MIKE se quedó hablando con su madre la mitad de la noche y las horas siguientes apenas logró pegar ojo. Cuando llevaba un buen rato contemplando la luz que se filtraba por debajo de la cortina del dormitorio, se puso los vaqueros y un jersey y bajó hasta la casa de Virginia y su marido, en la calle Tennisvägen. Pasaban unos minutos de las nueve y el matrimonio se acababa de levantar.
Lennart abrió la puerta, Mike pasó por su lado y entró en la cocina, donde Virginia intentaba ocultar su cara avergonzada y una supuesta laguna de memoria detrás de un periódico.
—A mí no me vengas con esa mierda —dijo Mike señalándola con un dedo acusador—. Ni se te ocurra venirme con esa mierda otra vez. Ylva ha desaparecido, seguramente esté muerta, y tú tienes la caradura de hacer broma al respecto. Especular sobre el tema borracha de vino.
Lennart dio un paso al frente intentando hacer su papel de hombre.
—Mike, ¿por qué no te sientas y lo hablamos con calma?
—No me toques.
Mike respiraba trabajosamente.
—Me lo estaba pasando bien en la fiesta —dijo—. Y vas tú y me la revientas soltándome esa mierda a la cara.
Virginia seguía callada con las mejillas rojas.
—¿Qué cojones querías decir? ¿De verdad piensas, pensáis, que tengo algo que ver con la desaparición de Ylva? ¿De verdad lo pensáis?
—Claro que no lo pensamos —contestó Lennart—. Fue un malentendido, ¿verdad, Virginia?
Su mujer permanecía inmóvil, rígida como una estatua.
—Pues dejadme que os diga que no tengo nada que ver con ello. Lleva diez meses y siete días sin dar señales de vida. No pasa una hora sin que me pregunte qué pasó la noche que desapareció, ni una sola hora. Lo único que deseo es que fuera rápido, que no sufriera. Y vosotros tenéis estómago para ir por ahí especulando. ¡Especulando! Deberías moriros de vergüenza, los dos.
Mike se volvió hacia Lennart con los ojos llenos de desprecio.
—Ir con una Harley sin silenciador, ¿no te das cuenta de que todo el mundo se ríe de ti? Hombre maduro con moto. ¿Qué viene después? ¿Guitarra eléctrica? Si tuvieras la menor idea de lo que estoy viviendo, lo que Sanna y yo estamos obligados a aguantar cada día, seguro que no me habríais venido con gilipolleces como ésa, putos desgraciados.
Virginia seguía callada con la mirada fija en la mesa, Lennart hizo un nuevo intento de infundir respeto.
—Mike, joder.
—Cierra el pico. Te falta fuerza.
Mike dio un portazo al salir. Subió por la escalera hasta Ankarliden y luego continuó por la calle Bäckavägen. Caminaba deprisa a pesar de la fuerte pendiente y tenía más nervio en los pasos y más calma en el pecho de los que había tenido en los últimos meses.
Cuando llegó a casa, su madre y Sanna ya se habían levantado y estaban preparando el desayuno.
Su hija lo miró.
—¿Adónde has ido?
—A ver a Virginia y a Lennart. Había una cosa que tenía que decirles.
—¿Te lo pasaste bien en la fiesta de disfraces?
Mike estiró los brazos para levantarla.
—Fue divertidísimo —manifestó dando una vuelta de baile.
Se abrazó a Sanna y le sonrió a su madre.
• • •
Mike dejó a Sanna en el colegio y fue directo al hospital. Pagó por un día entero de parking. No tenía la menor idea de cuánto tardaría, pero partió de la base de que se le podría alargar la cosa.
Fue hasta los ascensores y leyó el panel. Quinta planta.
La puerta del pasillo estaba cerrada con llave, así que Mike llamó al timbre. Una enfermera apareció arqueando las cejas y con cara desconcertada. Con aquel traje caro que llevaba, Mike no parecía un paciente.
La enfermera le abrió.
—¿Sí?
—Mi mujer ha desaparecido y seguramente esté muerta. Mis vecinos creen que yo estoy detrás de todo. Tengo una hija de ocho años, necesito ayuda. Alguien con quien poder hablar.
Vio que la enfermera titubeaba, como si le estuvieran gastando una broma. Después asintió una vez.
—¿Has estado aquí alguna vez?
Mike negó en silencio.
—Acompáñame —dijo ella.
La enfermera le mostró dónde podía sentarse y le prometió que volvería enseguida.
Pasaron un par de minutos antes de que regresara acompañada de un médico, un hombre de unos sesenta años de edad. A Mike le resultaba familiar. ¿Podía ser el padre de algún amigo suyo?
El hombre alargó la mano y Mike lo saludó agradecido.
—Hola, Gösta Lundin. ¿Querías hablar?
Mike asintió en silencio.
Se metieron en una consulta, el médico cerró la puerta.
—Siéntate, ponte cómodo.
—Gracias.
Gösta Lundin se sentó al otro lado de la mesa.
—Perdona, pero no recuerdo tu nombre.
—Mike, Mike Zetterberg.
El médico dio un respingo, le echó una mirada fugaz y apuntó el nombre.
—¿DNI?
Mike le soltó la ristra de números.
El médico dejó el bolígrafo y miró a Mike con una sonrisa.
—Vale —dijo—. ¿Has venido así, sin más?
—Sí.
—¿Y por qué motivo?
Mike se lo explicó.
—… simplemente, no volvió a casa —resumió la historia—. Pero no fue dramático. No tengo ni idea de lo que le puede haber pasado, si es que ha sufrido un accidente o si la han asesinado.
—Pero ¿tú crees que está muerta?
Mike tardó unos segundos en responder. Quería estar seguro de sus palabras.
—Me cuesta imaginarme otra cosa.
—Has dicho que tus amigos sospechan que tienes algo que ver con la desaparición de tu esposa. ¿Comparte la policía esa idea?
—Mi mujer tuvo un amante un año antes de desaparecer. A lo mejor más de uno, qué sé yo. Cuando se lo expliqué a la policía, se reclinaron en la butaca y se miraron el uno al otro. Como si estuvieran esperando a preguntarme dónde había escondido el cuerpo.
—Pero eso no te molestó tanto.
—Resultó irritante y ofensivo en todos los sentidos, pero precisamente entonces, con el caos que se había generado por la desaparición, me dio más o menos igual. De todos modos, tampoco eran acusaciones explícitas sino más bien insinuaciones en forma de miradas y largas pausas. Como si estuvieran esperando a que mi conciencia entrara en razón, me derrumbara y les contara todo lo que había pasado.
—¿Por qué es distinto ahora?
—Porque acabo de volver a lo que se podría llamar el día a día. La fiesta a la que acudí el otro día me pareció un punto de inflexión. Era un baile de disfraces. Odio disfrazarme, pero aun así fui para demostrar que he vuelto.
Mike levantó la mirada y se topó con los ojos analíticos del doctor.
—¿Crees que me debería dar igual? Lo que piensen los vecinos —dijo Mike—. ¿Que, teniendo en cuenta todo lo demás, debería resbalarme?
Gösta Lundin negó con la cabeza sin reparos.
—No he dicho eso. Y tampoco es lo que quería decir.
Mike se arrepintió.
—Disculpa.
—No pasa nada. Sólo quiero que le pongas palabras a lo que sientes. ¿Cómo llevas la añoranza?
—Es un vacío, me siento como una cáscara, hay como un eco por dentro. Pero a veces me pregunto si de verdad es así como me siento o si sólo es lo que espero sentir. A veces también es como el sudor en la frente. Siento una presión por dentro y unos golpes en la cara interna del cráneo. No son metálicos, son… no sé, acolchados. Es algo físico, por así decirlo. Pero normalmente lo siento como a distancia.
—¿A distancia?, ¿en qué sentido?
—Las voces a mi alrededor. Me siento desconectado. Oigo, pero me siento como en mitad de una niebla, casi como si estuviera borracho. Aunque tampoco es eso. Es más bien como si me viera a mí mismo como otra persona, como si me estuviera viendo desde fuera. Cuando le doy la mano a alguien es como si no tuviera nada que ver con mi mano. Y lo mismo cuando hablo, no es mi voz. Las palabras salen de mi boca como en un doblaje mal sincronizado, los movimientos de la boca no coinciden con los sonidos. Pero por encima de todo, las cosas siguen igual. Todo está como antes, continúa como si nada.
—Tu hija —dijo el médico tanteando.
—Sanna… —empezó Mike—. No sé. Es como si ella hubiese sabido salir adelante, pasar el luto, aceptarlo. Bueno, es lo que hay, mamá estaba, pero ahora se ha ido, ya no está aquí. Su actitud casi me asusta.
—¿Está a gusto?
—¿Te refieres en general? Yo creo que sí. Bueno, lo sé, para ella cada día es una aventura.
—¿Tiene amigos?
—Uy, sí.
—Entonces, todo esto que dices, lo que tú sospechas, no es nada que haya salpicado a tu hija.
—No, si fuera así me volvería loco.
Gösta Lundin cambió de postura.
—Entonces, en realidad todo lo que estamos hablando nace de lo que te soltó una mujer borracha y no demasiado inteligente en mitad de una fiesta…
Mike se rió brevemente por la nariz. Gösta lo miró con atención. Mike negó con la cabeza.
—¿Sabías que hay que esperar cinco años antes de poder declarar a alguien muerto? —dijo Mike—. Y primero tiene que declararlo Hacienda y luego tienes que esperar medio año más. ¿Y después? Después tienes que montar el funeral y mirar un ataúd vacío y hablar de una persona de la que ya nadie se acuerda. ¿Y por qué Hacienda? ¿Qué tienen ellos que ver?
—Te enfrentaste a la mujer —dijo Gösta—. Háblame un poco de eso.
—Fui a su casa. Primero intentó hacerme creer que no se acordaba de nada, después su marido me dijo que la había malinterpretado. Estaba avergonzada, por supuesto.
—Pero ¿tú estás convencido de que dijo lo de que todo el mundo piensa?
Mike asintió.
—Y si desarrollas esa idea, si te imaginas que tus amigos y conocidos hablan de esto y de nada más. Sin parar. Sentados en grupo y asintiendo en silencio ante todas y cada una de las acusaciones que se hacen o se insinúan.
Mike miró al médico y sonrió.
—Tú mismo oyes lo absurdo que parece, ¿verdad?
—Sí, puede ser.
—Opino que has hecho muy bien en venir. Te propongo que acordemos otra cita ahora mismo y que nos sigamos viendo hasta que te sientas mejor. ¿Te parece bien?
Mike asintió agradecido. Gösta Lundin lo observó mientras sacaba la agenda.
—Me resultas familiar —comentó—. Me pregunto si no te puedo haber visto en Laröd. ¿No vivirás allí, por casualidad?
—Casi, en Hittarp —dijo Mike—. Calle Gröntevägen.
—Gröntevägen —repitió Gösta—. Lo que me imaginaba. Mi mujer y yo acabamos de mudarnos de Estocolmo, vivimos en la calle Sundsliden, un poco más arriba.
Mike se quedó boquiabierto.
—¿En serio? ¿Y no nos hemos visto antes?
—Yo creo que sí que te he visto —dijo Gösta—. Supongo que has estado pendiente de otras cosas, por motivos evidentes.
—Pero igualmente —dijo Mike—. Somos prácticamente vecinos. ¿Te refieres a la casa blanca de la cuesta, la reformada? ¿Con sala de ensayo en el sótano?
Gösta soltó la agenda, empezó a tocar la guitarra en el aire y a tararear la introducción de Smoke on the water.
Mike no pudo aguantarse la carcajada. Un psiquiatra que jugaba a ser estrella del rock. Era bonito por su inesperada sencillez.
—Pero le doy más a la batería —dijo Gösta—. Es mi vía de escape. Bombo, caja, bombo, caja. Ideal para desahogarme.