ALGUIEN se ocupó de la ropa manchada de sangre de Mike y le prestó una camisa de algodón de manga corta con el logo de la seguridad social en el pecho. Les ofrecieron una salita de espera para ellos solos. Sanna estaba sentada en el regazo de su padre; Nour, en la silla de al lado. Los tres se cogían de las manos, nadie decía nada.
La salita tenía el suelo de linóleo y muebles de madera clara con mantelitos verdes.
Sanna se inclinó hacia adelante y cogió un cómic de la mesa. Se lo dio a Mike. Él se lo leyó.
Era del oso Bamse y su amigo el conejito Lille Skutt y algún personaje malvado que se llevaba una torta pero al que acaban perdonando e integrando en la comunidad de amigos. Mike continuó con la siguiente historia a pesar de no estar del todo seguro de que Sanna lo estuviera escuchando de verdad o si sólo quería oír su voz. La niña movía nerviosa el pie en el aire.
La puerta se abrió y los tres se volvieron hacia la enfermera.
—Está lista —dijo.
Cruzaron el pasillo. La enfermera se detuvo delante de una puerta y se volvió para comprobar que estaban preparados.
Nour miró a Mike.
—No sé si…
—Sí —dijo él, apretándole la mano—. Por favor.
La enfermera abrió la puerta y los dejó pasar.
Ylva estaba tumbada en la cama con la manta subida hasta los hombros. Su cabeza descansaba en paz sobre la almohada. Tenía los ojos cerrados y le habían limpiado la sangre. Su piel clara, casi blanca como la porcelana, asustaba menos bajo la tenue iluminación. Aun así, resultaba evidente que era un cuerpo y no una persona.
Nour se quedó un poco más atrás, dejó que Mike y Sanna se acercaran y se sentaran en las sillas que había junto a la cama.
Tras unos minutos, la espalda de Mike empezó a moverse. Después se dejó caer sobre el cadáver de su mujer. Sanna alargó la mano y lo acarició para consolarlo.
Cuando finalmente se pusieron en pie tenía la cara roja e hinchada de tanto llorar. Mike agitaba nervioso los dedos en el aire.
Nour se estiró y los abrazó a los dos.