MIKE se abalanzó sobre Ylva, le pasó el brazo por los hombros y la sacó de la casa. Se detuvieron en la verja. Ella ya no tenía fuerzas. Mike se sentó en la gravilla, descansó la cabeza de Ylva en su regazo, empezó a mecerla. Sanna guardaba distancia, no se atrevía a acercarse.
—Perdón —dijo Ylva.
Mike negó con la cabeza.
—Perdóname a mí —replicó él.
Ylva buscó a su hija con la mirada.
—Sanna —dijo Mike—. Es mamá.
Mike alargó la mano, invitándola a acercarse. Sanna dudó un instante. La mujer ensangrentada le daba miedo. Los dientes rojos, el pelo gris, la piel de porcelana. Quería salir corriendo, no tener que ver aquello.
Ylva levantó la mano con dificultad.
Sanna se le acercó despacio, se sentó de cuclillas.
—Sé tocar —afirmó—. ¿Quieres oírlo?
• • •
Había sangre por todas partes y en un primer momento el personal de la ambulancia no sabía quién estaba herido y quién no. Cuando Mike les hubo asegurado que la sangre de su ropa era de Ylva, la examinaron a toda prisa, la subieron a una camilla y se la llevaron a la ambulancia. El corro de vecinos hipnotizados por el espectáculo se abrió para dejarlos pasar.
Mike cogió a Sanna de la mano y se metieron en el vehículo. La enfermera le puso una máscara de oxígeno a Ylva y el conductor se puso al volante.
Ylva había perdido el conocimiento con las notas de Compra perritos calientes. A Mike le había parecido ver algo parecido a una sonrisa en sus labios.
Fuera se oía un corrillo de voces. A través de la ventanilla de la ambulancia Mike vio llamaradas en la cocina de Gösta y Marianne. La cortina había prendido y las llamas acariciaban el techo.
—¿Hay alguien dentro de la casa? —preguntó el conductor de la ambulancia.
Mike no respondió. Vio que la enfermera apretaba una válvula de goma que estaba acoplada a la mascarilla de Ylva y comprendió que la estaban ayudando a respirar. Mike sabía que iban en una ambulancia que aceleraba cuesta arriba y era consciente de que estaba cogiendo a su hija de la mano. Todo lo demás ni siquiera lo oía.
La enfermera repitió la pregunta del conductor:
—¿Hay alguien dentro de la casa?
—Sí —dijo Sanna.
El conductor llamó a la central. La enfermera tenía una actividad frenética. Suministraba oxígeno, inyectaba sustancias, decía cosas. Ellos estaban entre bastidores.
Mike pensó que era una labor extraña, eso de trabajar tan cerca de la muerte. «Innecesariamente trágico», pensó. La enfermera hablaba sin parar, informaba al conductor del estado de la paciente. Al final miró el reloj. Dijo la hora en voz alta. Mike no entendía qué importancia tenía aquello.
De todos modos, Ylva ya llevaba mucho tiempo muerta.