EL hombre y la mujer se llevaron el colchón, el edredón y la almohada, y después cortaron la luz.
Ylva se quedó hecha un ovillo en el suelo tapándose con una toalla. No sabía cuánto tiempo estuvo así, debajo de la toalla y llorando. Sólo se levantó para beber y hacer pis. Cuando finalmente volvió la luz de nuevo fue como si le volviera la vida. La lámpara del techo se encendió y la pantalla del televisor recuperó la imagen. Fuera era de día. A juzgar por el tipo de luz y la actividad inexistente en la calle debía de ser mediodía. El coche no estaba en la rampa del garaje. Ylva se preguntó dónde estaría Mike, qué medidas habría tomado. Si la estaría rastreando y colgando carteles con su foto. ¿La había visto alguien metiéndose en el coche? Ylva lo dudaba.
¿Qué habría hecho ella si estuviera en el pellejo de Mike? Después de intentar todo lo evidente, como llamar a amigos, policía y hospital, pondría un anuncio en el periódico, hablaría con los conductores de autobús que hubiesen trabajado en aquel horario. Llamaría a las puertas de cada vivienda desde la parada hasta su casa preguntando si habían visto pasar a su marido. Empapelaría toda la ciudad con fotos y anuncios de búsqueda.
La idea le vino de repente.
A lo mejor Mike llamaría a la puerta de la casa donde ella se encontraba. Se presentaría a la nueva pareja y en pocas palabras les explicaría lo que había pasado. Después les enseñaría una foto. El hombre y la mujer mostrarían interés, mirarían la foto de cerca y luego negarían compasivamente con la cabeza. La mujer se pondría una mano en el pecho y parecería compungida, el hombre se mostraría serio e intentaría ayudar a Mike sugiriendo alguna idea, siguiendo la costumbre de todo el sector masculino de creer firmemente que pueden resolver cualquier problema que surja.
Ylva no podía hacerse oír, eso le había quedado claro. ¿Había alguna otra forma de llamar la atención?
Halonen fue la primera en aparecer en pantalla. Pasó con su pastor alemán, dobló por la calle Bäckavägen y siguió adelante. Halonen miró de reojo la casa de Mike e Ylva, deprisa y casi con remordimientos de conciencia. Ylva comprendió que se había enterado de la noticia. Y si Halonen lo sabía, todo el mundo lo sabía. Esa mujer se encontraba en los últimos eslabones de la cadena informativa.
Ylva se imaginó el cotilleo, buscó consuelo en las conversaciones que se estarían dando en el barrio.
«—¿Te has enterado de que Ylva ha desaparecido?
——¿Quién?
——La mujer de Mike, la de Estocolmo.
——¿Qué?
——No volvió a casa. Salió del trabajo pero no volvió a casa.
——¿Se ha largado?
——No lo sé.
——¿No ha dicho nada?
——No, ha desaparecido. Mike la está buscando. Ha ido a la policía y todo.
——A ver si lo entiendo, ¿estás diciendo que no ha vuelto a casa?
——Lo que oyes.
——Qué locura. ¿Se ha largado?
——No lo sé.
——¿Y la niña? No se puede largar dejando a la niña como si nada.
——O se ha largado o le ha pasado algo.
——¿Como qué?
——Ni idea.
——¿No tendría depresión o algo así?
——No siempre acaba siendo por eso. Mi padre tenía un amigo que…»
Independientemente de lo que pasara, todo terminaba quedando atrás. Todo entraba dentro del gran teatro que es la vida. ¿Cientos de muertos en accidente de avión? Unos meses más tarde había caído en el olvido, lo único que quedaba era el aniversario de la tragedia. ¿Miles de desaparecidos en una catástrofe natural? Una semana dura de noticias y poco después un suceso que había que buscar en Wikipedia. El tsunami, ¿en qué año fue? Ah, sí, es verdad.
Nadie salvaría a Ylva. Su única opción era huir.
• • •
Se hizo un silencio absoluto cuando Mike llegó al trabajo de Ylva. Nour se levantó de la silla y fue a su encuentro.
—Ven —le dijo—, vayamos a la cocina.
Mike empezó a llorar de inmediato. Por la simple razón de que una persona amable veía su impotencia y le ofrecía algún tipo de alivio.
—Turbio —dijo él cuando Nour le preguntó cómo se sentía—. Como el plástico protector de un reloj o un móvil nuevos, me paso el día esperando a que alguien lo quite para que pueda volver a ver las cosas con claridad.
Nour asintió, le secó una lágrima de la mejilla con el pulgar y le dio un vaso de agua.
—Bebe.
Mike hizo lo que le ordenaban, miró por encima del hombro de Nour para comprobar que la puerta estaba cerrada y agitó nervioso la mano en el aire.
—¿Puede haber conocido a otro hombre?
Él la miró con una mezcla de miedo y esperanza.
—No, que yo sepa —respondió Nour al final.
Mike tragó saliva para reprimir las lágrimas.
—Es que si no, no entiendo qué puede haber pasado. —Mike negó con la cabeza y continuó—: Si fuera así, tendría que habernos llamado. No puede pasar de Sanna como si nada, me niego a aceptarlo.
—Y no lo hace —dijo Nour.
—Entonces ¿qué está sucediendo? ¿Le ha ocurrido algo? ¿La han atropellado o se ha cruzado en la calle con el tipo equivocado? No entiendo nada. Tres noches, van tres noches. Ya ni siquiera sé si quiero que vuelva, ¿sabes?
—Te entiendo.
Mike hipó en un intento de coger aire; Nour le pasó un pañuelo de papel. Él se sonó como un crío, sin fuerza.
—Escucha, Mike. Tienes que ser fuerte. Hazlo por Sanna. Ella es una niña, tú eres adulto. ¿Oyes lo que te digo, Mike? Tú eres adulto.
El teléfono de Mike empezó a sonar. Él se sorbió y miró la pantalla.
Número oculto, su corazón empezó a palpitar. Le levantó la mano a Nour y le dio la espalda.
—Mike —respondió.
—Aquí Karlsson. Me preguntaba cómo lo tienes para pasarte por comisaría. Tenemos una cosa que queremos enseñarte.
—¿La habéis encontrado?
—No, lo siento. Pero tenemos una lista de las llamadas entrantes y salientes de su móvil. Además de un archivo de audio con los mensajes de su buzón de voz.
—Ahora voy.
Mike colgó y se volvió hacia Nour.
—La policía —dijo—. Tienen una lista de sus llamadas.
• • •
Mike estaba al volante, nervioso. Tenso y expectante, asustado y resignado. Se sentía como en el examen práctico de coche. Aparcó delante de la comisaría, junto al acceso a la autovía, y entró.
La recepcionista llamó a Karlsson.
—Te están esperando —dijo en tono afable—. Cuarta planta, la segunda puerta a la derecha.
La mujer podría haber trabajado perfectamente en una agencia de publicidad.
Karlsson estaba en el pasillo cuando Mike salió del ascensor. Le hizo un gesto para que se acercara.
—Qué bien que hayas podido venir —dijo mientras lo acompañaba a su despacho, donde Gerda ya estaba sentado en una de las sillas de visita—. Siéntate.
Karlsson dio la vuelta al escritorio y se sentó delante del ordenador.
—El otro día nos comentaste que primero llamaste a Nour. Pero suponemos que antes de eso intentarías ponerte en contacto con tu mujer, ¿no?
—Evidentemente.
—¿Cuándo la llamaste por primera vez? Es sólo para ver que coincide.
Karlsson señaló la lista que tenía delante.
—No me acuerdo —dijo Mike—. Quería llamarla temprano para ver si vendría a cenar o no, pero al final no lo hice.
—¿Por?
—No quería que se sintiera mal. Pensé que por una vez que salía sola a pasárselo bien con sus amigas, mejor la dejaba tranquila.
—Entonces ¿cuándo la llamaste?
Mike se encogió de hombros, titubeante.
—Antes de acostarme —dijo—. ¿Sobre las doce?
Gerda movió las manos en el aire como para prepararse para hacer una pregunta incómoda que se veía obligado a formular en contra de su voluntad.
—¿Cómo estáis…? Quiero decir, a nivel de pareja.
—¿De verdad vais a seguir con ese rollo?
Karlsson alzó la mano para poner freno.
—Escuchemos esto un momento —dijo y movió el ratón con mano insegura hasta el archivo de audio correcto que aparecía en pantalla e hizo clic.
Mike oyó su propia voz y se sorprendió por lo débil que sonaba, sumiso y excusante.
«Sí, hola, soy yo. Tu marido. Sólo quería saber cómo lo llevas. Supongo que has salido con las del trabajo. Oye, me voy a dormir. Coge un taxi para volver, porfa. He bebido y no puedo ir a recogerte. Sanna está durmiendo. Besos. Adiós».
Después, una voz más mecánica de mujer informó:
«Recibido a las cero horas, catorce minutos».
Karlsson interrumpió la grabación y se volvió hacia Mike.
—En primer lugar, ¿sueles presentarte como su marido cuando llamas a tu esposa?
—No, supongo que quería parecer un poco divertido.
—¿Qué quieres decir?
—No lo sé.
—Yo tampoco. ¿Sabes qué me parece a mí? Me parece que estás más cabreado que una mona pero que no te atreves a demostrarlo. Me parece que suena como un lastimoso recordatorio del tipo «No te meterás en la cama con nadie, ¿verdad? Recuerda que estás casada. Conmigo».
Mike lo miraba fijamente. Karlsson le aguantaba alegre la mirada, como si lo acabaran de proclamar el hombre más estúpido del universo y estuviera orgulloso de ello.
Gerda agitó nervioso la mano en el aire.
—Lo que no entiendo es por qué le preguntas si ha salido con las del trabajo cuando tú ya sabías que iba a salir con ellas. Casi como si intuyeras que podía estar en otro sitio.
«Igual de gilipollas que el otro».
—Pareces nervioso —continuó Karlsson—. ¿Lo estás?
Mike miró a los dos policías.
—¿Éste es el motivo por el que me habéis pedido que viniera?
Karlsson juntó las yemas de los dedos bajo la barbilla. Parecía el director que salía en la vieja portada racista de Mastermind. El estratega, el pensador.
Karlsson se reclinó en la silla e intercambió una mirada con Gerda. Como si fuera la pieza del puzle que estaban esperando. Un asunto de celos que había descarrilado.
Mike bufó por la nariz. Era más una constatación cínica que otra cosa.
—Tendréis que disculparme —dijo—. ¿Es esto todo lo que habéis conseguido? ¿Éste el motivo por el cual me habéis pedido que viniera?
Aún sin respuesta.
—¿Esto de estar callados es una especie de técnica de interrogatorio o algo así? ¿Es tan simple como que sospecháis de mí? ¿Que he raptado a mi mujer o, en su defecto, que la he matado y he ocultado el cuerpo? ¿Es eso?
—Solamente nos preguntamos si tu mujer tiene un amante.
Gerda intentó que pareciera algo trivial, como una circunstancia más, igual que el color de una casa o la marca de un coche.
—No, mi mujer no tiene ningún amante. Tuvo un lío con un tipo bastante desagradable al que por razones evidentes no tengo mucho respeto. Os lo diré así: el día que Bill Åkerman desaparezca sin rastro, entonces creo que deberíais buscarme y comprobar dónde estaba. Ha pasado un año desde eso y no, no he tenido motivos para pensar que la aventura haya podido seguir adelante. Además, Nour lo llamó el sábado por la mañana, por si acaso. Y no, Ylva no estuvo con él.
Mike se levantó.
—Si me disculpáis —dijo—, había pensado cruzar la calle hasta el periódico y pedirles que publiquen una foto de mi mujer. Alguien tiene que haberla visto, no puede haberse esfumado sin más.