Bloqueo del yo
Para soportar la humillación y los constantes abusos, la víctima aprende a distanciarse de su propio cuerpo. No es ella de quien se aprovechan, es otra persona. El cuerpo se convierte en una cáscara que no tiene nada que ver con ella. Con el tiempo, esta forma extrema de desprecio por sí misma puede hacerse tan fuerte que la mujer nunca llegue a recuperar su yo real.
LLAMARON a la puerta e Ylva se colocó visible con las manos en la cabeza.
La puerta se abrió y apareció Gösta Lundin. Llevaba una bolsa en la mano. Ylva intentó sonreírle, él parecía enfadado con ella.
—No estás maquillada —dijo cerrando la puerta.
—Perdón.
Gösta señaló el lavabo con la mano e Ylva se metió corriendo.
Cuando salió llevaba los labios pintados de rojo intenso y rímel oscuro en los ojos. Gösta estaba en un lado de la cama y empezó a desabrocharse la camisa. Se había quitado los pantalones y los había dejado doblados en el borde de la cama.
—De rodillas.
Ylva se agachó delante de Gösta y cogió la goma de sus calzoncillos con ambas manos para deslizárselo lentamente mientras lo miraba sonriente a los ojos. Él se cansó del teatro, se agarró la polla y se la metió en la boca.
—Las manos en la espalda, sólo boca. Hasta abajo.
Ylva entrelazó los dedos a la espalda e hizo lo que le había ordenado. La polla de Gösta creció en su boca e Ylva quiso retirarse para evitar las arcadas, pero Gösta la cogió de la cabeza y empujó con la cintura.
Ylva tosió, estuvo a punto de vomitar y giró la cabeza por instinto.
—Perdón —se disculpó.
Gösta la levantó del pelo.
—Te he dicho que las manos en la espalda —le recordó cuando Ylva se apoyó en la cama para levantarse con más facilidad—. De rodillas en la cama.
Ylva se volvió y cumplió la orden. Gösta le dio un empujón e Ylva cayó de cara en el colchón, esta vez sin poner las manos.
—Las manos todo el rato en la espalda.
Cuando terminó la echó a un lado.
Ylva estaba sentada en la cama mientras él se vestía. Ya no llevaba pintalabios, el rímel se le había corrido. Hacía tiempo que Gösta no era duro con ella.
—Mi mujer dice que te has vuelto descuidada.
Ylva no entendía.
—La ropa limpia —dijo Gösta—. Sólo planchas un lado. No es suficiente, tienes que planchar por dentro también.
—Perdón.
—No entiendo en qué pierdes el tiempo todo el día. Y te falta convicción. No quiero emplear la violencia, pero no dudaré en hacerlo si lo necesitas para entenderlo.
—Perdón.
—Tienes delirios de grandeza, te crees que significas algo. Tú no significas nada.
Él la miró.
—La próxima vez espero un poco de iniciativa.
Gösta suspiró y negó con la cabeza.
—Y pensar que Marianne y yo incluso habíamos hablado de dejarte subir a limpiar la casa…
• • •
Nour le dio el paquete envuelto. Sanna lo recibió con las dos manos y gran alegría.
—¿Lo puedo abrir? —preguntó.
—Claro —respondió Nour.
—Pero no es mi cumpleaños.
—Tampoco hace falta.
Sanna se fue corriendo a la cocina. Mike la siguió con la mirada y sonrió a la invitada. Le dio un abrazo discreto.
—Bienvenida.
—Gracias —dijo y metió la mano en la bolsa para sacar una botella de vino.
Mike la cogió y leyó la etiqueta.
—No es carísimo —manifestó Nour—, pero está muy bueno.
—Seguro que es perfecto. Gracias. ¿Me das el abrigo?
Mike la ayudó a quitárselo e insistió en que no se quitara los zapatos.
—Pero están empapados —dijo Nour.
—No te preocupes —contestó Mike.
—¿Te viene alguien a limpiar?
—Haces que parezca algo malo.
Mike se puso una mano en el pecho e hizo ver que la pregunta le había dolido. Nour se lo quedó mirando. Él sonrió, ella no.
—¿Qué pasa? —preguntó Mike inseguro.
Nour negó con la cabeza.
—Es lo último que le oí decir a Ylva —aclaró—. Le estábamos insistiendo en que se viniera a tomar una copa y ella dijo que quería irse a casa. Alguien le dio recuerdos para la familia y entonces ella se puso una mano en el pecho igual que tú y dijo: «Hacéis que parezca algo malo».
Se quedaron callados un momento, ambos sorprendidos por la carga emocional del recuerdo. Mike tragó saliva.
—Es mi madre —dijo, inseguro—. La que limpia, quiero decir. Me gusta pensar que lo hace por amor.
—¿Es su actividad favorita? —preguntó Nour.
—¿Quién soy yo para barrarle el camino a la felicidad? —bromeó Mike.
Fueron a la cocina. Nour arrancó un trozo de papel y se secó los zapatos.
—Me imagino que no harás barbacoa.
—No, hay que ver cómo se ha puesto el día. Al final hay lasaña. Vegetariana. ¿Te va bien?
—Riquísimo. ¿La ha preparado tu madre?
—No, la verdad es que la he hecho…
—¡Papá, lápices de colores! ¡Y libreta!
Sanna levantó su regalo.
—Sí, recuerdo que eras buena dibujando —dijo Nour—. De hecho, todavía guardo tu hipopótamo en el trabajo. ¿Te acuerdas?
—Era muy feo —aseguró Sanna.
—¿Qué dices? Es precioso —dijo Nour—. Lo miro cada día.
Mike sirvió el vino y le dio una copa.
—Sanna, ¿un refresco?
—Ahora no.
Primero quería probar los colores nuevos.
—Bueno, pues salud y bienvenida —expresó Mike alzando su copa.
Cataron el vino.
—Bueno —dijo Nour.
Mike miró a su hija y después pronunció un «gracias» con los labios mirando a Nour. Ella negó con la cabeza, «No es nada».
—Y por haber venido —dijo Mike—. A lo mejor parece ridículo, pero el café del otro día me «hizo» la semana. ¿Se dice así? ¿Hizo? ¿O es inglés? ¿Qué se dice en sueco?
—¿Alegró? —respondió Nour.
—Exacto. El café me alegró la semana, en serio que fue así.
Nour vio que a Mike le brillaban los ojos. Él se volvió y miró el horno. Nour sacó una silla y se sentó al lado de Sanna.
—¿Un gato?
—Caballo —aclaró Sanna.
—Sí, sí, sí, lo veo.
Nour levantó la mirada. Mike estaba de espaldas, sonándose.
—Uy, sí —confesó mientras tiraba el papel a la basura—. Soy un debilucho.
Se rió sonrojado.
—Tienes todo el derecho a serlo —dijo Nour.