«NO puedo decir que lo lamente».
A Calle Collin las palabras de Jörgen se le habían quedado grabadas en la memoria. Lo peor era que le salieron de forma espontánea. Jörgen no lo había dicho para ser malvado, sino que era una reacción natural a la información que le había dado acerca de que Anders Egerbladh había sido asesinado.
Calle se conectó a internet y buscó al asesino del martillo. Después de media hora navegando había conseguido la información básica. Anders Egerbladh, que en todos los artículos era mencionado como un hombre de treinta y seis años, había sido hallado muerto en Sista Styverns Trappa, en una escalera exterior de madera que subía desde la calle Fjällgatan hasta Stigbergsgatan. El arma homicida, un martillo, seguía en la escena del crimen, pero no tenía ninguna huella.
El asesinato era descrito como bestial. La violencia daba fe de un odio exacerbado hacia la víctima, y la policía trabajaba sobre la hipótesis de que el homicida y la víctima se conocían. En la escena del crimen había también un ramo de flores con las huellas de la víctima, lo cual hacía suponer que el hombre de treinta y seis años iba de camino a casa de una mujer. Sobrentendido: una mujer casada.
Los mejores artículos estaban redactados por un reportero especialista en temas criminales del mismo semanario en el que Calle Collin había malgastado seis meses de su vida laboral. Tuvo la sensación de que el reportero sabía más de lo que daba a entender en sus textos. Calle no lo conocía en persona, pero sí a uno de los jefes de la redacción. Si respondía, quizá Calle podría intercambiar unas palabras con el reportero.
Calle había cubierto una sustitución en el suplemento femenino, donde todos los artículos partían del primer mandamiento del feminismo de McCarthy: no existe diferencia alguna entre hombres y mujeres, excepto que los hombres son malos por naturaleza, y las mujeres, buenas.
Los títulos y enlaces eran dados de antemano y la labor de redacción consistía en reunir argumentos a favor de las afirmaciones que se hacían y eliminar las salvedades que sostenían lo contrario. Los cronistas del suplemento tenían suma facilidad para deshonrar con máxima ligereza a cualquier persona que osara cuestionar los abusos que se cometían en nombre de la lucha.
Que muchos de los que eran ridiculizados y perseguidos en vida fueran modelos ejemplares de igualdad resultaba irrelevante a partir del momento en que elaboraran una frase subordinada manifestando un posicionamiento incorrecto.
En conjunto, todo aquello terminaba por impregnar con un aire de burla un tema realmente importante, y los seis meses en la redacción habían conseguido despertar en Calle Collin un recelo eterno ante el debate público. Lo único positivo de aquel medio año en el periódico fue la oportunidad de conocer a una de sus jefas, una mujer de gran corazón. Cuando al cabo de seis meses Calle tuvo suficiente, ella le preguntó si prefería bajar al departamento de noticias.
—Si de verdad estuviera interesado en las noticias habría buscado trabajo en un periódico de noticias —le había respondido Calle.
Sus palabras fueron citadas con diligencia durante un largo período en la redacción. La mayoría se reía con el comentario, incluso compartían la idea, pero el temeroso jefe de cultura se había puesto como una mona y había jurado que mientras él estuviera allí haría lo imposible para evitar que Calle volviera a poner un pie en la redacción.
Calle levantó el auricular del teléfono y llamó a la inteligente mujer de gran corazón.