me decía que no me equivocaba.