YLVA constató que Mike y Sanna ya habían vuelto a casa aquel día y cambió de canal. Gösta le había instalado la antena un mes antes. Los canales eran su mayor lujo y solía dejar el televisor encendido. El sonido le hacía compañía.
A aquella hora de la tarde daban sitcoms antiguas. A Ylva le gustaban las risas grabadas, la llenaban de vida.
Había terminado de planchar la ropa limpia e incluso le había dado tiempo a sacarle brillo a un par de candelabros. En pocas palabras, había trabajado duro.
Hacía tiempo que el otoño había quedado atrás y más todavía desde que Ylva había tirado la toalla respecto a sus planes de fuga. Era una tonta de remate, no cabía duda, tal como solía decir Gösta. También se veía que estaba contento con sus servicios sexuales y le decía que tenía un don natural, que había nacido para ello.
—Y entrenas bastante, también hay que decirlo.
Ella le dio las gracias, y luego se atrevió a preguntarle si, a pesar de todo, no la podrían dejar subir a limpiar la casa. Prometió hacer un buen trabajo.
Él contestó que lo pensaría. Ylva presentía que tarde o temprano le darían la oportunidad. Últimamente Gösta se había mostrado generoso con la comida y los libros.
No había motivo para arriesgar todo aquello sólo por intentar escapar.
• • •
—Espera, espera, espera —dijo Mike levantando las manos.
Calle Collin guardó silencio. Le había explicado el trasfondo, que su primera intención había sido entrevistar a Ylva con motivo de la muerte prematura de varios compañeros suyos de clase, pero que la jefa de redacción de la revista Familjejournalen, que vivía por la zona, le había informado de que Ylva estaba desaparecida desde hacía más de un año.
—Entonces ¿eres periodista? —preguntó Mike con una expresión de evidente desprecio.
—De prensa semanal —contestó Calle—. No soy reportero de noticias.
—¿Y quieres escribir sobre gente que está muerta?
—Sí, no. Sí, pero…
—Pero ¿qué? —dijo Mike.
Estaba rojo de ira y su hija lo miraba intranquila.
—Sólo me parecía un poco raro —dijo Calle.
—¿El qué? —inquirió Mike.
—Tres de cuatro mueren y la cuarta está desaparecida.
—¿De qué hablas? ¿Tres de cuatro? ¿Tres de cuatro qué?
—La Pandilla de los Cuatro —respondió Calle, y bajó avergonzado la mirada.
Se había jurado a sí mismo que no le daría coba a las locuras de Jörgen, y aun así acababa de hacer hincapié en ellas. Lo hizo como mecanismo de defensa. Porque se sentía tonto e impertinente y quería disculparse.
—¿La Pandilla de los Cuatro? —repitió Mike negando con la cabeza.
Calle se cruzó con su mirada. O ahora o nunca.
—En el instituto, Ylva se juntaba con tres chicos. Johan Lind, Morgan Norberg y Anders Egerbladh. Eran el terror del centro. Morgan murió de cáncer. Anders fue asesinado en Estocolmo. Johan murió en un accidente de tráfico en África. Pensé que podría haber un vínculo con la desaparición de tu mujer.
La niña se volvió hacia su padre con una mirada tensa.
A Mike se le hinchó la vena de la frente, su torso comenzó a elevarse agitado, los labios se le tensaron. Cuando habló lo hizo en voz baja.
—Nunca he oído hablar de ninguna de las personas que acabas de mencionar, así que doy por hecho que no debieron de influir demasiado en mi esposa. Si no tienes la suficiente sensatez de dejar en paz a las personas que están de luto hablaré directamente con tu jefe de Familjejournalen. De hecho, pienso hacerlo de todos modos. Quiero que te levantes y desaparezcas de mi casa y nunca más vuelvas por aquí.
—Pero…, sólo quería…
—Ahora.
Calle se levantó y abandonó la casa.