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Degradación

Las víctimas son alimentadas con valoraciones negativas y se les hace una limpieza de cerebro para que crean que han perdido todo el valor humano. Son ridiculizadas y menospreciadas, tienen que escuchar que son unas putas sucias y asquerosas, que sus cuerpos sólo sirven para una cosa. Mediante ataques verbales y físicos se le arrebata a la víctima el derecho a su propio cuerpo y a sus pensamientos.

DOS veces en menos de veinticuatro horas. Ya somos casi una pareja.

Ylva lloraba en silencio. Permanecía tumbada con la mejilla pegada en la cama y la mirada perdida en la pared.

—Y estabas mojadita.

Se levantó y se puso los pantalones.

—Ni siquiera te he visto las tetas.

Le dio una palmada en el gemelo.

—Date la vuelta, quiero verte las tetas.

Ylva permaneció inmóvil. El hombre clavó una rodilla en la cama, agarró a Ylva de la cadera y la volvió.

—Las tetas. No me lo pongas tan difícil. ¿Acaso te crees que nunca he visto unas?

Ylva se subió el jersey apartando la cara.

—Siéntate para que pueda verlas bien. Todas las tetas son planas cuando se está estirada.

La levantó por el brazo y dio un paso atrás.

—Súbete el jersey. Y el sujetador, nada de trampas.

Ladeó la cabeza de aquí para allá, haciendo muecas con la cara como un comprador de caballos escéptico.

—Estás flaca —dijo al final—. Hoy en día todas las tías lo están. Tendrás que ganar un par de kilos. A lo mejor al principio te cuesta un poco con todo el estrés, pero con el tiempo te acostumbrarás.

Se sentó a su lado en la cama.

—Creo que sé lo que estás pensando. Estás intentando descubrir la forma de salir de aquí, te estás devanando los sesos por lo injusto que resulta estar aquí en contra de tu voluntad. Miras la pantalla y esperas que de pronto pase algo, un evento dramático que lleve a tu liberación. Es normal.

—Y créeme —continuó—, yo no quiero ser un obstáculo para tus sueños y fantasías. Pero cuanto antes te acostumbres y aceptes tu situación, más fácil será todo.

Le cogió la barbilla para levantarle la cabeza. Ella se cruzó con su mirada sin corresponder a la sonrisa.

—Estás enfermo —dijo Ylva.

El hombre se encogió de hombros.

—Si consigues escapar, lo cual dudo muchísimo, saldré en portada durante una semana entera, eso está claro. Pero verás, cuando sufres una desgracia, como por ejemplo una pérdida, cambian muchas cosas en la vida. Cosas que antes significaban algo de repente pierden todo su valor y lo que antes carecía de sentido te absorbe por completo.

Le dio una palmadita en el antebrazo y se levantó.

—Te contentarás con muy poco. A lo mejor ahora te cuesta imaginártelo, pero te lo prometo, llegarás a ello. Y haremos el viaje juntos.

• • •

Se comieron la pizza directamente de la caja.

—No te olvides de la ensalada —sugirió Mike.

—No me gusta la col con vinagre —replicó Sanna.

Mike lo dejó correr. Mientras ponía la mesa había probado con un inocente «¿Leche?», pero enseguida había capitulado ante el «Es sábado».

Mike había cortado la pizza de Sanna en porciones y la niña se la comía mientras miraba la carátula del DVD de Trampa para padres, una película sobre dos gemelas que se han criado sin saber una de la otra, una en casa de la madre, en Inglaterra, y la otra con el padre, en Estados Unidos. Tras encontrarse en un campamento de verano deciden intercambiarse los papeles. Cuando el padre planifica casarse otra vez con una cazafortunas, las gemelas juntan fuerzas para detener los planes de boda.

Una peli buena en toda regla, aseguraba Sanna. Mike estaba dispuesto a opinar lo mismo.

De la pizza de Sanna caían gotas de grasa.

—Toma —le dijo Mike pasándole un trozo de papel de cocina—. Te está goteando.

Sanna lo cogió y se limpió con dificultad. Mike estuvo a punto de intervenir cuando de repente le vino a la cabeza el irritado comentario de su padre: «¿No te das cuenta de que tienes los dedos pringosos?».

—Puedes lavarte las manos cuando hayas acabado de comer —dijo con cariño.

—Vale.

Como de costumbre, Mike ya había terminado antes de que Sanna se hubiese comido la primera porción. Se empeñó en que se comiera otro trozo que le puso en un plato. Después metió su cubierto en el lavavajillas y salió a la calle para tirar los cartones directamente al contenedor.

El ayuntamiento de Helsingborg había hecho una apuesta exageradamente ambiciosa por el medio ambiente y había decidido que los ciudadanos debían separar sus residuos según su composición. Una tarea sencilla repartida entre una docena de cacharros de plástico. A su vez, esto había despertado una actitud de lo más arrogante y engreída entre los basureros, que ahora se negaban a vaciar los contenedores que estuvieran en primera línea de la calzada.

Mike hizo trizas los cartones y luego se quedó un rato delante de la casa respirando el aire fresco, ignorando por completo que su mujer lo estaba observando entre lágrimas en una pantalla borrosa muy cerca de allí.