CUANTO más feo era un lugar, más gente se apelotonaba en él. Los parques naturales estaban vacíos, mientras todos y cada uno de los despreciables centros comerciales del país estaban a reventar de gente sin gusto, con la mirada vacía y la cartera llena.
Y en ningún sitio eran tantos ni tan repugnantes como en el Väla Centrum. Aun así, Mike pasaba por allí una vez a la semana. Por la practicidad del asunto. Porque había de todo, sin olvidar el aparcamiento gratis. Sólo había que llenar el coche y largarse a casa.
Ylva podía pasearse alegremente por las mismas tiendas que la semana anterior y con ojo entrenado descubrir productos nuevos entre la enorme oferta, mientras Mike corría por los pasillos de las instalaciones, muerto de miedo de que aquella mierda lo acabara atrapando.
Sanna se encontraba en un punto medio entre sus padres. La tienda de animales era una atracción muy interesante, igual que la parada de helados y todas las personas allí presentes. Había ajetreo, ruido y nuevas impresiones. Para muchos aquello era el punto álgido de la semana.
Ylva solía exponer sus tesoros comprados sobre la cama cuando llegaba a casa, como si fueran presas o trofeos. Para hacerse una idea general de su habilidad. Le explicaba a Sanna lo que había comprado, por qué lo había comprado y cómo se podían combinar las nuevas prendas con otras que ya tenía.
Mike se preguntaba si era una especie de escuela, si era así como se creaban nuevos patrones de consumo.
Fuera como fuese, él no podía pasearse tranquilo por allí dentro como si nada.
—Qué dices, cariño, ¿McDonald’s y para casa?
—Pero si acabamos de llegar.
—¿No tienes hambre?
—No.
—Vale, nos damos una vuelta por las tiendas y después comemos algo, ¿te parece?
Ylva todavía no había llamado y Mike sentía que la rabia casi había empezado a tener la compañía de un débil sentimiento de preocupación.
La idea de que había podido pasar algo, una razón legítima para no dar señales de vida, era casi reconfortante. Era más fácil estar preocupado que asustado.
Pero en realidad era miedo lo que sentía, miedo de ser facturado y apartado del caso.
Como consuelo o, Dios lo librara, para pasar el luto, Mike por lo menos tenía un objetivo que cumplir.
• • •
Sanna masticaba despacio mientras observaba con ojos curiosos el mundo que la rodeaba, en este caso, familias con sobrepeso, mesas sucias y personal estresado.
Mike había terminado de comer y movía impaciente el pie debajo de la mesa.
—¿Está rico?
Le sonrió a su hija e hizo todo lo que pudo por ocultar que estaba dispuesto a dar gran parte de su sueldo a cambio de poder dejar inmediatamente el local. McDonald’s era la última parada. Pasaron por la tienda de animales, vieron películas en DVD en la librería y buscaron joyas baratas en una tienda de bisutería.
Sanna asintió y mordió un trozo de patata frita. La cosa iba para largo. Mike había acabado su menú antes de que su hija hubiese terminado de quitarle el pepino a la hamburguesa.
—Concéntrate en la hamburguesa y a lo mejor podemos llevarnos las patatas —dijo esbozando una sonrisa forzada.
—¿Tenemos prisa?
—¿Eh? Ah, no. No tenemos prisa.
Sanna mordisqueaba pensativa una patata frita mientras dos niños de preescolar se peleaban por el juguete que les había salido en los Happy Meal.
Mike comprendió que, por lo menos, le quedaba media hora de sufrimiento por delante.
Sacó el móvil del bolsillo interior, miró la pantalla para asegurarse de que no se le había escapado ninguna llamada y llamó de nuevo a Ylva. El buzón de voz saltó otra vez y cortó la llamada sin dejar ningún mensaje. Llamó a casa y dejó que sonara media docena de veces antes de rendirse.
Miró a su hija y levantó el teléfono con la obviedad excesiva que caracteriza a los padres.
—Tengo que hacer una llamada —dijo—. Estaré fuera, pero te veré todo el rato. ¿Vale?
—¿No puedes llamar desde aquí? —preguntó Sanna.
—Tengo que hablar con una persona.
—Pero si acabas de llamar.
—Es otra llamada. No quiero que haya tanto jaleo de fondo. Tú quédate aquí, estoy justo ahí fuera.
Se alejó un poco, saludó a su hija con la mano y llamó a Nour.
—Hola, soy Mike.
—Hola, hola, ¿ya ha aparecido?
—No, no ha aparecido. Eso creo, vaya. Estoy en Väla con Sanna, pero le he dejado una nota pidiéndole que me llame. Y no lo ha hecho. Y en casa no coge el teléfono nadie, ni tampoco cuando la llamo al móvil. ¿A ti cómo te va?
—Pues yo… Aún no tengo nada, pero sigo intentándolo. Te llamo en cuanto sepa algo.
—Vale, gracias. Y oye, Nour…
—¿Sí?
—Si se da el caso de que ella…, ya sabes, si ha hecho alguna estupidez o así, quiero que me llame igualmente. Empiezo a estar preocupado.
• • •
Nour telefoneó al restaurante de quien un día fue amante de Ylva. Era poco más de la una y Nour supuso que acababan de abrir. Se presentó y pidió que la pasaran con Bill Åkerman. Por suerte estaba allí, lo cual reducía la probabilidad de que hubiese pasado la noche con Ylva o que supiera dónde estaba, pero Nour quería asegurarse de todos modos.
—Sí.
Su voz era agresiva, igual que todo su carácter.
—Hola, me llamo Nour, trabajo con Ylva Zetterberg.
Bill se quedó esperando sin decir nada.
—Nos hemos visto en alguna ocasión —continuó Nour—, pero creo que no sabes quién soy.
—Sí sé quién eres.
Lo constató con voz fría, sin invitar a seguir conversando ni a crear confianza. Aun así, Nour se sintió de alguna forma halagada. Se preguntó si el éxito de Bill con las mujeres se debía, simplemente, a su falta de habilidad social. ¿O era desinterés? Bill pasaba de todo, lo cual despertaba el instinto competitivo entre las mujeres mimadas y colmadas de atención.
—Disculpa que te llame así, pero es una emergencia. Ylva ha desaparecido. Ayer no volvió a casa. Su marido me ha llamado preguntándome si por casualidad sé dónde está.
—No tengo ni idea.
—O sea, que no estuvo contigo.
—¿Por qué cojones iba a estarlo?
—Sé que vosotros…
—De eso hace siglos. ¿Algo más?
—No.
Bill cortó la llamada. Nour se quedó sentada con el teléfono en la mano. Su impulso inmediato fue ir al restaurante para pedir disculpas. Se sentía mal, como una maruja en busca de nuevos cotilleos.
Ylva se pondría hecha una furia cuando se enterara de que Nour había llamado a Bill.
Estaba avergonzada. Se había dejado llevar por la preocupación de Mike. En lugar de tranquilizarlo había llevado la histeria un paso más allá.
¿Sabía Mike siquiera que su mujer le había puesto los cuernos con Bill? Nour no estaba segura de eso.
Si Ylva no aparecía pronto, Mike la volvería a llamar para preguntarle con quién había hablado. No podía decirle que sólo se había puesto en contacto con Bill. Nour se vio obligada a hacer un par de llamadas más para poder darle algunos nombres. Esto a pesar de saber de antemano que nadie tendría la menor idea de dónde se había metido Ylva. Las llamadas que Nour iba a hacer no iban más que a alimentar su imagen de histérica apasionada de los rumores.
Nour sintió una creciente irritación. ¿Por qué tenía que limpiar la porquería de Ylva? No era ella la que iba por ahí follándose a cualquiera.