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GÖSTA se tomó el tiempo que quiso, haciendo un repaso a todo su catálogo. Los gemidos de Ylva y sus posturas sugerentes rozaban el límite de lo verosímil, pero Gösta no tenía ninguna queja. Después, se quedó un buen rato tumbado a su lado recuperando el aliento con el pecho sudado.

—Eres buena —dijo.

—Gracias.

—¿Estás bien?

—Estoy bien —respondió Ylva.

—Mike y Sanna también están bien —dijo Gösta.

Ylva no contestó. Ni él ni Marianne mencionaban nunca a su familia por casualidad, siempre había alguna razón para hacerlo.

—Ahora está con Nour, ya lo sabes. Nunca lo he visto tan feliz. Sanna también, por su parte. Nadie es imprescindible, y menos tú.

Ylva no dijo nada.

—La liarías bastante gorda si de repente llamaras a su puerta.

—Aquí estoy bien —dijo Ylva.

—Muy bien, teniendo en cuenta el motivo por el que estás aquí.

—Contigo —añadió Ylva—. Estoy bien contigo.

Gösta soltó una carcajada, se sentó en el borde de la cama y empezó a ponerse los calzoncillos.

—Marianne dice que yo ya he tenido lo mío.

—¿Está celosa?

Gösta le echó una mirada inquisitiva. Ella bajó la cabeza.

—Perdón.

—Tú y yo no estamos unidos. Tú eres una puta barata y deberías estar contenta de que baje a follarte. Lo hago por caridad, a ver si lo entiendes.

—Lo sé, gracias. Perdón.

—Tus mil y una noches se están acercando al final, todo esto se está volviendo una rutina. Por muchas vueltas que te dé sólo tienes tres agujeros. Mañana volveré. Y quiero que me sorprendas, ¿me oyes? Si no lo consigues tendremos que buscar una solución.

• • •

Tal y como Ylva sospechaba, la visita espontánea de Mike y la botella de vino habían puesto nerviosos a Gösta y a Marianne. Era una invasión en su esfera privada, una señal de que el mundo de su alrededor se les estaba aproximando, el círculo se estaba estrechando. Por extensión, eso significaba que tendrían que deshacerse de Ylva. Se había convertido en un lastre. Sin ella no tenían nada que ocultar, sin ella podrían abrir la casa y enseñarla.

Marianne quería que Ylva lo hiciera por sí misma. Como remedio. Gösta también. Ése era su plan original.

Ambos subrayaban lo absurdo de su situación. Que a pesar de seguir con vida no tenía ningún futuro por delante. Era una puta, nunca podría ser otra cosa.

Tenían razón, evidentemente. Todo el mundo haría las mismas preguntas: ¿Por qué no escapaste? ¿Por qué ni siquiera lo intentaste?

Ylva no pensaba darles el placer de quitarse la vida, jamás podría hacerlo. Cruzaba los dedos para que la mataran mientras dormía. O que la envenenaran para que se quedara dormida. Aunque quería saber qué pensaban hacer con ella después. Quería que la enterraran, otorgarles a Mike y a Sanna el conocimiento que no tenían y que así pudieran seguir adelante.

Deseaba no sospechar nada, pero era demasiado evidente. Gösta se la iba a follar una última vez. Ella podría hacer su mayor esfuerzo a la espera de unos días de prórroga. Pero no serviría de nada. La próxima vez tendría que tomarla como la muñeca hinchable inerte en la que él mismo la había convertido.

Primero dormiría un poco. Estaba cansada y quería disfrutar de unos sueños que la liberaran. Cuando se despertara se acordaría de todos.

Ylva se metió debajo del edredón, estiró el brazo hasta el interruptor de la lámpara de suelo y apagó la luz.

Se quedó completamente a oscuras.