LAS plañideras existían, eran reales, e incluso había un buen número de ellas repartidas por todo el mundo. Personas que asistían a funerales a los que no deberían ir, ladeaban la cabeza y asentían con compasión y mirada atormentada. Pero la mayor parte de la gente guardaba las distancias, desconcertada ante la tristeza de su semejante y sin saber cómo comportarse ni qué decir. Temían ser indiscretos, avivar las llamas del dolor recordando la tragedia. Y temían también que lo oscuro y funesto recayera sobre ellos de alguna forma.
Los que sufrían alguna desgracia y quedaban expuestos ante la inseguridad del entorno, más tarde solían decir que era indiferente cómo reaccionara la gente, pues lo importante era que reaccionara. Independientemente de la forma.
En el caso de Mike no había nadie a quien llorarle. Sólo incertidumbre y preguntas.
—¿Y ha desaparecido así sin más?
—Sí.
—Pero ¿cómo…? ¿Se ha largado?
—No creo.
—¿Ha pasado algo?
—No lo sé. Ha desaparecido. Salió del trabajo y no volvió a casa.
—¿Qué dice la policía?
—Nada. Dicen que esas cosas pasan, que a veces la gente desaparece.
—Pero en algún sitio tiene que estar. No entiendo…
Los amigos y compañeros de trabajo de Mike no podían darle el pésame. Eso sería lo mismo que rendirse. Al cabo de un tiempo comenzaron a distanciarse. No había nada que añadir. La desaparición de Ylva seguía siendo un misterio.
La prensa local publicó un largo artículo al respecto después de que el programa «Se busca» estuviera recabando información sobre el caso, cinco meses después de la desaparición. El periódico analizaba, entre otras cosas, el último día de trabajo de Ylva y se completaba con una lista de las desapariciones sin rastro acontecidas en los últimos años en la zona. PERSONAS CUYO CUERPO NUNCA HA SIDO ENCONTRADO, decía el titular.
La mayoría eran hombres, más de la mitad supuestamente ahogados en el mar. Algunos habían sido vistos días después de desaparecer, pero los testimonios eran vagos y contradictorios.
Karlsson hablaba en condición de policía experto. Soltaba datos estadísticos y sugería posibles escenarios.
—En los casos en que sospechamos que el desaparecido ha perdido la vida, nos centramos en los familiares y conocidos más cercanos. Allí es donde solemos encontrar al homicida.
La cita no estaba explícitamente vinculada a Mike, pero el artículo iba acompañado de una foto de Ylva, una imagen que el periódico había tomado prestada en relación con su desaparición.
Karlsson no podría haber señalado a Mike de forma más evidente sin llegar a ser culpable de difamación.
Mike dedicó gran parte de la semana siguiente a confrontar las acusaciones.
Llamó a Karlsson, quien aseguraba que lo habían citado mal y no habían interpretado bien sus palabras. Había hablado en términos generales, no del caso de Ylva en concreto.
A su vez, el fiscal decía que era un caso para la comisión que investigaba a la prensa.
—Si lees con atención verás que…
Mike colgó el teléfono con un golpe y llamó al periódico.
—Hoy he ido a buscar a mi hija al colegio. Ha salido llorando. ¿A que no sabes lo que le habían dicho los otros niños?
El redactor jefe se lamentó, lo comprendía y se mostró dispuesto a hacer una rectificación, lo cual hizo, en efecto. Una breve nota junto al editorial en la que ponía que ni la policía ni la fiscalía tenían la menor sospecha contra ningún familiar de Ylva.
Como en la mayoría de los desmentidos, fue peor el remedio que la enfermedad.